miércoles, 26 de febrero de 2014

Cuando El Orden reinó en Córdoba…. A 40 años del Navarrazo





La dirección ha fracasado. Pero la dirección puede y debe ser creada de nuevo por las masas y a partir de las masas. Las masas son lo decisivo, ellas son la roca sobre la que se basa la victoria final de la revolución. Las masas han estado a la altura, ellas han hecho de esta "derrota" una pieza más de esa serie de derrotas históricas que constituyen el orgullo y la fuerza del socialismo internacional. Y por eso, del tronco de esta "derrota" florecerá la victoria futura.
"¡El orden reina en Berlín!", ¡esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado sobre arena. La revolución, mañana ya "se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto" y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas"
Rosa Luxemburgo




Guillermo Torrent


Durante estos días se cumplen 40 años del golpe de estado realizado por la Policía provincial conocida como “La Sombra Azul” junto a los sectores de la llamada ortodoxia peronista, el ala derecha del movimiento, que incluía a la burocracia sindical y a los sectores del viejo aparato del Partido Justicialista. Derrocaron al gobierno del “ala izquierda” del peronismo, encabezado por Obregón Cano, un dirigente que no se podría llamar particularmente revolucionario, ni siquiera combativo, quien era secundado por Atilio López, dirigente de la UTA, uno de los protagonistas del Cordobazo. El Negro López fue asesinado pocos meses después en Buenos Aires por la Triple A. Recordemos que Antonio Navarro, había sido nombrado como Jefe de la Policía provincial por el propio Obregón Cano.
La iglesia, la burocracia y los empresarios celebraron profusamente ese día.
La caracterización tradicional sobre la política de la provincia es la de una Córdoba de los extremos. La misma está basada en las relaciones existentes entre las clases “fundamentales” de la provincia. Mientras algunas veces primaron los elementos de derecha, reaccionarios o conservadores, otras veces ha sido la punta de lanza de los movimientos progresistas o revolucionarios, las muchas veces idealizada “Córdoba Rebelde” que llega a incluir al fundador de la ciudad, ¡un conquistador español!, quien se “rebeló” contra las órdenes de sus superiores y por ello fue decapitado.
Si en 1810 fue la cuna de la contrarrevolución que no logró contagiarse al resto del, por entonces en disolución, virreinato del Río de la Plata, en 1955 se convirtió en la avanzada de la Revolución Libertadora mejor conocida por los trabajadores y el pueblo como la “Fusiladora”. Aún hoy se pueden ver en algunas plazas monolitos homenajeando a los “mártires de la Libertad” que no son otros que pilotos que bombardearon la Plaza de Mayo en Junio del ‘55 asesinando a centenares de personas.
El Navarrazo, fue conocido también como el contra-Cordobazo, ya que llegó con la intención de cerrar a sangre y fuego el periodo revolucionario abierto en Mayo del `69.
Córdoba se había convertido en la capital de la revolución, honor que compartía con otras ciudades a lo largo de la historia, como Petrogrado, Turín o Barcelona. De hecho los equipos de dirección de gran parte de las organizaciones que se reivindicaban revolucionarias en la época estaban instalados en nuestra ciudad.
En 1918, durante la Reforma Universitaria se expresaron de forma “hegemónica” las nuevas clases medias que si bien habían tomado protagonismo dentro del estado nacional,  todavía veían como la vieja oligarquía junto a la iglesia, mantenían como feudo propio a la universidad. El movimiento obrero que venía dando, y daría, enormes peleas, por sus direcciones abstencionistas en la lucha política contra el estado, se vio encorsetado y jugó un rol importante en los hechos, pero secundario a la hora de imponer las consignas y el programa de este gran movimiento.
A partir del Cordobazo la ecuación se invirtió. El movimiento estudiantil que en el ´55 había sido completamente gorila, formando los comandos civiles que perseguían a los trabajadores que resistían el golpe militar, a partir de la experiencia que hizo con los gobiernos surgidos de la proscripción del peronismo y el surgimiento de una Nueva Izquierda, a la luz de fundamentalmente la Revolución Cubana, entre otros hechos, buscó una alianza con el Movimiento Obrero, esta vez sí, bajo un programa de la clase trabajadora, con demandas propias de ellos, buscando lograr su hegemonía como clase que se convierta en caudillo del pueblo oprimido.
La particularidad del proletariado cordobés, radicaba en combinar una clase “joven” de primera o segunda generación de trabajadores urbanos, por lo general descendiente de campesinos empobrecidos o peones rurales, con una alta especialización que requería ser parte de las industrias de punta de esa época. A la par de ellos, y como consecuencia de, también se desarrollaba una importante renovación en el sistema de energía, indispensable para el funcionamiento de los grandes establecimientos industriales.
El Navarrazo fue la avanzada de la reacción en Argentina, y estuvo amparado por el propio Perón, que llevaba tan sólo 4 meses en el Gobierno. Luego del golpe, bajo las intervenciones federales, se conformaron varios comandos civiles, el más conocido de ellos el “Libertadores de América”, verdaderos escuadrones de la muerte paramilitares que combinaban a miembros civiles, reclutados entre los matones de la burocracia sindical, el aparato del Partido Justicialista, lúmpenes varios, con policías en actividad y retirados, junto a miembros del 3er. cuerpo de Ejército que actuaban a veces en las sombras, otras veces a plena luz del día al frente de todos. Se vivió un régimen de terror, anticipando lo que viviría el país dos meses antes, y que incluyó asesinatos, desapariciones, secuestros, atentados, allanamientos de locales partidarios y sindicales, etcétera. Se vivió una verdadera noche negra el 10 de Junio de 1974, donde fueron tomados simultáneamente los locales del PST, del PC, y de Luz y Fuerza. Tan bien fue notorio, en el año ‘75, el exterminio casi por completo de la familia Pujadas, quienes habían tomado protagonismo en la denuncia de los fusilamientos de Trelew del año `72 donde cayó uno de los miembros de la familia.
El proletariado cordobés había dado grandes demostraciones de fuerza. No sólo había producido junto a los estudiantes la gran insurrección urbana que fue el Cordobazo, si no que protagonizó otras jornadas similares como el Ferreyrazo o el Viborazo en 1971.
Eran habituales las huelgas con toma de fábricas que eran portadas de los diarios nacionales. Surgían direcciones sindicales que enfrentaban a la burocracia peronista, la mayoría de ellas ligadas a los que se llamaba la “nueva izquierda” una categoría un tanto flexible que incluía entre otros a Maoístas, Guevaristas, Operaístas y, por qué no, al “Peronismo Marxista”. Se destacaban por sobre todo los sindicatos clasistas de Fiat Concord (SITRAC) y de Materfer (SITRAM), donde partidos trotskistas como el PST o Política Obrera influenciaban a miembros de la directiva y militantes de base. Junto a esto se logró la recuperación del SMATA en una lista encabezada por Rene Salamanca del PCR.
Hasta ahora queda poco claro el nivel de organicidad de la relación entre Agustín Tosco y el Partido Comunista, aunque sí está claro que el PC tenía varios miembros en la directiva de Luz y Fuerza y lo había convertido en un bastión.
El movimiento estudiantil era un verdadero hervidero, había mucha ebullición y discusión política, surgían agrupaciones en cada colegio o facultad, que se dividían, fusionaban o sumaban a organizaciones más grandes de acuerdo a los debates de las estrategias, ya sea la guerra popular prolongada, el foquismo, el reformismo o la insurrección popular con huelga general. Aunque lejos del estudiantilismo la mayoría tenía en común que buscaba dirigirse hacia el movimiento obrero.
Quien más peso tenia por “arriba” era la llamada Tendencia Revolucionaria del peronismo que incluía a Montoneros y la Juventud Peronista quien ubico a varios ministros en el gobierno de Obregón Cano. Muchos testimonios de la época señalan que como fracción política, a diferencia de lo que pasaba en el resto del país no constituían una clara mayoría por “abajo”.
Obregón Cano y la Tendencia Revolucionaria, ni siquiera resistieron la asonada policial, confiaban en que Perón intervendría a favor de ellos, y fue el propio general quien legitimó este golpe de estado nombrando a Brunello, un político catamarqueño de la derecha peronista como interventor federal.
Estamos lejos de afirmar que el Navarrazo significara la derrota del movimiento surgido desde el `69, ni siquiera en Córdoba, que volvió a tener protagonismo en las jornadas de Junio y Julio del `75, pero dentro de un movimiento mucho más extendido que incluía las coordinadoras fabriles y mayor centralidad obrera tanto en Zona Norte, Villa Constitución o La Plata. Tampoco buscamos hacer una historia contra fáctica, pero si corresponde un balance sobre las direcciones del movimiento de masas, que así como dejaron pasar el golpe policial se quedaron paralizadas frente al golpe de Marzo del `76. Ya vimos como Montoneros dejo pasar pacíficamente sin combatir ni resistir a Navarro y sus secuaces, en tanto el PRT ERP respondió con una lucha de aparatos, totalmente por fuera de las masas con acciones descolgadas, por ejemplo tomando la fábrica militar de Villa María. El mayor ataque contra la policía fue recién un año y medio después, y se trato de un ataque al cabildo en pleno centro de la ciudad, donde funcionaba la jefatura policial, un día de semana poco antes del mediodía. 
Tosco, luego de haberse negado a enfrentar a Perón en las elecciones del `73, e incluso que llamara a votar al FREJULI a nivel provincial, señalaba la creciente “fascistización” de la policía, pero en vez de preparar medidas de autodefensa, se limitaba a notas y solicitadas denunciando esta escalada. Luego del golpe se vio obligado a pasar a la clandestinidad, donde dirigió Luz y Fuerza en la resistencia.
El PCR se mantuvo, por decirlo de alguna forma, neutral ante los hechos. Estaba en el  paso del ultra izquierdismo en 1973 con la consigna “¡Ni golpe Ni elección! ¡Insurrección!” a la subordinación total al gobierno de Isabel y López Rega. Directamente jugó un rol carnero en las jornadas de Junio y Julio, acusaron a la huelga general como golpista. Es conocida la anécdota de René Salamanca que se retira de una asamblea de Renault, contrariado luego de haberla perdido, diciendo, “no entiendo a mis compañeros, cambian a un gobierno por un aumento de sueldo”.
En tanto los clasistas, influenciados en su primera etapa por el PRT y los otros maoístas de Vanguardia Comunista también tuvieron una posición sectaria ante el proceso electoral y llegaron bastante debilitados a Febrero del `74, con la mayoría de sus dirigentes despedidos, fuera de las fábricas y alejados de su base. Recordemos que la derrota de esta experiencia sólo se pudo dar con el Ejército y sus tanques rodeando la fábrica y dispuestos a todo.
El PST, con mucha menor influencia tampoco pudo ser alternativa. Como se verá inmediatamente después del Navarrazo, tuvo una política ambivalente que terminó depositando confianza en un acuerdo con los partidos patronales de oposición para frenar a las bandas fascistas. Esto se expresó en la declaración del Grupo de los 8, en marzo del 74’. Confundía así lo que era aprovechar los resquicios legales que daba la salida electoral y la confianza que tenían las masas en ella, con una defensa irrestricta del régimen sin importar la dominación de clase y adaptándose a la misma.
El proletariado había mostrado de sobra disposición para la lucha y defensa de sus conquistas. Las que no estuvieron a la altura fueron las direcciones, la entrega sin dar ninguna pelea del gobierno provincial a los sectores más reaccionarios fue un duro golpe para los trabajadores y el movimiento. No se trata de hacer un análisis de que hubiera hecho cada uno por si sólo en los sectores que influenciaba (que de por sí sólo tampoco hubiera alcanzado). Lo importante a nuestro entender pasaba por buscar la coordinación y la unidad entre los trabajadores combativos, para preparar la autodefensa, germen de milicias y el nuevo orden.
La lucha de estrategias es fundamental para poder analizar el último periodo revolucionario en nuestro país, y nuestra corriente, el PTS busca bucear en ese periodo para que los revolucionarios lleguemos preparados a los nuevos combates que enfrente nuestra clase. También lo hace nuestra corriente internacional, como por ejemplo en Chile estudiando los Cordones Industriales, en Brasil con el ascenso de los metalúrgicos del ABC paulista a fines de los `70 que dio surgimiento a la CUT y el PT o los distintos procesos revolucionarios que protagonizaron los mineros bolivianos.
Más allá de las profundas diferencias estratégicas y los errores que puedan haber cometido reivindicamos toda la generación de luchadores. Seguimos peleando por el juicio y castigo a los asesinos y torturadores. Algunos miembros del gobierno actual son acusados de haber participado de este movimiento, entre ellos algunos testigos señalan al propio gobernador, también a sus cómplices civiles, los empresarios que se enriquecieron con la dictadura y siguen haciendo negocios siendo parte de los “dueños de Córdoba”.
Los enfrentamos junto a los trabajadores y la juventud que tras años de terror y derrotas vuelven a organizarse y pelear. Las fuerzas fundamentales están, ya no se aceptan mansamente los despidos y vemos las ocupaciones de fábricas. Se empiezan a organizar contra el código de faltas y la represión policial, miles de jóvenes de la universidad junto a los pibes de los barrios.
Seguimos peleando por la Revolución Obrera y Socialista que termine con la explotación y la miseria, con la concentración de la tierra en pocas manos y el monocultivo, con la precarización laboral, con un sistema que no tiene más que ofrecerle a la juventud que mano dura y represión.
La Revolución nuevamente se elevara de nuevo hacia lo alto.


jueves, 13 de febrero de 2014

Violencia, política y revolución en los ‘70 (publicado en Ideas de Izquierda 6)


Eduardo Castilla
Número 6, diciembre 2013.


Nuevos intentos de re-construcción de la “Teoría de los dos demonios”

En el transcurso de los últimos años emergió, de manera recurrente, el debate sobre los ‘70. El kirchnerismo, en función de restaurar la autoridad estatal post 2001, se apropió de lo que hemos definido como “Tercer relato” sobre el genocidio1. Como contraparte, en el campo de la derecha, emergió un polo que se propone el retorno hacia una concepción similar a la “Teoría de los dos demonios”. Apunta a limitar el repudio hacia las fuerzas represivas y condena la lucha revolucionaria de los ‘70, a la que identifica casi exclusivamente con las organizaciones armadas. El “ala política” de esta tendencia se expresó por ejemplo en De la Sota o De Narváez pidiendo el juicio a los asesinos de Rucci. Durante el 2013 varias publicaciones intentaron inclinar la balanza del debate en esa dirección. Aquí nos referiremos críticamente a algunas de ellas.

Violencia y política en los ‘70

Desde las más elaboradas definiciones de Pilar Calveiro2 y Claudia Hilb3, pasando por el eclecticismo que despliega Héctor Leis4 hasta el nada teórico ¡Viva la Sangre! de Ceferino Reato5, estas publicaciones intentan reescribir el pasado, abordándolo desde una contraposición entre violencia y política, presentadas como polos opuestos. Su argumentación apunta esencialmente a condenar la violencia de las organizaciones guerrilleras, sea por su carácter antipolítico (Hilb) o desde un punto de vista moral (Leis), ubicándolas en un plano similar a la ejercida por el estado. Reato afirma que: “Para unos, la violencia era el mejor remedio para proteger la continuidad del estado (…) para otros, se trataba de la partera de una sociedad sin clases”. Leis escribe: “lo que se vivió en los años ‘70 fue una tragedia provocada no por individuos sino por una cultura de violencia y muerte, compartida entre las principales elites y las masas”. Calveiro, por su parte, señala que: “Desde 1930, la historia política argentina estuvo marcada por una creciente presencia de lo militar y por el uso de la violencia para imponer desde el poder lo que no se podía consensuar desde la política”.
Dentro de ese clima de época, las organizaciones guerrilleras habrían sustituido la política por la violencia. Calveiro dirá que “la derrota de Montoneros (…) no se debió a un exceso de lo político sino a su carencia. Lo militar y lo organizativo asfixiaron la compresión y la práctica políticas”. Hilb afirmará la tendencia de la guerrilla a usar la violencia racionalizada6 como “sustituto de la política”, transformando la esfera de la acción pública “deliberadamente en un campo de batalla”. Esta lógica de reducción de lo político a lo militar (Calveiro) habría estado presente en el conjunto del período y de los actores sociales, de modo que la política aparece como guerra y los adversarios como enemigos.
Desde el punto de vista filosófico, estos autores igualan política al juego parlamentario de la democracia burguesa (donde se expresarían lo colectivo, lo común y lo público), quitando todo sustrato social a la misma. La violencia ejercida desde abajo, por las masas y sus organizaciones, termina en el mismo plano que la ejercida desde arriba, por el aparato estatal para sostener el orden capitalista.

Un “nuevo” demonio colectivo

Parte esencial de este relato es ubicar a las organizaciones guerrilleras dentro de los responsables de la creciente violencia. Leis definirá que: “el terrorismo de los Montoneros, la Triple A y la dictadura militar son igualmente graves, ya que contribuyeron solidariamente a una ascensión de los extremos de la violencia”. Aunque todos la rechazan, es imposible no emparentar estas definiciones con la “Teoría de los dos demonios”. La diferencia con aquella radica en la búsqueda de una responsabilidad colectiva en la violencia7. Leis8 afirma que “las responsabilidades criminales por una guerra interna son siempre individuales y selectivas, pero la responsabilidad moral es siempre colectiva”. Para estos autores no hubo demonios sino una sociedad que favoreció el ascenso de la violencia.
Pero lo esencial de sus postulados apunta en la misma dirección. En el terreno político estos textos se convierten en una justificación absoluta de la democracia. El mayor “error” de las organizaciones guerrilleras fue haberse rebelado militarmente en el marco de la “vigencia de una democracia plena” (Reato). Por su parte, Leis postulará que “no hay ninguna legitimidad en el terrorismo al servicio del asalto del poder en un contexto democrático”. En el terreno del análisis social, esta concepción borra de la escena a la clase obrera, al movimiento estudiantil y a la acción de masas en general, reduciendo la complejidad de acciones y procesos vivos, al enfrentamiento de aparatos entre fuerzas estatales y guerrilla.

Una violencia históricamente construida

Ninguno de estos autores –la excepción parcial es Calveiro– da cuenta de las condiciones en las que se gestó ese “clima de época”. La violencia aparece como un elemento dado, inherente al período, a las acciones del estado y las organizaciones guerrilleras.
Una explicación de las causas de ese grado de violencia impone reconocer que, desde 1955 en adelante, la clase dominante se propuso la destrucción de la relación de fuerzas –social y política– conquistada por el movimiento obrero durante los años del peronismo: desde la liquidación de conquistas hasta el intento de quiebre del vínculo político-ideológico que encontró su máxima expresión en el Decreto 41619. Durante los 15 años que van desde la llamada Revolución Libertadora hasta el Cordobazo, la burguesía intentó revertir esa relación de fuerzas, recurriendo a dictaduras abiertas -como la de Rojas y Aramburu- y mediante gobiernos “democráticos” basados en la proscripción del peronismo como los de Frondizi e Illia. En esa tarea apeló además a la negociación con las direcciones burocráticas del movimiento obrero y a métodos de guerra civil10. Pero fracasó en ese objetivo estratégico y, por el contrario, aportó a generar un progresivo aumento de la lucha de clases. Esto llevó a que en la clase trabajadora y el pueblo pobre madurara un creciente odio contra las elites dominantes y las instituciones. A partir del Cordobazo, tanto en el terreno de la lucha de clases como en el de las acciones políticas –estrechamente ligados entre sí– creció la violencia, en la medida en que las demandas de las masas se profundizaban y la clase dominante evidenciaba sus límites para hacer concesiones.
La masacre de Ezeiza mostró el inicio de la acción contrarrevolucionaria –con Perón al frente– contra el ala izquierda de su movimiento y sectores de vanguardia obrera y juvenil. Pero hacia las amplias masas obreras primó una política de contención, expresada en el Pacto Social que intentaba amortiguar las tensiones sociales. Mientras se recurría a la violencia abierta por medio de las Tres A, avaladas por Perón, se utilizaba la mayoría parlamentaria para fortalecer los mecanismos de coerción sancionando, por ejemplo, la reforma del Código Penal –que atacaba a la guerrilla e imponía mayores penas por medidas como la toma de fábrica– y la reforma la Ley de Asociaciones Sindicales, que otorgaba más poder a la burocracia sindical. Desde el Estado, en el terreno de la lucha de clases, los métodos de violencia directa se ejercían en combinación con los estrictamente políticos. La clase dominante intentaba desarticular el ascenso revolucionario abierto desde el Cordobazo.

¿Una historia sin sujetos sociales?

“De las numerosas formas de desobediencia que se practicaron en la sociedad, la más radical y confrontativa fue la de los grupos armados”, afirma Calveiro. Sin embargo, la mayoría de las investigaciones históricas coinciden en afirmar que las organizaciones guerrilleras no eran una amenaza real en el momento del Golpe. Sus organizaciones se hallaban golpeadas y la dinámica posterior al 24 de marzo confirma, en el terreno estrictamente militar, su debilidad, dada la rapidez con la que fueron dislocadas (ERP) o pasaron a acciones individuales (Montoneros).
El orden capitalista era desafiado por la acción de las masas en las calles, con un protagonismo central del movimiento obrero. Precisamente por eso, la represión se abatió abiertamente sobre éste, como se evidencia en la militarización de 200 fábricas el mismo 24 de marzo del ‘76, los campos de concentración en el interior de grandes empresas y la conformación de “listas negras” por parte de patronales y burocracia sindical, hecho que tan solo menciona Reato al pasar. Pero así como desaparece la clase obrera en este relato, ocurre lo mismo con la burguesía. Ninguno de los autores mencionados –nuevamente la excepción parcial es Calveiro– intenta establecer la relación entre el Golpe y el plan económico posterior aplicado por la dictadura. Pero, como afirma Martín Schorr: “Dos de los objetivos centrales de los militares que usurparon el poder en marzo de 1976 y de sus bases sociales de sustentación fueron redefinir el papel del Estado en la asignación de recursos y restringir drásticamente el poder de negociación que poseían los trabajadores (…) en términos estratégicos se apuntó a alterar de manera radical y con carácter irreversible la correlación de fuerzas derivada de la presencia de una clase obrera industrial acentuadamente organizada y movilizada en términos político-ideológicos”11.
Esa correlación de fuerzas era el límite de la clase capitalista para imponer una mayor tasa de explotación. Ni la dictadura de 1966-73 ni el peronismo en el poder habían logrado quebrarla. Lejos de ello, habían contribuido a la dinámica revolucionaria de la clase trabajadora, como quedó en evidencia durante las Jornadas de Junio y Julio del ‘75 donde estuvo planteada la posibilidad real de que la clase obrera avanzara hacia la ruptura con el peronismo en el poder. La necesidad de desarticular ese poder social estuvo en la base del Genocidio.

A modo de cierre

El intento de re-construir un relato sobre los ’70 que iguale violencia estatal con acción de la guerrilla, responde al imperativo de restaurar la credibilidad de las fuerzas armadas, una necesidad estratégica del conjunto de la clase dominante. La necesidad de recuperar “poder de fuego” es una cuestión central en la agenda capitalista. Desde esa perspectiva puede apreciarse con más nitidez el giro kirchnerista hacia la derecha, por ejemplo, con la designación del genocida Milani al frente del Ejército. También desde allí se comprende la tendencia ideológica que acabamos de criticar.
Pero estamos muy lejos de alguna novedad teórica por parte de estos autores. Con la excepción parcial de Calveiro, la crítica a la violencia de los ‘70 se hace desde un nivel argumental deplorable. Leis llega al absurdo de escribir que “tanto en las Fuerzas Armadas como en la guerrilla hubo hombres buenos que dejaron de serlo en determinado momento” estableciendo el debate en términos de maldad y bondad. Por su parte Hilb, en uno de los artículos, no tiene reparos en escribir “abordaré estas preguntas evitando, en la medida de lo posible, la interpretación en términos históricos (…) no me referiré a las condiciones sociales y políticas”. Estas afirmaciones evidencian la operación ideológica que se proponen los autores. Pero el debate sobre los ‘70 en la Argentina, como parte de un proceso de ascenso de masas que recorrió el mundo, sigue siendo una tarea central desde el  punto de vista intelectual. Ese debate, desde nuestro punto de vista, implica necesariamente analizar las vías y los medios que podrían haber permitido el triunfo de la clase trabajadora y el pueblo pobre.

1. Para una revisión de los relatos sobre los 70’ ver Werner y Aguirre, Insurgencia Obrera en la Argentina, Ediciones IPS, Buenos Aires, 2009.
2. Política y/o violencia, Siglo XXI, Buenos Aires, 2013.
3. Usos del pasado, Siglo XXI, Buenos Aires, 2013.
4. Un testamento de los años 70, Katz, Buenos Aires, 2013.
5. Ver reseña en Ideas de Izquierda 5.
6. La autora hace esta definición desde la distinción arendtiana entre violencia reactiva y violencia institucionalizada. Hilb, op. cit., p. 21.
7. “El elemento que destaca como fundamental en esta construcción es la ya aludida ‘victimización’ del conjunto social, que aparece como ajeno al combate entre estos dos grupos ‘demoníacos’”. (Feierstein, Daniel, El genocidio como práctica social, FCE, Buenos Aires, 2007, p.269).
8. La concepción de Leis se acerca claramente a la que sostuvieron las fuerzas armadas de “guerra contra la subversión”.
9. Decreto de la Revolución Libertadora que establecía la imposibilidad de utilizar imágenes, símbolos, signos o expresiones representativas del peronismo.
10. Tomamos aquí una definición de León Trotsky, que afirma: “la guerra civil constituye una etapa determinada de la lucha de clases, cuando ésta, rompiendo los marcos de la legalidad, viene a ubicarse en el plano de un enfrentamiento público y en cierta medida físico, de las fuerzas enfrentadas”. Algunos ejemplos de esta tendencia entre el ‘55 y el ‘69 son la utilización de comandos civiles en el Golpe Libertador, los fusilamientos de José León Suárez, el plan CONINTES y la represión abierta bajo Onganía.
11. El poder económico industrial como promotor y beneficiario del proyecto refundacional de la Argentina (p.276) en Verbitsky y Bohoslavsky, Cuentas Pendientes, Siglo XXI, Buenos Aires, 2013. Destacado nuestro.

sábado, 1 de febrero de 2014

Crisis política, ataque a las masas y "pacto social". La izquierda ante una nueva situación




Eduardo Castilla
La crisis política argentina discurre por un universo que contiene varios canales, donde los fenómenos políticos se entrelazan con la crisis económica. Los “factores” de la economía, luego de un periodo de una “estabilidad asediada”, sufren los embates de los problemas estructurales no resueltos e implican un ajuste sobre el nivel de vida de las masas. Por el contrario, el proceso de crisis política “por arriba” tiene un historial más amplio, cubriendo prácticamente los últimos dos años.
La discordancia entre los tiempos de la política y economía expresa la no linealidad de los procesos sociales en su conjunto, dando un mentís (una vez más) a las tendencias del pensamiento mecanicista que ven catástrofes y crisis por todos lados, cada día y cada hora. En el marco de un salto en la crisis económica,la crisis política mantiene su propia dinámica y sus propias contradicciones.

Crisis política, sucesión y después

Lo que hemos definido en varias ocasiones como “fin de ciclo” viene implicando el rápido desgaste de los actores que entran en la escena de la política nacional como resultado de su incapacidad para gestionar la crisis social y los problemas estructurales.
Es esto lo que llevó al fracaso del intento de montar un gobierno “ministerialista” de la mano de Capitanich como Jefe de Gabinete todoterreno, cuya función era salvaguardar la vapuleada figura presidencial. Pero los motines policiales primero y la devaluación reciente en segundo lugar, lo arrastraron por el piso, debilitando tanto su figura como al gobierno en su conjunto.   
En este marco, la configuración de camarilla del gobierno nacional implica limitaciones para gestionar salidas a la crisis. Trotsky escribía en La lucha contra el fascismo en Alemania que “el gobierno mismo está hecho de carne y hueso. Es inseparable de ciertas clases y de sus intereses”. A la inversa podríamos decir que hay figuras políticas que no son claramente identificables con los intereses de determinadas clases. La figura de Kicillof negociando con el Club de París tiene el límite en que el ministro “marxista” no es “del palo”. Si el kirchnerismo, en su conjunto, no pertenece “orgánicamente” a las fracciones más concentradas del capital, la figura del “ex TNT”, desentona aún más negociando con el capital imperialista. Esto no constituye un límite absoluto pero la política la hacen individuos en nombre de clases o fracciones de las mismas. Si esos individuos no están a la altura de las necesidades de “su clase”, suelen entrar en el cono de sombras de los fracasos.

Todas las manos, todas…

El pedido de “convocar a todos los sectores” para no terminar como en el 2001 -lanzado por el oligárquico gobernador de Misiones- expresa la debilidad profunda de un gobierno en declive. Fue esa debilidad la que lo obligó a romper, parcialmente, la vieja camarilla imponiendo a Capitanich (y la liga de los gobernadores) como sostén del poder ejecutivo. Pero en el marco del declive del “Coqui” la variante de reserva podría ser una vuelta a Scioli como opción “potable” para la transición. Eso es lo que afirmó el gobernador mesopotámico, al decir que Scioli es “el camino más corto” para suceder a CFK.

Pasivización y lucha de clases

Berni, secretario de Seguridad, disparó que estaba “asqueado” de que una minoría cortara las calles todo el tiempo. Amén del profundo gorilismo que entraña la afirmación, la primera falsedad radica en que no se trata de una minoría, sino de “muchas minorías” que expresan la situación de franjas importantes de masas: cortes por los cortes (valga la redundancia) de luz y agua, luchas contra los despidos (como la gran pelea de los y las trabajadoras de Kromberg & Schubert), luchas contra la tercerización laboral, entre otras.
Ese conjunto de movilizaciones y acciones expresan el agotamiento de la política de pasivización por arriba que impulsó el kirchnerismo desde el gobierno. Este proceso se produce en el marco de una relación de fuerzas doblemente condicionada: por el quiebre del régimen de partidos, producto de la acción de las masas en diciembre del 2001 y por el enorme crecimiento (y fortaleza social) de la clase trabajadora en los años recientes. Parte integrante de esa relación de fuerzas es el creciente peso de la izquierda obrera y socialista (y en particular el PTS) en franjas de la vanguardia obrera. 

Sindicatos, vanguardia obrera y el rol de la izquierda

El principal elemento que impide que la relación de fuerzas creada estructuralmente pese como relación de fuerzas política (Gramsci), respondiendo a los ataques del gobierno y la clase dominante, está dado por la gigantesca traba que implica la burocracia sindical -tanto oficialista como opositora- que, mediante el freno a las medidas de lucha, se encuentra en un “pacto social de hecho”. Como lo definió el mismo Micheli “Si es por el ánimo de la gente, ya habría un paro nacional, pero los paros los decidimos los dirigentes”. Un cinismo mayúsculo que no admite más comentarios.
Mientras la burocracia opositora busca denodadamente aportar a la conformación de una alternativa política burguesa -como lo evidencian los llamados de Moyano y Barrionuevo a Massa, De la Sota y Scioli o las reuniones con Macri- la burocracia oficialista hace malabares para no romper definitivamente con el gobierno. Esta negativa a la ruptura política es un indicador de los límites que tiene la reconfiguración del campo político dentro del amplio espectro del peronismo. La ausencia de un claro “presidenciable” limita el salto de la CGT Balcarce al campo opositor.
En 1935 Trotsky afirmaba (A donde va Francia) que “La situación es tan revolucionaria como puede serlo con la política no-revolucionaria de los partidos obreros (…) Para que esta situación madure, hace falta una movilización inmediata, fuerte e incansable de las masas en nombre del socialismo. Esta es la única condición para que la situación prerrevolucionaria se vuelva revolucionaria”. Tomando esa lógica (y respetando los límites históricos de la analogía) se puede afirmar que, en una situación de tipo transitoria con rasgos prerrevolucionarios como la argentina, la situación está tan a la izquierda como lo permite la política traidora de la burocracia sindical peronista. La ausencia de cualquier llamado a la acción para responder al ataque contra el salario impide que la situación se convierta claramente en pre-revolucionaria.
Pero la inacción de la burocracia al mismo tiempo debilita las posiciones de la clase trabajadora. Pocos años antes y a propósito de Alemania, Trotsky escribía que “prolongando la agonía del régimen capitalista, la socialdemocracia sólo conduce a la decadencia continua de la situación económica, a la desorganización del proletariado y a la gangrena social” (La lucha contra el fascismo…). Con la misma lógica reformista, la burocracia sindical peronista, al no permitir respuesta a los ataques de la clase capitalista, colabora a la desorganización de la fuerza social, política y moral de la clase trabajadora. Esta descomposición y podredumbre de la burocracia ya la vimos a fines de los 90’ y, anteriormente, en las privatizaciones. Los elementos señalados refuerzan, concretamente, la urgente tarea estratégica de conquista los sindicatos, planteada acá.
La política de un Encuentro Nacional de organizaciones obreras combativas y antiburocráticas puede ser un paso efectivo en ese objetivo, en la medida en que permita actuar como polo de agrupamiento de la vanguardia obrera. Pero al mismo tiempo, de darse este reagrupamiento, plantearía la posibilidad efectiva de la irrupción de los sectores más avanzados de la clase obrera en la escena nacional.
En la mejor de las dinámicas, esto podría implicar una crisis para la burocracia sindical que podría estar obligada a poner en cuestión el “pacto social de hecho”. En la perspectiva menos dinámica, implicaría una relación más estrecha entre la vanguardia obrera y amplias franjas de las masas, hoy encuadradas en los sindicatos dirigidos por la burocracia. Ahí radica la importancia estratégica actual de dicha política.