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lunes, 22 de diciembre de 2014

Lear, las "escuelas de guerra" y la tradición obrera



 Fotos: Enfoque Rojo
Eduardo Castilla

Hoy los Indomables de Lear volvieron a entrar a la planta. La patronal se vio obligada a permitir el ingreso de la totalidad de los trabajadores que estaban en la medida cautelar. Junto a los 61 que habían sido reincorporados como resultado de las acciones de luchas previas, suman 77 trabajadores que vuelven a la planta después de más de 7 meses de durísima lucha. 
En el medio de una enorme alegría van algunas líneas de reflexión política. Líneas que pretenden “responder” a algunos debates que en estos meses hemos leído y, por momento, tenido que sufrir. Líneas que, injustamente, dejan afuera muchos aspectos y a muchos de los protagonistas de esta gran lucha.


Lear como escuela de guerra. En 1899 Lenin escribió que “la huelga enseña a los obreros a comprender cuál es la fuerza de los patrones y la de los obreros: enseña a pensar, no sólo en su patrón ni en sus camaradas más próximos, sino en todos los patrones, en toda la clase capitalista y en toda la clase obrera (…) abre los ojos, no sólo en lo que se refiere a los capitalistas sino también en lo que respecta al gobierno y a las leyes (…) comienza a comprender que las leyes se dictan en beneficio exclusivo de los ricos, que también los funcionarios defienden los intereses de los ricos” (Lenin, Tomo uno, p. 65-66).

Las huelgas devienen así verdaderas escuelas de guerra para franjas o fracciones de la clase trabajadora.  Allí se conoce la fuerza del enemigo y sus debilidades; se conocen sus aliados y los propios; se aprende a luchar con nuevos métodos y a resistir en los momentos de debilidad.

Lear tiene todos los componentes de una escuela de guerra: siete meses de lucha contra un enemigo extremadamente poderoso. Quien no sopese este elemento en el análisis de la lucha y sus resultados actuales (vale decir parciales) peca de simplismo o superficialidad.

Una huelga y sus resultados no se pueden medir por una simple operación matemática -como pretenden hacer ciertos militantes de izquierda- restando reincorporados de despedidos (echaron 240, volvieron 28) y de ahí concluir (si esto se puede definir como conclusión) que hubo una derrota.

La desigualdad de los adversarios fue manifiesta. Mientras la patronal tuvo de su lado a los gobiernos nacional y de la provincia de Buenos Aires, los trabajadores contaron con la alianza de sectores de trabajadores combativos la izquierda, esencialmente del PTS que se jugó el todo por el todo, aportando como partido más de la mitad del fondo de lucha nacional.

La patronal contó con una aliada de hierro en la burocracia sindical de Pignanelli, tanto al interior de la planta como en el conjunto de los trabajadores metalmecánicos. Dentro de la planta, con el hostigamiento constante y las patotas contra los delegados. Afuera, sembrando el temor entre los trabajadores del conjunto de la rama con el chantaje de los despidos por la crisis. Dicho sea de paso esto vuelve a demostrar la necesidad estratégica de luchar por recuperar los sindicatos como herramientas de la lucha de clases, tarea que cierta izquierda tendió a dar por “perimida” ante el ascenso electoral del FIT.

Si “toda lucha de clases es una lucha política”, la lucha de Lear se convirtió en una verdadera batalla política contra la santa alianza de patronal,  gobierno nacional y burocracia sindical, aliados estratégicos en garantizar que la crisis en curso sea pagada por la clase trabajadora y los sectores populares. Contra esa perspectiva batallaron los heroicos y heroicas trabajadoras de Lear.

Una visión que solo sume y reste despedidos y reincorporados se acerca mucho al sindicalismo contra el que Lenin discutía en el ¿Qué hacer?


Hegemonía y “obrerismo”. La lucha de Lear conmovió el escenario nacional. Lo hizo más que cualquier otro fenómeno de lucha sindical o de otro sector de las capas oprimidas y explotadas de la sociedad. Fue una confirmación de la centralidad del antagonismo entre capital y trabajo en la sociedad capitalista.

Contra las visiones que sostienen una disolución de ese antagonismo central en una multiplicidad de oposiciones al sistema, la lucha de Lear volvió a mostrar, blanco sobre negro, el poder de las grandes multinacionales en la vida nacional. Esta dura pelea echó una luz –casi cegadora- sobre el papel incondicional del Estado en la represión a los trabajadores y la defensa de la propiedad privada capitalista. En esta alianza anti-obrera, el rol de la burocracia sindical peronista del SMATA desnudó su carácter de casta parasitaria dentro de las organizaciones obreras, afín a los intereses del gran empresariado extranjero.  

Además, la enorme lucha de Lear puso frente a frente a los dos colosos sociales que tienen peso en nuestra nación y en América Latina: el capital imperialista y la clase trabajadora. En ese enfrentamiento, a pesar de toda su discursividad “anti-buitre”, el gobierno nacional sacó a relucir su alineamiento con la multinacional de EEUU. Eso implicó una importante crisis en la izquierda del kirchnerismo que se vio obligada en muchas ocasiones a diferenciarse de Berni y a rechazar la represión en la Panamericana. No sólo eso, sino que incluso, en muchas ocasiones estuvo obligada a pedir la reincorporación de los despedidos como una salida “política” a un conflicto donde los trabajadores no aflojaban.

Al poner en el centro de la escena política la lucha entre el capital y la clase trabajadora, la lucha de Lear reafirmó la corrección estratégica del trabajo de la izquierda en la construcción de fracciones combativas y antiburocráticas en el seno del movimiento obrero. La crítica hacia el supuesto “obrerismo” o “basismo” del PTS vuelve a chocar contra el muro de la realidad de la lucha de clases. Queda en evidencia que sin una fuerza real anclada en fracciones de clase es imposible influir sobre la vida política nacional de manera duradera.

Como analizamos críticamente con mi amigo Fernando Aiziczon acá y acá, la llamada Izquierda Independiente encarnó fuertemente esta crítica hacia el “obrerismo” de la izquierda trotskista. Su debilitamiento en términos de lucha social y su marcada desorientación político-electoral (que, de todos modos tiene una dirección política hacia la derecha) ponen de manifiesto lo erróneo de su crítica en este terreno.

Una concepción que ancle sus definiciones estratégicas en una clase social poderosa -como la clase obrera argentina- puede efectivamente incidir en el desarrollo de la lucha de clases y, potencialmente, en una transformación revolucionaria de la sociedad argentina. La “alternativo” parece ser impotencia política disfrazada de “novedad”.

Lejos de cualquier “obrerismo” la lucha de Lear desarrolló una labor hegemónica que le atrajo las simpatías de amplios sectores de la clase trabajadora y las clases medidas. La consigna de “Familias en la calle nunca más” sirvió como plafón para llegar a cientos de miles de trabajadores que veían (y aún ven) como la clase capitalista se prepara a descargar su crisis sobre sus espaldas. La denuncia a la brutal represión permitió ganar un apoyo activo en sectores amplios del arco progresista nacional como se vio en el apoyo, por solo citar algunos ejemplos, de Osvaldo Bayer, Mirta Baravalle y Adolfo Pérez Esquivel,  entre otros.

A años luz de un pensamiento político puramente sindical, parte fundamental de esta gran pelea se jugó en el terreno de las denuncias políticas contra Berni y las fuerzas represivas, contra el acuerdo entre las patronales de Ford y Lear o en la denuncia del encubrimiento político que realizaba el gobierno. Desnudar -como no se había hecho en décadas- el rol reaccionario y semi-fascista del SMATA para millones de personas fue parte del conjunto de herramientas de esta gran pelea política por los puestos de trabajo.


Tradición. Si, como se ha señalado, la clase obrera no es “ontológicamente” peronista, tampoco es, per se, revolucionaria. La posibilidad de una maduración subjetiva en ese sentido está dada, entre otros factores, por la influencia de las corrientes políticas de izquierda que se propongan aportar en sus luchas y organización.

La fusión entre la izquierda revolucionaria y la clase obrera no puede ser una simple operación política electoral, sino que supone un aprendizaje en el fragor de las batallas que plantea la lucha de clases.  El concepto leninista de “escuelas de guerra” está indisolublemente ligado a la conquista de trincheras y posiciones para la “guerra misma”, es decir la lucha revolucionaria abierta. La clase obrera avanza desigualmente en ese camino en la medida que puede luchar, vencer o ser derrotada pero extrayendo conclusiones en ese camino.

Partiendo de esa lógica es que el PTS se jugó el todo por el todo en Lear. Su aporte ha sido mucho más que una línea “correcta” para la lucha o una táctica “salvadora” aplicada en el “momento justo”. Los aportes que pueden ayudar a ganar una gran lucha como la de Lear se miden en experiencia militante. Esa experiencia que no son solo años sino luchas, con triunfos y derrotas. Experiencia que, por citar solo un ejemplo (y pedimos las disculpas del caso), encarna el Negro Montes, insustituible a la hora de la lucha de clases y de aportar al desarrollo de una conciencia revolucionaria entre las nuevas generaciones de obreros.

Esa experiencia es tradición y esa tradición empezó hace más de 25 años cuando el Negro, junto a otros como Quique, Lagos y el Poki, votaban solos en asambleas de miles de obreros. Esa tradición se siguió en Zanón, esa enorme escuela de la lucha de clases de Godoy y muchos otros que sabrán disculpar la omisión de sus nombres. Experiencia es la gran lucha de Terrabusi-Kraft en el 2009. Tradición son también las batallas perdidas, como la durísima pelea de Iveco, donde nuestro compañero Hernán Puddu fue echado del gremio y despedido por la patronal por el “crimen” de sentar una bandera: los contratados se defienden.

Aportar el triunfo de esta gran lucha significa el rol fundamental de los abogados del CeProDH y el PTS, poniendo el todo por el todo para ganar esta pelea también en el terreno de la legalidad burguesa. Dicho sea de paso, no conocemos si la calumnia vertida por el Partido Obrero contra ellos, en sus comunicados iniciales, ha sido retirada.

Aportar al triunfo de esta lucha implica poner el cuerpo día a día (y hora a hora), como lo hicieron cientos de militantes del PTS en zona Norte pero también en todo el país. Sobre ellos/as cayeron los golpes de la represión, las balas de goma, los gases lacrimógenos. Sobre ellos cayó también la enorme responsabilidad de juntar los cientos de miles de pesos que el PTS puso al servicio de evitar el camino más directo a la derrota de toda lucha: el hambre. En este caso ellos somos nosotros.

El gran triunfo de los trabajadores de Lear es una victoria de toda la clase trabajadora argentina. Una victoria contra las patronales automotrices, contra Berni y la represión del gobierno nacional, contra la mafia podrida de Pignanelli y la burocracia del SMATA. Es una gran bandera de lucha para las nuevas generaciones de trabajadores que empiezan a protagonizar una dura resistencia contra los ataques capitalistas. Como dijeron muchos camaradas del PTS en las redes sociales, un enorme orgullo y una felicidad gigantesca nos embarga hoy.

lunes, 7 de abril de 2014

Linchamiento, crisis social y hegemonía obrera

Eduardo Castilla
La política argentina y los fenómenos sociales se mueven a una velocidad impactante. Emerge, a cada momento, la combinación de los tiempos de la política, la crisis económica y aquellos que corresponden a la crisis social. En esa combinación de tiempos y procesos irrumpen elementos brutalmente reaccionarios (como los linchamientos) y elementos progresivos (como el paro que habrá este jueves 10/4).
Pero esos procesos combinados responden, en gran parte,  a elementos determinados por el desarrollo de las diversas clases sociales en la última década. Las clases medias y la clase trabajadora se encuentran, hasta cierto punto y por el momento, en tendencias divergentes y esto es lo que, en parte, explica la combinación de procesos reaccionarios y progresivos. 

Dinámica(s) de clase(s)

Hace una semana escribimos que la fuerza social de la clase trabajadora -que daba lugar a una determinada relación de fuerzas- era una de las explicaciones de fondo al paro convocado para este jueves, así como lo había sido en relación al paro docente y su dinámica. El triunfo político que éste implicó contra el gobierno abrió la posibilidad de la imposición de un nuevo piso salarial, como se evidencia en los pedidos de diversos gremios, superando lo consensuado entre gobierno, patronales y burocracias como la de Caló y Gerardo Martínez.
El paro del 10/4, que muchos anuncian ya como una gran acción del movimiento obrero, seguirá expresando esa situación. Permitirá a la clase obrera tonificar sus músculos. Planteará, de manera aún parcial, la cuestión de quien es el dueño del poder en la Argentina, mostrando una vez más que el país burgués normal no existe sin la fuerza aportada por la clase trabajadora. Al mismo tiempo, fortalecerá la perspectiva de una mayor intervención obrera en el período siguiente, sea a través de luchas parciales o a través de fenómenos político-sindicales. Eso fue lo que vimos a lo largo del 2013 como producto del 20N. En ese avance parcial de la fuerza obrera, de la confianza en sus propias fuerzas, reside el peso del paro nacional.
Del otro lado de la moneda, el país de los “linchamientos” expresa también contradicciones sociales profundas que actúan como contra-tendencia a la dinámica descripta. La clase media -como muy bien señaló FR- expresa el “sujeto atemorizado” frente la perspectiva y las secuelas reales de la crisis. Ese “temor” es el resultado de una década de bonanza social y económica -que llega a su fin- pero que permitió configurar una subjetividad con fuertes elementos de individualismo en las clases medias. A años luz del “piquete y cacerola, la lucha es una sola”, las clases medias actuales se hallan, mayoritariamente, en el extremo derecho del arco político gracias a los beneficios materiales de la “década ganada”. La construcción de esta subjetividad tuvo sus hitos de masas, como se pudo contemplar en los cacerolazos masivos, teñidos de color reaccionario (a la que cierta izquierda apoyó sin ruborizarse) y el pasado inmediato de aquellos hay que buscarlo en el apoyo abierto a las patronales agrarias durante el conflicto por la Resolución 125. La “defensa de la propiedad” se convirtió en un valor sustancialmente más importante que el derecho a la vida.
Los brotes fascistoides que  implican los linchamientos dan actualidad a aquella vieja definición de Trotsky de que el fascismo es una operación de dislocación del cerebro de la pequeña burguesía en función de los intereses de sus peores enemigos, los burgueses (véase acá).

Neoliberalismo y pobreza estructural

Que las clases medias puedan generalizar su ideología se debe al peso no menor que ocupan en la “construcción de la opinión pública”, muy bien reflejado en el post citado de FR. Pero además en la presencia de elementos estructurales que llevaron al hundimiento de franjas enormes de las masas en una profunda situación de pauperización.
El neoliberalismo significó un retroceso social y económico para sectores enormes de las masas en todo el mundo, a contrapelo del crecimiento exponencial de las ganancias y el poder de los grandes capitales imperialistas. Sobre esas bases es que emergen los procesos que los medios de comunicación y la burguesía definen como “delincuencia” o “inseguridad” sin más discusión de fondo.
Los avances constantes en la precarización del trabajo implicaron la consolidación de democracias capitalistas elitizadas, donde amplios sectores de las masas quedaron por fuerza de lo que podríamos llamar -siguiendo a Daniel James- “ciudadanía social”. El capitalismo, en las últimas décadas, recreó bolsones de miseria y pobreza donde el “sálvese quien pueda” se convirtió en sentido común extendido. Eso implicó una creciente fragmentación de los lazos de solidaridad de clase entre sectores de trabajadores en blanco y pobres urbanos que, en muchos casos, se convirtieron en base de maniobras del clientelismo estatal. De esa lucha de pobres contra pobres se nutre la política burguesa y toma sus fuerzas la construcción mediática de la opinión pública clasemediera

Crisis social, linchamientos y clase obrera

A inicios de los años 30', en una Alemania que parecía marchar indefectiblemente hacia el régimen nazi, Trotsky advertía la necesidad de que el PCA buscara ganar influencia, a través de la política del frente único, sobre la clase obrera dirigida por la socialdemocracia. Influencia que tenía, entre otros, el nada despreciable objetivo de impedir el desarrollo del fascismo entre las clases medias.
El revolucionario ruso escribía “La pequeña burguesía debe adquirir confianza en la capacidad del proletariado de llevar a la sociedad por un nuevo camino. El proletariado sólo puede inspirar esa confianza por su fortaleza, por la firmeza de sus acciones, por una hábil ofensiva contra el enemigo, por el éxito de su política revolucionaria” (p.242). Contra la visión burocrática del estalinismo, el fascismo era un “problema real” (p.32) que obligaba a la política del frente único. El ascenso de Hitler, casi sin batalla, evidenció lo correcto del pronóstico de Trotsky.
En Argentina, los linchamientos abren el camino para una política represiva por parte de la clase dominante. La militarización de la provincia de Buenos Aires, los controles callejeros masivos en Córdoba, la justificación del endurecimiento de todo tipo de medidas se descargará, primero, sobre los pobres urbanos -y en especial sobre la juventud-  para luego intentar convertirse en un elemento activo de la represión a las luchas de la clase trabajadora. En este aspecto, para la vanguardia obrera combativa y la izquierda revolucionaria, los linchamientos y sus consecuencias políticas, son un problema real.
Si la dirección burguesa de la Socialdemocracia -con la colaboración del estalinismo- abría el camino del avance del fascismo por medio de la negativa a una pelea seria, la dirección peronista burocrática de los sindicatos argentinos abre el camino del fortalecimiento de una política represiva por medio de la condena a los pobres. Las declaraciones de Barrionuevo, definiendo que los pobres son potenciales asesinos, amén de un cinismo descarado-muchos trabajadores gastronómicos son pobres por el nivel de precarización laboral que padecen- implican un aval abierto a la política represiva de la burguesía en su conjunto. Desde ese punto de vista socavan la alianza social que la clase trabajadora necesita con el pueblo pobre para vencer a los capitalistas en el marco del ajuste que está en curso.
Su función social -la contención a la clase obrera y sus luchas-se entrecruza con sus intereses materiales. Trotsky, en Adonde va Francia, ilustraba como los dirigentes burocráticos de los sindicatos estaban infinitamente más identificados con la burguesía y su personal político que con la clase obrera. Para burócratas  millonarios como Barrionuevo, Caló o Moyano, un pobre es un enemigo que pone en peligro su propiedad y la propiedad, como en el caso El avaro de Moliere, es la vida.

Sobre la cuestión de la hegemonía obrera

Sobre la base de este entrecruzamiento de tendencias vuelve a emerger el debate sobre la cuestión de la hegemonía obrera que, planteada en un sentido político, implica una tarea estratégica de la izquierda en el próximo período.
Si la clase trabajadora continúa avanzando en el camino de una mayor intervención en la lucha de clases, poniéndose en pie para la defensa de sus intereses, esto no necesariamente implica un avance en la superación de viejos prejuicios, entre los cuales cala la cuestión de la condena a los pobres urbanos por su estigmatización como “ladrones”.  La conciencia no sigue un camino lineal de desarrollo hacia “adelante” a partir de la lucha sindical.
La posibilidad real de esa superación depende, en parte no menor, de la acción de la izquierda que gana influencia en su seno. La superación de estos límites subjetivos implica la apertura del camino hacia la hegemonía obrera, es decir hacia la capacidad de presentarse ante el conjunto de las masas oprimidas  y explotadas como clase social capaz de dar una salida profunda a la crisis del país.
La lucha por el desarrollo de una nueva subjetividad, que se constituya sobre la base de unir a la clase obrera en blanco con los pobres urbanos como un objetivo central, debe ser parte del combate cotidiano de la izquierda que se proponga conquistar los futuros caudillos obreros de masas, al estilo de los Kajurovs que Trotsky reivindicó fenomenalmente en Historia de la Revolución Rusa.
Sobre esa base y sobre la base de un programa que implique poner en cuestión efectivamente a los verdaderos responsables del hundimiento de las clases medias, es decir los grandes capitalistas, se podrán dar pasos en la constitución de la clase trabajadora como sujeto revolucionario independiente y clase hegemónica. Esa debería ser la perspectiva estratégica del conjunto de la izquierda trotskista, más allá de los éxitos electorales de coyuntura.

sábado, 15 de marzo de 2014

Notas sobre el “retorno” de Marx




Eduardo Castilla
Mucho se ha escrito sobre el “retorno” de Marx en los últimos años. No es para menos. La crisis internacional y su secuela de crisis políticas y sociales, así como las manifestaciones de la lucha de clases -que se desarrolla en distintos niveles a escala global- ponen en evidencia el fracaso de los sistemas ideológicos en los que sustentó parte de su hegemonía el neoliberalismo.
La reedición de muchas de sus obras fundamentales, así como el intento de masivización de algunas de sus principales elaboraciones-como puede apreciarse en las ediciones manga de El Capital o las versiones ilustradas del Manifiesto Comunista- son la expresión comercial de un proceso político-ideológico que tiende a desarrollarse en la medida en que se continua la crisis internacional y se producen nuevos fenómenos políticos y sociales como consecuencia de la misma.
Luego de una fuerte hegemonía imperialista -que duró casi tres décadas- donde la lucha de clases pareció “desaparecer” de la escena, las tendencias a mayores crisis y convulsiones vuelven a decir presente. Confirmando la sentencia marxista que recorre las páginas del Manifiesto Comunista y La Ideología Alemana, las ideas de la clase dominante entran en crisis cuando la clase dominante pierde hegemonía o es incapaz de imponer su dominación por medios “normales”. Allí están las raíces de este pretendido “retorno de Marx”. 

De retornos y retornos

Pero este “retorno” se produce, en muchos casos, bajo la premisa de la corrección de sus explicaciones científicas y la falsedad de sus concepciones políticas y su estrategia. Se presenta a Marx en clave de analista de la realidad pero condenado a la impotencia de una estrategia utópica, que derivó en la monstruosa aberración de los regímenes estalinistas del siglo XX, lo cual no constituye una novedad sino una repetición de viejas sentencias. 
La reivindicación de Marx por muchos intelectuales de la clase dominante se da alrededor de su capacidad para analizar la crisis estructural del capitalismo. Como señaló Nouriel Roubini hace poco más de dos años: “Karl Marx tenía razón, llegado un punto, el capitalismo puede autodestruirse, porque no se puede seguir trasladando ingresos del trabajo al capital sin tener un exceso de capacidad y una falta de demanda agregada. Y eso es lo que sucedió”.
En otra sintonía temática pero expresando una tendencia similar, cierto sector de la academia decidió “retornar a Marx”. En un libro publicado a fines del 2012, Francisco Delich, ex rector de la UNC y la UBA, realiza una diferenciación central. Escribe que “recuerdo para quienes no frecuentan distinciones aparentemente bizarras, la presente: marxistas (seguidores de Marx), marxólogos (expurgadores, traductores, intérpretes, filólogos) y marxianos (lectores atentos y libres de su obra). Entre estos últimos, aunque menos frecuentes, mantenemos interés hermenéutico (…) lo releemos con frecuencia, antes de comenzar cualquier investigación”[1]. Delich agrega aquí que, en ese libro, “intentamos abrir una discusión que separara radicalmente a Marx del leninismo ruso y latinoamericano”.
Marx sin revolución y sin lucha de clases. Marx “hermeneuta”, cuya valoración está dada por su capacidad de proveer de herramientas o conceptualizaciones para interpretar los procesos sociales y políticos, pero donde su estrategia política es completamente negada.  Anotemos al pasar que, repitiendo los registros de la intelectualidad dominante, Delich unifica al pensamiento de Lenin con la práctica del estalinismo, hablando del carácter autoritario del modelo leninista-stalinista”.
En el mismo libro, otros artículos pretenden presentarnos esta versión de Marx. Marta Philp, historiadora, nos presenta a Marx a través de la reivindicación de Claude Lefort. Citemos: “destacamos aspectos centrales de la mirada de Lefort (…) la irreductibilidad de la división social, es decir no existe ni existirá ninguna sociedad que pueda abolirla dado que la división social es constitutiva de la sociedad”[2]. Aquí, la perspectiva de una sociedad donde la humanidad pueda superar efectivamente el umbral de la división social del trabajo, base de la estructuración clasista de la sociedad, desaparece por completo.

Marxismo y lucha de clases

El desarrollo de un marxismo en clave “interpretativa” -como el que hemos mencionado- no tiene porque extrañar. Es la resultante de la desigualdad más general del declive del neoliberalismo en tanto etapa determinada del capitalismo en el siglo XX. Es, a la vez, resultado de la forma en que terminó el período agudo de lucha de clases que se vivió desde fines de la década del ’60 hasta inicios de los 80’.
Analicemos la primera afirmación. El neoliberalismo implicó un avance sustancial sobre el conjunto de las condiciones de vida de las masas de todo el mundo, combinando la división de las filas obreras, la liquidación de conquistas en los países centrales, la relocalización de la producción en naciones con un proletariado en relativa formación (China, Corea del Sur, etc.) entre otros aspectos que acompañaron un enorme desarrollo de las tendencias parasitarias del capital.
Pero la salida de esta etapa, abierta a partir de la crisis internacional del 2007-2008, se da de manera desigual. Esa desigualdad está dada, esencialmente, por la discordancia entre los tiempos de la crisis económica y los de la subjetividad el movimiento de masas, donde la primera se desarrolla de manera más veloz que la segunda. Dicha desigualdad de factores permite que en este “retorno” del marxismo se vean primero los elementos de análisis de la crisis capitalista que los conceptos y teorizaciones que estudian la lucha de clases.
Esta discordancia de los factores objetivos y subjetivos del desarrollo social es la resultante de un proceso histórico al que señalamos más arriba como segunda condicionante. La derrota del ascenso revolucionario que se vivió a partir del Mayo Francés permitió el inicio de una fuerte ofensiva del capital sobre las posiciones de la clase obrera y las naciones semicoloniales. En el marco de un fuerte retroceso de la lucha de clases se dio la debacle del marxismo en tanto teoría ligada a la lucha revolucionaria. Esa “crisis del marxismo” (como fue llamada desde fines de los 70’) se desarrolló a partir de condiciones particulares.
Las tendencias mayoritarias del marxismo, golpeadas por la contrarrevolución y la reacción, estaban ya parcialmente definidas por una doble determinación que limitaba su horizonte revolucionario. Por un lado, el peso fundamental del aparato estalinista mundial, que sólo permitía un limitado desarrollo de las ideas marxistas y siempre dentro de una construcción reduccionista-mecanicista. Esto se hallaba ligado estrechamente a las necesidades de la casta política dominante en la URSS en sus negociaciones con el imperialismo mundial. Además, este sistema de relación con la teoría tenía sus versiones “nacionales”, puestas en función de la convivencia con los regímenes políticos de cada país. Por otro lado, y como segunda determinación, desde mediados de los años 20’ se había desarrollado una tendencia en el marxismo que escindía la práctica política y los problemas de estrategia de la teoría marxista[3] como señala Perry Anderson en su clásico Consideraciones sobre el Marxismo Occidental.
Estas dos tendencias no eran absolutamente contrapuestas sino que, como lo evidencian el papel de Althusser, se entrelazaban. El peso del aparato estalinista mundial contribuía a esa relación. Anderson señala que “para los exponentes del nuevo marxismo (…) el movimiento comunista oficial representaba la única encarnación real de la clase obrera internacional”. Pocos años más tarde, Althusser lo confirmaba: “¿Qué entender por crisis del marxismo? Un fenómeno que concierne, en la escala histórica y mundial, a las dificultades, contradicciones, impasses en los que hoy se encuentran comprometidas las organizaciones de lucha de clases revolucionaria que se inspiran en la tradición marxista”[4]. 
Estas tendencias dominantes en el marxismo y la derrota en la lucha de clases fueron las bases sobre las cuales, a posteriori, se estructurarían las tendencias al postmarxismo y el posestructuralismo. La “desintegración” de la totalidad social, la emergencia de “nuevos” y múltiples sujetos, la conversión de la historia en mero “relato teleológico” y el “fin” de esos “grandes” relatos constituyeron parte esencial de los discursos dominantes que emergieron en las décadas posteriores, haciendo de comparsa de los avances de la clase dominante sobre la clase trabajadora a escala internacional.

Marxismo y estrategia revolucionaria

Las tendencias señaladas son expresión del “piso” desde el que parte el marxismo en su “retorno”. Es preciso afirmar que, pese a la defección general de la ideología marxista por parte de una enorme franja de intelectuales desde fines de los 70’, hubo intentos de continuar la tradición marxista. Y esos intentos estuvieron dados, esencialmente, desde la izquierda trotskista. En cierto sentido, se reiteró la situación que Perry Anderson describía en el final del citado Consideraciones…, donde veía al trotskismo como la corriente que había continuado la elaboración teórica ligada a las necesidades de la lucha revolucionaria[5].
Sin embargo, el neoliberalismo, período al que de conjunto hemos definido como de “restauración burguesa”, implicó también crisis dentro de este terreno para muchas de las organizaciones que provienen del trotskismo. Esta crisis es expresó de dos formas. Por un lado, mediante la tendencia a abandonar los análisis teóricos más profundos y desligarlos de la política. La otra la constituyó la separación entre análisis teóricos y lucha de clases, que tendió a adaptarse a las presiones de la academia. 
La crisis capitalista actual y los procesos de lucha de clases que se desarrollan al calor de la misma, imponen la necesidad de avanzar en el fortalecimiento de una perspectiva marxista que ligue su labor a la tarea estratégica de la revolución socialista y la lucha por el comunismo. Las condiciones de la crisis abren la perspectiva del desarrollo de las premisas para que las masas puedan tomar el cielo por asalto al decir de Marx, es decir pelear por la conquista del poder político por la vía revolucionaria.
Los textos que hemos citado dan cuenta de una invocación al marxismo sin lucha de clases y sin revolución. La diferenciación entre marxianos y marxistas que afirma Delich supone una elección tanto política como epistemológica. Política en tanto renuncia al marxismo como guía para una práctica revolucionaria. Epistemológica en tanto renuncia al análisis de las tendencias de la realidad hasta el final[6]. Ambas dimensiones son inescindibles en el pensamiento y la labor de Marx.
Las premisas científicas sobre las que se elaboraron aspectos fundamentales de la teoría marxista mantienen actualidad. Señalemos sólo una, por demás fundamental. La existencia del capital y del trabajo asalariado, lejos de tender a su desaparición, se han extendido a amplias zonas del planeta y a las más diversas ramas. La operación ideológica que señaló la “desaparición del proletariado” fue el resultado de las derrotas en la lucha de clases que hemos señalado antes. Como bien señalaba Daniel Bensaïd “actualmente, muchas preguntas se dirigen a menudo a saber si el proletariado está o no en vías de extinción (…) En cambio jamás se plantea la pregunta de si la burguesía ha desaparecido”[7]. De ese antagonismo de clase, presentes en la estructura capitalista se deriva necesariamente la lucha de clases.
La lucha de clases supone, en momentos de crisis capitalista como el actual, una agudización constante. En este blog publicamos hace pocos días una reseña de la dura lucha de los trabajadores de Valeo así como una declaración ante el reaccionario discurso de CFK el 1º de marzo. Son dos postales del endurecimiento de la lucha de clases en el terreno local. Se podrían citar infinidad de ejemplos de estas tendencias.
La lucha de clases acecha a quienes pretenden ignorarla. Si como afirma el refrán es imposible escaparle a la sombra, el capitalismo no puede escaparle a la lucha de clases. De allí la urgente tarea de aportar a desarrollar un marxismo que ligue sus acciones a la necesaria lucha por la revolución social y la tarea estratégica de derrocar el poder de la clase dominante. La necesidad, en resumidas cuentas, de un marxismo que no sólo interprete, sino que sea una herramienta que le permita a la clase trabajadora vencer en la lucha de clases.


[1] Marx ensayo plurales. Ed. Comunicarte. p.14.
[2] Ídem. p.195.
[3] Anderson escribía, a propósito de la tradición del marxismo occidental, que “nacido del fracaso de las revoluciones proletarias en las zonas avanzadas del capitalismo europeo después de la primera guerra mundial, desarrolló dentro de sí, una creciente escisión entre la teoría socialista y la práctica de la clase obrera”.p.115
[4] Poder y oposición en las sociedades postrevolucionarias. Editorial Laia. 1980. p.220. Aquí Althusser hace referencia a las organizaciones dirigidas por el estalinismo.
[5] Ver Anderson, pp. 119-125.
[6] Delich llega a afirmar que “La sociedad industrial se está extinguiendo reemplazada por la sociedad de servicios, de la información, de la multiculturalidad. El antiguo sujeto histórico, como veremos, está ahora en discusión” (P.35).
[7] Marx ha vuelto. Edhasa. P.46.