domingo, 16 de octubre de 2016

Difícil el exilio dijimos


“Nunca hablaban de eso. Jamás. Al menos delante de mí. Pero muchas veces veía a mi padre, sentado en el patio de la casa, al atardecer…Usted no sabe lo que era la tristeza de ese hombre, Fermín. Jamás lo decía. Jamás se quejaba. Si justo yo pasaba por delante y él sospechaba que había adivinado sus pensamientos se apresuraba a decirme que no le pasaba nada, que pensaba en su pueblo nada más. Pero que había hecho bien” (La Noche de la Usina, Eduardo Sacheri)

Anoche hablamos del exilio.  De lo difícil que debe ser. De los poemas que lo relatan. Recordé el libro La Sombra Azul, de Mariano Saravia.

Luis Urquiza era policía. Pero lo mismo tuvo que ir al exilio. Esa excepción no liquida la idea (o la norma teórica) que dice que el Estado es una banda de hombres armados al servicio del capital.

Urquiza estaba en Suecia. No entendía nada. Después se casó con una sueca. Si no recuerdo mal tiene dos hijos. O los tenía cuando Saravia lo entrevistó. Pero la soledad era enorme. La distancia gigantesca. El idioma otro. Las costumbres distintas. ¿Cómo se puede pasar de Alberdi, de Güemes, de Las Flores, de Villa Libertador… a Estocolmo? No se puede. ¿o sí?

Cuando Urquiza volvió sus torturadores ocupaban el comando de la policía de Córdoba. El actual ministro de Comunicaciones era su jefe. Aguad, sí, el amigo de Menéndez. El amigo de Mestre padre. Aunque se haya llevado mal con Mestre hijo.

Difícil el exilio dijimos. Coincidimos. Los poemas del Paraguay y el exilio están ahí para atestarlo. Solo podemos pensar en cómo sería. Sabemos que sería doloroso.

Como bandada de torcazas que cruzan el ancho cielo
En busca de otras tierras, para criar a sus pequeños
Así se van mis hermanos, de esta tierra que yo quiero