Eduardo Castilla
Córdoba acaba de vivir, hace pocas horas, una de las crisis sociales y políticas más
grandes que se recuerden en su historia. Las cámaras de televisión mostraban a
gente de cincuenta años afirmando que no recordaban otra situación similar,
salvo el Cordobazo. Uno y otro hecho social tienen profundas diferencias, tanto
en sus raíces como en su desarrollo y en su influencia sobre la dinámica
política posterior.
Pero es evidente que, para miles de personas, sus consecuencias, el modo en
que fue vivido y experimentado, fue similar. Para miles, el “caos” se apoderó
de la ciudad. Esta enorme crisis social se cobró dos muertos (uno por disparo
de arma de fuego) y cerca de 200 heridos, además de la destrucción y el saqueo
de cerca de mil comercios.
En esta crisis entraron en escena grandes problemas estructurales de la
sociedad cordobesa: los saqueos y robos mostraron la cara de una Córdoba
profunda, marginada de la “Córdoba que no para”. El accionar de la fuerza
policial -y el triunfode su reclamo corporativo- mostraron su rol como pata fundamental del control
social. Quedó al desnudo un entramado social marcado por profundos
antagonismos. A raíz de ello, esta crisis plantea, desde nuestro punto de vista,
dos problemas estratégicos a reflexionar. Problemas estrechamente ligados a las
tareas necesarias para enfrentar y derrotar el poder de los capitalistas y el
régimen del bipartidismo peronista-radical.
“Nosotros, los negros”
"Estamos catalogados los
negros de la ciudades" dijo
la madre del joven que acompañaba a Javier Rodríguez -20 años-,
asesinado por una bala que podría provenir de la policía. Las “ciudades” son un
eufemismo. Allí no hay gas natural, el agua y la energía eléctrica carecen de
calidad y el transporte llega en cuentagotas. A esas “ciudades”, fueron confinadas
decenas de miles de personas. En esos guetos crece el odio social. ¿Cómo
asombrase de que se expresara de alguna forma cuando aflojaran los mecanismos
de coerción estatal?
Ya empiezan a circular las
denuncias que muestran
la actuación bandas armadas que
operaron en connivencia con la policía acuartelada, una suerte de mecanismo de presión
in extremis sobre el gobierno
provincial. Pero limitar los saqueos a pura operación de un aparato corporativo
implica un reduccionismo de las complejas circunstancias que dieron marco a
esta situación, como afirma
FR.
Se expresaron una enorme fractura social
y una importante frustración de la juventud de los barrios pobres que ha sido
convertida en paria. Precisamente por eso, la medida de fuerza policial implicó
una ciudad liberada para quienes no
pueden transitarla libremente. Para
la juventud de los barrios pobres fue el momento de poder circular sin ser
“retenidos” (literalmente, detenidos en los retenes policiales). Fue una suerte
de “revancha” contra una ciudad donde los rasgos racistas acusan un marcado
peso, a partir de una división territorial que también es social (ver acá).
Los límites de los saqueos
como método
Si los saqueos evidenciaron una profunda fractura social, al mismo tiempo, tendieron
a profundizarla en el terreno estrictamente subjetivo.
De la noche a la mañana la juventud de los barrios pobres se convirtió en un sujeto peligroso para los comerciantes
de diversos puntos de la ciudad. Una importante franja de la clase obrera no
fue ajena a esa percepción. Para miles se instaló la idea de la necesidad de que
la policía, la misma del narco-escándalo, retomara sus tareas y garantizara “el
orden”.
En eso radica una de las (enormes)
limitaciones de los saqueos como método de protesta. Lejos de permitir identificar al enemigo común de
pequeños comerciantes, jóvenes empobrecidos y la clase trabajadora, el saqueo los
enfrenta entre sí, contribuyendo a ensanchar la brecha social objetiva que ya existe. Si bien tuvo primacía
la bronca de los pequeños comerciantes (muy afectados), parte de ese
sentimiento se contagió a franjas de la clase trabajadora, que terminaron
haciendo propio el sentido común ligado a expresiones como “no quieren trabajar” o “no hay un problema de hambre”. Esa
lógica resquebraja las tendencias a la unidad obrera y popular.
Precisamente éste es un problema de
índole estratégica si se quiere pensar desde la perspectiva de unir al
conjunto de las masas pobres para enfrentar el poder de las grandes
multinacionales, las patronales sojeras y los grandes empresarios en su
conjunto. Poder que está protegido por la narco-policía. Esta división entre
sectores de trabajadores y la juventud más empobrecida, no puede ser pensada
como un hecho “natural”. Por el contrario, es producto de la acción conjunta de
diversas fuerzas sociales, entre las que entra en juego la burocracia que hoy
está al frente de los sindicatos.
Burocracia y hegemonía
obrera
Mostrando un brutal desprecio por los jóvenes de los barrios pobres que sufren el hostigamiento constante de la
policía, Omar Dragún, dirigente del SMATA y ex ministro de De la Sota, expresó
que “los saqueadores fueron los que estuvieron en la marcha de la Gorra”.
Esa juventud, a los que los dirigentes burocráticos desprecian, es la que
vive en los barrios-guetos, en decenas de barrios periféricos y no tanto como
San Vicente, Güemes, Alberdi o Bella Vista entre otros; es la que trabaja
haciendo changas o en las obras de construcción, entregando muchas veces su
vida en condiciones deplorables, por los acuerdos que existen entre burocracia
y patronales; es la que entra y sale de las autopartistas por los contratos por
consultora que tienen duraciones indefinidas o contratos de tres meses, un mes
y hasta una semana.
Esa juventud, a la que Dragún criminaliza y desprecia, es parte integrante de la clase trabajadora y de las masas pobres de conjunto, a la vez “víctima” de la Córdoba dualizada donde los grandes empresarios amasan millones a costa de la superexplotación y de los ingentes subsidios que reciben del estado.
Esa juventud, a la que Dragún criminaliza y desprecia, es parte integrante de la clase trabajadora y de las masas pobres de conjunto, a la vez “víctima” de la Córdoba dualizada donde los grandes empresarios amasan millones a costa de la superexplotación y de los ingentes subsidios que reciben del estado.
Las afirmaciones de Dragún son nefastas porque contribuyen a la
demonización de la juventud pobre, ubicándola en el terreno de los enemigos de
los trabajadores. Al mismo tiempo, como “dirección oficial” de la clase obrera,
se ubicó en el bando de los que piden “orden” y el retorno de la policía, junto
a la Iglesia, las cámaras empresarias y el gobierno. De este modo, se socavan las
tendencias a la unidad de las clases explotadas y oprimidas.
Este constituye el nudo central del primer
problema estratégico que señalamos. La unidad de la clase trabajadora con
la juventud pobre no puede conquistarse mientras las organizaciones obreras estén
dirigidas por una casta de burócratas millonarios. Sólo conquistando los sindicatos o construyendo fracciones revolucionarias al
interior de los mismos, es posible forjar las tendencias a unir a la clase
trabajadora con los jóvenes pobres. Es preciso que los sectores que están
organizados sindicalmente tomen en sus manos un conjunto de demandas que
ataquen, desde la raíz, las bases que hacen brutal la desigualdad, como el
trabajo precario y en negro, la pobreza, la ausencia de una vivienda digna o de
acceso pleno a la educación. Sólo planteando una solución a los padecimientos
más brutales de esas capas pobres, éstas pueden convertirse en un aliado social
para la lucha de clases. Esto hace al
problema estratégico de la hegemonía obrera.
Al mismo tiempo, entre la juventud empobrecida que choca día a día con la
policía, es fundamental construir una fracción que se proponga ganar efectivamente
a la clase trabajadora para su propia causa. Si no, la tarea de derrotar a las
fuerzas represivas se convierte en puro utopismo. Este es el segundo problema estratégico que queremos
reflexionar.
La derrota de las fuerzas
represivas y el problema de la “seguridad”
De la Sota, mientras anunciaba el acuerdo con los policías amotinados, llamó
a perseguir a “vándalos y delincuentes”. El desprecio de clase emergió desde
sus palabras y se convirtió en una política de estado que, a esta hora, tiene cerca
de 100
detenidos. Esta completa demonización de la juventud pobre empujará a la
policía a fortalecer el brutal trato que ya ejercía contra la misma.
Es iluso esperar otra cosa del estado y de sus gobernantes. El estado es una banda de hombres armados al servicio
del capital repite Lenin hasta el cansancio. Decenas de páginas de El Estado y la revolución lo ilustran.
La realidad lo ilustra a diario con casos de gatillo fácil y asesinatos de
jóvenes pobres. En ese marco, no deja de sorprender (ingratamente) que cierta
izquierda siga repitiendo que los policías son trabajadores (ver acá).
La crisis abierta con los saqueos puso en el centro de la discusión como
garantizar la seguridad de los bienes de trabajadores y pequeños comerciantes.
Como hemos señalado aquí,
solo una institución que parta de las mismas organizaciones obreras y se
levante sobre la ruina de las actuales fuerzas represivas, puede cuidar los
bienes y las vidas de los trabajadores y el pueblo pobre.
Pero tales instituciones sólo pueden surgir en el camino de la movilización
revolucionaria de la clase obrera y ligadas estrechamente a sus organizaciones
y/o lugares de trabajo. La historia de la lucha de clases internacional muestra
que las milicias obreras fueron la
forma que tomaron estas organizaciones que, en el caso de Francia en 1936, Trotsky
planteaba que, de desarrollarse, podían tomar en sus manos las “funciones de la
policía”.
Pero esa perspectiva estratégica vuelve a estar ligada a la constitución de
la clase trabajadora como sujeto
revolucionario y como clase hegemónica del pueblo pobre. Tarea irrealizable
sin poner de pie verdaderas organizaciones militantes del movimiento obrero.
De conjunto, la crisis abierta en Córdoba pone en evidencia la necesidad de
plantear las perspectivas estratégicas que permitan unir a la clase
trabajadoras, las juventud pobre y sectores de las clases medias arruinadas por
los grandes empresarios, en el camino de forjar una alianza social, bajo hegemonía
proletaria, que permita enfrentar y derrotar el poder capitalista, tanto a su
brazo armado (la narco policía) como al conjunto del poder económico de las
grandes patronales.
Mi comentario es que este razonamiento no podría ser sino lo mas apropiado para asimilar el problema y sacar conclusiones útiles para continuar la lucha política contra el decadente régimen de dominio. Un régimen tan en crisis que ha perdido la capacidad de contar bien los votos, en la administración de una institución fundamental (junto a la Policía) para poder continuar en el poder, como son las elecciones. Es decir esa trampa para todos que son las elecciones regidas por códigos electorales burgueses, ya no la pueden controlar porque si cuentan bien, pierden. El otro elemento de descomposición es el uso recurrente a la mentira para intentar la alquimia de transformar el mal en bien. La cúpula del brazo armado del régimen decadente se amotina contra sus propios jefes políticos, durante unas horas, y juntos obtienen los mas grandes réditos económicos y propagandísticos contra la juventud de los cordones pobres. Maravilla! Salir fortalecidos de una crisis que no para de agravarse! Por eso para frenar esta evolución siniestra de la política en manos de burgueses decadentes que se han quedado sin propuesta o que han reemplazado la democracia con el fraude y las balas nada mejor que mostrar lo sucedido en Neuquen, ese ejemplo de solidaridad de trabajadores conscientes con los sectores pobres castigados permanentemente con el accionar de la policía corrupta. La lucha de clases es un campo de batalla y escuela de aprendizaje permanente. Lastima que no se puedan establecer reglas de juego claras con un enemigo lumpenizado, que ha quebrado su propia ley.
ResponderEliminar