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sábado, 28 de mayo de 2016

Bergoglio y Massera



“Después de un período que de alguna manera fue el reino de la tiniebla, época de crisis agudas por los años 1970-1974 donde la desorientación llevaba a extremos lamentables, los jesuitas argentinos han recuperado su verdadera conciencia su claridad de pensamiento y hoy pueden mirar esas crisis con serenidad y hasta con ironía (…) El padre Jorge Bergoglio es un hombre de 41 años, cuya fina inteligencia y maneras afables no ocultan una sólida aptitud para la conducción capaz de aplicar un caritativo rigor cuando las condiciones lo exigen. Llega al rectorado de la más alta entidad académica dela Compañía de Jesús en la Argentina, después de haber sido Provincial durante 5 años, periodo gravemente crítico ya que le tocó gobernar y depurar de equivocados las filas de la Orden”.

Diario Convicción, propiedad de Massera, 8 de junio de 1980 
(citado en Código Francisco, de Marcelo Larraquy)

lunes, 1 de diciembre de 2014

Las “corpos” que vos matasteis gozan de buena salud (editorial de editoriales en La Izquierda Diario)

Las “Corpos” más vivas que nunca. Una batalla contra la justicia que carece de épica. Una casta política que lucha entre sí mientras sigue viviendo como empresarios. Bergoglio, Verbitsky y un debate en la izquierda kirchnerista que no cesa. Un nuevo silencio: el debate sobre la situación de las personas trans.

 

Sebastián Quijano


La batalla judicial
A esta altura de la década “ganada” resulta necesario hacer una contabilidad más fina. A pesar de la sumatoria de discursos contra las corporaciones, éstas mantienen su poder. La Corpo judicial copa el escenario político. El enemigo de turno es el juez Bonadío. Pero el ataque va más allá (completo acá)

lunes, 29 de septiembre de 2014

A Dios (y a la Iglesia) pagando y con buitres negociando

 

Editorial de editoriales en La Izquierda Diario

 

Domingo 28 de septiembre de 2014 | 10:06 - Tras la visita vaticana, CFK viajó a la Asamblea de la ONU. Su discurso contra los buitres contrastó con la reunión con George Soros, magnate que "ayudaría" a la Argentina a cambio de negocios en Vaca Muerta. En nuestro país ya se sienten las consecuencias del "apoyo papal". La reforma del Código Civil: la negación de derecho al aborto, las tierras para los originarios y la impunidad para la corrupción estatal.



In nomine patris

El domingo pasado, señalábamos la necesaria devolución estatal por los apoyos franciscanos contra los fondos buitres y, en la reforma del Código Civil, poníamos el acento. En menos de tres días se desempolvó el proyecto y la celeridad oficial deja atónita a la oligarquía derechista de La Nación que pierde su agenda en manos de supuestos progresistas.
A pocos días de un nuevo Encuentro Nacional de Mujeres, el Vaticano y el gobierno pretenden sancionar, cuanto antes, un Código Civil donde “la existencia de la persona humana comienza con la concepción” y así ponerle un broche eclesiástico a la negativa kirchnerista que, durante toda la década, prohibió avanzar en este derecho elemental. Fueron 5 las veces que se presentó al parlamento esta iniciativa. Todas fueron cajoneadas por el oficialismo.

 

martes, 1 de octubre de 2013

"Inseguridad", fuerzas represivas y estrategia revolucionaria. Un debate al interior de la izquierda




Paula Schaller y Eduardo Castilla
El estratégico debate sobre el programa de los revolucionarios hacia las fuerzas de seguridad volvió a reavivarse en los últimos tiempos al calor de la situación política, donde massistas y kirchneristas compiten, en la provincia de Buenos Aires, por ver quién representa mejor a ojos de las clases  medias la agenda derechista de la mano dura y el “combate contra la inseguridad” (baja de edad de la imputabilidad incluida). En Córdoba, el escándalo de la “narco-policía” se convirtió en otro disparador de estas discusiones.
La campaña por la "inseguridad" no es sólo parte de la "agenda política" sino un problema estratégico de primer orden, ya que intentan fortalecer el poder de fuego del aparato represivo como disciplinador social para usarlo ante un escenario de mayor lucha de clases. Si hoy es preventivo, mañana para la burguesía será directamente cuestión de volcar de lleno el aparato represivo ante las luchas obreras y los "desbordes sociales". Por eso es preciso no sólo denunciar enérgicamente esta "preparación" sino levantar un programa revolucionario ante la cuestión del aparato represivo, uno de los pilares centrales en los que descansa el Estado burgués, que al decir de Engels es justamente "un grupo de hombres armados al servicio del capital"

La "inseguridad", el aparato represivo y el Estado

Para mantener un punto de vista de clase, en primer lugar hay que disputar el sentido de aquello que la burguesía llama "inseguridad" y se erige en el fundamento de su política de fortalecimiento del aparato represivo. Dado que la cuestión "delictiva" es una cuestión social, que afecta no sólo a sectores medios-altos sino también a la propia clase trabajadora (que muchas veces es cooptada por la ideología burguesa sobre la mano dura, al sufrir en carne propia sus efectos), merece una explicación social, anclada en las contradicciones del sistema social y los intereses de clase.  
Marx y Engels escribieron tangencialmente sobre esta cuestión tratando al delito no como un producto de la libre voluntad sino una manifestación aislada del individuo en pugna con las condiciones de opresión y explotación que lo rodean. Así lo plantea Engels en La situación de la clase obrera en Inglaterra: “Cuando las causas que desmoralizan al obrero ejercen una acción más intensa, más concentrada que la normal, el obrero se convierte en el delincuente, con la misma seguridad con que el agua, a los 100 grados C, bajo presión normal, pasa del estado líquido al estado gaseoso. Y el trato brutal y brutalizador que recibe de la burguesía hace de él un objeto tan pasivo como el agua, sometido a las leyes naturales con la misma imperiosa necesidad que ésta: al llegar a cierto punto, deja de actuar en él toda libertad”. 
Como se plantea aquí sobre esta cuestión, la delincuencia es de alguna manera la expresión de la "falsa consciencia individualista", una expresión por la negativa, que emerge ante la ausencia de forjar una salida colectiva contra las condiciones de existencia a las que se ve empujada la clase obrera, particularmente sus estratos más empobrecidos. 
Esta cuestión, bastante elemental, nos sitúa en el primer ladrillo del edificio para un programa ante la cuestión de las fuerzas represivas: la delincuencia, en tanto fenómeno social, sólo puede ser erradicada bajo una nueva forma de organización de la sociedad, donde una clase minoritaria no viva del robo del trabajo ajeno, sino que el conjunto de la riqueza producida esté puesta al servicio de satisfacer las verdaderas necesidades sociales.
Mientras tanto, con el argumento de "combatir" el delito que su propio régimen social consagra y extiende, la burguesía legitima ideológicamente la existencia, actuación y fortalecimiento de las fuerzas de seguridad.

La izquierda y la cuestión de las fuerzas represivas

La burguesía convierte su necesidad de fortalecer el aparato del estado en campaña política permanente. Frente a ello, la izquierda debería levantar un programa que tendiera a denunciar y contrarrestar esa tendencia. Si bien existe una visión común alrededor de que la solución al problema de la llamada “inseguridad” reside en cuestiones sociales de fondo, las diferencias (no menores) emergen a la hora de plantear una política hacia el aparato represivo del estado.
Sobre la cuestión de las fuerzas represivas y la política de la izquierda hemos escrito con anterioridad, señalando la contradicción política y estratégica que implica, para la izquierda que se reivindica revolucionaria, sostener una política de tipo reformista hacia las fuerzas represivas, en nombre de ganar a los “sectores subalternos” de las mismas. Esto, como ya señalamos, no cuestiona estratégicamente su carácter de órgano represivo al servicio del capital.
Un planteo clásico dentro de la izquierda es la llamada “sindicalización de la policía”. Esto lo ha planteado recientemente el candidato del PO en Salta, afirmando que “no puede haber un sindicato de todos los policías, sino de los subalternos, de aquellos que no tienen condiciones de mando (…) No puede ser parte de la misma organización sindical el Comisario y la tropa (…) la sindicalización “contribuiría a un ambiente de deliberación porque hay órdenes que los policías no deberían cumplirlas nunca”.
Este planteo parte de una analogía formal con las formas organizativas del movimiento de masas (por ejemplo los sindicatos) dejando de lado las especificidades de las fuerzas represivas en tanto institución burguesa. La diferenciación entre cúpulas policiales y sectores subalternos deja de lado el aspecto esencial de la posesión del monopolio de la fuerza pública. La función crea (y recrea) un órgano que adquiere intereses propios. Se conforma una fuerza con sus propias normas (legales e ilegales) y su propia lógica. Se trata de un aparato de decenas y cientos de miles de personas con sus propios intereses y que cuenta además, para respaldarlos, con la posesión de las armas y con el conjunto de la legalidad burguesa.
Ese carácter recorre a toda la institución, no sólo a sus cúpulas. De ahí que la definición de Lenin (tomando a Engels) ponga el acento en que se trata de “destacamentos especiales” que no “coinciden con la población espontáneamente armada” dada la existencia de antagonismos irreconciliables entre las clases. La fisonomía de “destacamentos especiales” ubica a la policía y al conjunto de las fuerzas represivas como un cuerpo extraño y opuesto a las masas en su conjunto, aunque se reclute socialmente en el seno de las mismas.
Los casos de gatillo fácil o las torturas son un ejemplo palpable. No son las cúpulas policiales las que ordenan asesinar jóvenes ni someterlos a todo tipo de vejaciones. No hay una “normativa” que lo indique, pero es una práctica extendida, donde los integrantes de la fuerza, en todos sus niveles, actúan brutalmente contra la juventud, el pueblo trabajador y las mujeres. Que la tortura esté institucionalizada al interior de las comisarías es otra expresión de estas prácticas brutales.
La participación y complicidad en robos, negociados en desarmaderos, trato con proxenetas y narcos (e incluso contrabando abierto como quedó al descubierto en Córdoba) pueden estar dirigidas “desde arriba” o ser la expresión de los intereses particulares de determinado sector o de policías sueltos. La pléyade de casos en los que aparecen “uniformados” imputados confirma que, como reza el cántico, “no es un policía, es toda la institución”.
La sindicalización propuesta por PO (y otras corrientes de izquierda) parte de un precepto falso acerca de la diferenciación entre cúpula y subalternos. Muy por el contrario, las distintas policías provinciales (y las fuerzas federales como Gendarmería o Prefectura) constituyen aparatos conformados y estructurados que desarrollan sus propios intereses.  
El fracaso de las reformas policiales de las últimas décadas lo pone de manifiesto. Cada purga demostró ser un fracaso muy rápidamente, cuando los negociados volvieron a emerger. Los políticos “progresistas” de la clase dominante tuvieron que pactar con este aparato porque el mismo es necesario para la defensa de los intereses de la clase capitalista en su conjunto.
Que la burguesía se oponga a la sindicalización no la convierte, en sí, en una medida revolucionaria. Si bien la autonomía de los subalternos podría alentar “rupturas” en la cadena de mando, y permitir cierta “anarquía” al interior de la fuerza, eso puede tener múltiples contenidos sociales y políticos. Contra esa lógica, hace casi un año, cuando gran parte de la izquierda festejaba la rebelión de gendarmes y prefectos, escribimos que “la “ruptura de la cadena de mando” no es, en sí misma y considerada aisladamente, un fenómeno progresivo, sino que dependiendo del estado general de la relación entre las clases, el nivel de actividad del movimiento obrero, etc., puede dar lugar al fortalecimiento de todo tipo de variantes reaccionarias al interior incluso de las mismas fuerzas de seguridad (…) el primer aspecto de una ruptura progresiva tendría que ser el cuestionamiento de los sublevados a su propia función social, cuestión muy distinta a la que presenciamos hoy”.
Que la burguesía perdiera (parcialmente) el control sobre su propio aparato represivo o parte del mismo, sería un hándicap para la lucha de clases si el movimiento obrero se encontrase en una ofensiva revolucionaria. Si no, puede convertirse en base del fortalecimiento de tendencias corporativas. Hoy, cualquier medida que tendiera a permitir a los subalternos “proteger sus intereses” implicaría para éstos garantizar sus vínculos con el narcotráfico, las redes de trata y los negociados ilegales.

La “democratización” de las fuerzas

PO también ha planteado recientemente la “Elección y revocatoria popular de comisarios”. Pero esta cuestión programática no puede discutirse por fuera de las tendencias de la lucha de clases, a riesgo de caer en una lógica “democratizante”. Trotsky escribía, en mayo de 1922, contra la electividad de los jefes militares del Ejército Rojo y afirmaba: “En el viejo ejército se habían formado comités de soldados, y mandos electos, que de hecho estaban subordinados a los comités (…) esta medida no tenía un carácter militar sino político revolucionario (…) el propósito del ejercito no era combatir. Había realizado en su seno la revolución social (…) estas medidas político organizacionales eran justas y necesarias desde el punto de vista de la descomposición del viejo ejército”.
Si la elección democrática de los oficiales cumplía un rol progresivo en la Rusia revolucionaria de 1917, esa “norma” no mantenía su validez después de la toma del poder, cuando se trataba de poner de pie una fuerza centralizada para luchar contra las invasiones imperialistas, no de descomponer el viejo aparato represivo. La elección democrática de los Comisarios en la actual situación política, lejos de favorecer la descomposición de las fuerzas policiales, podría aportar a la recuperación parcial de su imagen, con “nuevos” jefes “idóneos” y más legitimados. 

Una concepción formal del programa de transición

Eduardo Salas, tercer candidato a Diputado del FIT en Córdoba, también dirigente del PO, escribió hace pocos días que “La seguridad debe establecerse sobre los siguientes principios: a) el objetivo central es el cuidado y preservación de la vida y los bienes de la población; b) la prohibición de extender la acción en defensa de la seguridad a la represión, el control o el seguimiento de las acciones de reclamos o protestas de los trabajadores y vecinos; c) el control directo de los vecinos sobre los libros y las dependencias de los organismos responsables de la seguridad ciudadana, así como la elección directa y la revocabilidad de sus responsables”
Se trata de una serie de definiciones muy cuestionables. En primer lugar, afirmar que el objetivo central es el cuidado y preservación de los bienes de “la población” implica abandonar un criterio marxista elemental. La "población" está compuesta de clases sociales que tienen intereses antagónicos. No hay, por tanto, “bienes” que pertenezcan al conjunto. Si aceptáramos ese criterio, los trabajadores que toman una fábrica para defender su fuente de trabajo estarían atacando uno de los “bienes” del capitalista que los despidió. En ese caso, el accionar de la policía para desalojar la fábrica tomada tendría plena validez desde el criterio que establece el PO. Es evidente que esa no es la posición del PO pero, en su intento de establecer una “salida” inmediata al problema de la policía, a los fines de dialogar con los “vecinos”, termina perdiendo la brújula de clase en sus formulaciones políticas y programáticas.  
Ahora bien, dejando de lado este aspecto (nada menor) ¿qué se controlaría? ¿El correcto cumplimiento de las normas que impone la misma legalidad capitalista? Esto nos remite al inicio. Si la delincuencia es un problema social que sólo tiene solución en tanto se trastoquen revolucionariamente las condiciones sociales que le dan origen, el “control” ejercido no puede pasar de una simple constatación del accionar policial.
Si la policía actuara “dentro de las normas” (es decir no torturara a los jóvenes ni los vejara) si no tuviera negociados espurios sino que fueran todos “policías honrados”, seguiría siendo una fuerza especial de represión que tiene por objetivo imponer la opresión de una minoría social sobre las masas explotadas.
https://mail.google.com/mail/u/0/images/cleardot.gifEl control que propone PO, haciendo una analogía formal con la lógica del Programa de Transición, parte de un intento (impotente) de controlar las consecuencias necesarias de una determinada función social. Estos intentos de ofrecer un programa para el “aquí y ahora” en torno a las fuerzas de seguridad (condicionados evidentemente por la agenda electoral) terminan cayendo en una suerte de “programa mínimo”, que no es otra cosa que un programa reformista. 

Autodefensa y tendencias al armamento obrero

¿Tenemos los revolucionarios un programa de transición para las fuerzas de seguridad? Nuestro programa, lejos de componerse de "propuestas" para un “saneo” de las mismas, no puede más que articularse alrededor del objetivo estratégico de disolverlas en el camino de avanzar en el poder obrero.
¿Cómo se articula esa transición? O, en otros términos, ¿estamos hablando de una transición de qué a qué? Más allá de las formas históricas concretas que adquiera la lucha de clases, nos interesa señalar una mecánica general en torno a esta cuestión: cuando sectores de avanzada de la clase obrera y los sectores populares, en momentos álgidos de la lucha de clases, comienzan a procesar una experiencia con las fuerzas de seguridad a partir de sufrir sus permanentes embates, este primer estadio de ruptura puede manifestarse en el desarrollo de distintos métodos de autodefensa para enfrentar las avanzadas represivas, (que en momentos de aguda lucha de clases, tienden a ser no sólo estatales sino paraestatales, como la Triple A). Esa es la dinámica que plantea el Programa de Transición.
Por ejemplo, en el Cordobazo, el movimiento obrero y la juventud pusieron en pie piquetes y barricadas que asestaron importantes golpes morales a las fuerzas represivas, en primer lugar derrotando a la policía en la ciudad. La autodefensa quiebra el principio del monopolio estatal de la violencia y tiene un gran efecto moral en la lucha de clases, tanto para los oprimidos como para los opresores. 
Así lo señalaba Parvus, a principios del s. XX, cuando planteaba que: “El significado de la barricada debe visualizarse en dos direcciones. En primer lugar era un punto de reunión y un medio organizativo (…) en segundo lugar, era una construcción de defensa: protección del lado del pueblo y obstáculo del lado de los militares. El poder de esta obstrucción sobre los militares no estaba solamente determinado por su aspecto material sin principalmente por su efecto moral”. 
Así, la autodefensa es el germen del armamento ofensivo del proletariado: la creación de milicias obreras. Tal como dice Trotsky: "Mientras el sistema capitalista está en alza, incluso las clases oprimidas perciben como algo natural el monopo­lio estatal de las fuerzas armadas. (...) Fue recién en la Rusia zarista que el joven proletariado de los primeros años de este siglo comenzó a procurar armar sus destacamentos de lucha. Esto reveló vívidamen­te la inestabilidad del antiguo régimen. La monarquía zarista se encontró cada vez menos capaz de regular las relaciones sociales por medio de sus agencias normales. Es decir, la policía y el ejército, y se vio obligada a recurrir cada vez más a la ayuda de las bandas voluntarias (las Centurias Negras con sus pogromos contra los judíos, los armenios, los estudiantes, los obreros y otros).Como respuesta los obreros, igual que varias nacionalidades, co­menzaron a organizar sus propios destacamentos de autodefensa. Estos hechos indicaban ya el comienzo de la re­volución."
En la dinámica de la lucha de clases, la disolución del aparato represivo burgués está en directa relación con la existencia y extensión de un poder militar proletario capaz de producir esa disolución por la fuerza y sustituir el viejo aparato de coerción burgués, realizando las tareas de "policía" necesarias para el ordenamiento social desde el punto de vista de los intereses de las mayorías populares.
Es esto precisamente lo que planteó Trotsky en "Un programa de acción para Francia": "Todas las policías, ejecutoras de la voluntad del capitalismo, del Estado burgués y de sus pandillas de políticos corruptos deben ser disueltas. Ejecución de las tareas policiales por las milicias obreras." Ahora bien, Trotsky formuló este programa de acción, es decir, de agitación para la acción, en la Francia de 1934, atravesada por la creciente militarización de la sociedad producto de la preparación de la burguesía francesa para la guerra imperialista y por permanentes choques entre las bandas fascistas y el movimiento obrero combativo que avanzaba en su radicalización política. Precisamente porque la situación es (aún) muy distinta, este tipo de consignas no pueden ser utilizadas para la agitación hacia las masas, porque, en la dinámica viva del proceso social, hoy no tendría carnadura sobre ningún sector del movimiento obrero. 
Que este programa no sea de conjunto agitable hoy, fruto de las condiciones objetivas y subjetivas del proletariado, no implica caer en un programa “entendible” que liquide la relación entre estos aspectos y la estrategia revolucionaria. Por el contrario, para los revolucionarios es una tarea de primer orden formar una vanguardia de jóvenes y trabajadores que lo asuma como base para la preparación revolucionaria para momentos álgidos de la lucha de clases. Es desde esa perspectiva que escribimos esta crítica. 


domingo, 17 de marzo de 2013

Iglesia, control social y lucha de clases. Apuntes sobre la asunción de Francisco I



 Eduardo Castilla


La elección de Bergoglio como Papa se ha transformado en un hecho político de alta magnitud, tanto en el terreno internacional como en la política local. No es para menos, Benedicto XVI rompió una tradición de más de 6 siglos, renunciando a su puesto en vida, desnudando una crisis profunda que recorre a la milenaria institución. Al mismo tiempo, la designación de un argentino marcó un quiebre con la tradicional elección de Papas de origen europeo. En el terreno de la política nacional, la elección de Bergoglio le da cierto aire a la recuperación de la Iglesia en tanto institución de control social y mediadora activa en la política del país. En este post, resultado de una discusión colectiva, trataremos de volcar algunas ideas sobre estas cuestiones. 


Crisis política y acción directa


Lo que emerge en el fondo de la elección del Papa del “fin del mundo” es la profunda crisis de legitimidad que atraviesa la Iglesia Católica. Crisis ligada a curas pedófilos, a negocios millonarios, a dinero de mafiosos en las arcas del Vaticano, entre otros lastres de una institución milenaria que supo “adaptarse” a los tiempos de la Restauración burguesa. Tiempos que empiezan a cambiar con la crisis capitalista en curso y los procesos de lucha social y política que van emergiendo. Es, desde ese punto de vista, de donde hay que partir para analizar las causas de esta elección. Desde allí además, habrá que ir evaluando si los movimientos de Francisco se convierten en movimientos “orgánicos o de coyuntura”, tomando los parámetros de Gramsci y, hasta dónde, puede cumplir con éxito su misión reformista-restauradora, como dice en este muy buen post el amigo Fernando Rosso.  

La elección de Bergoglio se da en el marco de la más profunda crisis que haya conocido el sistema capitalista mundial en los últimos setenta años. Crisis que, cada vez más homogéneamente, afecta al conjunto del planeta. Asistimos, además, a los efectos políticos de esta enorme “incursión catastrófica”: el desarrollo de un proceso extendido de crisis políticas o crisis orgánicas según esta afirmación de Gramsci, de ruptura o separación entre dirigentes y dirigidos. Lo vemos desarrollarse en el viejo continente con la emergencia de tendencias reaccionarias de derecha (Aurora Dorada, FN en Francia) y el fortalecimiento de una izquierda reformista (Syriza, Front de Gauche). Este proceso se expresa además en Italia, donde la crisis de los partidos tradicionales llevó para arriba al cómico Beppe Grillo. A su vez, en Francia y España, vemos el rápido desgaste de gobiernos de elección reciente. La raíz de estos fenómenos, que se complementan con los procesos de masas en el norte de África, es la brutal miseria a la que están sometidos millones en todo el mundo, producto de la crisis. La Iglesia como institución mediadora se prepara entonces para contener el conflicto que potencialmente se desarrolle a partir de estos procesos en curso.

Esta crisis de la Europa capitalista es, en cierta medida, una crisis de sus capas dirigentes a las que el Vaticano y la Iglesia difícilmente escapan. Es preciso recordar que Bergoglio es el primer Papa no europeo. Como se señala acá, El papado en un audaz movimiento geoestratégico cambia de continente, de Europa a América, a la América hispana, adelantándose a la sentida necesidad de un nuevo orden mundial”. En ese marco, como ya se ha resaltado, la imagen de “austeridad” y de una Iglesia “inclinada hacia los pobres” intentará cumplir ese papel de ruptura y superación de una institución “bañada en oro”. 


La sombra del Papa sobre América Latina


Raúl Zibechi, a tono con una franja importante de la intelectualidad latinoamericanista, señala que “La elección de Bergoglio tiene un tufillo de intervención en los asuntos mundanos de los sudamericanos, a favor de que el patio trasero continúe en la esfera de influencia de Washington y apostando contra la integración regional. Por su parte, el bloguero K, Gerardo Fernández afirmaba, a pocas horas de la elección, que “Si Juan Pablo II vino a operar el derrumbe del bloque socialista del este europeo, no es desatinado pensar que ahora la Iglesia necesita jugar fuerte en un continente llamado a jugar un rol destacado en los próximos años y para ello empodera a un tipo sumamente hábil como el arzobispo de la ciudad de Buenos Aires”.

En el post de Fernando Rosso que citamos antes es confrontada esta hipótesis. La misma subvalora el conjunto de problemas que debe afrontar la Iglesia como institución de control social en todo el planeta. Los casos de pedofilia que atravesaron Europa y EEUU son un lastre enorme para el Vaticano, junto a la crisis de las finanzas del Vaticano y el escándalo del Vatileaks. Todos estos elementos no tocan directamente al rol de los gobiernos latinoamericanos.  

Por otra parte, en América Latina, a pesar de concentrar el mayor porcentaje de creyentes dentro de los casi 1200 millones en todo el mundo, el catolicismo viene perdiendo adhesión. Así lo expresa esta nota que afirma que “En Brasil, el país con más católicos en el mundo, la cantidad de practicantes que se consideran católicos cayó del 74 por ciento en 2000 al 65 por ciento en 2010, según datos del Gobierno”. Los datos del resto del continente no son mejores. La preocupación hacia América Latina pareciera estar más ligada a esta cuestión que a la radicalidad de procesos políticos que, hasta ahora, han tenido cortocircuitos menores con la Iglesia. Esto no niega que, en tanto institución al servicio de las clases dominantes, actúe a futuro, si vemos desarrollarse nuevos ascensos de masas en la región. 


La Iglesia y el control social


Marx definió a la religión como “el opio de los pueblos”. Pero el opio no actúa en el aire, sino que requirió su propio aparato de funcionamiento para garantizase estructura, continuidad y relación con las clases dominantes. En el marco de una sociedad dividida en clases antagónicas, la religión (al igual que la moral) es un factor actuante de la lucha de clases. La Iglesia como institución oficial de la religión católica puede actuar más efectivamente para atenuar las contradicciones de clase en la medida en que recupere prestigio y extensión.  

Gramsci, enfatizando el rol de los intelectuales tradicionales, es decir aquellas categorías intelectuales preexistentes y que además aparecían como representantes de una continuidad histórica no interrumpida aun por los más complicados y radicales cambios de las formas políticas y sociales”, señalaba a los eclesiásticos como ejemplo paradigmático de esa función. La casta clerical efectivamente pervivió más allá de cambios radicales como las revoluciones burguesas de los siglos XVII, XVIII y XIX. Como señala Fernando Rosso, tanto en Cuba como en otros países del Este europeo, las burocracias que emergieron en esos estados obreros deformados permitieron la continuidad de la Iglesia que, como quedó en evidencia en Polonia, jugaron un rol en los avances de la restauración capitalista.

Allí donde subsiste la desigualdad social, la Iglesia como institución amortiguadora de esas tensiones, está obligada a cumplir un papel. 


Iglesia y lucha de clases. De la Teología de la Liberación al Golpe del 76


Las décadas del 60’ y 70’ fueron prolíficas en lucha de clases, con ascensos revolucionarios en todo el mundo. Esto no podía menos que incidir al interior de la Iglesia, una de las instituciones de la “sociedad civil” más ampliamente extendidas por el tejido social. En América Latina, junto a la Teología de la Liberación y el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, emergieron tendencias internas que cuestionaron el alejamiento de la Iglesia de los pobres así como su alineamiento con los sectores dominantes.

Los golpes militares que cerraron ese proceso en América Latina pusieron de manifiesto un corte horizontal al interior de la Iglesia. En Argentina, se dio una división tajante. Por un lado la capa superior, completamente ligada a las FFAA y a las clases dominantes. Por el otro, sectores de la misma Iglesia que, junto con miles de luchadores obreros, estudiantiles y populares, fueron masacrados por el golpe genocida. 
Como señala Horacio Verbitsky en su libro La mano izquierda de Dios, “Hacia afuera, la Iglesia Católica constituía una de las fuentes de legitimidad del gobierno militar. Hacia el interior de las propias filas castrenses, santificaba la represión y acallaba escrúpulos por el método escogido, de adormecer con una droga a los prisioneros y arrojarlos al mar desde aviones militares” (Pág. 40). Es decir, la Iglesia argentina fue central en el genocidio cometido a partir de 1976.

La profundidad de esa actuación está marcando la asunción de Bergoglio. A pesar de los intentos de presentarlo como desligado del golpe de 1976, el papel central de la Iglesia argentina en el genocidio es más que evidente y el rol de Bergoglio al frente de la congregación de los Jesuitas muestra como imposible su “inocencia”. Ante esta discusión, que implica una debilidad “de origen” en la imagen del nuevo Papa, han salido a defenderlo el vocero del Vaticano Lombardi y, aquí, en nuestras tierras, los medios que fueron parte central del aparato ideológico del Golpe militar, es decir Clarín y La Nación. 



De las batallas ideológicas a las batallas políticas


Pero el combate contra la institución Iglesia y su rol político-ideológico debe articularse con la necesaria batalla que, de manera paciente, los revolucionarios deben llevar adelante para ayudar a los sectores explotados y oprimidos de la masas a superar la creencia en una salida en “el más allá” que implica la absoluta resignación en el presente. Algo que, por ejemplo, las Bienaventuranzas expresan al celebrar el sufrimiento y la pobreza.

Lenin, citando a Engels señalaba que sólo una práctica social consciente y revolucionaria, será capaz de librar de verdad a las masas oprimidas del yugo de la religión”. Es decir, la superación de la conciencia religiosa no puede ser impuesta sino que es el resultado, en primer lugar, de la actividad consciente de las masas mismas. Pero la verdadera posibilidad de superarlo sólo puede ser abierta por la liquidación del orden capitalista, única base real para la superación de las contradicciones brutales de las contradicciones económicas que fortalecen la “fe en el más allá”. Al decir de Marx “la miseria religiosa (que) es, al mismo tiempo, la expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real” y “la critica a la religión es, en germen, la crítica a este valle de lágrimas, rodeada de una aureola de religiosidad”.
Pero, como señalamos al principio, la misma designación implica consecuencias sobre la política nacional. Un efecto que seguramente veremos será el fortalecimiento de la Iglesia como mediación política de peso en la escena nacional. Un argentino en el Vaticano es un espaldarazo para una institución que tiene un alto desprestigio en sectores de masas, producto de su rol en la Dictadura y de haberse opuesto a cambios democráticos, como la Ley del Matrimonio Igualitario, recientemente.

De allí que todo paso que pueda ser dado que vaya en el camino de debilitar su poder e influencia, tiene un carácter progresivo. La experiencia de los años 70’ en Argentina mostró que, a pesar de las tendencias críticas que emergieron en su seno, la Iglesia no pudo ser reformada. Por el contrario, terminó actuando como parte del armado golpista que garantizó el aniquilamiento de una generación entera de luchadores y luchadoras revolucionarias. Fue la que, ideológicamente, fundamentó la “justeza o no” del accionar genocida contra los enemigos “de la Patria y de Dios”, llegando a plantear que “Satanás es el padre de todos los subversivos” (Verbitsky, pág. 35).
La lucha contra esta institución reaccionaria, cómplice de la masacre de una generación de luchadores obreros y populares, que hoy se opone a los derechos de las mujeres y las personas LGTTB, es una bandera más para marchar este 24 de marzo.