martes, 25 de julio de 2017

Carrió, los ataques contra la izquierda y la batalla de PepsiCo (más Apuntes)


A modo de apuntes rápidos, hay que caer en la cuenta de lo que significó el brutal ataque del régimen contra la izquierda en los últimos días por la negativa a avalar la truchísima maniobra de intentar excluir a De Vido de la Cámara de Diputados. Quien requiera argumentos sobre el tema los puede buscar en La Izquierda Diario.

Los ataques incluyen desde las notas de Clarín y La Nación (domingo y lunes), pasando por Intratables y pseudo-periodistas como Levinas y Guillermo Lobo. Hoy fueron los ataques de una Carrió cínica que se quedó callada una semana cuando se conoció el acuerdo del Correo Argentino. Si le sumamos las redes sociales, todo es una especie de combo anti-zurdo muy fuerte.

Me da la impresión de que no se puede separar este ataque de lo que significó PepsiCo como hecho en la lucha de clases y en la política nacional. Es decir, como hecho que marcó un relativo hito en la lucha de clases de los últimos meses (años) y generó una sacudida política nacional. Ahí se mostró que realmente se puede hacer “resistencia con aguante” ante el ataque de patronales y gobiernos.

Ese peso de la izquierda en la escena nacional es un problema no solo en términos electorales. 

Aunque también lo es. Bajar su peso, golpearla, bien puede ser parte de las necesidades del régimen en su conjunto. Máxime cuando actúa en el marco de un kirchnerismo muy derechizado (haciendo Unidad Ciudadana) y de la traición de la burocracia sindical.

Pegar a la izquierda con De Vido puede no ser sólo parte de una maniobra para cambiar la agenda de la crisis social y económica en curso a discutir la corrupción kirchnerista. También puede ser parte de una política destinada a intentar debilitar y hacer retroceder el peso de esa izquierda, en el marco de una economía en estancamiento, con una situación social que empeora y con una burocracia sindical atada al poder político por su pasividad.

La afirmación tiene un grado no menor de especulación. Pero es una pregunta que uno debería poder hacerse. 

Pulgarcito de poeta (alto homenaje a Roque Dalton)


domingo, 23 de julio de 2017

El porteño y el cordobés, esa relación imposible que parió a Macri presidente (apuntes de domingo gris)


Cuando éramos chicos, con mis hermanos habíamos improvisado una modesta cancha de futbol en la puerta de la casa. Era la casa de mis abuelos para ser precisos. La geografía y la vida nos habían llevado a vivir justo en la calle paralela a la ruta que va desde Alta Gracia a Carlos Paz, destino turístico por excelencia.

Ese mismo designio del destino -o elección de mis abuelos, o decisión del gobierno peronista de construir un barrio obrero en esa zona- imponía una suerte de maldición cada verano.

Estábamos condenados a tener que cortar jugadas, partidos, maniobras y demás, por el incesante flujo de turistas que pasaban buscando “la ruta a Carlos Paz”. Los porteños y porteñas (la familia porteña podríamos decir con más precisiones) eran de los que más interrumpían. Los odiábamos. Muchas veces elegimos mandarlos a cualquier lado. Era nuestra venganza anta tanta interrupción odiosa.

En Córdoba, se odia a los porteños. El cordobés (los cordobeses y las cordobesas) crecen odiando a los porteños. En ellos ven al pedante por antonomasia. El porteño es el arquetipo del cagador. Es casi un enemigo por naturaleza.

Cuando uno es chico no hay explicación. Solo hay bronca porque sí. Cuando uno crece le encuentra alguna racionalidad a ese odio. Entre muchas otras cosas, “los porteños se quedan con todo”. “Todo” son los recursos del país. La pedantería del porteño se complementa con que, encima, te chorea.

Los chistes en Córdoba se hacen contra el todo el mundo. Eso es algo difícil de entender para muchos/as que no pasaron por ahí o pasaron y conocieron poco. Si no hacen un chiste sobre vos es que no te registran. El chiste o la cargada son la confirmación de que no estás condenado al ostracismo, de tu existencia.

Los chistes contra los porteños tienen un sabor especial. Si el humor en general puede ser hiriente, al porteño hay que hacerlo sangrar, hay que lastimarlo.

El porteño es tonto, no vivo como el cordobés. Es el que pide que le vuelvan a llenar el marlo de choclo cuando terminar de comerlo, el que dice “que lindo loignorito” cuando nadie sabe cómo se llama un ave. La creatividad cordobesa trabaja tiempo completo para hacer chistes contra los porteños.

Cuando De la Sota, hace un par de años, habló del “cordobesismo”, no inventó nada. Simplemente utilizó a escala un sentido común instalado en la conciencia de cientos de miles de personas.

Si ese odio puede resultar reaccionario, tiene también sus contornos progresivos.

Los cordobeses y las cordobesas hicieron el Cordobazo. No uno, hicieron dos, uno en 1969 y otro en 1971. Si lo hacemos, lo hacemos bien.

Parte de esa posibilidad se debió a esa autonomía política, social y cultural que permite un desarrollo parcialmente propio. Córdoba fue la urbe que rivalizó con la capital desde el interior. José Aricó la definiría como una “ciudad de frontera”, que unía lo cosmopolita de una gran urbe con los rasgos atrasados del interior.

El porteño, hasta donde lo entiendo, no odia al cordobés. Simplemente lo desprecia. Como desprecia a todo el interior. Para el porteño es “natural” encontrarse en Rivadavia y Acoyte. En Córdoba, la calle Acoyte, hasta donde recuerdo, no existe. Mirar “más allá de la General Paz” es un buen recurso metafórico para decir que el mundo no se agota en esa ancha avenida que circunda la ciudad.

Como una suerte de paradoja social, porteños y cordobeses se unieron en 2015 para consagrar a Macri como presidente de la Nación. La CEOcracia que ajusta, despide e intenta imponer su agenda neoliberal es hija de una relación imposible.

Cordobeses y porteños, porteñas y cordobesas, todos encumbrando a un hijo dilecto del gran capital nacional, ese que vive a costa de los recursos del Estado.
¿Explicación? Muchas. Tomemos solo dos aspectos. El primero es esa marejada de clase media que habita las dos ciudades. El “ciudadano”, tan de moda por estos tiempos, es el vocablo que define a esas amplias capas de la sociedad que prefiere (o eligen definirse como) no ser pobres ni ricos. Ese estrato medio que vive de su esfuerzo, según su propia visión. Si hay algo que sobra en Córdoba y la CABA es clase media. Como escribió hace poco Pablo Semán, Macri es un buen “jefe espiritual” para esas clases medias.

Pero, ¿Cómo pudo afanar en votos un porteño en Córdoba? ¿Dónde quedó el odio y el desprecio? La explicación es política. El kirchnerismo fue, en el poder, una suerte de “porteñismo recargado” hacia Córdoba. Los aprietes fiscales y las limitaciones en el envío de recursos, fueron la excusa perfecta para que los gestores del Estado cordobés, peronistas no K, radicalizarán el sentido común contra el Gobierno nacional. Si “los porteños se quedan con todo”, en este caso CFK era el emblema, la figura icónica del porteño.

Con esto no se pretende exculpar a la casta política cordobesa que, con Angeloz, Mestre (padre e hijo), De la Sota y Schiaretti ha demostrado gestionar el Estado provincial siempre en función del gran empresariado.   

La ventaja de un blog radica en la posibilidad de escribir más libremente, sin tanta norma ni precepto. Eso no elimina el siempre problemático problema de cerrar un artículo, una nota o un post.

Una amiga muy querida escribe siempre primero el inicio y el final de cada artículo. Luego rellena. Parece un buen método para la próxima vez. 


lunes, 17 de julio de 2017

Apuntes sobre la batalla de PepsiCo, la lucha de clases y el trotskismo en Argentina


La batalla de PepsiCo abrió, hasta cierto punto, un escenario novedoso en la política nacional. Mostró la disposición de una fracción de la clase trabajadora al combate, estrechamente ligada a la izquierda trotskista. Lo hizo influenciando abiertamente sobre amplias franjas del progresismo y el kirchnerismo, que tienen la contradicción de estar representadas por una dirección política pequeño-burguesa que rehúye el combate de manera constante.  

En la reunión del plenario de solidaridad de PepsiCo, Eduardo Jozami, que fue o es parte del espacio Carta Abierta, dijo que ahí se forjaba parte de la posibilidad de empezar a desandar el camino del ajuste que venía impulsando el Gobierno. El legislador presente de Nuevo Encuentro planteó algo que iba en el mismo sentido. Pareciera como si PepsiCo pudiera ser una suerte de bisagra para estos sectores.

Esa mirada implica que, hasta cierto punto, es una fracción de la clase trabajadora y el trotskismo, la que “encabeza” la resistencia al ajuste macrista. En cierto sentido, muestra la potencialidad que éste tiene para volverse una corriente de peso en esa resistencia.

La lucha de clases en los próximos años es casi una cuestión objetiva. Lo evidencia el mismo programa del macrismo como expresión concentrada de la política del conjunto del capital, que es avanzar sobre las condiciones de vida de la clase trabajadora.

Desde el peronismo en adelante, la izquierda trotskista argentina fue incapaz de hacer una corriente con fuerza propia, capaz de sostenerse con una posición independiente. Alternó entre ser una secta con un “programa correcto” (que muchas veces tampoco era tan correcto) y una corriente que se adaptaba a todas las modas políticas e ideológicas.

En ese marco, el trotskismo no puedo emerger en los años 70 como fuerza de peso en la vanguardia porqué le cedió a las dos oleadas de corrientes con estrategias opuestas por el vértice a los métodos de organización independiente de la clase trabajadora. Al populismo guerrillerista, cuyo método era ser de ultraizquierda para imponer una política de conciliación de clases, y al peronismo de izquierda como corriente política con influencia de masas que militaba el terreno de la lucha sindical, al tiempo que imponía un férreo límite en el terreno político, al sostener la conciliación con las fracciones mercado-internistas del capital y, más precisamente, tener una política de “presionar” sobre Perón.

El morenismo, la corriente de mayor peso en ese período, cedió a ambos parcialmente, en condiciones más que difíciles como para hacer un polo propio. Se puede leer un balance ampliamente desarrollado en Insurgencia Obrera.

Toda época tiene sus condiciones profundamente contradictorias. Si los años 70 fueron los años de una radicalidad enorme desde el punto de vista de las acciones y, en gran parte, de la conciencia, al mismo tiempo fueron los de una subjetividad moldeada por poderosos aparatos políticos como el peronismo y el stalinismo.

La nuestra es una época con aparatos “desgastados” y en gran parte corrompidos. Eso no quiere decir que no pueden actuar por la coacción y la represión, pero su capacidad de conseguir consenso y “convencer” es infinitamente menor a la de aquellos años.

Si la burocracia sindical de los años 70 era brutalmente totalitaria, al mismo tiempo estaba apañada en el “espíritu” de ser parte del movimiento que Perón continuaba reciclando. No ocurre lo mismo en la actualidad, donde es una casta desprestigiada, completamente ajena y separada de la única figura de masas con alguna raigambre popular, que es CFK.

Pero si uno mira al kirchnerismo, también tiene enormes limitaciones. Si la izquierda peronista podía ser un factor de fuerza capaz de construir un espacio de “contrapoder” al interior de ese movimiento y proponerse buscar disputar su dirección, eso se debía en parte  las condiciones de radicalidad y en parte a ser los voceros más combativos del propio Perón, que supo utilizarlos con destreza política.

Nada de eso ocurre con el kirchnerismo y con Cristina que tiene sus propias limitaciones estructurales como para imponer su hegemonía. No es la creadora de un nuevo status o ciudadanía para el movimiento obrero o para sectores populares. Los enormes límites de su arraigo en sectores de masas tienen que ver con que continuó el trabajo en negro, precario, impuestos al salario y un largo etcétera. No fue ni por asomo algo parecido a las conquistas obtenidas por el primer peronismo. Ahí radica el primer aspecto. No hay nadie que “dé la vida” por Cristina.

En segundo lugar, en términos de política más coyuntural, la misma Cristina se ofrece de manera permanente como una figura moderada y moderadora. Lo último fue el pedido de levantar la marcha por San Cayetano.

La “elección populista” que ahora critican todos de ir por fuera del peronismo es repetir el 2011 solo hasta cierto punto. Ese giro implicaba radicalizar el discurso para construir un movimiento propio, fortaleciendo su propia camarilla, aun a riesgo de “desafiar” hasta cierto punto al sector más poderoso del capital. El momento actual es de una subordinación completa al capital hasta en la forma. El “movimiento ciudadano” busca atenuar cualquier contradicción y antagonismo. Hasta el mecanismo de la “política agonística” (conflicto sin antagonismo irreductible) queda fuera de escena.

En ese marco, el trotskismo puede cobrar una fuerza importante como factor actuante en la escena política nacional. No hablamos solo en términos de espacios políticos, sino en términos de lucha de clases.

En términos políticos lo es, pero no al punto de poder ser un factor actuante más que en determinadas cuestiones. En el Congreso Nacional el dietazo fue una, sobre la base de un fenómeno profundo con arraigo de masas, que es el desprestigio de la casta política. Pero aun es, esencialmente, una organización política de denuncia, todavía débil para impugnar la política burguesa.

En términos de lucha de clases puede ser la corriente que empiece a ganar peso sobre la vanguardia obrera y popular en la medida en que se desarrollen tensiones más abiertas en la lucha de clases. Que el Gobierno y la patronal avancen dando golpes para cambiar la relación de fuerzas no quiere decir que esta puede ceder hacia la derecha sin grandes tensiones y crisis políticas en el medio.

¿Puede ser el trotskismo la corriente que tenga un peso central en la vanguardia obrera, popular y juvenil de los próximos años? Una pregunta a hacerse.