Mostrando entradas con la etiqueta Europa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Europa. Mostrar todas las entradas

martes, 13 de enero de 2015

Revolución Francesa, republicanismo y unidad nacional Digresiones a partir del atentado en Francia

Eugene Delacroix, La libertad guiando al pueblo

Paula Schaller 

La importante cobertura que viene realizando La Izquierda Diario sobre la situación abierta a partir del atentado a Charlie Hebdo, sumada a interesantes análisis como los de Fernando Rosso y Juan Dal Maso, son muy útiles para consolidar un punto de vista por izquierda de lo que hay detrás los hechos y su posible dinámica. Aquí nos tomamos la licencia de disparar una serie de digresiones más tangenciales al respecto, diversas inquietudes, vías de reflexión y relaciones analíticas que nos disparó en estos días el seguimiento de lo acontecido en Francia. 

El "asesinato de Voltaire" 

"Han asesinado a Voltaire", titulaba un periódico francés la mañana siguiente del atentado a Charlie Hebdo. Su conocida frase "no estoy de acuerdo con lo que dices pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo", parece venir como anillo al dedo para la defensa de la libertad de expresión con la que intenta identificarse el régimen político francés. 
Voltaire es otra forma de decir modernidad, racionalidad, así que "los irracionales han matado a la racionalidad". 
Esta metáfora "ilustrada" que remite a la genealogía intelectual francesa, y por extensión Occidental, hunde sus raíces en la dicotomía "civilización o barbarie" como ideología que pregona la superioridad cultural, ética y moral de los "valores europeos", dilema que Sarmiento supo inscribir en la tradición político-cultural de la oligarquía liberal y pro-europea de estas pampas. 
Es sabido que Voltaire expresó en el terreno intelectual los intereses de una burguesía ascendente que pugnaba por limitar los poderes de la nobleza y del clero para desarrollarse, y que no pudo más que expresar a la vez tanto los aspectos avanzados como los límites históricos de esa burguesía. Por eso mientras debatía encarnizadamente contra un Bousset que justificaba el origen divino del poder monárquico y hacía de la Historia el resultado del espíritu universal y trascendente motorizado por la providencia, Voltaire propugnó una Historia motorizada por las voluntades individuales, pero como "todos los individuos son iguales pero algunos son más iguales que otros", la voluntad individual que mueve la Historia volteireana es la del monarca (de ahí su historiografía centrada en Carlos XII, Luis XIV como ejes del proceso social). Así las cosas, no superó los marcos político-ideológicos del despotismo ilustrado, precisamente porque expresaba los intereses de una burguesía que había crecido al amparo del autoritarismo real y muy lejos estaba del republicanismo. 
No deja de resultar metafórico al respecto que Voltaire haya sido nombrado  "Padre de la Patria y la Revolución" en el año 1791, cuando ésta última todavía no se había hecho regicida (la cabeza de Luis XVI recién rodó al año siguiente) y la primera era más restrictiva y elitista que la "Patria" consagrada por imperio del Gran Terror jacobino posterior. 
Es claro que el racionalismo marcó un punto de inflexión hacia el pensamiento moderno occidental, pero el caso es que la tradición intelectual francesa está más a gusto reivindicando a los filósofos ilustrados, por poco republicanos que hayan sido, que a los jacobinos que, incluso contra la gran burguesía, permitieron la instauración de su dominio económico-social dando los verdaderos tiros de gracia al Ancien Régime. 
Ya Marx había dicho que el terrorismo francés en su conjunto (se refiere al Gran Terror jacobino entre 1793 y 1794) no fue más que una manera plebeya de terminar con los enemigos de la burguesía; pero como la burguesía era pactista y contraria a los "métodos plebeyos", los Jacobinos "no solamente privaron a la burguesía del poder, sino que también le aplicaron una ley de hierro y de sangre cada vez que ella hacía el intento de detener o 'moderar' el trabajo de los Jacobinos. En consecuencia, está claro que los Jacobinos han llevado a término una revolución burguesa sin la burguesía." (Trotsky, Nuestras tareas políticas)
Quizás por esto Robespierre no tenga en Francia las estatuas ni los laureles de los que goza Voltaire, cuando lo que dio al liberalismo su fuerza atractiva fueron precisamente las tradiciones de la Gran Revolución francesa, de su punto más alto como fue la democracia (o dictadura, como se prefiera) jacobina y sans-culotte . Pero si como sintetizó Trotsky, en los siglos que siguieron a la Gran Revolución la burguesía mostró en efecto su incapacidad de hacer honor a las tradiciones de su juventud histórica, consagrando un régimen social opuesto a toda verdadera libertad, igualdad y fraternidad entre los pueblos, la antigüedad de su tradición revolucionaria permitió construir en Francia un arraigado discurso republicano que fue explotado en cada momento de crisis como elemento integrador del régimen político y como fuerte sentido de identidad nacional insuflado hacia el conjunto de las clases. 

El bicentenario de la Revolución Francesa, la "cuestión inmigrante" y el "fin de la revolución" 

Para el año 1989 corría el segundo gobierno del socialista Francoise Miterrand y Francia se aprestaba a celebrar el bicentenario de la Revolución Francesa, una enorme oportunidad de afianzar el ya de por sí profundo patriotismo francés a la vez que revitalizar la imagen de París como faro cultural del "mundo civilizado", para lo que se remodeló el Louvre y se prolongaron los Campos Elíseos. 
Se venía de los tiempos de la cohabitación con Chirac (pronto se daría el apoyo francés a la primera guerra del Golfo) y donde el fin del boom económico, -los llamados "30 gloriosos" años que transcurrieron entre  los 50 y los 80- dio lugar a despidos masivos en la industria que sufrieron particularmente los inmigrantes, que se ubicaron a la vanguardia de la lucha. El gobierno socialista azuzaba el odio anti-inmigrante y particularmente anti-musulmán para poner al país contra los obreros en huelga, difundiendo consignas como "trabajo sólo para los franceses" o "universidades sólo para los franceses". Importante cinismo cuando no sólo la Francia de la posguerra se había reconstruido en base a la entrada de inmigrantes de sus ex colonias norafricanas, sino que en el post-mayo francés, las propias patronales industriales usaron el Islam como baluarte en la lucha contra el comunismo (que aunque había prestado grandes servicios a la burguesía desviando el ascenso revolucionario francés en la posguerra y traicionando las demandas del movimiento del 68 por míseros aumentos salariales no dejaba de ser un partido revestido de la tradición de la Rusia revolucionaria). Las patronales, desde los sindicatos amarillos como la CSL (Confederación de Sindicatos Libres) impulsaron el Islam como forma de segregar y controlar a los obreros en las fábricas. Gülles Kepel, en su libro Las banlieues del Islam describe como "colocar una estructura islámica [que incluyó salas confesionales] al interior de las fábricas representó muchas ventajas para la gerencia (...) ello reforzó la adhesión de los obreros musulmanes al espíritu de la compañía, reconociendo que esta les permitía practicar su religión", y esto mientras el gobierno desde los medios de comunicación denunciaba a los huelguistas norafricanos de Citröen, Renault, Talbot como "ayatollahs en las fabricas". 
En el marco de esta creciente lucha de clases, el bicentenario de la Revolución Francesa proporcionó al gobierno "socialista" la oportunidad de lanzar una enorme operación ideológica conservadora, recreando un espíritu de unidad nacional republicana que encontró en Francois Furet su extremo flanco derecho, aunque no por esto menos  influyente entre la intelectualidad y los medios culturales y de comunicación. Frente al debate historiográfico en torno a la significación de la Revolución Francesa, Furet encabezó el ala revisionista sentenciando que "La Revolución está terminada", sólo era un hecho inerte, carente de actualidad, que había dejado de ocupar un lugar en el imaginario colectivo de los franceses. El país debía ajustar cuentas con su pasado violento, ese que Furet ya había definido en su anterior Pensar la Revolución como un modelo de desviación totalitaria de la época moderna, y entrar definitivamente en la vía de las reformas evolutivas. Para Furet "la idea  revolucionaria es la imposible conjura de la desdicha (...) en la medida en que la libertad y la igualdad de los hombres constituyen promesas absolutas, preñadas de esperanzas ilimitadas, y por lo tanto imposibles de satisfacer" (Francois Furet, Pensar la revolución) La operación común a la vertiente revisionista fue la de negar la revolución como una vía necesaria para el cambio, considerando que en la modernidad -entendida como una progresión hacia la ampliación de la democracia y el crecimiento económico- la revolución juega un rol obstaculizador ya que tiende a generar regímenes políticos autoritarios y destructivos. Lejos de lo que sostuvo Hobsbawm en Los ecos de la Marsellesa, donde plantea que los ataques de los revisionistas no tuvieron el objetivo de conjurar el peligro de alguna agitación social sino de ajustar cuentas con su propio pasado marxista, la realidad es que, más allá de que algunos de sus postulados resultaran poco digeribles para la intelectualidad que se reclamaba heredera de la tradición republicana, la idea del "fin de la revolución" y la condena a la violencia revolucionaria proporcionaron un importante sustrato ideológico en momentos en que el fin del boom de posguerra y la "cuestión inmigrante" se habían revelado como factores de conflicto que amenazaban con volver a abrir una crisis en Francia.  En una entrevista al Le monde diplomatique del año 1988 el primer ministro socialista Michel Rocard reivindicaba al bicentenario "porque convenció a mucha gente de que la revolución es peligrosa y que si puede evitarse, tanto mejor". 

Sobre "El momento churchilliano" (o neogaullista) de la V República 

Varios analistas utilizaron en los últimos días la metáfora del "momento churchilliano de la V República", que como bien se dijo alude al retorno de Churchill al cargo de premier inglés para comandar el esfuerzo bélico en la Segunda Guerra Mundial . Una burda forma de clamar a favor de un mando fuerte y centralizado que prepare a Francia para la batalla contra el "enemigo islamita". Pero para tomar una analogía más propiamente francesa podríamos hablar de un "momento gaullista" para definir, salvando las distancias históricas, la operación política a la que parece apostar el gobierno francés. La propia V República francesa actual hunde sus raíces en la política bonapartista de De Gaulle que a fines de los  '50  sometió a referéndum la instauración de un régimen con un ejecutivo fuerte, estableciendo la elección directa presidencial como forma de darle más unidad a un régimen político que sufría de una endémica inestabilidad profundizada por la guerra de independencia de Argelia, que maximizó las tendencias centrífugas con el crecimiento de variantes de extrema derecha como la OAS (Organisation de l'armée Secrete) que presionaba al gobierno por una política todavía más dura frente a la guerra colonial, en el marco de que el régimen francés históricamente había contenido una izquierda con  peso de masas en el movimiento obrero  (el PCF, prestigiado durante la Resistencia como el "partido de los 75 mil fusilados", contaba en la inmediata posguerra con unos  5 millones de votos, un 25 % del electorado). 
Por estos días el gobierno de Hollande intenta recrear un espíritu de unidad nacional republicano que nos recuerda al que difundió De Gaulle luego de la Liberación de París en 1944 (que marcó el fin de la Francia colaboracionista de Vichy)  donde se trataba de alentar la reconstrucción económica francesa y desviar el ascenso revolucionario de posguerra, tarea a la que contribuyó activamente el PCF. En su famoso discurso de Bayeux, -la primera ciudad liberada en junio del 44-  que pasaría a la historia como el primer discurso pronunciado en territorio de la Francia libre, De Gaulle  planteó "Tantas convulsiones han acumulado en nuestra vida pública germenes venenosos de los que se intoxica nuestra antigua propensión gala a las divisiones y querellas. Las pruebas extraordinarias por las que acabamos de pasar no han hecho sino agravar este estado de cosas. La situación actual del mundo en que, tras ideologías opuestas, se confrontan potencias entre las cuales estamos colocados, no deja de introducir en nuestras luchas políticas un factor de turbación." Un discurso que desestimaba los extremos ideológicos llamando a una unidad nacional que no tenía otro objetivo que el de salvaguardar la Francia imperialista, evitando la verdadera liberación de los cientos de miles que habían combatido armas en mano contra la ocupación alemana y el colaboracionismo de la burguesía francesa. Claro que hoy el régimen político francés no cuenta ni de lejos con un De Gaulle, que entre otras cosas pudo comandar la unidad nacional en el marco de un histórico boom económico, algo que claramente Hollande, que en el marco de su plan de ajuste ante la crisis capitalista venía de batir récords de imagen negativa (8 de cada 10 franceses no lo querían), no tiene. Pero este se encuentra ante la oportunidad histórica de reforzar el presidencialismo y reeditar su propia ficción de la "Francia Libre" (libertad es la palabra que más se escucha en la histórica movilización que está teniendo lugar en estos momentos), moviendo el panorama político al centro para desplazar al ultraderechista Frente Nacional de Le Pen que venía de ganar las elecciones europeas de mayo de 2014 y  no fue invitado a la movilización. A esta operación de reconstrucción del centro republicano concurre la prensa, francesa y europea,  que en general viene desestimando los extremos a la vez que alienta una "república más dura". Un periodista del diario El País escribía: "es el momento, ahora o nunca, de hacer gala de una sangre fría republicana que hará que no nos abandonemos a las funestas facilidades del Estado de excepción", identificando a este último con las intenciones del Frente Nacional. En el mismo sentido, el artículo plantea que unidad nacional es lo contrario a la política de "Francia para los franceses" que agita aquel. Todas ideas que concurren en un llamado a cerrar filas para la unidad del régimen, pidiendo políticas más duras pero que no caigan en el racismo abierto del Frente Nacional. Todo bajo el manto del republicanismo, claro. 
La movilización en "defensa de los valores de la República", que avanza por el boulevard Voltaire, está encabezada por los principales mandatarios de la Europa del ajuste, incluido el masacrador y sionista Netanyahu, que buscan explotar la conmoción por el brutal atentado para consolidar una unidad reaccionaria anti-inmigrante y explotar este estado de ánimo en el marco de la crisis que azota al continente. 
Los medios ya hablan de la mayor movilización de la historia del país después de la Liberación, una comparación que opera como metáfora histórica que surca lo más profundo del imaginario de la unidad nacional francesa.


domingo, 17 de marzo de 2013

Iglesia, control social y lucha de clases. Apuntes sobre la asunción de Francisco I



 Eduardo Castilla


La elección de Bergoglio como Papa se ha transformado en un hecho político de alta magnitud, tanto en el terreno internacional como en la política local. No es para menos, Benedicto XVI rompió una tradición de más de 6 siglos, renunciando a su puesto en vida, desnudando una crisis profunda que recorre a la milenaria institución. Al mismo tiempo, la designación de un argentino marcó un quiebre con la tradicional elección de Papas de origen europeo. En el terreno de la política nacional, la elección de Bergoglio le da cierto aire a la recuperación de la Iglesia en tanto institución de control social y mediadora activa en la política del país. En este post, resultado de una discusión colectiva, trataremos de volcar algunas ideas sobre estas cuestiones. 


Crisis política y acción directa


Lo que emerge en el fondo de la elección del Papa del “fin del mundo” es la profunda crisis de legitimidad que atraviesa la Iglesia Católica. Crisis ligada a curas pedófilos, a negocios millonarios, a dinero de mafiosos en las arcas del Vaticano, entre otros lastres de una institución milenaria que supo “adaptarse” a los tiempos de la Restauración burguesa. Tiempos que empiezan a cambiar con la crisis capitalista en curso y los procesos de lucha social y política que van emergiendo. Es, desde ese punto de vista, de donde hay que partir para analizar las causas de esta elección. Desde allí además, habrá que ir evaluando si los movimientos de Francisco se convierten en movimientos “orgánicos o de coyuntura”, tomando los parámetros de Gramsci y, hasta dónde, puede cumplir con éxito su misión reformista-restauradora, como dice en este muy buen post el amigo Fernando Rosso.  

La elección de Bergoglio se da en el marco de la más profunda crisis que haya conocido el sistema capitalista mundial en los últimos setenta años. Crisis que, cada vez más homogéneamente, afecta al conjunto del planeta. Asistimos, además, a los efectos políticos de esta enorme “incursión catastrófica”: el desarrollo de un proceso extendido de crisis políticas o crisis orgánicas según esta afirmación de Gramsci, de ruptura o separación entre dirigentes y dirigidos. Lo vemos desarrollarse en el viejo continente con la emergencia de tendencias reaccionarias de derecha (Aurora Dorada, FN en Francia) y el fortalecimiento de una izquierda reformista (Syriza, Front de Gauche). Este proceso se expresa además en Italia, donde la crisis de los partidos tradicionales llevó para arriba al cómico Beppe Grillo. A su vez, en Francia y España, vemos el rápido desgaste de gobiernos de elección reciente. La raíz de estos fenómenos, que se complementan con los procesos de masas en el norte de África, es la brutal miseria a la que están sometidos millones en todo el mundo, producto de la crisis. La Iglesia como institución mediadora se prepara entonces para contener el conflicto que potencialmente se desarrolle a partir de estos procesos en curso.

Esta crisis de la Europa capitalista es, en cierta medida, una crisis de sus capas dirigentes a las que el Vaticano y la Iglesia difícilmente escapan. Es preciso recordar que Bergoglio es el primer Papa no europeo. Como se señala acá, El papado en un audaz movimiento geoestratégico cambia de continente, de Europa a América, a la América hispana, adelantándose a la sentida necesidad de un nuevo orden mundial”. En ese marco, como ya se ha resaltado, la imagen de “austeridad” y de una Iglesia “inclinada hacia los pobres” intentará cumplir ese papel de ruptura y superación de una institución “bañada en oro”. 


La sombra del Papa sobre América Latina


Raúl Zibechi, a tono con una franja importante de la intelectualidad latinoamericanista, señala que “La elección de Bergoglio tiene un tufillo de intervención en los asuntos mundanos de los sudamericanos, a favor de que el patio trasero continúe en la esfera de influencia de Washington y apostando contra la integración regional. Por su parte, el bloguero K, Gerardo Fernández afirmaba, a pocas horas de la elección, que “Si Juan Pablo II vino a operar el derrumbe del bloque socialista del este europeo, no es desatinado pensar que ahora la Iglesia necesita jugar fuerte en un continente llamado a jugar un rol destacado en los próximos años y para ello empodera a un tipo sumamente hábil como el arzobispo de la ciudad de Buenos Aires”.

En el post de Fernando Rosso que citamos antes es confrontada esta hipótesis. La misma subvalora el conjunto de problemas que debe afrontar la Iglesia como institución de control social en todo el planeta. Los casos de pedofilia que atravesaron Europa y EEUU son un lastre enorme para el Vaticano, junto a la crisis de las finanzas del Vaticano y el escándalo del Vatileaks. Todos estos elementos no tocan directamente al rol de los gobiernos latinoamericanos.  

Por otra parte, en América Latina, a pesar de concentrar el mayor porcentaje de creyentes dentro de los casi 1200 millones en todo el mundo, el catolicismo viene perdiendo adhesión. Así lo expresa esta nota que afirma que “En Brasil, el país con más católicos en el mundo, la cantidad de practicantes que se consideran católicos cayó del 74 por ciento en 2000 al 65 por ciento en 2010, según datos del Gobierno”. Los datos del resto del continente no son mejores. La preocupación hacia América Latina pareciera estar más ligada a esta cuestión que a la radicalidad de procesos políticos que, hasta ahora, han tenido cortocircuitos menores con la Iglesia. Esto no niega que, en tanto institución al servicio de las clases dominantes, actúe a futuro, si vemos desarrollarse nuevos ascensos de masas en la región. 


La Iglesia y el control social


Marx definió a la religión como “el opio de los pueblos”. Pero el opio no actúa en el aire, sino que requirió su propio aparato de funcionamiento para garantizase estructura, continuidad y relación con las clases dominantes. En el marco de una sociedad dividida en clases antagónicas, la religión (al igual que la moral) es un factor actuante de la lucha de clases. La Iglesia como institución oficial de la religión católica puede actuar más efectivamente para atenuar las contradicciones de clase en la medida en que recupere prestigio y extensión.  

Gramsci, enfatizando el rol de los intelectuales tradicionales, es decir aquellas categorías intelectuales preexistentes y que además aparecían como representantes de una continuidad histórica no interrumpida aun por los más complicados y radicales cambios de las formas políticas y sociales”, señalaba a los eclesiásticos como ejemplo paradigmático de esa función. La casta clerical efectivamente pervivió más allá de cambios radicales como las revoluciones burguesas de los siglos XVII, XVIII y XIX. Como señala Fernando Rosso, tanto en Cuba como en otros países del Este europeo, las burocracias que emergieron en esos estados obreros deformados permitieron la continuidad de la Iglesia que, como quedó en evidencia en Polonia, jugaron un rol en los avances de la restauración capitalista.

Allí donde subsiste la desigualdad social, la Iglesia como institución amortiguadora de esas tensiones, está obligada a cumplir un papel. 


Iglesia y lucha de clases. De la Teología de la Liberación al Golpe del 76


Las décadas del 60’ y 70’ fueron prolíficas en lucha de clases, con ascensos revolucionarios en todo el mundo. Esto no podía menos que incidir al interior de la Iglesia, una de las instituciones de la “sociedad civil” más ampliamente extendidas por el tejido social. En América Latina, junto a la Teología de la Liberación y el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, emergieron tendencias internas que cuestionaron el alejamiento de la Iglesia de los pobres así como su alineamiento con los sectores dominantes.

Los golpes militares que cerraron ese proceso en América Latina pusieron de manifiesto un corte horizontal al interior de la Iglesia. En Argentina, se dio una división tajante. Por un lado la capa superior, completamente ligada a las FFAA y a las clases dominantes. Por el otro, sectores de la misma Iglesia que, junto con miles de luchadores obreros, estudiantiles y populares, fueron masacrados por el golpe genocida. 
Como señala Horacio Verbitsky en su libro La mano izquierda de Dios, “Hacia afuera, la Iglesia Católica constituía una de las fuentes de legitimidad del gobierno militar. Hacia el interior de las propias filas castrenses, santificaba la represión y acallaba escrúpulos por el método escogido, de adormecer con una droga a los prisioneros y arrojarlos al mar desde aviones militares” (Pág. 40). Es decir, la Iglesia argentina fue central en el genocidio cometido a partir de 1976.

La profundidad de esa actuación está marcando la asunción de Bergoglio. A pesar de los intentos de presentarlo como desligado del golpe de 1976, el papel central de la Iglesia argentina en el genocidio es más que evidente y el rol de Bergoglio al frente de la congregación de los Jesuitas muestra como imposible su “inocencia”. Ante esta discusión, que implica una debilidad “de origen” en la imagen del nuevo Papa, han salido a defenderlo el vocero del Vaticano Lombardi y, aquí, en nuestras tierras, los medios que fueron parte central del aparato ideológico del Golpe militar, es decir Clarín y La Nación. 



De las batallas ideológicas a las batallas políticas


Pero el combate contra la institución Iglesia y su rol político-ideológico debe articularse con la necesaria batalla que, de manera paciente, los revolucionarios deben llevar adelante para ayudar a los sectores explotados y oprimidos de la masas a superar la creencia en una salida en “el más allá” que implica la absoluta resignación en el presente. Algo que, por ejemplo, las Bienaventuranzas expresan al celebrar el sufrimiento y la pobreza.

Lenin, citando a Engels señalaba que sólo una práctica social consciente y revolucionaria, será capaz de librar de verdad a las masas oprimidas del yugo de la religión”. Es decir, la superación de la conciencia religiosa no puede ser impuesta sino que es el resultado, en primer lugar, de la actividad consciente de las masas mismas. Pero la verdadera posibilidad de superarlo sólo puede ser abierta por la liquidación del orden capitalista, única base real para la superación de las contradicciones brutales de las contradicciones económicas que fortalecen la “fe en el más allá”. Al decir de Marx “la miseria religiosa (que) es, al mismo tiempo, la expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real” y “la critica a la religión es, en germen, la crítica a este valle de lágrimas, rodeada de una aureola de religiosidad”.
Pero, como señalamos al principio, la misma designación implica consecuencias sobre la política nacional. Un efecto que seguramente veremos será el fortalecimiento de la Iglesia como mediación política de peso en la escena nacional. Un argentino en el Vaticano es un espaldarazo para una institución que tiene un alto desprestigio en sectores de masas, producto de su rol en la Dictadura y de haberse opuesto a cambios democráticos, como la Ley del Matrimonio Igualitario, recientemente.

De allí que todo paso que pueda ser dado que vaya en el camino de debilitar su poder e influencia, tiene un carácter progresivo. La experiencia de los años 70’ en Argentina mostró que, a pesar de las tendencias críticas que emergieron en su seno, la Iglesia no pudo ser reformada. Por el contrario, terminó actuando como parte del armado golpista que garantizó el aniquilamiento de una generación entera de luchadores y luchadoras revolucionarias. Fue la que, ideológicamente, fundamentó la “justeza o no” del accionar genocida contra los enemigos “de la Patria y de Dios”, llegando a plantear que “Satanás es el padre de todos los subversivos” (Verbitsky, pág. 35).
La lucha contra esta institución reaccionaria, cómplice de la masacre de una generación de luchadores obreros y populares, que hoy se opone a los derechos de las mujeres y las personas LGTTB, es una bandera más para marchar este 24 de marzo.

sábado, 2 de marzo de 2013

La Iº Internacional y su lugar en la historia (1º parte)


 Eduardo Castilla y Paula Schaller

 Publicado en La Verdad Obrera 512


Desde el inicio del capitalismo, la lucha de los trabajadores tomó, muchas veces, carácter internacional. Esto no es extraño porque el sistema capitalista es el primero que se extendió por todo el mundo. Como dijo Karl Marx hace más de 150 años, la burguesía crea un mundo a su imagen y semejanza, derribando la barrera de las fronteras nacionales. Ya en el Siglo XIX los trabajadores tuvieron que discutir cómo organizarse para evitar que los capitalistas usaran las divisiones nacionales para imponerles una mayor explotación. Por eso Marx y Engels terminan el Manifiesto Comunista con la consigna de “Proletarios del mundo entero, uníos”. El siglo XX mostró la necesidad del internacionalismo obrero en 1917, cuando la clase obrera conquistó el poder por primera vez y fue atacada por 14 ejércitos imperialistas. Era necesario que la revolución triunfara en otros países para que Rusia no quedara aislada. Hoy sigue siendo necesario el internacionalismo obrero, cuando el capitalismo abarca al conjunto del mundo, bajo la dominación de algunas pocas potencias imperialistas y el control de grandes monopolios económicos que se reparten el planeta mientras lo destruyen. Para dar un simple ejemplo, los trabajadores brasileños serían grandes aliados de los trabajadores argentinos si se desatara una lucha contra los monopolios de la industria automotriz con plantas en ambos países. La clase obrera construyó a lo largo de su historia organizaciones internacionales de lucha que sirvieron de punto de apoyo para la organización obrera y que luego sufrieron derrotas. Aprender las lecciones de esas grandes organizaciones que reunieron a los obreros más conscientes de todo el mundo en la lucha contra el capitalismo es el objetivo de la serie de notas que presentamos a continuación. Para los trabajadores, los jóvenes y los estudiantes que hoy empiezan a luchar y organizarse, es preciso aprender de estas enseñanzas para que sea la clase obrera la que triunfe.

La Iº Internacional o Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) nació el 28 de setiembre de 1864, en una reunión celebrada en Londres con delegaciones de trabajadores de Inglaterra, Francia, Alemania e Italia. La fundación de la AIT se dio después de un largo período de retrocesos, resultado de la derrota de las revoluciones de 1848-49, también llamada la “Primavera de los Pueblos”1. Eso había dado lugar a un período negro para los trabajadores en donde las organizaciones obreras eran perseguidas y sus dirigentes terminaban en la cárcel o en el exilio.
Desde fines de los años ‘50, la situación empezó a a cambiar por una combinación de factores. Por un lado las crisis económicas de 1857-58 y de 1863 golperaron con fuerza en todo el continente europeo. Estas dos crisis llevaron al inicio de protestas, movilizaciones y al surgimiento de un nuevo sindicalismo más combativo en Inglaterra. Además se desarrollaron acciones de solidaridad internacional, donde los sindicatos ingleses organizaron la ayuda a quienes pasaban hambre en Francia. Junto a la crisis, la Guerra Civil en EE.UU. conmovería a todo el continente. La simpatía de la clase trabajadora estaba del lado del Norte contra el Sur esclavista. A principios de 1863 el pueblo polaco se levantó contra la opresión que ejercía Rusia, donde reinaba el zar Alejandro II. Esta rebelión también despertó la simpatía de los pueblos y los trabajadores de Europa. En uno de los actos de apoyo a esa insurrección surgió la iniciativa de organizar a la clase obrera internacionalmente.

Las dos corrientes que se unen en la Iº Internacional

En este marco se fundó la Iº Internacional, que expresó la unidad de dos corrientes. Por un lado, las organizaciones sindicales inglesas, las más desarrolladas de todo el continente, lo que no es extraño porque Inglaterra era el país de mayor desarrollo capitalista. Junto a la organización sindical, existía una fuerte tradición de lucha por los derechos políticos de la clase trabajadora. Allí se había desarrollado el movimiento Cartista que en 1837 daría a conocer la Carta del Pueblo que incluía una serie de reivindicaciones políticas básicas2. No fue la bondad de los capitalistas sino las luchas que dieron esos trabajadores lo que permitió conquistar muchos derechos políticos que hoy siguen existiendo. Los ataques de los capitalistas empujaron a este sector a avanzar en la organización internacional. En un documento de 1863, los dirigentes ingleses decían: “Cada vez que intentamos mejorar nuestra situación por medio de la reducción de la jornada de trabajo o el aumento de los salarios, los capitalistas nos amenazan con contratar obreros franceses, belgas y alemanes, que realizarían nuestro trabajo por un salario menos elevado. Por desgracia, esta amenaza se cumple muchas veces”3. La solidaridad y la organización internacional eran necesarias para pelear por mejorar sus condiciones de vida frente a la división que imponían los capitalistas. Aún hoy, como hace 150 años, los empresarios dividen a la clase obrera para aumentar sus ganancias, empleando trabajadores inmigrantes por un menor salario.
La otra corriente estaba integrada por delegaciones de trabajadores de Francia y obreros de origen alemán, que se hallaban exiliados en Inglaterra luego de la revolución de 1848. Estos sectores, aunque eran más avanzados en sus ideas porque se proponían luchar por terminar con el sistema capitalista, eran más débiles en su organización. En sus países, el movimiento obrero estaba menos desarrollado y la revolución de 1848 había sido derrotada, algo que no ocurrió en Inglaterra. Marx se hallaba cercano a los obreros alemanes exiliados y, gracias a eso, participará en la Conferencia de fundación de la AIT y pasará a ser parte de la Comisión encargada de redactar los Estatutos y el Mensaje inaugural de la Internacional.

El papel fundamental de Marx

Marx logró que tanto en el Mensaje inaugural como en los Estatutos se mantuvieran las ideas más importantes formuladas en el Manifiesto Comunista de 1848: la necesidad de una organización independiente de la clase trabajadora, la pelea por la liberación completa en el terreno económico a la que sólo se puede llegar por medio de la lucha política, la necesidad de la unidad de los trabajadores de las distintas ramas económicas y de los distintos países para enfrentar al capitalismo4. Marx pudo hacer esto de forma tal que fuera aceptable para el movimiento obrero de ese momento, que estaba más extendido y desarrollado en todos los países, pero era menos consciente en cuanto a las ideas revolucionarias, luego de años de retroceso. Para Marx éste era el punto de partida para el posterior avance de la conciencia de los trabajadores. Precisamente esto permitió que la AIT expresara al movimiento obrero real que se venía desarrollando. Contra todos los intentos de imponer ideas que no fueran el resultado del proceso de luchas de los trabajadores, Marx y Engels dieron peleas para que la AIT englobara a todas las organizaciones reales del movimiento obrero.
De conjunto, la AIT cumplió dos funciones fundamentales: en primer lugar, permitió agrupar a todas las organizaciones obreras reales que existían en ese momento. Al mismo tiempo, ayudó a que las mismas avanzaran en una conciencia clara de sus objetivos. Esto último, como veremos en la segunda parte de esta nota, se hizo por medio de importantes luchas dentro de la Internacional.
1 Ver: “Revoluciones y procesos revolucionarios en los siglos XIX y XX” en La Verdad Obrera Nro. 142, 1/07/2004. Disponible en www.pts.org.ar.
2 Entre ellas se contaban el sufragio universal masculino, el voto secreto, el sueldo anual para un diputado y la abolición del requisito de tener una propiedad territorial para ser candidato. Estas últimas dos condiciones daban la posibilidad a los obreros de ser candidatos, sino les era imposible.
3 Marx y Engels, David Raizanov, séptima conferencia.
4 Ver los “Estatutos Generales de la Asociación Internacional de los Trabajadores” en www.marxists.org.