sábado, 29 de junio de 2013

Brasil: transformismo del PT y "fin de ciclo". Apuntes para el análisis




 

Paula Schaller y Eduardo Castilla
 
Las masivas movilizaciones que hemos visto en estas semanas en Brasil plantean una serie de interrogantes en relación a la dinámica de la lucha de clases en el vecino país. ¿Asistimos al fin del ciclo del PT? ¿Las movilizaciones políticas pueden abrir un nuevo ciclo de luchas sociales más extendidas? ¿Podrá el gobierno limitar el “daño” de estas acciones sobre el conjunto del régimen político burgués? Las enormes movilizaciones demuestran el hartazgo de sectores de las masas con la casta política que gobierna el Brasil. Aparecieron de la noche a la mañana, como rayo en cielo calmo, sorprendiendo a todos y todas. En el país que aspiraba a cumplir (y en parte lo hacía) el rol de potencia regional integrando la “elite” de los BRICS, bajo un gobierno que se vanagloriaba de “haber sacado a 40 millones de personas de la pobreza” para “convertirlas en “clase media”. Allí, en ese país que se preparaba para las Olimpíadas y el Mundial, estalló la furia.
Ya es evidente que las movilizaciones trascienden largamente las demandas ligadas al aumento del boleto. Están expresando un “Brasil profundo” que cuestiona el “Brasil de arriba”, el de los políticos que conforman la casta que dirige los negocios de ese gigantesco estado burgués. Existe un repudio extendido, como señala Atilio Borón, a la “partidocracia gobernante”. Precisamente ésta es la demanda a la que intenta dar respuesta por estas horas el gobierno de Dilma Rousseff con el anuncio de un plebiscito que permita avalar una reforma política. Sabiendo que mientras escribimos se siguen desarrollando las movilizaciones, trataremos en este post de delinear algunas de las discusiones abiertas.
 
¿Fin de una Revolución Pasiva?

Lo primero es definir a qué proceso de ruptura estamos asistiendo en Brasil. El fin de la revolución pasiva tituló Massimo Modonesi su columna dominical en La Jornada, dando cuenta de lo que define como “un proceso de modernización impulsado desde arriba, que recoge sólo parcialmente las demandas de los de abajo y con ello logra garantizar su pasividad, su silencio, más que su complicidad”. Este proceso habría bloqueado el desarrollo de la movilización de masas en la última década en el país y estaría estallando hoy.
Es innegable que existieron elementos de “pasivización” en estos años, el primero de los cuales fue la propia elección de un presidente “obrero”, que dio al régimen una enorme confianza de las masas (Lula llegó al poder en una histórica elección en la que obtuvo unos 52 millones de votos, que representaban el 61, 4 %), a partir de lo cual el PT promovió una política de distribución a gran escala de parte de la recaudación estatal para aliviar la situación de los sectores más pobres. Conceptualizar la experiencia brasilera de los últimos años como una “revolución pasiva” exagera los resultados de la “modernización desde arriba”. Gramsci en sus escritos sobre el Risorgimiento describió el proceso de unificación nacional, llevado a cabo sin tendencias jacobinas por el transformismo del Partido de la Acción. Se trató de una revolución burguesa “desde arriba”, un cambio estructural profundo del carácter del Estado y la nación italiana, una forma de realización desde el Estado de grandes tareas históricas burguesas.
La perspectiva de Modonesi pareciera ser tributaria de los análisis de Aricó, quien (ver La cola del diablo) generalizaba el uso de la categoría de "revolución pasiva" para analizar el proceso de modernización de las sociedades latinoamericanas como proceso que, en ausencia de fuertes clases dominantes nacionales, es conducido desde el Estado. El riesgo que entraña esta generalización es el de exagerar las modificaciones estructurales que está en condiciones de impulsar la burguesía: en el Brasil de las últimas décadas el crecimiento económico no alcanzó a alterar las bases profundas de la estructura económica del país, como se explica aquí. Sus avances fueron parte del ciclo del que gozaron los países semicoloniales en la última década y los vaivenes de la economía internacional golpearon (y golpean) fuertemente sobre el país, limitando su crecimiento y las posibilidades de sostenimiento del nivel de vida que han conquistado franjas de masas en los últimos años.
Su emergencia como potencia regional, lejos de “derramar” sobre el conjunto de las masas, implicó la continuidad de la pobreza estructural para millones. Según este análisis, la población carcelaria se duplicó entre 2000 y 2012,  pasando de 233mil a 550mil presos. Por otra parte, Luciana Rabinovich afirma que “la pobreza y la desigualdad estructurales de Brasil no se resuelven ni con un asombroso superávit comercial ni con todo el petróleo del pre-sal. La contracara de ese indudable crecimiento es múltiple: el narcotráfico, la violencia, la corrupción y los problemas en la distribución de la tierra”.
Como se señala aquí, las condiciones económicas de la década pasada ni siquiera permitieron avances sustanciales en materia de servicios públicos y calidad de vida de las masas pobres. Más que "revolución pasiva" el Brasil petista  fue un intento de combinar neoliberalismo con asistencialismo estatal (ver acá), lo cual se asentó en un proceso de pasivización basado en condiciones excepcionales a nivel internacional que no cambiaron la estructura básica del país. El fin de esa pasivización, en el marco de la crisis internacional que pone en cuestión la continuidad de esas condiciones excepcionales, pone en jaque al PT como administrador "progresista" del neoliberalismo con "rostro humano". 

El transformismo del PT

El concepto de revolución pasiva va ligado estrechamente al de transformismo, es decir del pasaje de las capas dirigentes de las clases subalternas al campo de la clase dominante. El revolucionario italiano, en los escritos sobre el Risorgimiento italiano distinguía dos momentos: el transformismo “molecular” (“las personalidades políticas individuales elaboradas por los partidos democráticos de oposición se incorporan individualmente a la “clase política conservadora-moderada” (…) y el “transformismo de grupos extremistas que pasan enteros al campo moderado”. El PT pasó por estas dos etapas en la medida en que fue conquistando espacios dentro del régimen capitalista brasileño, logrando la gobernación de varios estados, donde incluso los gobernadores rompían políticamente con el partido en “defensa de sus electores” que lo trascendían. El ciclo del transformismo del PT se inicia en los años ‘80 cuando “La capacidad de acción política del PT y su base social en el ABC metalúrgico, le permite ganar el municipio de Diadema en 1982 y además conseguir las ciudades de San Pablo, Porto Alegre y Victoria en 1988”.
A partir del 2002 con la llegada de Lula al poder, el PT se convierte en el partido de gestión del capitalismo de Brasil y avanza claramente hacia “una coalición con el empresariado para modernizar el resto del país,  sustentado en la redistribución para mejorar las condiciones sociales de los brasileños,  sintetizado en el programa Fome Zero”. Como afirma Francisco “Chico” de Oliveira el PT culmina así su “transformación”: “Hace tiempo que se estaba preparando el terreno para la transformación ideológica del PT, pero no habría ocurrido plenamente sin la elección de Lula, que fue el acontecimiento que le dio materialidad. Pero son dos las caras de la moneda: la transformación del PT permite la victoria electoral y la victoria electoral permite la culminación de la transformación del PT”.
Las expresiones más brutales de este transformismo fueron la construcción de un partido cada vez más anclado en los cargos del estado capitalista y más alejado de las masas, que acumuló denuncias de corrupción, del cual el “mensalao” llegó a ser el más famoso. Si a fines de los 70’ e inicios de los 80’, como cita Fernando Rosso, el PT emergió como el partido orgánico de clase trabajadora brasilera y, en particular de sus sectores más combativos concentrados en el ABC paulista (lo que lo llevó en los años 80 a representar a un 70 % de los dirigentes de la CUT), esta relación, a lo largo de la década que pasó, se fue resquebrajando porque el PT se integró a la partidocracia que hoy es rechazada en las calles. El transformismo del PT ha sido directamente proporcional a su rol de gerenciador del neoliberalismo,  lo que lo llevó en todos estos años a basar su gobernabilidad en todo tipo de pactos y acuerdos con los distintos partidos del régimen.   
Es evidente que si las condiciones materiales no lograron cambios sustanciales que permitieran un período histórico en el que todo se redujera a “guerra de posición” (revolución pasiva), el principal factor de la pasivización fue el gigantesco transformismo del PT, que se había convertido no sólo en representante de la clase trabajadora, sino en hegemónico, es decir en representante del conjunto de la luchas de los oprimidos del Brasil. La cooptación del aparato dirigente de este partido parece haber actuado como una enorme pérdida para el conjunto de las masas en lucha. Los años de crecimiento (que están terminando) ayudaron a que esa experiencia entre las clases subalternas y la nueva ubicación que había adquirido el PT se mantuviera en estado latente. Pero las condiciones de la crisis internacional y sus efectos en el país, -que se combinan con la escalada inflacionaria que se disparó de cara al mundial-, así como la oleada de acciones de la juventud que recorre el mundo, están permitiendo que estos fenómenos se expresen y Brasil se ponga a tono con el hecho de que empieza el fin de la época de la "Restauración Burguesa".

La crisis de la casta política: representantes y representados

Estas movilizaciones deslegitiman a los políticos que han administrado el Estado al servicio del capital. Pero al mismo tiempo, siguiendo el espíritu de los indignados españoles y los movimientos que existen globalmente, atacan toda forma de representación, tendiendo a igualar a “toda la política”. He ahí su rasgo más contradictorio que ha valido respuestas de sectores como la burocracia de la CUT, que convocan a movilizarse de manera diferenciada.
En este escenario, lo que teme la burguesía en su conjunto es que se profundice el proceso de “separación entre representantes y representados”. FHC, ex presidente de Brasil por el PSDB, afirma que es preciso que los partidos “se reinventen” y “restablezcan vínculos con la población”. Por su parte, Dilma dijo hace poco que “es un equívoco que la sociedad prescinda de los partidos políticos”. Como se señala acá, se está viviendo algo similar al "que se vayan todos" del 2001 argentino: repudios de las movilizaciones a los políticos y al conjunto de las instituciones. Se está poniendo activamente en cuestión a una casta que vive en condiciones completamente ajenas a las del pueblo.
Pero esta crítica política parece estar abriendo el camino a la intervención de distintas franjas sociales con reivindicaciones económicas. Este miércoles los habitantes de las favelas de Río se unieron a las protestas por sus propias demandas incumplidas, dando un carácter más directamente plebeyo y negro a las movilizaciones que empezaron siendo policlasistas, con gran peso de la clase media. Mientras las centrales sindicales anuncian la convocatoria a una jornada de paro para el 11 de julio por “mayores inversiones en sanidad y educación; aumento de salarios para los trabajadores; reducción de la jornada de trabajo; apoyo a la reforma agraria y transporte público de calidad”. Estos reclamos económicos pueden abrir un proceso de cuestionamiento al programa de gobierno de Dilma y el PT en su conjunto.

¿Un maquillaje del régimen o una transformación revolucionaria?

Como señalamos al inicio, las movilizaciones se mantienen mientras escribimos este post. La propuesta de Dilma Rousseff de una Asamblea Constituyente para impulsar una Reforma política recibió respuestas por parte de diversos sectores del espectro político y judicial que temieron abrir una verdadera Caja de Pandora en un Brasil convulsionado. Es que lo que verdaderamente está de fondo es la gigantesca distancia entre quienes administran el estado y las masas que viven y sufren cotidianamente en el transporte, los hospitales y las escuelas; la juventud que sufre la brutal violencia de las fuerzas represivas o los millones que viven hacinados en las favelas.  
El gobierno intenta cerrar esa brecha con el intento de una muy limitada Reforma política. Pero es evidente que una verdadera modificación de las condiciones de vida del Brasil obrero y popular no vendrá de esta casta de políticos conservadores a la que se integró el PT. Por eso los compañeros de la LER-QI de Brasil levantan un programa que plantea, entre otras medidas, la necesidad de que “todo político gane lo mismo que un obrero”. Como se ha afirmado en este post, esas consigas cumplen un papel “transitorio” o sirven de “puente” hacia el cuestionamiento revolucionario del régimen democrático-burgués. Frente a las salidas limitadas que se propone dar el gobierno con el aval del conjunto de la oposición, este tipo de medidas puede efectivamente darle un norte más estratégico al conjunto de la movilización. Pero no se trata sólo de demandas aisladas. Contra la trampa de la Reforma Política limitada de Dilma, y para poner en discusión un programa verdaderamente obrero y popular que dé respuestas a los problemas acuciantes de las masas brasileras, es necesario luchar por imponer mediante la movilización una Asamblea Constituyente Revolucionaria.  Para que las profundas aspiraciones democráticas de las masas no sean llevadas a un callejón sin salida que sea un maquillaje de lo mismo,  es necesario luchar por imponer revolucionariamente una instancia verdaderamente democrática (con las propias formas de elección y representación que decidan las masas) que empiece por discutir la estatización bajo control de trabajadores y usuarios del conjunto del transporte público, el aumento del presupuesto educativo y de salud en base al No pago de la deuda externa e impuestos a las grandes fortunas y la renta financiera, que todos los funcionarios públicos ganen lo mismo que un trabajador, etc.  Esta es una vía para que las enormes movilizaciones que vienen dando las masas brasileras abran el camino a la lucha por sus intereses independientes. 
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jueves, 20 de junio de 2013

A 40 años de la Masacre de Ezeiza. Apuntes breves



 

Eduardo Castilla

Hoy se cumplen cuarenta años de la masacre de Ezeiza, uno de los hechos centrales de la vida política nacional en los años 70’. Un acontecimiento de características históricas por varios motivos. Enumeremos: el retorno esperado de Perón a la Argentina, luego de casi 18 años de exilio, la mayor movilización de la que se tenga registro en la historia nacional y, por último, la clara definición política del peronismo gobernante de destrozar a sangre y fuego a la vanguardia obrera y juvenil que se desarrollaba en Argentina desde el Cordobazo. Por este conjunto de considerandos es que, precisamente, resulta mezquino y limitado presentarlo solamente como un episodio de la pelea entre el ala izquierda y el ala derecha del peronismo.
Ezeiza simboliza el contradictorio carácter del momento histórico que vive Argentina. Por un lado es la expresión de un triunfo de la lucha de masas que, luego de 18 años de persecución, han logrado imponer el retorno del hombre al que identifican con las conquistas obtenidas en el período 1945-1955. Sólo esto permite entender la magnitud de la movilización que, según distintas fuentes, puede ubicarse alrededor de dos millones de personas. El retorno de Perón implicaba la derrota definitiva de los regímenes que durante casi dos décadas habían intentado doblegar la resistencia de la clase trabajadora e imponer mayores condiciones de explotación. Por otra parte, una franja creciente de la juventud avanzada verá en Perón el líder llamado a hacer avanzar al país en el camino de la “patria socialista”. Esa franja será la que exprese esencialmente la Tendencia Revolucionaria.
Desde el punto de vista de las necesidades de la burguesía, el retorno de Perón significaba la necesidad de apelar a la vieja dirección del movimiento nacionalista para intentar imponer orden en un país donde la clase trabajadora y las masas protagonizaban un enorme ascenso desde mayo del 69’ que la dictadura de la llamada Revolución Argentina no había podido contener ni derrotar.
En esa disyuntiva debía actuar Perón. Disyuntiva que se resolvió claramente a favor de las necesidades de la clase dominante.  Precisamente por ello, Ezeiza muestra, como la obertura de una ópera, los elementos que se desarrollarán bajo el tercer gobierno del General: acción de grupos paramilitares integrados por matones y el aparato de la burocracia sindical, el uso de la represión abierta al interior del movimiento peronista y la completa legitimación que otorga el líder del peronismo a este proceder. La burguesía, en la persona de Perón, se proponía apelar a métodos de guerra civil contra la vanguardia obrera y juvenil, como lo mostrará en los meses posteriores la actividad de la Triple A y el Comando Libertadores de América aquí en Córdoba, luego del Navarrazo

De la “primavera camporista” al invierno restaurador de Perón  

Juan Carlos Portantiero escribió en la revista uruguaya Marcha que “el viernes 13 de julio, la conspiración a través de un golpe de comando minuciosamente preparado consiguió  su objetivo: desalojar de la cúpula del estado a quienes mejor habían representado el contenido movilizador, jacobino, del proyecto democrático votado por el pueblo el 11 de marzo (…) la experiencia Cámpora, el punto más alto de inserción de sectores revolucionarios en el aparato del estado, había durado en total, menos de dos meses” (Baschetti). La renuncia de Cámpora, ocurrida poco más de veinte días después de Ezeiza, significó que el poder político pasó a manos de la derecha peronista. Lastiri, yerno de López Rega, fue el encargado de preparar la transición hacia la vuelta de Perón. Cámpora, el “leal” delegado del líder durante casi dos años, se había convertido de la noche a la mañana, en el promotor de cuanto “infiltrado marxista” rondara en el movimiento peronista.    
Aunque es discutible la definición de los “rasgos jacobinos” del gobierno de Cámpora que hace Portantiero, queda en evidencia el giro político que se está procesando, claramente hacia la derecha, en las altas esferas del poder político nacional. Perón es la cara visible de la restauración del orden y así lo hace saber. En abril del ‘73, había destituido a Galimberti como delegado nacional de la Juventud Peronista en el Consejo Superior del Movimiento Nacional Peronista. El “error” de Galimberti había sido proponer la creación de milicias populares. A la “teoría del cerco” Perón respondería (al día siguiente de la masacre de Ezeiza) “Conozco perfectamente los que está ocurriendo en el país. Los que crean lo contrario se equivocan”. Lo escoltaban Isabelita y López Rega, quién ya era acusado públicamente de utilizar el Ministerio de Bienestar Social para armar grupos de choque contra los sectores de la izquierda peronista. Agregará en ese discurso “No hay nuevo rótulos que califiquen a nuestra doctrina ni a nuestra ideología. Somos lo que las veinte verdades peronistas dicen”.   
De conjunto, Ezeiza era el anuncio de una política destinada a atacar abiertamente a los dos sectores que hemos señalado antes. La enorme franja de vanguardia entre la juventud que luchaba para terminar con la sociedad burguesa y abrir el camino a la construcción de un sistema social superador y la clase trabajadora que, partiendo de los ataques capitalistas para aumentar los ritmos de trabajo, enfrentaba crecientemente a la burguesía y la burocracia sindical.
Frente a ese escenario, las corrientes de la izquierda peronista mostraron importantes límites en su preparación estratégica. La masacre de Ezeiza ponía de manifiesto que Perón jugaría un rol abiertamente contrarevolucionario. En función de ese escenario, lejos de combatir cualquier tipo de ilusión en Perón para ayudar a acelerar la experiencia de las masas con el viejo líder, hicieron todo lo posible por dejarlo de lado en sus críticas. Lo consideraban el “puente indispensable” a la relación con las masas. Pero como ya señalamos en este post, la ausencia de toda crítica a Perón permitió que este jugara un rol reaccionario dando legitimidad a todas las acciones contra la vanguardia y la izquierda. 
En segundo lugar, en el marco del creciente accionar de las bandas paramllitares, dejaron de lado cualquier política de educar a las masas en los mecanismos de su propia autodefensa, sustituyendo esa necesidad por su propio armamento y una lógica de guerra de aparatos contra las fuerzas armadas que las llevó a la impotencia. 

domingo, 16 de junio de 2013

El crimen social en Castelar: decadencia y crisis del sistema ferroviario bajo el kirchnerismo


Eduardo Castilla

Ante la pregunta de la periodista, el jubilado se larga a llorar y dice que ayer salvó su vida  porque se durmió y llegó cuando el tren se había ido. La mujer que le sigue en la cola afirma que, desde la masacre de Once, no viaja más en tren. Lo único que tiene asegurada es la muerte, sentencia crudamente. Para los ciudadanos “de a pie”, el sistema ferroviario volvió a ser una trampa mortal. Para la cúpula del poder se trata de un “siniestro”, un “posible sabotaje”, una “asignatura pendiente”. Otra vez, dos países quedan frente a frente. El de las masas pobres y trabajadoras que sufren en carne propia los límites del “modelo” y el de la casta de políticos patronales, que administran el estado burgués argentino.
“No se puede corregir en un año lo que no se hizo en 50” dijo Randazzo, insinuando que los millones que  lo escuchaban son imbéciles o nacieron el día anterior. La “década ganada” mide distinto según el tema. Si se trata del transporte, las gestiones de Jaime y Schiavi se esfuman en el aire, nunca existieron. Esos dos funcionarios ya no son parte del “relato” (ni de la historia parece), la “vuelta del estado y la política” se convierte en una frase cuasi sin sentido y provoca grietas en lo que va quedando de la coalición oficialista.

Otro hueco en el “relato”

“El momento en que uno abandona eso para pasar a ser un "justificador" de lo existente es el exacto momento en que uno deja de ser un militante político para ser un burócrata del poder” dice este bloguero K, enojado con el arco kirchnerista que salió a “justificar” sin ton ni son el choque. No es el único en sentirse frustrado. Los críticos a la política ferroviaria y a los argumentos de Randazzo asoman hoy hasta en las páginas del diario más oficialista. Luego de diez años de gestión kirchnerista, contando a su favor con los altos precios de los comoditties a nivel internacional y cifras record de recaudación fiscal, el estado capitalista es incapaz de garantizar un sistema de transporte ferroviario que impida nuevos crímenes sociales como el de Once o Castelar. Como dice un columnista de Página 12 este domingo “La secuencia de estragos en pocos años, con abrumadoras cantidades de víctimas para el medio de transporte presumiblemente más seguro, fuerza a un análisis más abarcador. Las tragedias (que no fueron las únicas en la década), la persistencia del pésimo servicio “hacen sistema”.
Se podrán buscar “errores humanos” (como lo intenta desesperadamente el gobierno en estas horas), se podrán inventar “complots” (como hizo el bufón delirante de D’ Elía) pero esto no alcanza para tapar el bosque de los problemas estructurales no resueltos, que existen hace años y que, bajo el kirchnerismo, no han sido modificados. 

Una odisea diaria y trágica

El sistema ferroviario del área metropolitana fue casi el único que se sostuvo luego de las privatizaciones. Las concesiones interprovinciales fueron entregadas a las provincias que, en términos generales, las cerraron o mantuvieron operativas en un nivel elemental. En el área del conurbano, el tren siguió siendo parte central del sistema de transporte para sectores amplios de las masas trabajadoras. Como consigna este estudio, de mediados del 2012, “Los resultados referidos al nivel socioeconómico de los hogares muestran que la mayoría de los pasajeros del Sarmiento corresponden al grupo denominado “Medio Inferior” (35,8%), seguidos por los pertenecientes al “Medio Típico” (26,5%) y al “Bajo Superior” (17,9%).Esta relación es la misma que se da si se tienen en cuenta todas las líneas que circulan en el área metropolitana”. El mismo estudio consignaba que el 77,5% de quienes viajaban en esta línea no poseían ningún vehículo propio. Es decir, eran rehenes del sistema de transporte existente. 
En los últimos años, los datos estadísticos que surgen de la CNRT muestran una tendencia decreciente en cantidad de pasajeros que reflejan parcialmente la dinámica real. Según se consigna acá “Durante 2012, 236 millones de personas se transportaron en el sistema ferroviario, un 31 por ciento menos que en 2011, cuando hubo 310 millones de pasajeros. La línea Sarmiento, por su parte, pasó de transportar 88 millones de pasajeros a 39 millones”. El Sarmiento transporta alrededor de 300mil personas por día y cerca de 8 millones por mes en el más completo de los hacinamientos, llegando al colmo de viajar seis personas por metro cuadrado.
La caída de la cantidad de pasajeros obedece a dos cuestiones. Por un lado, a la profunda inseguridad que significa viajar sabiendo que uno puede morir. Pero además evidencia el fenómeno de miles de personas que viajan sin pagar el pasaje. En cuanto al primero de estos elementos, las estadísticas son brutales. Once y Castelar quedan a la vista como parte de un problema mucho más profundo. Esta cronología de los últimos 3 años pone en evidencia la debacle del conjunto del sistema y que la posibilidad de perder la vida es un factor permanente. En este suplemento especial de La Verdad Obrera se consigna la cifra de 700 víctimas. Los datos son escalofriantes. Para los millones de trabajadores y pobres del conurbano, el tren se transforma diariamente en una potencial trampa mortal.

Una política al servicio de la acumulación capitalista

La política de subsidiar el transporte para evitar el aumento de tarifas, reivindicada por todo el arco progresista, no puede ser entendida por fuera de las condiciones sociales y políticas abiertas con las Jornadas revolucionarias de Diciembre del 2001. El estado garantizó que las masas pobres pudieran seguir viajando a costa de no tocar la estructura heredada. El objetivo político fue impedir que la dinámica abierta a partir de las jornadas revolucionarias se profundizara. Bajo el gobierno de Duhalde, la Ley 25561 (Emergencia Pública y Reforma del Régimen Cambiario) congeló las tarifas y dispuso la renegociación de los contratos de todos los servicios privatizados, incluidos los trenes. El kirchnerismo, al igual que con la devaluación, sostuvo ese esquema aumentando exponencialmente el monto de los subsidios. Esto implicó que millones de personas siguieran viajando en condiciones infrahumanas, completamente hacinados y sufriendo todo tipo de accidentes.
Tomando en cuenta varios estudios, en este sitio se afirma que  “Entre el 2003 y el 2010, el gobierno invirtió solamente el 10% de lo necesario para reponer los componentes del sistema ferroviario que se desgastan. Es que la cifra alcanzó unos 50 millones de dólares por año, cuando los especialistas recomiendan gastar como mínimo U$S450 millones tan sólo para renovar los elementos depreciados”.
La inversión estatal en materia de transporte ferroviario contrasta alevosamente con lo “invertido” en subsidios a los capitalistas. Los datos brindados por los organismos oficiales dicen que en el año 2012, los subsidios al transporte ferroviario se calcularon en alrededor de $13,3 millones diarios. Según se afirma acá, la cifra de estos subsidios aumentó exponencialmente para este sector, pasando de 145 millones en el 2002 a más de 2500 millones de pesos en el 2012, sin contar los pagos al Personal de UGOFE, lo que hace esa cifra más abultada.
El contrato firmado por el menemismo con las privatizaciones implicaba que el estado nacional se hacía cargo de las inversiones a largo plazo, mientras las empresas costeaban los gastos cotidianos.  Este mecanismo no fue modificado bajo el kirchnerismo y permitió que las empresas concesionarias siguieran ganando millones sin tener que reinvertir. Esta política de gestión por parte del estado bajo el kirchnerismo está mostrando todas sus limitaciones. El ejemplo puntual de la ausencia del sistema de frenos ATP en la línea Sarmiento es una muestra cabal de estos límites.
Para los empresarios que se quedaron con las concesiones, el sistema de subsidios se convirtió en un fabuloso mecanismo de acumulación de capital, como lo pone de manifiesto una de las principales plumas del oficialismo K: “Según las constataciones de la Comisión Nacional Reguladora del Transporte, citadas en el lapidario informe aprobado en marzo de 2012 por unanimidad de los directores de la Auditoría General de la Nación, la cuenta personal de los Cirigliano creció al 70 por ciento de lo recibido y la de materiales disminuyó al 4 por ciento, sin contar lo que desviaron para convertirse en magnates del transporte en la Argentina, Perú y Estados Unidos”.

Una salida desde los intereses del pueblo trabajador

Los críticos del sistema actual, desde una óptica burguesa señalan que “De acuerdo con la experiencia histórica y con las condiciones actuales, parece más eficaz incorporar correcciones al modelo de participación privada que intentar una reestatización generalizada de los servicios”. Partiendo de un estudio que señala que las tarifas actuales se hallan desactualizadas en un 26% en relación a los costos, afirman que una salida que incluyera esta modificación tarifaria y el funcionamiento de mecanismos de control por parte del estado permitiría un sistema sostenible. Pero lo evidente es que el mismo lucro capitalista el que está detrás de estos crímenes sociales. La ausencia de inversión por parte de las concesionarias no es el resultado fortuito de malas concesiones sino una consecuencia de la misma lógica capitalista. El asesinato de Mariano Ferreyra por ser parte de la lucha contra la tercerización en el Roca, se inscribe dentro del brutal armado que combina subsidios, ausencia de inversión y trabajadores tercerizados en función de aumentar la tasa de ganancia.
Por otro lado, no puede haber solución real de parte del mismo estado capitalista que todos estos años garantizó la continuidad de estos mecanismos. Han sido figuras del kirchnerismo las que han estado cubriendo el terrible negociado de las concesiones de trenes y su correlato, la tercerización laboral. Los llamados amistosos entre Carlos Tomada y Pedraza así lo evidencian. Las gestiones de Jaime y Schiavi son parte de lo mismo.
Precisamente por esto, una solución profunda y estructural a esta crisis del transporte ferroviario sólo puede venir, como se señala acá, de “la estatización de todos los ramales bajo control de un comité de ferroviarios y usuarios populares”. Sólo los trabajadores y los usuarios pueden hacer efectivamente una planificación democrática que impida el despilfarro de los recursos, la corrupción generalizada, la destrucción de las unidades y que garantice un servicio acorde a las necesidades de millones de personas.