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viernes, 12 de febrero de 2016

Horacio González y el relato después del Relato

Foto: Anfibia


Eduardo Castilla

“Entonces el peronismo para mediar toma la palabra revolución y ésa es una de sus alas semánticas; y al mismo tiempo que la toma la quiere como conjurar, contener, explicar que no es tan así a sus otros interlocutores que son empresarios, personajes de la Bolsa. El discurso de la Bolsa es un discurso que muchos intentamos ponerlo en el lugar de un discurso de ocasión para contener lo que una revolución legítima provoca en el sector reaccionario, llamado así por la reacción a la revolución. No tengo la tendencia a pensarlo, aunque siempre me originó ciertas dudas, como una expresión de lo que era la verdad del peronismo. Para mí la verdad del peronismo era como un vacío de los que hoy habla la historia política, como núcleo de indeterminación o de indecibilidad” (Horacio González, Historia y pasión)

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Por estos días Horacio González (HG) ensaya una suerte de balance del período kirchnerista. Pero, al igual que lo afirma en la cita que antecede, parece poco dispuesto a querer pensarlo a fondo.

Lejos de un intento de dilucidar algunas claves que permitan explicar la derrota electoral del pasado 22 de noviembre y el declive político que por estas horas exhibe el kirchnerismo más concentrado, HG se propone ser el vocero de una repetición talmúdica. Repetición del relato o de aspectos centrales del mismo.

El ex director de la Biblioteca Nacional y uno de los referentes de la ya extinta Carta Abierta, sostiene los tópicos comunes que fueron construidos desde el vértice del poder estatal, en aras de la “gobernabilidad”.

Muy lejos de Clausewitz, muy cerca de Laclau

HG ha publicado hasta el momento 5 de las 10 entregas prometidas para realizar un balance del kirchnerismo. Se trata de una suerte de ensayo en cuotas, presentado bajo el título Derrota y esperanza: un folletín argentino por entregas y se puede leer en la página La Tecl@ Eñe.

En la primera de las entregas HG se centra en la llamada “batalla cultural”. No se trata de una elección arbitraria o infundada, sino que el conjunto de su esquema –por lo menos hasta la última presentación- está orientado a pensar los límites del “proyecto” desde la batalla contra Clarín y desde los discursos puestos en circulación.

Dice allí que “lo que se definió como “batalla cultural” tenía varias piezas centrales (…) una de las cuales era una formidable pieza legislativa, finalmente aprobada pero a la vez neutralizada luego por distintos medios (esencialmente jurídicos), que se llamó ley de servicios de comunicación audiovisual, nombre técnico de un conjunto de disposiciones tendientes a desmonopolizar el control de audiencias (…) Esta ley apuntaba especialmente al grupo Clarín (…) Esta batalla cultural, implicaba necesariamente la posesión de “fierros propios”, en un modelo de lucha que no era de cuño tradicional, extraña a los “manuales clausewitzianos” (…) dentro de lo necesario del tratamiento de la monopolización mediática, se pasó por alto, lo que de alguna manera era inevitable, la configuración de Clarín como un ente histórico o poseedor de una evidente historicidad. No se tuvieron en cuenta, con la repentina fustigación del “Clarín miente”, las diferentes fases que atravesó la ideología y la metodología del grupo (…) Clarín es el testigo privilegiado de numerosos fracasos políticos de la Argentina, no solo el del desarrollismo frondizista, sino el de las diversas izquierdas y peronismos de izquierda.

La popularmente llamada Ley de medios no dio pasos sustanciales en aquello que se asignaba como su tarea central. La desmonopolización se transfiguró en pelea de dos monopolios mediáticos. Clarín como co-director de la ofensiva contra el gobierno por un lado y, frente a ellos, un conglomerado de medios sostenidos desde el poder estatal. Una tropa que, por estos días, se diluye con la consecuencia de una oleada de despidos contra los trabajadores.
Pero la configuración histórica de Clarín –es decir su rol central en el dominio capitalista nacional- no se pasó por alto “de manera inevitable”. Por el contrario, como es ampliamente conocido, en el final de su mandato Néstor Kirchner prorrogó todas las licencias del grupo. Así, el mismo kirchnerismo que lanzó una ley para “desmonopolizar”, creó y alentó monopolios mediáticos a diestra y siniestra por años.

Si la consigna “Clarín miente” se convirtió en una de las claves de la edificación del relato en los años posteriores, fue porque permitió simplificar los antagonismos casi hasta el absurdo. Por años, la “Corpo” fue solo Clarín. Su demonización iba paralela a políticas que permitían ganancias siderales al conjunto del gran capital, incluido el “agro-power”, aquel enemigo “mortal” de 2008.

“Clarín miente” fue la clave de una batalla discursiva donde el enemigo no era nunca alcanzado por los golpes. El relato se sostenía mientras se abandonaba toda confrontación real.



Relato y la realidad

En la segunda de las entregas HG aborda “la compleja noción de “relato” al decir de los presentadores de la revista. Dice el ex Carta Abierta que “relato era aquí sinónimo de impostura, de falsedad, de fingimiento, de “invención de tradiciones”, en suma, una superchería de Estado para contarle a los crédulos una historia apócrifa sobre los gobernantes, sus orígenes y propósitos”.

Pocos renglones después agrega que “su empeño anti-corporativo, que desde luego se dirigía privilegiadamente contra el grupo Clarín, aunque ciertamente mucho menos contra otras corporaciones “no mediáticas” (pero a las que de una manera u otra Clarín articulaba: Monsanto, Barrick Gold, Chevron, etc.) no lograba interesar a las izquierdas ni a una parte sustancial de la vida popular, que en el “gran monopolio mediático”, no veía sino la posibilidad de saber cómo se resolvían los misterios de amor y los prodigios de la ilusión en una telenovela que recreaba “las mil y una noches””.

Precisamente el relato se cimentó sobre la base de presentar una vocación de lucha contra las “Corporaciones” que no era tal.  La pelea con Clarín se redujo a una “guerra de medidas cautelares”, que fueron esencialmente favorables al “gran diario argentino”.

Pero en relación a otras “corpos”, la política del gobierno fue abiertamente favorable. Fue la misma CFK quien impulsó la radicación de plantas de Monsanto y permitió el florecimiento de sus negocios, de la mano de una creciente sojización que solo era combatida en las palabras. Lo mismo aconteció con las grandes mineras, que siguieron gozando de beneficios siderales gracias a un Código Minero heredado del menemismo y nunca puesto en cuestión. De Chevron se puede recordar que fue la beneficiaria de la reprivatización del minoritario porcentaje de YPF que había sido nacionalizado. Otra beneficiada fue la española Repsol, primero catalogada como “saqueadora” y luego premiada con una indemnización de miles de millones de dólares.



La raíz de que la izquierda no “se interesase” por estas peleas debe buscarse precisamente en la ausencia de toda epicidad. La “batalla cultural” seguía desarrollándose sobre todo en la superestructura y los discursos, sin tocar nunca la estructura social –excepto y muy parcialmente- con la nacionalización de las AFJP. La guerra se libraba según los conceptos de Ernesto Laclau y Chantal Mouffé.

Por otra parte, la crítica a la “vida popular” no deja de sorprender viniendo de un intelectual que revindica el peronismo. Precisamente el desinterés de las masas populares en esas “batallas” contra las corporaciones radicó en la nula influencia de las mismas en la vida cotidiana de aquellas. Si el primer peronismo podía construir su propio “relato” a partir de las profundas transformaciones en la vida de la clase trabajadora –logradas con luchas pero a costa de la integración política al movimiento fundado por Juan Perón- el kirchnerismo careció de credenciales sólidas en ese terreno.

La enorme continuidad del trabajo precario en un tercio de la clase trabajadora, la ausencia de derechos sindicales en amplias capas, los más que insuficientes recursos destinados a jubilaciones y AUH si se compara con los pagos de la deuda externa o a los Fondos buitres; todos determinantes de los límites que el kirchnerismo tenía entre capas profundas de las masas.

Sobre esos límites jugó el macrismo para imponerse. Concentró su fuego en el “estilo” prometiendo sostener las medidas que contaban con aceptación social. Precisamente el desplazamiento por medios electorales habla de la debilidad del vínculo político entre kirchnerismo y amplios sectores de las masas. HG no se propone realizar ese análisis. El resultado es terminar condenando una telenovela.  

Injurias, corrupción y denuncias

Los límites que se autoimpone HG para analizar el ciclo político que terminó hace pocos meses lo llevan por laberínticos caminos. El motor de la caída política del anterior gobierno debe buscarse en las calumnias que se repitieron sin cesar.

Leemos que “con el matrimonio Kirchner (…) crecieron hasta proporciones gigantescas los ataques donde el pasado de la pareja presidencial era examinado por peritos en detectar supuestas falsedades y mascaradas”. Antes habíamos leído que esa “campaña de una dimensión (…) de la que no se tenía acabada noción en el país. Sin duda, superaba a lo que se había visto en la época de Perón –aunque en especial luego de caído este gobierno en el 55- y a la larga persistencia del diario Crítica para deteriorar durante los finales de los años 20 al gobierno de Yrigoyen”.

En el mismo sentido, y ya en la tercera entrega de su folletín, HG afirma que “no hay concepto más escurridizo e inaprensible que el de corrupción (…) La inevitable carga moral que subyace en él, su poder agraviante y desestabilizador (…) tienen una fuerza capaz de  resquebrajar cualquier andamiaje gubernativo”.

Campaña de injurias y acusaciones de corrupción se convierten así en los elementos que definen el clivaje social que llevó a la caída por vía electoral del kirchnerismo.

Que la casta judicial haya operado y opere en pos de golpear al kirchnerismo, no objeta que muchos de esos casos son reales. Tan reales como lo fueron bajo el menemismo, la Alianza y lo serán bajo el macrismo. Esa corrupción es inherente a la estructura de una casta política que gestiona el Estado burgués al servicio de una mayor rentabilidad para el capital. La contraparte son salarios millonarios que permiten un nivel de vida cercano al de los mismos capitalistas.

A pesar de sostener que “lo que hay que hacer no es situarse en una hipótesis de rechazo indignado de estas incómodas situaciones (…) todos los que estuvimos en esa situación, debamos explicarnos y su vez reclamar explicaciones”, Horacio González emprende una defensa de uno de las más cuestionadas  figuras del kirchnerismo.

En su quinta entrega, a pesar de que desde el título propone “reflexionar sobre la figura de Cristina”, HG nos habla de “la inclemencia de las peores adjetivaciones, totalmente contaminadas con el afán de enviar cabezas propiciatorias al cadalso. Una de ellas: la rubia testa de uno de los ex-ministros de economía de Cristina, guitarrista ocasional del grupo la Mancha de Rolando, acusado ahora de todas las manchas posibles que puedan tener el tal  Rolando o cualquier otro hombre, llámese como se quiera, pero al que fundamentalmente no se le perdona la estatización de los fondos de pensión, entre los que se hallaban papeles accionarios de empresas cruciales, entre ellas, Clarín

Así, Amado Boudou, nacido en la liberal UCeDé y poseedor de un lujoso departamento en Puerto Madero -entre otros bienes no menores-, es elevado al rango de una suerte de jacobino moderno, enemigo del poder económico. La “guillotina” que hoy cae sobre él no es más que la venganza de los poseedores por su espíritu “expropiador”.

Horacio González cierra así el círculo de su propio relato, que empieza en absolutizar el poder de Clarín -aunque dejando sin explicación el origen del mismo- para terminar defendiendo a Amado Boudou.  




Relato y metafísica

Hegel escribía al inicio de su Lógica que “el dogmatismo de la metafísica del entendimiento consiste en mantener las determinaciones exclusivas del pensamiento en su aislamiento”. Podríamos recurrir a Marx o a cualquiera que nos  presente un enfoque dialéctico de las cosas pero el nudo de la cuestión seguiría siendo el mismo.  

La crítica esencial radica en que HG abstrae una serie de elementos y los convierte –hasta el momento- en la explicación única de la derrota electoral. Clarín, las calumnias contra los Kirchner, las denuncias de corrupción son los arietes de una reflexión que no se propone llegar hasta las causas últimas del declive kirchnerista.

La “verdad” del kirchnerismo –término al que resulta difícil adherir de manera incondicional- debe buscarse en una conjunción de factores económicos, políticos y sociales. Cuando aún el kirchnerismo entraba y salía por las puertas de la Casa Rosada, escribimos esta suerte de balance parcial que buscaba analizar más en profundidad el período. En un sentido similar -ya finalizada la “década ganada”- se escribió aquí, dando cuenta de los múltiples momentos de giro a la derecha del kirchnerismo que, como ya es sabido, terminaron encumbrando a Scioli como candidato único del “modelo”.



Aunque los elementos de un balance más acabado del periodo kirchnerista todavía se sigan escribiendo, ya es bastante lo dicho para entender las razones de su fracaso. Su épica se estrelló contra los límites de su propia esencia de movimiento político burgués restauracionista. Esa “verdad” es la que HG prefiere no pensar. 

martes, 13 de enero de 2015

Revolución Francesa, republicanismo y unidad nacional Digresiones a partir del atentado en Francia

Eugene Delacroix, La libertad guiando al pueblo

Paula Schaller 

La importante cobertura que viene realizando La Izquierda Diario sobre la situación abierta a partir del atentado a Charlie Hebdo, sumada a interesantes análisis como los de Fernando Rosso y Juan Dal Maso, son muy útiles para consolidar un punto de vista por izquierda de lo que hay detrás los hechos y su posible dinámica. Aquí nos tomamos la licencia de disparar una serie de digresiones más tangenciales al respecto, diversas inquietudes, vías de reflexión y relaciones analíticas que nos disparó en estos días el seguimiento de lo acontecido en Francia. 

El "asesinato de Voltaire" 

"Han asesinado a Voltaire", titulaba un periódico francés la mañana siguiente del atentado a Charlie Hebdo. Su conocida frase "no estoy de acuerdo con lo que dices pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo", parece venir como anillo al dedo para la defensa de la libertad de expresión con la que intenta identificarse el régimen político francés. 
Voltaire es otra forma de decir modernidad, racionalidad, así que "los irracionales han matado a la racionalidad". 
Esta metáfora "ilustrada" que remite a la genealogía intelectual francesa, y por extensión Occidental, hunde sus raíces en la dicotomía "civilización o barbarie" como ideología que pregona la superioridad cultural, ética y moral de los "valores europeos", dilema que Sarmiento supo inscribir en la tradición político-cultural de la oligarquía liberal y pro-europea de estas pampas. 
Es sabido que Voltaire expresó en el terreno intelectual los intereses de una burguesía ascendente que pugnaba por limitar los poderes de la nobleza y del clero para desarrollarse, y que no pudo más que expresar a la vez tanto los aspectos avanzados como los límites históricos de esa burguesía. Por eso mientras debatía encarnizadamente contra un Bousset que justificaba el origen divino del poder monárquico y hacía de la Historia el resultado del espíritu universal y trascendente motorizado por la providencia, Voltaire propugnó una Historia motorizada por las voluntades individuales, pero como "todos los individuos son iguales pero algunos son más iguales que otros", la voluntad individual que mueve la Historia volteireana es la del monarca (de ahí su historiografía centrada en Carlos XII, Luis XIV como ejes del proceso social). Así las cosas, no superó los marcos político-ideológicos del despotismo ilustrado, precisamente porque expresaba los intereses de una burguesía que había crecido al amparo del autoritarismo real y muy lejos estaba del republicanismo. 
No deja de resultar metafórico al respecto que Voltaire haya sido nombrado  "Padre de la Patria y la Revolución" en el año 1791, cuando ésta última todavía no se había hecho regicida (la cabeza de Luis XVI recién rodó al año siguiente) y la primera era más restrictiva y elitista que la "Patria" consagrada por imperio del Gran Terror jacobino posterior. 
Es claro que el racionalismo marcó un punto de inflexión hacia el pensamiento moderno occidental, pero el caso es que la tradición intelectual francesa está más a gusto reivindicando a los filósofos ilustrados, por poco republicanos que hayan sido, que a los jacobinos que, incluso contra la gran burguesía, permitieron la instauración de su dominio económico-social dando los verdaderos tiros de gracia al Ancien Régime. 
Ya Marx había dicho que el terrorismo francés en su conjunto (se refiere al Gran Terror jacobino entre 1793 y 1794) no fue más que una manera plebeya de terminar con los enemigos de la burguesía; pero como la burguesía era pactista y contraria a los "métodos plebeyos", los Jacobinos "no solamente privaron a la burguesía del poder, sino que también le aplicaron una ley de hierro y de sangre cada vez que ella hacía el intento de detener o 'moderar' el trabajo de los Jacobinos. En consecuencia, está claro que los Jacobinos han llevado a término una revolución burguesa sin la burguesía." (Trotsky, Nuestras tareas políticas)
Quizás por esto Robespierre no tenga en Francia las estatuas ni los laureles de los que goza Voltaire, cuando lo que dio al liberalismo su fuerza atractiva fueron precisamente las tradiciones de la Gran Revolución francesa, de su punto más alto como fue la democracia (o dictadura, como se prefiera) jacobina y sans-culotte . Pero si como sintetizó Trotsky, en los siglos que siguieron a la Gran Revolución la burguesía mostró en efecto su incapacidad de hacer honor a las tradiciones de su juventud histórica, consagrando un régimen social opuesto a toda verdadera libertad, igualdad y fraternidad entre los pueblos, la antigüedad de su tradición revolucionaria permitió construir en Francia un arraigado discurso republicano que fue explotado en cada momento de crisis como elemento integrador del régimen político y como fuerte sentido de identidad nacional insuflado hacia el conjunto de las clases. 

El bicentenario de la Revolución Francesa, la "cuestión inmigrante" y el "fin de la revolución" 

Para el año 1989 corría el segundo gobierno del socialista Francoise Miterrand y Francia se aprestaba a celebrar el bicentenario de la Revolución Francesa, una enorme oportunidad de afianzar el ya de por sí profundo patriotismo francés a la vez que revitalizar la imagen de París como faro cultural del "mundo civilizado", para lo que se remodeló el Louvre y se prolongaron los Campos Elíseos. 
Se venía de los tiempos de la cohabitación con Chirac (pronto se daría el apoyo francés a la primera guerra del Golfo) y donde el fin del boom económico, -los llamados "30 gloriosos" años que transcurrieron entre  los 50 y los 80- dio lugar a despidos masivos en la industria que sufrieron particularmente los inmigrantes, que se ubicaron a la vanguardia de la lucha. El gobierno socialista azuzaba el odio anti-inmigrante y particularmente anti-musulmán para poner al país contra los obreros en huelga, difundiendo consignas como "trabajo sólo para los franceses" o "universidades sólo para los franceses". Importante cinismo cuando no sólo la Francia de la posguerra se había reconstruido en base a la entrada de inmigrantes de sus ex colonias norafricanas, sino que en el post-mayo francés, las propias patronales industriales usaron el Islam como baluarte en la lucha contra el comunismo (que aunque había prestado grandes servicios a la burguesía desviando el ascenso revolucionario francés en la posguerra y traicionando las demandas del movimiento del 68 por míseros aumentos salariales no dejaba de ser un partido revestido de la tradición de la Rusia revolucionaria). Las patronales, desde los sindicatos amarillos como la CSL (Confederación de Sindicatos Libres) impulsaron el Islam como forma de segregar y controlar a los obreros en las fábricas. Gülles Kepel, en su libro Las banlieues del Islam describe como "colocar una estructura islámica [que incluyó salas confesionales] al interior de las fábricas representó muchas ventajas para la gerencia (...) ello reforzó la adhesión de los obreros musulmanes al espíritu de la compañía, reconociendo que esta les permitía practicar su religión", y esto mientras el gobierno desde los medios de comunicación denunciaba a los huelguistas norafricanos de Citröen, Renault, Talbot como "ayatollahs en las fabricas". 
En el marco de esta creciente lucha de clases, el bicentenario de la Revolución Francesa proporcionó al gobierno "socialista" la oportunidad de lanzar una enorme operación ideológica conservadora, recreando un espíritu de unidad nacional republicana que encontró en Francois Furet su extremo flanco derecho, aunque no por esto menos  influyente entre la intelectualidad y los medios culturales y de comunicación. Frente al debate historiográfico en torno a la significación de la Revolución Francesa, Furet encabezó el ala revisionista sentenciando que "La Revolución está terminada", sólo era un hecho inerte, carente de actualidad, que había dejado de ocupar un lugar en el imaginario colectivo de los franceses. El país debía ajustar cuentas con su pasado violento, ese que Furet ya había definido en su anterior Pensar la Revolución como un modelo de desviación totalitaria de la época moderna, y entrar definitivamente en la vía de las reformas evolutivas. Para Furet "la idea  revolucionaria es la imposible conjura de la desdicha (...) en la medida en que la libertad y la igualdad de los hombres constituyen promesas absolutas, preñadas de esperanzas ilimitadas, y por lo tanto imposibles de satisfacer" (Francois Furet, Pensar la revolución) La operación común a la vertiente revisionista fue la de negar la revolución como una vía necesaria para el cambio, considerando que en la modernidad -entendida como una progresión hacia la ampliación de la democracia y el crecimiento económico- la revolución juega un rol obstaculizador ya que tiende a generar regímenes políticos autoritarios y destructivos. Lejos de lo que sostuvo Hobsbawm en Los ecos de la Marsellesa, donde plantea que los ataques de los revisionistas no tuvieron el objetivo de conjurar el peligro de alguna agitación social sino de ajustar cuentas con su propio pasado marxista, la realidad es que, más allá de que algunos de sus postulados resultaran poco digeribles para la intelectualidad que se reclamaba heredera de la tradición republicana, la idea del "fin de la revolución" y la condena a la violencia revolucionaria proporcionaron un importante sustrato ideológico en momentos en que el fin del boom de posguerra y la "cuestión inmigrante" se habían revelado como factores de conflicto que amenazaban con volver a abrir una crisis en Francia.  En una entrevista al Le monde diplomatique del año 1988 el primer ministro socialista Michel Rocard reivindicaba al bicentenario "porque convenció a mucha gente de que la revolución es peligrosa y que si puede evitarse, tanto mejor". 

Sobre "El momento churchilliano" (o neogaullista) de la V República 

Varios analistas utilizaron en los últimos días la metáfora del "momento churchilliano de la V República", que como bien se dijo alude al retorno de Churchill al cargo de premier inglés para comandar el esfuerzo bélico en la Segunda Guerra Mundial . Una burda forma de clamar a favor de un mando fuerte y centralizado que prepare a Francia para la batalla contra el "enemigo islamita". Pero para tomar una analogía más propiamente francesa podríamos hablar de un "momento gaullista" para definir, salvando las distancias históricas, la operación política a la que parece apostar el gobierno francés. La propia V República francesa actual hunde sus raíces en la política bonapartista de De Gaulle que a fines de los  '50  sometió a referéndum la instauración de un régimen con un ejecutivo fuerte, estableciendo la elección directa presidencial como forma de darle más unidad a un régimen político que sufría de una endémica inestabilidad profundizada por la guerra de independencia de Argelia, que maximizó las tendencias centrífugas con el crecimiento de variantes de extrema derecha como la OAS (Organisation de l'armée Secrete) que presionaba al gobierno por una política todavía más dura frente a la guerra colonial, en el marco de que el régimen francés históricamente había contenido una izquierda con  peso de masas en el movimiento obrero  (el PCF, prestigiado durante la Resistencia como el "partido de los 75 mil fusilados", contaba en la inmediata posguerra con unos  5 millones de votos, un 25 % del electorado). 
Por estos días el gobierno de Hollande intenta recrear un espíritu de unidad nacional republicano que nos recuerda al que difundió De Gaulle luego de la Liberación de París en 1944 (que marcó el fin de la Francia colaboracionista de Vichy)  donde se trataba de alentar la reconstrucción económica francesa y desviar el ascenso revolucionario de posguerra, tarea a la que contribuyó activamente el PCF. En su famoso discurso de Bayeux, -la primera ciudad liberada en junio del 44-  que pasaría a la historia como el primer discurso pronunciado en territorio de la Francia libre, De Gaulle  planteó "Tantas convulsiones han acumulado en nuestra vida pública germenes venenosos de los que se intoxica nuestra antigua propensión gala a las divisiones y querellas. Las pruebas extraordinarias por las que acabamos de pasar no han hecho sino agravar este estado de cosas. La situación actual del mundo en que, tras ideologías opuestas, se confrontan potencias entre las cuales estamos colocados, no deja de introducir en nuestras luchas políticas un factor de turbación." Un discurso que desestimaba los extremos ideológicos llamando a una unidad nacional que no tenía otro objetivo que el de salvaguardar la Francia imperialista, evitando la verdadera liberación de los cientos de miles que habían combatido armas en mano contra la ocupación alemana y el colaboracionismo de la burguesía francesa. Claro que hoy el régimen político francés no cuenta ni de lejos con un De Gaulle, que entre otras cosas pudo comandar la unidad nacional en el marco de un histórico boom económico, algo que claramente Hollande, que en el marco de su plan de ajuste ante la crisis capitalista venía de batir récords de imagen negativa (8 de cada 10 franceses no lo querían), no tiene. Pero este se encuentra ante la oportunidad histórica de reforzar el presidencialismo y reeditar su propia ficción de la "Francia Libre" (libertad es la palabra que más se escucha en la histórica movilización que está teniendo lugar en estos momentos), moviendo el panorama político al centro para desplazar al ultraderechista Frente Nacional de Le Pen que venía de ganar las elecciones europeas de mayo de 2014 y  no fue invitado a la movilización. A esta operación de reconstrucción del centro republicano concurre la prensa, francesa y europea,  que en general viene desestimando los extremos a la vez que alienta una "república más dura". Un periodista del diario El País escribía: "es el momento, ahora o nunca, de hacer gala de una sangre fría republicana que hará que no nos abandonemos a las funestas facilidades del Estado de excepción", identificando a este último con las intenciones del Frente Nacional. En el mismo sentido, el artículo plantea que unidad nacional es lo contrario a la política de "Francia para los franceses" que agita aquel. Todas ideas que concurren en un llamado a cerrar filas para la unidad del régimen, pidiendo políticas más duras pero que no caigan en el racismo abierto del Frente Nacional. Todo bajo el manto del republicanismo, claro. 
La movilización en "defensa de los valores de la República", que avanza por el boulevard Voltaire, está encabezada por los principales mandatarios de la Europa del ajuste, incluido el masacrador y sionista Netanyahu, que buscan explotar la conmoción por el brutal atentado para consolidar una unidad reaccionaria anti-inmigrante y explotar este estado de ánimo en el marco de la crisis que azota al continente. 
Los medios ya hablan de la mayor movilización de la historia del país después de la Liberación, una comparación que opera como metáfora histórica que surca lo más profundo del imaginario de la unidad nacional francesa.


jueves, 14 de agosto de 2014

Lenin, el Partido y otros demonios (Ideas de Izquierda nº11)


Acerca de la crisis de la izquierda independiente (parte II)

Fernando Aiziczon y Eduardo Castilla
Número 11, julio 2014.


En el anterior número de IdZ1 afirmamos que la izquierda independiente padecía un evidente vacío estratégico que, sumado a la reiteración de sus dogmas teóricos, la encerraba en una fuerte crisis política. Señalamos que una de sus delimitaciones centrales en relación a la “vieja” izquierda era, precisamente, la idea de Partido ligada a la tradición marxista revolucionaria. Haremos aquí algunos señalamientos sobre esa cuestión esencial (completo acá)

martes, 22 de julio de 2014

De viejos y nuevos dogmatismos (publicado en Ideas de Izquierda 10)

La crisis de las ideas y los intelectuales de la izquierda independiente



Fernando Aiczinzon y Eduardo Castilla
Número 10, junio 2014.

Los intelectuales de la denominada izquierda independiente no ostentan décadas de trayectoria como figuras públicas, no escriben en publicaciones masivas ni son conocidos por bestsellers o irrupciones mediáticas al estilo de las que sus pares liberales o “nac&pop” practican. De allí que su peso en la esfera pública burguesa sea casi inexistente y –aunque no sean necesariamente “nuevos” en tanto intelectuales, ni se ubiquen en espacios ajenos a la academia– gustan de distinguirse por haberse conformado al calor de la rebelión popular del año 20011.
En efecto, a lo largo de la década pasada emergió un arco de intelectuales que tendió a definirse como parte de una “nueva generación”, y cuyos ejes de articulación fueron su oposición tanto al intelectual de academia como a la izquierda “vieja” o “tradicional”, a la que descalifican como ajena a las clases subalternas y sectaria frente a los procesos que en Latinoamérica expresan los avances del Socialismo del Siglo XXI y el Poder Popular.(completo acá)

martes, 15 de julio de 2014

El Estado Sionista de Israel. Un proyecto exitoso del Imperialismo


Germán Sabena

          Actualmente (casi) todos estamos al tanto, a través de la tv o de las redes sociales, de los acontecimientos en Medio Oriente y de la masacre que sufre el pueblo de Palestina. Muchas veces se tiende a naturalizar el accionar del Estado israelí y su existencia como país gendarme en la región. Cabe repreguntarse entonces ¿cómo surgió la idea de aquel Estado? O más bien ¿en el marco de qué proceso histórico y político se gestó la creación de un estado genocida que se mantiene desde hace medio siglo?
Estas líneas se desprenden de una investigación elaborada en el marco de la cátedra Historia del Mundo Actual de la UNRC y donde se pretende abordar la temática desde el contexto histórico en el que surgió el proyecto de la creación de un Estado judío en territorio árabe. Momento por el cual se comenzaba a vislumbrar el desenlace de las contradicciones propias de la sociedad europea capitalista de finales del siglo XIX y que luego de las dos grandes Guerras Mundiales, dio inicio a la ocupación formal del territorio de palestino y la implantación del Estado de Israel. Que en la actualidad continúa en el proceso de expansión y consolidación  y que resulta, a mi entender, un posible ejemplo de acumulación mediante desposesión[1] que ha llevado adelante el genocida Estado Sionista.

El sionismo[2] en el contexto del capitalismo en su fase imperialista

Al hablar de Sionismo nos referimos al movimiento nacionalista judío surgido en Europa a finales del siglo XIX, cuya figura principal fue el periodista judío de origen húngaro Theodor Herzl, en cuyo libro "El Estado judío", editado por primera vez en 1896, se aglomeran las ideas principales de este movimiento y donde el autor intenta explicar el fracaso del asimilacionismo, creando el telón de fondo para justificar la ocupación de los territorios palestinos: “El problema judío existe dondequiera que vivan los judíos en número apreciable. Donde no existe, es introducido por los judíos inmigrantes. Nos dirigimos, naturalmente, hacia donde no nos persiguen; nuestra aparición provoca las persecuciones. Esto es cierto, y lo seguirá siendo en todas partes hasta que el problema judío no sea resuelto políticamente. (…) Nadie es lo bastante fuerte o lo bastante rico como para transportar un pueblo de una residencia a otra. Esto puede hacerlo solamente una idea. La idea de un Estado posee tal poder. Los judíos no han cesado de soñar, a través de toda la noche de su historia, este sueño real: “¡El año que viene en Jerusalem!” Es nuestra antigua frase. Se trata, pues, de mostrar que el sueño puede transformarse en un pensamiento rutilante.”[3]

 Por otra parte intenta justificar por qué Palestina y no otro lugar, donde además deja al descubierto el racismo hacia la población nativa de Palestina y árabe en general, imaginada además como peligrosa barbarie: “¿Cuál elegir: Palestina o Argentina? (…) La Argentina es, por naturaleza, uno de los países más ricos de la tierra, de superficie inmensa, población escasa y clima moderado. La República Argentina tendría el mayor interés en cedernos una parte de su territorio. La actual infiltración de los judíos los ha disgustado, naturalmente; habría que explicar a la Argentina la diferencia radical de la nueva emigración judía (…) Palestina es nuestra inolvidable patria histórica. Su solo nombre sería, para nuestro pueblo, un llamado poderosamente conmovedor. Si S.M. el Sultán nos diera Palestina, podríamos comprometernos a regularizar las finanzas de Turquía. Para Europa formaríamos allí un baluarte contra el Asia; estaríamos al servicio de los puestos de avanzada de la cultura contra la barbarie. En tanto que Estado neutral, mantendríamos relación con toda Europa, que tendría que garantizar nuestra existencia. Respecto a los Santos Lugares de la cristiandad, se podría encontrar una forma de autonomía, aislarlos del territorio, de acuerdo al derecho internacional. Formaríamos la guardia de honor alrededor de los Santos Lugares, asegurando con nuestra existencia el cumplimiento de este deber. “[4]

 La política de Theodor y sus sucesores fue la de aprovecharse del proceso de expansión colonial imperialista para ocupar progresivamente toda Palestina. Para ello, precisaban que alguna potencia imperialista se comprometiera con la causa sionista. Así, su actividad principal fueron las gestiones ante las diversas potencias europeas, buscando insertar el sionismo como parte de su política colonial. Ese apoyo vino, en primer lugar, de Inglaterra que tenía claras pretensiones imperialistas en la región. Las gestiones de Herzl en Londres fueron bien recibidas, pero Palestina estaba en manos de Turquía. Otro problema fue que el sionismo no era muy fuerte entre las masas judías. Los que emigraban lo hacían masivamente para América y muy pocos iban a Palestina. Y una buena parte de los que quedaban estaban bajo la influencia de los partidos de izquierda.
Con el fin de la Primera Guerra Mundial, llegó la hora del reparto de los territorios que estaban en manos turcas. Para esto Inglaterra se sirvió del movimiento nacional árabe que había alimentado. Y por otro lado, firma un acuerdo con Francia, de reparto de la zona, además de firmar la llamada Declaración Balfour del 2 de noviembre del año 1917, que fue conocida como la "boda" entre el sionismo y el imperialismo anglosajón. Así pues, podemos observar que Theodor Herzl intentó ubicar al nuevo Estado como garante de los intereses de la potencia  imperialista en la región: “No hay que imaginar la emigración de los judíos en forma repentina. Será gradual y durarán varios decenios. En primer lugar, irán los pobres y harán cultivable la tierra; construirán carreteras, puentes, ferrocarriles, erigirán telégrafos, regularán el curso de los ríos y se construirán, ellos mismos, sus viviendas de acuerdo con un plan preestablecido. Su trabajo hará surgir el comercio; el comercio los mercados; los mercados atraerán a nuevos colonos, puesto que todos vendrán espontáneamente, por propia cuenta y riesgo. El trabajo que invertimos en la tierra hará subir su valor”[5]
De esta manera, queda al descubierto que la estrategia planteada por Herzl y el naciente sionismo de la época, cotejan desde un principio la toma gradual de la tierra y la paulatina inmigración de judíos europeos, lo que deja en evidencia que la gran avanzada y la consolidación del pueblo judío en los territorios árabes ya se encontraba en el imaginario de los nacionalistas sionistas desde mucho antes de la creación de su Estado.

Por otra parte, resulta importante destacar la reflexión de otro europeo de origen judío, que estudia la temática desde una perspectiva marxista. Nos referimos Abraham León[6] que en su libro “Concepción materialista de la cuestión judía” editado por primera vez en el año 1941, realiza un impecable análisis sobre el nacimiento del movimiento sionista en relación con el contexto histórico de la Europa moderna: “El rápido desarrollo capitalista de la economía rusa después de la reforma de 1863 hizo que la situación de las masas judías en las ciudades pequeñas se insostenible. En Occidente, las clases medias, destrozadas por la concentración capitalista, comenzaron a volverse contra el elemento judío cuya competencia agravaba su situación. En Rusia, la asociación de los "Amantes de Sión" fue fundada (…) En Francia, el barón de Rothschild, junto con otros magnates judíos, se oponía a la llegada en masa de inmigrantes judíos a los países occidentales y comenzó a apoyar la colonización judía de Palestina. Para ayudar a "sus hermanos desafortunados" para volver a la tierra de sus "antepasados", es decir, lo más lejos posible, nada de desagradable para la burguesía judía de Occidente, que con razón temían el surgimiento de la lucha contra el antisemitismo(…) Desde sus inicios, el sionismo aparece como una reacción de la pequeña burguesía judía (que sigue siendo el núcleo del judaísmo), afectados por la creciente ola de anti-semita, expulsado de un país a otro, y se esfuerzan por alcanzar la Tierra Prometida, donde podría encontrar un refugio de las tempestades que sacude al mundo moderno.”[7] Como bien explica éste autor la insoportable  situación de las masas judías de las pequeñas ciudades de la Europa occidental, donde las clases medias trituradas por la concentración capitalista, comenzaron a volverse contra los judíos, cuya competencia agravaba su situación, creó el telón de fondo del sionismo, que surgía como el programa de un sector de la pequeña burguesía judía y que fue oportunamente aprovechado por la burguesía imperialista inglesa para posicionarse en la región.

Continuando con el análisis de Abraham, entendemos que el sionismo ha intentado justificar su existencia asentándose en una explicación histórico-religiosa, ya que durante el año 70 después de Cristo, los judíos fueron expulsados de Jerusalén y ocupada por los romanos. En la Biblia Jerusalén era considerada la patria de los judíos y ellos habrían sido expulsados, provocando la famosa Diáspora que termino por diseminar a los judíos por todo el mundo.
"Mientras que el sionismo es, realmente, producto de la última fase del capitalismo, o sea, del capitalismo que comienza a descomponerse, se vanagloria de tener su origen en un pasado más que milenario. Y si bien el sionismo es esencialmente una reacción contra la crisis del judaísmo generada por la combinación del desmoronamiento del feudalismo con la decadencia del capitalismo, afirma ser una reacción contra la situación existente desde la caída de Jerusalén, en el año 70 de la era cristiana"[8]En este sentido, León refuta las interpretaciones idealistas de la historia del pueblo judío: mientras no hubo intereses económico-sociales reales para el retorno a Sión, ningún judío se planteó la tarea de volver a la supuesta "patria histórica", como sí ocurrió con el sionismo a partir de finales del siglo XIX.

            Por otra parte no debemos dejar de destacar la relación del sionismo naciente y su relación con los demás nacionalismo europeos de la época, para lo cual este autor agrega:
“Los defensores del sionismo lo comparan con los demás movimientos nacionales. Pero el movimiento nacional de la burguesía europea es consecuencia del desarrollo capitalista; reflejo la voluntad de la burguesía de crear las bases nacionales de la producción, de abolir los resquicios feudales. Pero en el siglo XIX, época de florecimiento de los nacionalismos, la burguesía judía, lejos de ser sionista, era profundamente asimilacionista. El proceso económico que hace surgir las naciones modernas lanzaba las bases para la integración de la burguesía judía en la nación burguesa. Sólo cuando el proceso de formación de las naciones llega a su fin, cuando las fuerzas productivas dejan de crecer, constreñidas por las fronteras nacionales, surge el proceso de expulsión de los judíos de la sociedad capitalista y el moderno antisemitismo. La eliminación del judaísmo acompaña la decadencia del capitalismo. Lejos de ser un producto del desarrollo de las fuerzas productivas, el sionismo es justamente la consecuencia de la total parálisis de ese desarrollo, de la petrificación del capitalismo”[9]

Queda claro entonces, que mientras el movimiento nacional europeo resulta ser un producto del período ascendente del capitalismo, por su parte, el sionismo no es más que un fruto de la era imperialista. La gran tragedia judía del siglo XX es una consecuencia directa de la decadencia del capitalismo. Justamente aquí encontramos el principal impedimento para la causa del sionismo y la puerta para comenzar a entender la compleja problemática que se vive en Palestina desde la fundación del Estado sionista de Israel. La decadencia capitalista, base de la existencia y crecimiento del sionismo, es también la causa de la imposibilidad de su realización pacífica.
Tanto el proyecto sionista y su proceso de consolidación, nuevos avances, expulsión de habitantes, deportación de comunidades árabes y genocidio palestino que ha significado el desenlace de la historia del Estado sionista de Israel, pueden considerarse en el marco de un constante proceso de acumulación capitalista por desposesión y que es verdad que no hay que dejar de lado el concepto de acumulación por explotación, en este proceso histórico particular adquiere una importancia algo más relevante.

A modo de reflexión.
         El sionismo desde su aparición en la última década del siglo XIX, pasando por la década de los años 60 del siglo XX, hasta la actualidad, resulta ser un claro proyecto del imperialismo. Proyecto exitoso, ya que el Estado israelí logró consolidarse como potencia bélica y económica, en una de las regiones más codiciadas por su ubicación estratégica. Apoyado en un primer momento por la potencia imperialista inglesa y luego por la potencia imperialista norteamericana. Un proyecto que, mediante la desposesión, significó el afianzamiento de las fronteras con la parcialidad árabe, la obtención de recursos naturales y sistemático exterminio de la población palestina.
            En fin, cabe por preguntarse si ¿es posible alguna solución que coteje las pretensiones de los palestinos? ¿Si es posible que el Estado sionista devuelva los territorios ocupados sin un desenlace bélico? Pues bien, sin tratar de ser pesimistas y observando el proceso histórico hasta la actualidad, no queda más que esperar la continuidad de la violencia y la guerra.


[1] Se propone aplicar el concepto “Acumulación por desposesión” del geógrafo y urbanista norteamericano David Harvey para explicar el accionar del Estado judío de Israel, en cuanto a su política expansionista en dicho periodo. Este concepto despierta un interesante debate en lo que refiere a su aplicación en el proceso histórico de la consolidación del “neoliberalismo” que se puede consultar aquí. Propongo repensar el concepto para el periodo y el caso histórico en cuestión.
[2] Tzion, en hebreo, es el nombre de un monte en Jerusalén. En la Biblia, ese nombre era usado tanto para designar la Tierra de Israel como "su capital nacional y espiritual", Jerusalén. A lo largo de toda la historia judía, Sión fue sinónimo de Israel, y la expresión "retorno a Sión" la bandera del movimiento sionista. El Congreso fundacional de la Organización Sionista se realizó en Basilea en el año 1897.
[3] HERZL Theodor. (2004) “El Estado Judío” Buenos Aires, Argentina. Organización Sionista Argentina / Fundación Alianza Cultural Hebrea Pág. 34.
[4]  Ib. Ídem. 2004: Pág. 46.
[5] Ib. Ídem. 2004: pág. 60.
[6] Abraham León nació en Varsovia en el año 1918. Durante su juventud formo parte de la Hashomer Hatzair, ala izquierdista del movimiento juvenil sionista. En 1940, luego del comienzo de la Segunda Guerra, León rechazó el sionismo y se convirtió en trotskista; desde ese momento fue miembro del a sección belga de la Cuarta Internacional, liderando la lucha contra la ocupación nazi y el militarismo de Winston Churchill. Fue asesinado en el campo de concentración de Auschwitz por las tropas nazis durante el crudo invierno de 1944.
[7] León, Abraham (1975) “Concepción materialista de la cuestión judía”  El yunque. Buenos Aires. Pág. 24
[8] Ib. Ídem pág. 32
[9] Ib. Ídem pág. 36