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martes, 22 de julio de 2014

De viejos y nuevos dogmatismos (publicado en Ideas de Izquierda 10)

La crisis de las ideas y los intelectuales de la izquierda independiente



Fernando Aiczinzon y Eduardo Castilla
Número 10, junio 2014.

Los intelectuales de la denominada izquierda independiente no ostentan décadas de trayectoria como figuras públicas, no escriben en publicaciones masivas ni son conocidos por bestsellers o irrupciones mediáticas al estilo de las que sus pares liberales o “nac&pop” practican. De allí que su peso en la esfera pública burguesa sea casi inexistente y –aunque no sean necesariamente “nuevos” en tanto intelectuales, ni se ubiquen en espacios ajenos a la academia– gustan de distinguirse por haberse conformado al calor de la rebelión popular del año 20011.
En efecto, a lo largo de la década pasada emergió un arco de intelectuales que tendió a definirse como parte de una “nueva generación”, y cuyos ejes de articulación fueron su oposición tanto al intelectual de academia como a la izquierda “vieja” o “tradicional”, a la que descalifican como ajena a las clases subalternas y sectaria frente a los procesos que en Latinoamérica expresan los avances del Socialismo del Siglo XXI y el Poder Popular.(completo acá)

lunes, 7 de abril de 2014

Linchamiento, crisis social y hegemonía obrera

Eduardo Castilla
La política argentina y los fenómenos sociales se mueven a una velocidad impactante. Emerge, a cada momento, la combinación de los tiempos de la política, la crisis económica y aquellos que corresponden a la crisis social. En esa combinación de tiempos y procesos irrumpen elementos brutalmente reaccionarios (como los linchamientos) y elementos progresivos (como el paro que habrá este jueves 10/4).
Pero esos procesos combinados responden, en gran parte,  a elementos determinados por el desarrollo de las diversas clases sociales en la última década. Las clases medias y la clase trabajadora se encuentran, hasta cierto punto y por el momento, en tendencias divergentes y esto es lo que, en parte, explica la combinación de procesos reaccionarios y progresivos. 

Dinámica(s) de clase(s)

Hace una semana escribimos que la fuerza social de la clase trabajadora -que daba lugar a una determinada relación de fuerzas- era una de las explicaciones de fondo al paro convocado para este jueves, así como lo había sido en relación al paro docente y su dinámica. El triunfo político que éste implicó contra el gobierno abrió la posibilidad de la imposición de un nuevo piso salarial, como se evidencia en los pedidos de diversos gremios, superando lo consensuado entre gobierno, patronales y burocracias como la de Caló y Gerardo Martínez.
El paro del 10/4, que muchos anuncian ya como una gran acción del movimiento obrero, seguirá expresando esa situación. Permitirá a la clase obrera tonificar sus músculos. Planteará, de manera aún parcial, la cuestión de quien es el dueño del poder en la Argentina, mostrando una vez más que el país burgués normal no existe sin la fuerza aportada por la clase trabajadora. Al mismo tiempo, fortalecerá la perspectiva de una mayor intervención obrera en el período siguiente, sea a través de luchas parciales o a través de fenómenos político-sindicales. Eso fue lo que vimos a lo largo del 2013 como producto del 20N. En ese avance parcial de la fuerza obrera, de la confianza en sus propias fuerzas, reside el peso del paro nacional.
Del otro lado de la moneda, el país de los “linchamientos” expresa también contradicciones sociales profundas que actúan como contra-tendencia a la dinámica descripta. La clase media -como muy bien señaló FR- expresa el “sujeto atemorizado” frente la perspectiva y las secuelas reales de la crisis. Ese “temor” es el resultado de una década de bonanza social y económica -que llega a su fin- pero que permitió configurar una subjetividad con fuertes elementos de individualismo en las clases medias. A años luz del “piquete y cacerola, la lucha es una sola”, las clases medias actuales se hallan, mayoritariamente, en el extremo derecho del arco político gracias a los beneficios materiales de la “década ganada”. La construcción de esta subjetividad tuvo sus hitos de masas, como se pudo contemplar en los cacerolazos masivos, teñidos de color reaccionario (a la que cierta izquierda apoyó sin ruborizarse) y el pasado inmediato de aquellos hay que buscarlo en el apoyo abierto a las patronales agrarias durante el conflicto por la Resolución 125. La “defensa de la propiedad” se convirtió en un valor sustancialmente más importante que el derecho a la vida.
Los brotes fascistoides que  implican los linchamientos dan actualidad a aquella vieja definición de Trotsky de que el fascismo es una operación de dislocación del cerebro de la pequeña burguesía en función de los intereses de sus peores enemigos, los burgueses (véase acá).

Neoliberalismo y pobreza estructural

Que las clases medias puedan generalizar su ideología se debe al peso no menor que ocupan en la “construcción de la opinión pública”, muy bien reflejado en el post citado de FR. Pero además en la presencia de elementos estructurales que llevaron al hundimiento de franjas enormes de las masas en una profunda situación de pauperización.
El neoliberalismo significó un retroceso social y económico para sectores enormes de las masas en todo el mundo, a contrapelo del crecimiento exponencial de las ganancias y el poder de los grandes capitales imperialistas. Sobre esas bases es que emergen los procesos que los medios de comunicación y la burguesía definen como “delincuencia” o “inseguridad” sin más discusión de fondo.
Los avances constantes en la precarización del trabajo implicaron la consolidación de democracias capitalistas elitizadas, donde amplios sectores de las masas quedaron por fuerza de lo que podríamos llamar -siguiendo a Daniel James- “ciudadanía social”. El capitalismo, en las últimas décadas, recreó bolsones de miseria y pobreza donde el “sálvese quien pueda” se convirtió en sentido común extendido. Eso implicó una creciente fragmentación de los lazos de solidaridad de clase entre sectores de trabajadores en blanco y pobres urbanos que, en muchos casos, se convirtieron en base de maniobras del clientelismo estatal. De esa lucha de pobres contra pobres se nutre la política burguesa y toma sus fuerzas la construcción mediática de la opinión pública clasemediera

Crisis social, linchamientos y clase obrera

A inicios de los años 30', en una Alemania que parecía marchar indefectiblemente hacia el régimen nazi, Trotsky advertía la necesidad de que el PCA buscara ganar influencia, a través de la política del frente único, sobre la clase obrera dirigida por la socialdemocracia. Influencia que tenía, entre otros, el nada despreciable objetivo de impedir el desarrollo del fascismo entre las clases medias.
El revolucionario ruso escribía “La pequeña burguesía debe adquirir confianza en la capacidad del proletariado de llevar a la sociedad por un nuevo camino. El proletariado sólo puede inspirar esa confianza por su fortaleza, por la firmeza de sus acciones, por una hábil ofensiva contra el enemigo, por el éxito de su política revolucionaria” (p.242). Contra la visión burocrática del estalinismo, el fascismo era un “problema real” (p.32) que obligaba a la política del frente único. El ascenso de Hitler, casi sin batalla, evidenció lo correcto del pronóstico de Trotsky.
En Argentina, los linchamientos abren el camino para una política represiva por parte de la clase dominante. La militarización de la provincia de Buenos Aires, los controles callejeros masivos en Córdoba, la justificación del endurecimiento de todo tipo de medidas se descargará, primero, sobre los pobres urbanos -y en especial sobre la juventud-  para luego intentar convertirse en un elemento activo de la represión a las luchas de la clase trabajadora. En este aspecto, para la vanguardia obrera combativa y la izquierda revolucionaria, los linchamientos y sus consecuencias políticas, son un problema real.
Si la dirección burguesa de la Socialdemocracia -con la colaboración del estalinismo- abría el camino del avance del fascismo por medio de la negativa a una pelea seria, la dirección peronista burocrática de los sindicatos argentinos abre el camino del fortalecimiento de una política represiva por medio de la condena a los pobres. Las declaraciones de Barrionuevo, definiendo que los pobres son potenciales asesinos, amén de un cinismo descarado-muchos trabajadores gastronómicos son pobres por el nivel de precarización laboral que padecen- implican un aval abierto a la política represiva de la burguesía en su conjunto. Desde ese punto de vista socavan la alianza social que la clase trabajadora necesita con el pueblo pobre para vencer a los capitalistas en el marco del ajuste que está en curso.
Su función social -la contención a la clase obrera y sus luchas-se entrecruza con sus intereses materiales. Trotsky, en Adonde va Francia, ilustraba como los dirigentes burocráticos de los sindicatos estaban infinitamente más identificados con la burguesía y su personal político que con la clase obrera. Para burócratas  millonarios como Barrionuevo, Caló o Moyano, un pobre es un enemigo que pone en peligro su propiedad y la propiedad, como en el caso El avaro de Moliere, es la vida.

Sobre la cuestión de la hegemonía obrera

Sobre la base de este entrecruzamiento de tendencias vuelve a emerger el debate sobre la cuestión de la hegemonía obrera que, planteada en un sentido político, implica una tarea estratégica de la izquierda en el próximo período.
Si la clase trabajadora continúa avanzando en el camino de una mayor intervención en la lucha de clases, poniéndose en pie para la defensa de sus intereses, esto no necesariamente implica un avance en la superación de viejos prejuicios, entre los cuales cala la cuestión de la condena a los pobres urbanos por su estigmatización como “ladrones”.  La conciencia no sigue un camino lineal de desarrollo hacia “adelante” a partir de la lucha sindical.
La posibilidad real de esa superación depende, en parte no menor, de la acción de la izquierda que gana influencia en su seno. La superación de estos límites subjetivos implica la apertura del camino hacia la hegemonía obrera, es decir hacia la capacidad de presentarse ante el conjunto de las masas oprimidas  y explotadas como clase social capaz de dar una salida profunda a la crisis del país.
La lucha por el desarrollo de una nueva subjetividad, que se constituya sobre la base de unir a la clase obrera en blanco con los pobres urbanos como un objetivo central, debe ser parte del combate cotidiano de la izquierda que se proponga conquistar los futuros caudillos obreros de masas, al estilo de los Kajurovs que Trotsky reivindicó fenomenalmente en Historia de la Revolución Rusa.
Sobre esa base y sobre la base de un programa que implique poner en cuestión efectivamente a los verdaderos responsables del hundimiento de las clases medias, es decir los grandes capitalistas, se podrán dar pasos en la constitución de la clase trabajadora como sujeto revolucionario independiente y clase hegemónica. Esa debería ser la perspectiva estratégica del conjunto de la izquierda trotskista, más allá de los éxitos electorales de coyuntura.

sábado, 15 de marzo de 2014

Notas sobre el “retorno” de Marx




Eduardo Castilla
Mucho se ha escrito sobre el “retorno” de Marx en los últimos años. No es para menos. La crisis internacional y su secuela de crisis políticas y sociales, así como las manifestaciones de la lucha de clases -que se desarrolla en distintos niveles a escala global- ponen en evidencia el fracaso de los sistemas ideológicos en los que sustentó parte de su hegemonía el neoliberalismo.
La reedición de muchas de sus obras fundamentales, así como el intento de masivización de algunas de sus principales elaboraciones-como puede apreciarse en las ediciones manga de El Capital o las versiones ilustradas del Manifiesto Comunista- son la expresión comercial de un proceso político-ideológico que tiende a desarrollarse en la medida en que se continua la crisis internacional y se producen nuevos fenómenos políticos y sociales como consecuencia de la misma.
Luego de una fuerte hegemonía imperialista -que duró casi tres décadas- donde la lucha de clases pareció “desaparecer” de la escena, las tendencias a mayores crisis y convulsiones vuelven a decir presente. Confirmando la sentencia marxista que recorre las páginas del Manifiesto Comunista y La Ideología Alemana, las ideas de la clase dominante entran en crisis cuando la clase dominante pierde hegemonía o es incapaz de imponer su dominación por medios “normales”. Allí están las raíces de este pretendido “retorno de Marx”. 

De retornos y retornos

Pero este “retorno” se produce, en muchos casos, bajo la premisa de la corrección de sus explicaciones científicas y la falsedad de sus concepciones políticas y su estrategia. Se presenta a Marx en clave de analista de la realidad pero condenado a la impotencia de una estrategia utópica, que derivó en la monstruosa aberración de los regímenes estalinistas del siglo XX, lo cual no constituye una novedad sino una repetición de viejas sentencias. 
La reivindicación de Marx por muchos intelectuales de la clase dominante se da alrededor de su capacidad para analizar la crisis estructural del capitalismo. Como señaló Nouriel Roubini hace poco más de dos años: “Karl Marx tenía razón, llegado un punto, el capitalismo puede autodestruirse, porque no se puede seguir trasladando ingresos del trabajo al capital sin tener un exceso de capacidad y una falta de demanda agregada. Y eso es lo que sucedió”.
En otra sintonía temática pero expresando una tendencia similar, cierto sector de la academia decidió “retornar a Marx”. En un libro publicado a fines del 2012, Francisco Delich, ex rector de la UNC y la UBA, realiza una diferenciación central. Escribe que “recuerdo para quienes no frecuentan distinciones aparentemente bizarras, la presente: marxistas (seguidores de Marx), marxólogos (expurgadores, traductores, intérpretes, filólogos) y marxianos (lectores atentos y libres de su obra). Entre estos últimos, aunque menos frecuentes, mantenemos interés hermenéutico (…) lo releemos con frecuencia, antes de comenzar cualquier investigación”[1]. Delich agrega aquí que, en ese libro, “intentamos abrir una discusión que separara radicalmente a Marx del leninismo ruso y latinoamericano”.
Marx sin revolución y sin lucha de clases. Marx “hermeneuta”, cuya valoración está dada por su capacidad de proveer de herramientas o conceptualizaciones para interpretar los procesos sociales y políticos, pero donde su estrategia política es completamente negada.  Anotemos al pasar que, repitiendo los registros de la intelectualidad dominante, Delich unifica al pensamiento de Lenin con la práctica del estalinismo, hablando del carácter autoritario del modelo leninista-stalinista”.
En el mismo libro, otros artículos pretenden presentarnos esta versión de Marx. Marta Philp, historiadora, nos presenta a Marx a través de la reivindicación de Claude Lefort. Citemos: “destacamos aspectos centrales de la mirada de Lefort (…) la irreductibilidad de la división social, es decir no existe ni existirá ninguna sociedad que pueda abolirla dado que la división social es constitutiva de la sociedad”[2]. Aquí, la perspectiva de una sociedad donde la humanidad pueda superar efectivamente el umbral de la división social del trabajo, base de la estructuración clasista de la sociedad, desaparece por completo.

Marxismo y lucha de clases

El desarrollo de un marxismo en clave “interpretativa” -como el que hemos mencionado- no tiene porque extrañar. Es la resultante de la desigualdad más general del declive del neoliberalismo en tanto etapa determinada del capitalismo en el siglo XX. Es, a la vez, resultado de la forma en que terminó el período agudo de lucha de clases que se vivió desde fines de la década del ’60 hasta inicios de los 80’.
Analicemos la primera afirmación. El neoliberalismo implicó un avance sustancial sobre el conjunto de las condiciones de vida de las masas de todo el mundo, combinando la división de las filas obreras, la liquidación de conquistas en los países centrales, la relocalización de la producción en naciones con un proletariado en relativa formación (China, Corea del Sur, etc.) entre otros aspectos que acompañaron un enorme desarrollo de las tendencias parasitarias del capital.
Pero la salida de esta etapa, abierta a partir de la crisis internacional del 2007-2008, se da de manera desigual. Esa desigualdad está dada, esencialmente, por la discordancia entre los tiempos de la crisis económica y los de la subjetividad el movimiento de masas, donde la primera se desarrolla de manera más veloz que la segunda. Dicha desigualdad de factores permite que en este “retorno” del marxismo se vean primero los elementos de análisis de la crisis capitalista que los conceptos y teorizaciones que estudian la lucha de clases.
Esta discordancia de los factores objetivos y subjetivos del desarrollo social es la resultante de un proceso histórico al que señalamos más arriba como segunda condicionante. La derrota del ascenso revolucionario que se vivió a partir del Mayo Francés permitió el inicio de una fuerte ofensiva del capital sobre las posiciones de la clase obrera y las naciones semicoloniales. En el marco de un fuerte retroceso de la lucha de clases se dio la debacle del marxismo en tanto teoría ligada a la lucha revolucionaria. Esa “crisis del marxismo” (como fue llamada desde fines de los 70’) se desarrolló a partir de condiciones particulares.
Las tendencias mayoritarias del marxismo, golpeadas por la contrarrevolución y la reacción, estaban ya parcialmente definidas por una doble determinación que limitaba su horizonte revolucionario. Por un lado, el peso fundamental del aparato estalinista mundial, que sólo permitía un limitado desarrollo de las ideas marxistas y siempre dentro de una construcción reduccionista-mecanicista. Esto se hallaba ligado estrechamente a las necesidades de la casta política dominante en la URSS en sus negociaciones con el imperialismo mundial. Además, este sistema de relación con la teoría tenía sus versiones “nacionales”, puestas en función de la convivencia con los regímenes políticos de cada país. Por otro lado, y como segunda determinación, desde mediados de los años 20’ se había desarrollado una tendencia en el marxismo que escindía la práctica política y los problemas de estrategia de la teoría marxista[3] como señala Perry Anderson en su clásico Consideraciones sobre el Marxismo Occidental.
Estas dos tendencias no eran absolutamente contrapuestas sino que, como lo evidencian el papel de Althusser, se entrelazaban. El peso del aparato estalinista mundial contribuía a esa relación. Anderson señala que “para los exponentes del nuevo marxismo (…) el movimiento comunista oficial representaba la única encarnación real de la clase obrera internacional”. Pocos años más tarde, Althusser lo confirmaba: “¿Qué entender por crisis del marxismo? Un fenómeno que concierne, en la escala histórica y mundial, a las dificultades, contradicciones, impasses en los que hoy se encuentran comprometidas las organizaciones de lucha de clases revolucionaria que se inspiran en la tradición marxista”[4]. 
Estas tendencias dominantes en el marxismo y la derrota en la lucha de clases fueron las bases sobre las cuales, a posteriori, se estructurarían las tendencias al postmarxismo y el posestructuralismo. La “desintegración” de la totalidad social, la emergencia de “nuevos” y múltiples sujetos, la conversión de la historia en mero “relato teleológico” y el “fin” de esos “grandes” relatos constituyeron parte esencial de los discursos dominantes que emergieron en las décadas posteriores, haciendo de comparsa de los avances de la clase dominante sobre la clase trabajadora a escala internacional.

Marxismo y estrategia revolucionaria

Las tendencias señaladas son expresión del “piso” desde el que parte el marxismo en su “retorno”. Es preciso afirmar que, pese a la defección general de la ideología marxista por parte de una enorme franja de intelectuales desde fines de los 70’, hubo intentos de continuar la tradición marxista. Y esos intentos estuvieron dados, esencialmente, desde la izquierda trotskista. En cierto sentido, se reiteró la situación que Perry Anderson describía en el final del citado Consideraciones…, donde veía al trotskismo como la corriente que había continuado la elaboración teórica ligada a las necesidades de la lucha revolucionaria[5].
Sin embargo, el neoliberalismo, período al que de conjunto hemos definido como de “restauración burguesa”, implicó también crisis dentro de este terreno para muchas de las organizaciones que provienen del trotskismo. Esta crisis es expresó de dos formas. Por un lado, mediante la tendencia a abandonar los análisis teóricos más profundos y desligarlos de la política. La otra la constituyó la separación entre análisis teóricos y lucha de clases, que tendió a adaptarse a las presiones de la academia. 
La crisis capitalista actual y los procesos de lucha de clases que se desarrollan al calor de la misma, imponen la necesidad de avanzar en el fortalecimiento de una perspectiva marxista que ligue su labor a la tarea estratégica de la revolución socialista y la lucha por el comunismo. Las condiciones de la crisis abren la perspectiva del desarrollo de las premisas para que las masas puedan tomar el cielo por asalto al decir de Marx, es decir pelear por la conquista del poder político por la vía revolucionaria.
Los textos que hemos citado dan cuenta de una invocación al marxismo sin lucha de clases y sin revolución. La diferenciación entre marxianos y marxistas que afirma Delich supone una elección tanto política como epistemológica. Política en tanto renuncia al marxismo como guía para una práctica revolucionaria. Epistemológica en tanto renuncia al análisis de las tendencias de la realidad hasta el final[6]. Ambas dimensiones son inescindibles en el pensamiento y la labor de Marx.
Las premisas científicas sobre las que se elaboraron aspectos fundamentales de la teoría marxista mantienen actualidad. Señalemos sólo una, por demás fundamental. La existencia del capital y del trabajo asalariado, lejos de tender a su desaparición, se han extendido a amplias zonas del planeta y a las más diversas ramas. La operación ideológica que señaló la “desaparición del proletariado” fue el resultado de las derrotas en la lucha de clases que hemos señalado antes. Como bien señalaba Daniel Bensaïd “actualmente, muchas preguntas se dirigen a menudo a saber si el proletariado está o no en vías de extinción (…) En cambio jamás se plantea la pregunta de si la burguesía ha desaparecido”[7]. De ese antagonismo de clase, presentes en la estructura capitalista se deriva necesariamente la lucha de clases.
La lucha de clases supone, en momentos de crisis capitalista como el actual, una agudización constante. En este blog publicamos hace pocos días una reseña de la dura lucha de los trabajadores de Valeo así como una declaración ante el reaccionario discurso de CFK el 1º de marzo. Son dos postales del endurecimiento de la lucha de clases en el terreno local. Se podrían citar infinidad de ejemplos de estas tendencias.
La lucha de clases acecha a quienes pretenden ignorarla. Si como afirma el refrán es imposible escaparle a la sombra, el capitalismo no puede escaparle a la lucha de clases. De allí la urgente tarea de aportar a desarrollar un marxismo que ligue sus acciones a la necesaria lucha por la revolución social y la tarea estratégica de derrocar el poder de la clase dominante. La necesidad, en resumidas cuentas, de un marxismo que no sólo interprete, sino que sea una herramienta que le permita a la clase trabajadora vencer en la lucha de clases.


[1] Marx ensayo plurales. Ed. Comunicarte. p.14.
[2] Ídem. p.195.
[3] Anderson escribía, a propósito de la tradición del marxismo occidental, que “nacido del fracaso de las revoluciones proletarias en las zonas avanzadas del capitalismo europeo después de la primera guerra mundial, desarrolló dentro de sí, una creciente escisión entre la teoría socialista y la práctica de la clase obrera”.p.115
[4] Poder y oposición en las sociedades postrevolucionarias. Editorial Laia. 1980. p.220. Aquí Althusser hace referencia a las organizaciones dirigidas por el estalinismo.
[5] Ver Anderson, pp. 119-125.
[6] Delich llega a afirmar que “La sociedad industrial se está extinguiendo reemplazada por la sociedad de servicios, de la información, de la multiculturalidad. El antiguo sujeto histórico, como veremos, está ahora en discusión” (P.35).
[7] Marx ha vuelto. Edhasa. P.46.

viernes, 20 de diciembre de 2013

El 2001, la izquierda y algunas cuestiones de estrategia




Eduardo Castilla
A  12 años todavía se escucha el ruido de las cacerolas. Las fotos de esa gran batalla que protagonizaron decenas de miles de jóvenes -y no tan jóvenes- son un recuerdo más que fresco. El 2001 vive en el recuerdo de millones.
En la memoria colectiva diciembre está asociado a saqueos y “caos”. Pero, como desarrollara Raymond Williams, la memoria es siempre selectiva. No recordamos todo lo sucedido. Así como los individuos, las clases sociales recuerdan, en última instancia, aquello que está asociado a sus intereses. A su vez, el estado y las clases dominantes reconstruyen política e ideológicamente su propia tradición, intentando integrarla como parte del imaginario social.
De allí que, como sobre todo gran hecho histórico, hubo y habrá  “disputas” alrededor del 2001. ¿Fue, como dice el relato K en su intento de mostrar una “país normal”, ese infierno al que no queremos volver? ¿Fue un montaje organizado por el peronismo? ¿Fue el Argentinazo, como dijo cierta izquierda, proclive a las exageraciones conceptuales, y siempre presta a alianzas de todo tipo?
Para grandes franjas de las masas pobres el 2001 fue un infierno. Pero no las jornadas del 19 y 20 en sí mismas, sino los años anteriores, los de desocupación y miseria, los de una pobreza espantosa, los de la represión abierta contra la protesta social. Sobre esa base, instalada en la conciencia de millones, pudo, en parte, imponerse el relato K. Pero también, para cientos de miles de personas, fue el mes en que las masas tomaron las calles y echaron a un gobierno, en que nacieron las asambleas populares y los movimientos piqueteros tomaron la escena. Fue la política en las calles

Jornadas revolucionarias

En este post que escribimos hace unos años junto a FR, dimos cuenta de algunas de las principales definiciones acerca de las Jornadas de diciembre de 2001. Sirve volver al mismo para no extender demasiado este texto.
Pero es preciso destacar que esa gran acción de masas encontró su principal límite en la ausencia de la clase trabajadora como sujeto organizado que actuara con sus propios métodos y mediante sus organizaciones. La burocracia sindical impidió que la clase obrera entrara en escena y pudiera ser el factor que terminara de volcar la balanza en función de las masas. La alianza que se había forjado entre las clases medias que peleaban contra la confiscación de su sus ahorros y los sectores del movimiento de desocupados -que se habían constituido en un poderoso actor ya desde años anteriores- encontró sus límites en el rol de sus direcciones y su propia debilidad social para afectar el poder capitalista y  hacer real su programa.
La posibilidad de que los bancos “devolvieran los ahorros” estaba limitada por la inacción de los mismos trabajadores bancarios, los únicos capaces de golpear, desde adentro, el poder de esos monopolios del capital financiero. Terminar con el hambre de manera inmediata estaba atado a la posibilidad de tomar las grandes cadenas de supermercados, las alimenticias e incluso, las tierras de los grandes terratenientes, para ponerlas al servicio de satisfacer las demandas de enormes franjas de hambrientos. Pero faltaba el poder de los trabajadores de esos sectores, capaces de golpear sobre las ganancias capitalistas e imponer medidas de ese tipo.  
Esa debilidad no puede dejar de ser sopesada. Hubo una izquierda alegre que habló de Argentinazo y revolución, aportando a construir el imaginario de un camino de rosas hacia la revolución social o el socialismo. Pero sin partir de las enormes limitaciones que tenían aquellas jornadas de diciembre del 2001 y de la ausencia de la clase trabajadora, no se podía más que terminar embelleciendo a los sujetos actuantes (asambleas populares y movimientos piqueteros) separándolos de la perspectiva de hacer avanzar a franjas de la clase trabajadora ocupada.
Esta fue la apuesta estratégica del PTS. Desde allí, las batallas de Zanón y Brukman fueron centrales. La continuidad y desarrollo de estos pequeños grandes ejemplos de poder obrero, era necesaria en caso de que se generalizaran las tendencias al control obrero (por la continuidad de la catástrofe social y el cierre de empresas) o, por el contrario, como base para la construcción de corrientes nacionales de oposición en el movimiento obrero. Sin esa definición estratégica que, al mismo tiempo, implicó que decenas de militantes ingresaran a realizar un trabajo clandestino “gris y cotidiano” (Lenin) en muchas fábricas, no hubieran sido posibles los avances posteriores, como la conquista de comisiones internas, cuerpos de delegados o la construcción de fuertes corrientes de oposición en muchos gremios. La pelea estratégica hoy planteada por recuperar los sindicatos no podría darse sin ese trabajo molecular previo.

12 años

Rosa Luxemburgo escribía que “la obra reformista de cada período histórico se realiza únicamente en el marco de la forma social creada por la revolución”. Salvando las enormes distancias, se puede decir que la obra reformista del kirchnerismo estuvo dada por el marco creado por las jornadas revolucionarias del 2001. Sólo eso permite entender la “izquierdización” de dos menemistas como eran Néstor y Cristina.
El kirchnerismo, cuya tarea esencial fue la restauración de la autoridad estatal (tarea que logró parcialmente)                se vio obligado a enarbolar un conjunto de “promesas” que hoy aparecen claramente desgastadas. Asistimos al fin del “nunca menos” con los topes las paritarias y la continuidad del trabajo precario; a la continuidad de la entrega nacional de la mano de acuerdos con empresas como Chevron o con el mismo CIADI; al fin del relato anclado en los derechos humanos, con  la designación del genocida Milani al frente del Ejército y la capitulación en toda la línea a las fuerzas policiales amotinadas; a la persistencia de la crisis energética que viven hoy cientos de miles de personas con los constantes cortes de luz. La lista de promesas incumplidas puede extenderse.
Al ascenso-debacle del kirchnerismo la acompañó otra tendencia de vital importancia para las organizaciones de izquierda revolucionaria. El desarrollo y fortalecimiento objetivo y subjetivo de la clase trabajadora. Fortalecimiento que encontró su expresión en el crecimiento numérico que dio lugar a la existencia de más de 13 millones de asalariados en todo el país, con una fuerte concentración en sectores estratégicos de las grandes multinacionales, donde  la clase obrera es capaz de poner en jaque el poder de  los grandes monopolios extranjeros que dominan la vida nacional.
Esa fuerza social fue cuajando en fuerza subjetiva. Se pasó del primer nivel de la relación de fuerzas (al decir de Gramsci) al segundo, aquel que mide las relaciones de fuerza puramente políticas. Dentro de ese nivel la clase obrera empezó a avanzar un paso histórico a partir del creciente peso del FIT. No lo hizo -a la vieja usanza- separando representación política de representación sindical (aquello sobre lo que ha debatido aquí bajo la definición de “doble conciencia”). Por el contrario, tendió a unirlas. La brecha entre lo político y sindical tiende a cerrarse en el marco del agotamiento histórico del peronismo.
Esa fuerza obrera subjetiva tiene expresión, además, en decenas de comisiones de internas, cuerpos de delegados opositores a la burocracia sindical, así como en las duras y extendidas luchas como las que vemos recorrer el país, algunas de las cuales, ocurridas en Córdoba, han sido reseñadas en este blog (ver aquí y aquí).

Los problemas de estrategia y la izquierda

A 12 años de las jornadas revolucionarias, el problema estratégico que se planteó en las jornadas del 2001 sigue abierto.  Aún la clase obrera no ha conquistado, de conjunto, una fuerza que le permita intervenir en la escena política con un programa propio. Ese es el objetivo estratégico que implica luchar por conquistar los sindicatos, en la perspectiva de utilizarlos como fuerza real capaz de movilizar a la clase trabajadora en función de sus intereses para imponerlos con la lucha.
Sólo sobre esa base se puede empezar a forjar la alianza estratégica de todos los oprimidos, empezando por los sectores pobres que, en parte, emergieron en los saqueos en las últimas semanas y continuando por aquellos sectores de las clases medias que puedan ser ganados por la clase trabajadora, en delimitación de las franjas reaccionarias, como quienes actuaron golpeando a los jóvenes de los barrios pobres.
Sólo así la clase obrera puede tornarse clase hegemónica. La posibilidad de una alianza social capaz de actuar frente a la emergencia de una crisis mayor, dando una salida a favor de los intereses de las masas pobres y explotadas, depende de la articulación objetiva y subjetiva que pueda darle el movimiento obrero.
La actuación de la izquierda y la misma existencia del FIT pueden ser un eslabón central en esa tarea, a condición de proponerse conquistar un poder real de clase que pueda golpear sobre los poderes reales del capital. Sin partir de esta cuestión, las discusiones acerca de la “continuidad” o la “ruptura” del FIT por la agenda parlamentaria pierden cualquier tipo de valoración estratégica. La presión constante a la “unidad” de las fuerzas del FIT, a “cuidarlo”, se hace en función de una agenda táctica parlamentaria, separada de este problema estratégico.
Si en la época imperialista, “época de profundas y bruscas oscilaciones, de cambios frecuentes y brutales” (Trotsky), la táctica se subordina a la estrategia, entonces las ásperas disputas (PO) alrededor de la conformación de un interbloque, carecen de toda perspectiva estratégica. Por el contrario, la brusquedad de los cambios políticos, impone la necesidad (urgente) de dar pasos en la discusión sobre cómo construir un fuerte partido revolucionario de la clase trabajadora a partir de las victorias parciales que implican la conquista de disputados nacionales o provinciales. 

Sindicalismo y pacifismo

A tono con lo anteriormente señalado, un peligro se cierne sobre la izquierda: extender el ciclo vital de la década kirchnerista, década que fue relativamente pobre desde el punto de vista de las convulsiones sociales. El catastrofismo en el análisis y el pacifismo en la perspectiva política general pueden ir de la mano perfectamente. Pero el fin de ciclo es el origen de los giros bruscos y la garantía de la continuidad de éstos. Ese es el escenario que hay que vislumbrar, no el de la simple “política parlamentaria”.
En ese sentido, la negativa de delimitarse tajantemente de los motines de las fuerzas represivas (o incluso a brindarles apoyo como llegó a hacer IS) implica dejar de lado la preparación estratégica para enfrentar a las fuerzas represivas. Cualquier definición que no le indique, claramente, a la clase trabajadora que el conjunto del aparato policial es su enemigo, oculta que su disolución sólo vendrá producto del enfrentamiento agudo entre las masas en lucha y las fuerzas represivas. La experiencia histórica demuestra que sólo así puede quebrarse, de manera abierta, la “cadena de mando”, cuando las masas demuestran estar dispuestas a entregar “hasta la última gota de su sangre” (Trotsky).
El fetichismo de la lucha sindical -lo que hemos visto en estos días por gran parte de la izquierda- igualando el reclamo salarial de la policía con el reclamo del resto de los trabajadores, alienta un pacifismo abierto, donde la perspectiva de choques con las fuerzas represivas desaparece. El sindicalismo extremo (que sólo ve condiciones económicas y no problemas políticos) anula la perspectiva de la organización consciente de la clase trabajadora para su autodefensa.
A 12 años de la Jornadas revolucionarias que tiraron a De la Rúa la necesidad de volver una y otra vez a las discusiones de estrategia sigue planteada. La "venganza de Juan B. Justo" (ver acá) no dejar de acechar.