lunes, 23 de marzo de 2015

A 45 años de SiTraC-SiTraM (reposteo propio)


Eduardo Castilla
Hace dos días se cumplieron 45 años del inicio de ese gran proceso que fue el clasismo cordobés de SiTrac-SitraM. Republicamos dos artículos que escribimos sobre ese proceso, tratando de pensar nuevamente sus lecciones estratégicas. 
La foto pertenece al muy buen libro de Carlos Mignon, Córdoba obrera. El Sindicato en la fábrica 1968-1973


Clasismo, lucha de clases e izquierda. Notas sobre la experiencia de SiTraC-SiTraM (1º parte)

 

Clasismo, control obrero y doble poder. Notas sobre la experiencia de SiTraC-SiTraM (2º parte)



sábado, 21 de marzo de 2015

A lo sumo me pondré triste



A lo sumo me pondré triste le escribió. Sin saber muy bien que le quería decir con eso. Si la tristeza es algo que no se comprende en el sentido abstracto del término. ¿Se puede sentir tristeza por anticipado? Difícil responder, pero es seguro que no. Se puede sentir que se está fracasando, no logrando aquello que se desea. Pero sentir tristeza por algo que no pasó, no tiene sentido. Es una verdadera ridiculez. Es como sentir frío por un invierno que no llegó.
En todo caso la tristeza se siente en el momento. Se siente cuando ya se sabe que aquello que debiera ocurrir y que ya ocurrió en sueño, en fantasías, en el deseo, en la conciencia y también en la parte de la conciencia que nunca sale, que se hace la estúpida para aflorar. Esa parte que no se sabe donde está pero que viene y te pega en la nuca y a vos te dan ganas de correrla por toda la casa y pegarle con el palo de la escoba.
Bueno, eso ya no es. Por eso estás triste y podés saber que lo vas a estar y podés prever tu tristeza. Prever es dirigir dicen por ahí
Uno puede dirigir entonces la tristeza. ¿Hacia donde? ¿Por qué caminos?
No tiene importancia. La mayoría de las veces la que dirige es la tristeza misma. Es la que te dice adonde vas y porque vas y como vas. Así que hay que dejarse de joder

Como te gusta perder el tiempo pensando semejante sarta de boludeces-me contestó. A vos te parece que tiene sentido discutir si hay tristeza por adelantado, a plazo fijo, en cuotas o por reembolsos. A vos te parece que en semejante cabeza, haya espacio para pensar tantas pero tanta pavadas. O pelotudeces. Elegí vos el término. A mí me es indistinto. El término es un acuerdo formal entre partes pero vos entendés que te quiero decir que sos un tarado.

Sí, lo sé. Yo también pienso que se puede ser un tarado triste. En todo caso es mi taradez. No la tengo que compartir con vos, me la guardo. Compró un cajoncito para guardar taradeces. Tengo muchas. Voy a tener que conseguir otro, a lo mejor una cómoda. Una con muchos cajoncitos para guardar todo tipo de taradeces. Podemos encargarla. Con cajones más grandes para las taradeces colectivas que hay muchas. Con una base de madera más o menos robusta porque hay taradeces que son verdaderamente pesadas, que además perduran en el tiempo y que hay que tener donde guardarlas. No se pueden desechar porque si se tiran va algún boludo, las encuentra y las empieza a hacer de nuevo. A esas les ponemos candado. Anotá: cajón grande con candado.

En los otros cajones podemos poner las más chiquitas, esas que son taradecitas. No sé si se escribe así o si la palabra existe. Lo que es importante es que hay taradeces que no tienen casi sustancia, que las podemos dejar encima de la cómoda porque no molestan porque hay que ser muy tarado para volver a repetirlas.
Dejemos que esas taradeces sean libres, que vaguen por la casa. Que se pongan a jugar con la perra. Si las muerden que se jodan por taradas.

No traje plata-me dijo. Con que compramos los cajones. ¿Hacen falta? ¿Podemos usar las bolsas? ¿Tenemos que guardarlas? Si las podemos tirar todas por el balcón. Las taradeces no pesan-me insistió. No se le va a caer a nadie de un piso 12 y no lo va a lastimar. A lo sumo, cuando llegue abajo la taradez, el que justo esté pasando sentirá una especie de incomodidad, de malhumor, de frío en el cuerpo o calor.
Pero deja de joder con lo de la cómoda. 
EC



viernes, 20 de marzo de 2015

En la piel (a Natalia Gaitán)



Esto lo escribí hace mucho tiempo. No recuerdo si el blog exitía. Si el blog existía no recuerdo los motivos por los que no lo publiqué. Encontré el archivo original buceando la compu, casi sin querer. 
Hace pocos días se cumplieron  5 años de su asesinato. Va este texto como modesto recordatorio y homenaje.

EC





La idea de la catarsis viene a la mente.  Ya hay demasiadas cuentas hechas, demasiados papeles que llenar, que unir, que corregir. Lo único que hay de cierto en todo esto es que una vorágine de cosas. Cuando uno empezó a pensar que estaba liquidado, todo empieza de nuevo. Es como un remolino que no parece no tener ni inicio ni fin. Que sólo sigue y sigue y en algún momento vuelva a empezar
Son difíciles las metáforas a esta altura del año.  A esta altura de la vida uno se pregunta si tiene sentido incluso este ejercicio de sentarse a escribir delante de una PC para descargar la tensión existente. Si tendría más sentido malgastar el tiempo de otra forma, o por el contrario, si lo está malgastando ahora.
Se pregunta y se repregunta. ¿No debo hacer otra cosa? ¿Es éste el sentido de estar acá sentado? ¿No estoy, por casualidad haciendo escapismo como decían allá por los años setenta esos grupos realmente delirantes que creían que se podía tomar el cielo por asalto sin haberle movido el piso a Dios. Porque el cielo está terriblemente fortificado. Por las almas, por las conciencias. Hay una enorme cantidad de casamatas como diría el gran Antonio, esperando ser recuperadas o barridas.
Por ahí se va al cielo. Pero para ir hacia allá es preciso ganar acá. No se puede asaltar sin armas. Pero que se puede asaltar, se puede asaltar.
Como el remolino volvemos al principio. Seguimos sin ideas, sin objetivos, sin nada que se pueda comparar con la soberana necesidad e expresa algo. De decir algo que se trae adentro.
Pero ese algo está.
Es imposible silenciarlo. Salta cuando lees el diario. Sale en forma de gotas. Son lágrimas para más detalles. Se nota que son lágrimas y no cansancio porque son las diez de la mañana. Dormiste muchas horas. No tenés porque tener cansancio. Son lágrimas que surgen de lo profundo. Que vienen haciendo fuerza, que van profanando la coraza. Partiéndola de a poquito. Que se estrellan contra el muro y de a poco la van socavando, pero que es difícil que puedan aflorar con toda la fuerza del mundo.
Son las diez, ya lo dije. Es el diario, ya lo conté. Se llamaba Natalia, le decían y le gustaba que le dijeran la Pepa. Como dice el diario se sentía orgullosa. En un mundo de mierda que te parte en pedazos a cada rato, que te pega la cabeza contra la pared, ella sentía orgullo. Y se nota que se dio la cabeza contra la pared. Que se la dieron. Y ahí surge la pregunta y viene humedad porque la pregunta viene con las lágrimas.
¿Cómo es estar en su piel? ¿Se puede saber? Se intenta pensarlo  ¿Se puede racionalizarlo? Se puede incluso intentar escribir como sería estar en su piel. Pero es completa falopa. Tal vez lo pueden hacer otros y otras. Es difícil desde acá. La otredad no es el fuerte de uno.
Pero es difícil no empezar aunque sea a sentirlo un poquito. No imaginarse por momentos cara a cara con la muerte sólo por estar con la persona que se ama. Solo por ser “distinta”, por no encajar. Por no ser como ellos quieren, como todos quieren, como nosotros alguna vez queremos ser. Como nos enseñan  a que debemos querer ser.
Y es imposible que no dé una bronca violenta. Que no te den ganas de reventar a patadas el monitor o la mesa. O la cabeza del tipo que la mató.
Eso es empezar a sentirse un poquito como la Pepa
Y no es una piel. Son muchas. Es la piel de ser mujer y no serlo. Es la piel de ser pobre y serlo. Es la piel de ser rechazada y serlo. Es la piel indefensa porque todo alrededor es un campo de espinas. Y las espinas no sólo cortan sino que queman. Es ir a cada paso viendo como todo lo que uno es no es para los demás. Es el dolor de los sentidos siendo golpeados por cada puerta que se cierra, por cada mirada que se aparta, por cada sonrisa burlona, por cada gesto de repugnancia, por cada insulto, por cada silencio que insulta. Por cada golpe, por cada grito, por cada carcajada, por cada
Y es el silencio lo que sale. El silencio de la muerte. Y el silencio de la vida. Tenía 27 años. Era pura vida. Cuando uno no puede seguir escribiendo o cuando hay silencios, a veces, se usan los puntos suspensivos. Pero esas son las reglas. Acá paramos, lloramos, y seguimos.
A veces unas pieles pueden ayudar a otras. La piel se te hace gruesa de los golpes. De los arañazos. Del polvo de Parque Liceo que sigue tan pobre como hace diez años. De los perdigones de la escopeta que siguen tan mortales como hace cien años, del odio de la gente que sigue tan de mierda como hace 1000 años.
Pero sólo el odio puede vencer al odio. Sigo odiando. Cada día más.

sábado, 14 de marzo de 2015

Leonardo Norniella, obrero revolucionario




Eduardo Castilla
A esta altura resulta difícil escribir algo nuevo o más emotivo de lo que ha sido dicho. Pero escribir ayuda a procesar la tristeza, a aclarar las ideas y a recordar más plenamente a Leo. Las decenas o cientos de mails, las notas y comentarios en Facebook, los cientos de mensajes de texto o wassap, todo dice que Leo era un tipo terriblemente querido. Será por eso, entre otras cosas, que hace días no paramos de llorar. Como le debe haber pasado a casi todos es imposible darle al teclado sin tener los ojos húmedos o, directamente, llenos de lágrimas. Una pérdida muy dura. Un imprescindible al decir de Bertolt Brecht.
Conocí a Leo de manera muy general aunque nos vimos decenas de veces, compartiendo congresos, actos, reuniones o incluso alguna que otra juntada social. Conocí su enorme jovialidad y esa sonrisa que tenía siempre a flor de piel. Tengo fresca una de las última escenas donde lo vi personalmente, en el último congreso del partido hace un año, donde compartíamos chistes con él y con el compañero Sergio. Una escena que, seguramente, podía repetirse con otros personajes en la Panamericana, en la puerta de Pepsico o en cualquier lugar donde Leo estuviera.
Lo conocí y me parecía un tipo lleno de vida. Por eso, en estos días, no pude evitar acordarme del hermoso poema que Mario Benedetti le escribe a Roque Dalton. 

el hecho es que llegaste
temprano al buen humor
al amor cantando
al amor decantado
al ron fraterno
a las revoluciones
pero sobre todo llegaste temprano
demasiado temprano
a una muerte que no era la tuya
y que a esta altura no sabrá qué hacer
con tanta vida.


Demasiada vida había en Leo. Demasiada para una muerte tan temprana.
Teníamos casi la misma edad, yo un año menos. Y entramos casi al mismo tiempo a militar, allá a mediados de los 90’, años de individualismo y mediocridad, años donde había que plantarse para defender las ideas revolucionarias y, también, la militancia en la izquierda y la militancia en general. Fuimos una generación de luchadores contra la corriente, “fanáticos” de una causa que la sociedad entera creía absurda. La materia prima que alimentaba nuestra militancia todos los días estaba en los libros, en aquellos textos imposibles de conseguir en las librerías, en esos escritos de Trotsky y Lenin que nos recordaban que había habido una gran revolución en Rusia. Allí radicaba la fuerza de nuestras ideas y de allí salía la convicción que llevó a muchos, Leo entre ellos, a insertarse en el movimiento obrero. De esa convicción estratégica salían las armas para forjar la realidad. Y la realidad fue forjada.


Una tradición y una estrategia

León Trotsky escribió en el Prólogo de Mi vida que “el deber primordial de un revolucionario es conocer las leyes que rigen los sucesos de la vida y saber encontrar, en el curso que estas leyes trazan, su lugar adecuado. Es, a la vez, las más alta satisfacción personal a que pueda aspirar quien no une la misión de su vida al día que pasa”.
Sin haber conocido profundamente a Leo creo que esa máxima –o su esencia- guiaban su vida. El “día que pasa” no puede ser nunca la norma para quiénes se proponen un trabajo gris y cotidiano  como el que Leo y muchos compañeros llevaron adelante durante años en el movimiento obrero. Cada día de ese trabajo gris era un paso en la construcción de trincheras para la guerra de clases. 


Leo fue parte de quienes levantaron esa trinchera. Junto a sus manos las de los Camilo Mones, los Oscar Coria, los Rubén Matu, los Eduardo Ayala, las Katy Balaguer, las Lorenas Gentiles, los José Montes. Una lista recortada arbitrariamente en honor a la brevedad, por la que se piden las disculpas del caso. Esas manos, y las de compañeros no obreros dirigentes del PTS, ayudaron a crear esa gran trinchera que hoy es la zona Norte del Gran Buenos Aires.
Hoy la clase obrera de esa estratégica región es parte de la historia argentina de las últimas décadas. Una historia que se proyecta hacia el futuro. Esa historia que se forjó en las luchas de Pepsico y en la de Kraft. Que se sigue forjando en Donnelley y en Lear. Así, en cada una de esas grandes gestas está un pedacito de Leo.
En la gestión obrera de Madygraf está la tradición de lucha que se empezó a forjar hace más de 15 años, contra viento y marea, cuando hasta la izquierda autodefinida como trotskista miraba con escepticismo a la clase obrera. 

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En Historia de la revolución rusa León Trotsky señalaba que la revolución de febrero había sido dirigida por los obreros educados por el partido de Lenin. Trotsky los definía, genéricamente, como los “Kajurovs”: caudillos obreros formados en la tradición revolucionaria, que habían asimilado la experiencia de la revolución de 1905 y que eran capaces de guiarse en los acontecimientos con sus propios postulados, interpretando con su propia cabeza los hechos.
Leo fue una suerte de Karujov moderno al que le faltó su revolución de febrero, como nos falta a todos, como también nos falta nuestro 1905. Como dijo Fernando Rosso, nacimos a la vida política viendo a la clase obrera retroceder.
Leo evidenciaba ser un obrero con sus propios criterios, con su propia capacidad de reflexión y análisis, con sus posiciones políticas que todos los que hemos compartido reuniones recordamos. Nuestra revolución futura va a extrañar a Leo. Le faltará ese “Kajurov” criollo de la zona Norte del Gran Buenos Aires. 


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Vivimos en una sociedad terrible. León Trotsky escribió que la vida es hermosa. Les legó a las generaciones futuras la tarea de librarla de toda explotación y opresión existentes. Hasta ahora no hemos podido cumplir ese legado.
Y la materialidad de esas formas de opresión es constante, es densa, pesada y cruel. Y es una carga también para los y las revolucionarias.
La vida de los y las  revolucionarias tiene, en épocas reformistas, un sabor agridulce. Cada pequeño triunfo entraña duros sacrificios y los éxitos pueden ser efímeros. Aun hoy, es una vida a contracorriente de la enorme mayoría de la sociedad aunque la izquierda goce de niveles de aceptación política inéditos en los 90’. Aun hoy hay que batallar diariamente por darle sustento y fortaleza a nuestras ideas.  
La muerte de un revolucionario es siempre temprana. Por definición, aún nos quedan cosas por hacer. Porque nuestro objetivo estratégico es una sociedad sin clases y la esencia de nuestras vidas es la lucha constante por ese objetivo. Nuestro tiempo es siempre escaso.  
Cada camarada que nos deja se lleva un pedazo de nosotros. Solo lo sabemos y lo sentimos plenamente –y duramente- cuando ya no están. En ese marco la muerte infligida por mano propia no puede dejar de doler miles de veces más.
Cuando me enteré de la muerte de Leo le escribí a Sergio que lo conoció mucho más que yo. Él me dijo que Leo era “un tipo de diez”. Me quedo con esa definición, precisa y clara para cerrar este post.

¡Camarada Leo Norniella, hasta la victoria del socialismo!