viernes, 19 de abril de 2013

Sobre el militante revolucionario




Juan Pablo Aguilar

El militante revolucionario, incluso desde antes de asumirse como tal, sufre una larga serie de cambios y nada vuelve a ser igual desde que comienza a abrazar las ideas revolucionarias y las empieza a hacer carne. Pasa del malestar al descontento, del descontento a la disidencia, de la disidencia al enojo y del enojo al odio, al odio de clase. Ve como las clases opresoras atacan a los oprimidos, lo ve y lo siente, porque a él también lo atacan y se da cuenta que debe defenderse y atacar también, porque si no es presa fácil de esa clase que no va a detener su ataque para conservar sus privilegios. Sale a luchar con los oprimidos, con los vulnerados, con las víctimas más sentidas de un sistema opresor y a través de esa lucha y de entender que rol cumple cada clase se asume como perteneciente a esa clase, a la clase oprimida y toma la lucha en sus manos.

No es fácil para quienes son parte de un gran sistema que siempre intentó taparles los ojos, los oídos y las bocas y que permanentemente los presiona para que no se salgan de los limites pre establecidos, y menos aún para quienes más sufren ese sistema, para los más vulnerados, esos que tienen que trabajar cada vez más horas, si es que pueden conseguir un trabajo precario, solamente para poder alimentarse y alimentar a su familia. Pero el militante revolucionario tiene algo a su favor, su convencimiento, ese que en los tiempos más duros le impide flaquear, ese que hace que no dude si tiene que poner el cuerpo a la lucha, ese que hace que quiera romper con hasta su última contradicción, porque esas contradicciones son una expresión de otra clase, a la que el militante revolucionario no pertenece ni quiere pertenecer. Ese mismo convencimiento que el revolucionario permanentemente alimenta y debe alimentar, desde que empieza a desarrollarlo, y que hace que confíe en la victoria de sus ideas revolucionarias, tal vez no en lo inmediato, tal vez después de muchas derrotas, tal vez cuando ya no esté para presenciarlo, pero sabe y esta convencido de que van a triunfar y se dispone a luchar por ese triunfo, sabiendo que tiene muchas cosas en contra, sabiendo que será perseguido, que será atacado, que enfrenta a todo un sistema, pero eso no lo amedrenta porque sabe que la otra opción es seguir siendo oprimido y romper con eso bien vale su lucha.

Hoy se va a leer la condena a José Pedraza, y a los imputados en el crimen contra Mariano Ferreyra, contra un Militante Revolucionario, un Joven que no dudó en ponerle el cuerpo a la lucha, un joven que comenzó a militar cuando tenía 13 años de edad y cuyo convencimiento no hizo más que crecer a lo largo de 10 años, en los que participó de muchas y diversas luchas, siempre por la clase obrera y bajo las banderas del Socialismo, hasta que una bala que salió del corazón del ESTADO, de lo más podrido, le puso fin a su vida. Un ejemplo de militante, cuyo asesinato en lugar de darnos miedo a los que luchamos por sus mismos ideales nos da más fuerza, nos da más moral, porque es a esta lucha, bajo estas ideas, a las que queremos dedicar nuestras vidas.

Las ideas y las prácticas revolucionarias exigen lo máximo de sus militantes, su abnegación, su formación, su ruptura con sus límites y contradicciones, para muchos la superación de grandes límites impuestos por el mismo sistema, económicos, sociales, de formación y convencimiento. Exigen también su cuerpo y su vida, pero a cambio le ofrecen algo mucho más grande que lo que cualquier proyecto de vida podría ofrecerle: luchar por esa victoria, ser una parte aunque sea minúscula de la realización del conjunto de los hombres y mujeres del mundo, poder levantarse codo a codo con los oprimidos, con su clase, en contra de los opresores y terminar con ese abuso, con esa miseria, con ese sufrimiento, demostrar que a pesar de tanta sangre corrida y por correr, de tantas vidas que el sistema se cobro y se cobra, sus ideas inevitablemente van a triunfar.

MARIANO FERREYRA PRESENTE! AHORA Y SIEMPRE!

jueves, 18 de abril de 2013

Tensiones políticas, pasiones sociales y tendencias a nuevos choques. Apuntes sobre la crisis en Venezuela




 Eduardo Castilla

Karl Von Clausewitz señala en el primer capítulo del libro De la Guerra que dos motivos impulsan a los hombres al enfrentamiento: los sentimientos hostiles y las intenciones hostiles. Si los primeros pueden ser encuadrados en el orden de las pasiones, los segundos deben buscarse en el orden de la razón. Si resulta complicado imaginar cualquier conflicto bélico sin la concurrencia de las pasiones, no son éstas sin embargo las que guían la guerra, sino la política, estrechamente ligada a la intención hostil. Pero el papel de las pasiones puede ser mayor en la medida en que grandes intereses se hallen en juego. Eso y no otra cosa es lo que sostenía el militar prusiano cuando escribía que “esa medida no depende del grado de civilización, sino de la importancia de los intereses en conflicto y de la duración del enfrentamiento”.
Clausewitz teorizaba la guerra entre estados, donde la política de los mismos era su sustancia, base de la voluntad que debía ser impuesta en el combate. Un sano intento de evitar las traslaciones mecánicas obliga limitar los efectos de estas formulaciones en el terreno de las relaciones entre clases sociales. Un marxismo que intente pensar desde la predominancia estratégica tiene que tomar las pasiones que se ponen en juego en los conflictos sociales. Cierto es que esas pasiones hallan su base material en los intereses de las clases. Pero sólo un materialismo estalinista (vale decir mecanicista) puede reducir la lucha de clases al interés económico directo.
Si trazamos una línea por la historia reciente de Venezuela, veremos que sentimiento hostil e intención hostil han estado presentes entre las masas por las últimas décadas. Esos sentimientos hostiles hacia el viejo régimen del Pacto de Punto Fijo se expresaron en las calles en el no tan lejano Caracazo que creó un nuevo punto de partida como toda gran acción de masas y “condujo” hasta el régimen chavista. Éste reconfiguró las tendencias políticas creando las bases para un desarrollo nuevo de sentimiento e intención hostil, dividiendo abiertamente a la nación y exportando esa división a escala internacional. 
Durante parte de la década que terminó la oposición venezolana, de la mano del imperialismo, intentó una política abiertamente golpista que fracasó y llevó al fortalecimiento del vínculo de las masas pobres con el chavismo. Esto no implicó que desapareciera la profunda división social que le daba origen a aquella política. El “golpismo” tenía raíces sociales profundas no sólo en la vieja casta política sino en fracciones de la misma burguesía, como lo mostró la presidencia de 47 horas de duración del burgués nativo Carmona allá por el 2002.

La emergencia de una fuerte crisis política

En estas horas de crisis que corren a paso veloz desde la elección del domingo no ha hecho más que emerger el sentimiento hostil de las masas. Sentimiento hostil que hoy se expresa claramente desde la derecha, como se ha visto en los asesinatos brutales cometidos contra trabajadores y militantes chavistas que defendían los CDI (Centro de Diagnóstico Integral) y las sedes de la Comisión Nacional Electoral. Esto tiene una expresión que ponen de manifiesto los 7 muertos y más de 60 heridos que se contabilizaban en la tarde del martes. Que los asesinos de esas personas sean grupos fascistas reclutados por la oposición como señala Elías Jaua, o que se trate de sectores antichavistas militantes convencidos no altera más que los niveles del fenómeno. Los grupos fascistas no podrían asesinar (e incluso intentar quemar viva a una persona) sino contaran con los sentimientos hostiles de franjas amplias de la población. Franjas que, en las elecciones del pasado domingo, intentaron torcer el rumbo del país por medio de la boleta electoral pero que, al fracasar, se movilizan activamente para imponer el recuento de los votos. Que el sentimiento hostil supera claramente a la intención hostil lo ponen de manifiesto los llamados de Capriles a movilizarse en paz. La suspensión de la marcha originalmente convocada para este miércoles en Caracas se hizo en aras de “controlar las emociones”.
Si tomamos una definición amplia de guerra civil, como la que esboza León Trotsky aquí, donde la lucha de clases rompe los marcos de la legalidad, podríamos decir que vimos elementos embrionarios de guerra civil en estas horas y que la suspensión de la movilización buscó evitar una escalada. Desde ese punto de vista, el enfrentamiento físico, basado en la profunda polarización social, está inscripto en la dinámica del conjunto de la situación. Evitarlo ha sido el objetivo de Capriles, pero eso no asegura que los sentimientos hostiles no emerjan por otros poros de la sociedad. 
Las opciones políticas están acotadas. Capriles ha retrocedido momentáneamente para evitar enfrentamientos mayores, pero se halla en una encrucijada. Es el verdadero ganador de la jornada del domingo, el candidato único e indiscutido de la oposición. Pero si retrocede en esta pelea puede perder su lugar de mariscal. Maduro, y el conjunto del chavismo, se hallan asimismo sobre el filo de la navaja. De ahí el adelantamiento el intento de cerrar la crisis por adelantado con las declaraciones del pasado lunes 15/4. De ahí también la extrema dureza de impedir la movilización proyectada para el miércoles. Permitir el recuento implicaba abrir una crisis política de larga duración con la legitimidad cuestionada. Negarlo y presentar el hecho consumado ha desatado otra crisis de las mismas características. Oposición y oficialismo están atados por la profundidad del antagonismo social. De ahí sus estrechos márgenes para retroceder. El sentimiento hostil impone su fuerza a la intención. 

La reemergencia de la derecha

En estos días que pasaron, la reivindicación del éxito electoral chavista ha sido repetida hasta el hartazgo por la intelectualidad autodenominada progresista.  Al mismo tiempo, la crisis detonada por la negativa de Capriles a aceptar los resultados de la elección ha sido condenada por antidemocrática. Pero donde los intelectuales resaltan las puras formas democráticas  y la ausencia de respeto hacia ellas, se encuentran poderosos intereses materiales. No sólo locales sino a nivel internacional. Es esa la explicación de la “presión diplomática” de EEUU en el sentido de pedir que se realice el recuento.
Capriles siguió siendo el candidato de la derecha pro-imperialista. Su “chavización”, como bien señala Fernando Rosso, fue un homenaje a la relación de fuerzas más general. Pero fue la forma táctica de intentar volver al poder que tuvo esa derecha. Cambiaron los medios pero no los fines. Si no cambiaron los fines quiere decir que la “voluntad” (en el sentido clausewitziano del término) que se mueve hacia esos fines tampoco desapareció. Por el contrario, la derecha imperialista siguió anidando en las grandes empresas multimedia, en los negocios ligados al petróleo, donde la creación de empresas mixtas le permitió seguir explotando los recursos del país y quedándose con parte de los activos de esas empresas. El Socialismo del Siglo XXI se presentó como una panacea que implicó una limitada redistribución de la riqueza. Importante para las masas pobres marginadas de la vida social y política por décadas, pero impotente para derrotar el poder capitalista atado al capital financiero internacional. La ideología del régimen chavista se presentó como socialista pero las bases materiales sobre las que se montó esa ideología pertenecen a una nación capitalista semicolonial atada estructuralmente al petróleo. Desde ese punto de vista, la continuidad del poder material de la derecha es terreno fértil para su emergencia política en esta coyuntura. En ese marco deben ser inscriptas las dos devaluaciones que llevó adelante Maduro y su impacto sobre el nivel de vida de las masas que, seguramente, abrieron la posibilidad del cambio de tendencia electoral y la fuga de votos hacia Capriles, incluso entre los mismos trabajadores, como señalan los compañeros de la LTS aquí.

Los límites del chavismo como movimiento político

El sentimiento hostil de las masas populares hacia la derecha se ha expresado en múltiples formas y ocasiones. Los resultados de las elecciones durante estos casi 15 años dieron cuenta de su identificación con Chávez como defensor de sus intereses frente a las agresiones de la burguesía opositora aliada al imperialismo. Pero ese sentimiento hostil no ha estado acompañado de una intención hostil clara del chavismo hacia los que son considerados los enemigos de la revolución bolivariana y el Socialismo del Siglo XXI.
En la década que terminó las masas populares demostraron dos veces heroicamente que estaban dispuestas a enfrentar los golpes de la derecha: en Abril del 2002, cuando por decenas de miles marcharon en defensa de Chávez y lograron derrotar el golpe orquestado por el imperialismo, los empresarios de Fedecámaras y sectores de las Fuerzas Armadas. Luego, enfrentando el durísimo lockout patronal en el petróleo que llevó a una enorme crisis de la finanzas del país a fines de ese año e inicios del siguiente. Esos dos triunfos de la acción de masas configuraron una relación de fuerzas a su favor.
Pero el chavismo, lejos de utilizarla para dar nuevas estocadas, prefirió actuar como Von Clausewitz afirmaba no debía hacerse en la guerra: de manera benevolente. La amnistía a muchos de los golpistas de abril del 2002 fue una señal de esa benevolencia política que mostraba la intención de negociar con las viejas clases dominantes.  El chavismo, al igual que el conjunto de los movimientos nacionalistas burgueses (algunos de los cuáles pueden ser tipificados como bonapartismos sui generis de izquierda) fue incapaces de desarrollar hasta el final el enfrentamiento con el imperialismo. Los finales de ese tipo de regímenes se reparten, grosso modo, entre la capitulación o el derrocamiento golpista. La respuesta de las masas a esos retrocesos siempre necesitó emerger desde abajo, rompiendo los diques de contención puestos por esas direcciones burguesas. El caso del peronismo es ilustrativo. Como hemos señalado alguna otra vez, citando a Alejandro Horowicz “el peronismo resultó el camino defensivo del movimiento obrero (…) a condición de que las diferencias se dirimieran parlamentariamente, pero mostró su incapacidad de defenderse eficazmente cuando la oposición política abandonó el terreno de la legalidad constitucional”. En estas horas hemos visto la emergencia de tendencias, aún muy incipientes, a la ruptura de la legalidad constitucional construida bajo el chavismo. Así, frente a una nueva situación que pondrá a prueba la capacidad de resistencia y acción de las distintas capas de la política y las clases de Venezuela, se abre una tarea urgente para las masas pobres y la clase trabajadora: superar los límites impuestos por la dirección política burguesa del chavismo.
Una de las paradojas del Socialismo de Siglo XXI es la limitada capacidad de acción autónoma que el chavismo permitió a las masas. El conjunto de las instituciones que durante años han sido propagandizadas como desarrollo de las tendencias a la autonomía de masas (milicias populares, consejos comunales, etc.) tiene más de intención y deseo que de realidad material. Es que las tendencias bonapartistas son incompatibles con el desarrollo de instituciones que tiendan hacia la autonomía. Algo sobre eso hemos reflexionado aquí.
La clase trabajadora y el pueblo pobre necesitarán poner de pie su propia organización política para intervenir en el desarrollo de esta crisis. Eso implica, como se señala en esta declaración la inmediata organización de formas de autodefensa frente a los ataques de la derecha, así como dar pasos en la organización de instancias propias de la clase trabajadora, capaces de permitir aglutinar sus fuerzas, tensarlas y prepararlas para los combates por venir.

viernes, 5 de abril de 2013

Las aguas bajan turbias. Crisis social y crisis de representación



Paula Schaller y Eduardo Castilla

Las horas corren, las aguas bajan y lo que queda a la vista no es sólo la destrucción de sus casas que sufren cientos de miles de familias, sino la podredumbre de un régimen de políticos al servicio de los grandes capitalistas y el creciente descontento de los sectores afectados con esa podrida casta. 
Emergen, al mismo tiempo, los enormes límites del Estado burgués para intervenir sobre una crisis social de magnitud. 
Si el discurso de los intelectuales K durante la década pasada fue la reivindicación de la “vuelta del Estado”, el crimen social en curso está demostrando que el Estado sólo volvió para subsidiar a las grandes patronales, que hicieron negocios millonarios mientras hundían los servicios públicos; para garantizar negocios y prebendas a los capitalistas amigos del poder como Cristóbal López; para garantizar los pagos de la Deuda Externa. Pero en esta crisis que estamos viviendo, el "Estado que volvió" es incapaz de llegar hasta Villa Elvira o Villa Montoro en La Plata, donde las cámaras registran todo destruido y emergen múltiples piquetes con una consigna unánime: "que vengan los bomberos". ¿Esos son los “agitadores” que salió a denunciar Alicia Kirchner? 
El Estado en la era K, que es la misma era de Scioli y Macri, está ausente para las masas pobres y trabajadoras, y sólo se hace presente en su versión represiva. Una vez más, como dijo Marx hace más de un siglo y medio, sigue siendo el comité de los negocios comunes de la burguesía.

¿A las puertas de una nueva crisis de representación?

Ayer mismo veíamos a Alicia Kirchner y Scioli siendo abucheados al aparecer en uno de los centros de recolección de ayuda en La Plata. Silbidos e insultos. "¿Cuánto cobran ustedes?", se escuchaba el grito de la gente. A la salida, la gente golpea con puños y patadas los autos oficiales. "¿Dónde está la ayuda?" "Nos dejaron solos". El impresentable intendente platense Bruera, que emitiera tweets falsos que decían que estaba ayudando a la gente mientras estaba vacacionando, también fue increpado por los vecinos furiosos ante su cinismo sin límites. Cada nueva noticia que vemos muestra a otros políticos de vacaciones en el exterior, mientras las inundaciones arrastraban todo. 
Como respuesta ante estas acciones de bronca, Alicia Kirchner lanzó la “teoría” de los agitadores y violentos, y llamó a los argentinos a que "renazca el espíritu solidario que nos caracteriza". Otro cinismo sin límites: ahora resulta que violentos son los vecinos que perdieron todo, hasta sus seres queridos, y no el crimen social masivo orquestado por la desidia del Estado capitalista. Ahora resulta que "los argentinos" tienen que mostrar su solidaridad, cuando la Argentina profunda, obrera y humilde, la demostró desde el primer momento, aún con el agua hasta el cuello, mientras la Argentina de los políticos burgueses y capitalistas es incapaz hasta de la más elemental valoración de la vida de millones. 
Para evitar que se haga visible ante millones la existencia de esas "dos Argentinas" inconciliables están buscando recrear un discurso de "unidad nacional", acorde a la unidad burguesa que vienen mostrando por arriba con los permanentes intentos de aparecer juntos y sin fisuras entre Scioli y CFK. Buscan cerrar las brechas que puedan surgir para evitar que la bronca desde abajo emerja más abierta y masivamente. Seguramente ayer Scioli y Alicia Kirchner sintieron "olor a 2001", cuando la gente enfurecida les gritaba "que se vayan", y es ese estado de ánimo, y su posible conversión en tendencias a la acción más generalizadas, el que intentan contener con el discurso de la unidad nacional. Pero el estado de ánimo está, y es difícil que se cierre cuando el Estado es incapaz de dar resolución a los padecimientos de todos los afectados sin tocar los intereses capitalistas. 
La situación abierta en La Plata, el centro político de la provincia políticamente más importante del país, puede estar gestando la emergencia lo que Gramsci llamaría una ruptura entre "representantes y representados", una crisis de autoridad del Estado, donde para millones se haga visible la completa impericia de los políticos patronales que gestionan los distintos niveles del Estado burgués, a la vez que sus condiciones de vida completamente ajenas a las del pueblo trabajador. Si la masacre de Once chocó con los aires ajustadores de Cristina y la obligó a retroceder de su política de tarifazos, este nuevo crimen social choca y pone en cuestión el clima político reaccionario de “unidad nacional” abierto con la designación del “Papa argentino”. Al mismo tiempo, implica un golpe importante a las figuras políticas de Scioli y CFK. Para el primero es un balde de agua fría para sus aspiraciones a separarse del kirchnerismo. Para CFK constituye una importante contra-tendencia a la relativa recuperación que parecía estar logrando con su alineamiento con Francisco, alias Bergoglio. 
Solidaridad obrera y popular

La herida social que parece estarse abriendo requiere de una salida que vaya en el camino de profundizar la ruptura del orden social que defienden todos los gobiernos, tanto el de Cristina, como Macri o Scioli. Si un crimen social es la resultante de la persistencia de determinadas condiciones en la sociedad que dañarán a  miles, entonces lo que se impone es impedir que esas condiciones se mantengan. 
La enorme solidaridad que se está manifestando desde abajo, es decir, desde el mismo pueblo trabajador, pone a la vista que es posible una solución verdaderamente colectiva a los grandes problemas nacionales. Contra el individualismo reinante durante los noventa y que en parte hemos vivido en los últimos años, al calor del crecimiento económico, los trabajadores y el pueblo son los que recuperan y reconstruyen los lazos de unidad y solidaridad. En esa acción de unirse y ayudarse mutuamente están los gérmenes de todo proyecto de emancipación social  y de transformación revolucionaria del orden existente.
Son las grandes catástrofes como éstas las que ponen, en el imaginario de millones, blanco sobre negro, la distancia sideral entre la casta política y el pueblo trabajador. Son estas catástrofes además las que van permitiendo que millones tomen conciencia de los padecimientos a los que los somete el capitalismo. Frente a las enormes penurias que sufren cientos de miles en este momento, la única salida posible para solucionarlos de manera urgente, pasa por atacar los intereses de los grandes capitalistas que son el verdadero poder detrás del poder político. 

En ese camino las acciones de solidaridad que vienen desarrollando trabajadores de distintas organizaciones obreras combativas y clasistas es un paso adelante en hacer concreta esa perspectiva.