sábado, 30 de agosto de 2025

Un borde platino

 


El borde platinado de la galaxia lo contemplaba desde lejos. Singular figura, atravesando el espacio detrás de un vidrio espejado que devolvía el fulgor intenso de millones de estrellas. Giró sobre sí mismo y empezó a levitar hacia el halo de luz. Descendió. Nueve niveles hacia el centro de la nave. Utilizó esa fracción de segundo que demora el descenso para delinear su último argumento: “No existe el tiempo perfecto. Solo existe el tiempo”.

Prim lo esperaba. Conectado a decenas de años luz, partiendo el espacio en dirección al pasado, acercándose a eso que alguna vez fue llamado Tierra y no era ahora más que un recuerdo lejano en la cabeza de las generaciones que habían colonizado la Galaxia. Aquel navegante aparecía destinado a una tarea monumental: corregir el camino del tiempo; impedir el salto entrópico que amenazaba desmembrar ese presente. Este presente.

- Comandante.

- Sub-comandante.

Obligado, aquel saludo protocolar era pura apariencia. Ritual innecesario entre dos hombres que compartían una vida desde hacía décadas. Un protocolo impuesto por las necesidades de un sistema normativo que, aun admitiendo su decadencia, garantizaba las formas. Mientras el universo marchaba a su extinción, aquel sistema político se empeñaba en una tiranía de las reglas que carecía de necesidad.

- Debo declinar, Prim. No puedo elegir el fracaso. Y no tengo herramientas para volver a intentar torcer nuestro destino. Es tu obligación asumir mis responsabilidades, mi cargo. Y mis obligaciones.

Prim caviló unos segundos. Intentó aislar sus propias ideas, separarlas de ese torrente común que conformaba la comunicación con Herko. Intentó lo imposible: pensar en privado. Sabía que estaba obligado. Que en la rígida jerarquía del sistema político galáctico no había declinaciones tempranas. Herko estaba en su derecho a hacerlo. Era, más bien, una imposición de las circunstancias. Había sido elegido para una misión que era incapaz de completar.

- Asumo sus responsabilidad. Sus obligaciones son, desde ahora, las mías.

- Estimado Prim: No existe el tiempo perfecto. Solo existe el tiempo.

La nave de Herko dibujó una curva brillante en el espacio, acelerando hacia el borde platino de la Galaxia. El hombre que había dirigido por 10 años la oficina más importante de aquel sistema político se despidió del nuevo líder. Sus últimas palabras fueron una ofrenda, un deseo de suerte. Conformaban, también, una carga inmensa. Una responsabilidad que solo podía asumirse en el pasado. En otro pasado; más distante, más gris, más opaco.




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