domingo, 16 de octubre de 2016

Difícil el exilio dijimos


“Nunca hablaban de eso. Jamás. Al menos delante de mí. Pero muchas veces veía a mi padre, sentado en el patio de la casa, al atardecer…Usted no sabe lo que era la tristeza de ese hombre, Fermín. Jamás lo decía. Jamás se quejaba. Si justo yo pasaba por delante y él sospechaba que había adivinado sus pensamientos se apresuraba a decirme que no le pasaba nada, que pensaba en su pueblo nada más. Pero que había hecho bien” (La Noche de la Usina, Eduardo Sacheri)

Anoche hablamos del exilio.  De lo difícil que debe ser. De los poemas que lo relatan. Recordé el libro La Sombra Azul, de Mariano Saravia.

Luis Urquiza era policía. Pero lo mismo tuvo que ir al exilio. Esa excepción no liquida la idea (o la norma teórica) que dice que el Estado es una banda de hombres armados al servicio del capital.

Urquiza estaba en Suecia. No entendía nada. Después se casó con una sueca. Si no recuerdo mal tiene dos hijos. O los tenía cuando Saravia lo entrevistó. Pero la soledad era enorme. La distancia gigantesca. El idioma otro. Las costumbres distintas. ¿Cómo se puede pasar de Alberdi, de Güemes, de Las Flores, de Villa Libertador… a Estocolmo? No se puede. ¿o sí?

Cuando Urquiza volvió sus torturadores ocupaban el comando de la policía de Córdoba. El actual ministro de Comunicaciones era su jefe. Aguad, sí, el amigo de Menéndez. El amigo de Mestre padre. Aunque se haya llevado mal con Mestre hijo.

Difícil el exilio dijimos. Coincidimos. Los poemas del Paraguay y el exilio están ahí para atestarlo. Solo podemos pensar en cómo sería. Sabemos que sería doloroso.

Como bandada de torcazas que cruzan el ancho cielo
En busca de otras tierras, para criar a sus pequeños
Así se van mis hermanos, de esta tierra que yo quiero


sábado, 28 de mayo de 2016

Bergoglio y Massera



“Después de un período que de alguna manera fue el reino de la tiniebla, época de crisis agudas por los años 1970-1974 donde la desorientación llevaba a extremos lamentables, los jesuitas argentinos han recuperado su verdadera conciencia su claridad de pensamiento y hoy pueden mirar esas crisis con serenidad y hasta con ironía (…) El padre Jorge Bergoglio es un hombre de 41 años, cuya fina inteligencia y maneras afables no ocultan una sólida aptitud para la conducción capaz de aplicar un caritativo rigor cuando las condiciones lo exigen. Llega al rectorado de la más alta entidad académica dela Compañía de Jesús en la Argentina, después de haber sido Provincial durante 5 años, periodo gravemente crítico ya que le tocó gobernar y depurar de equivocados las filas de la Orden”.

Diario Convicción, propiedad de Massera, 8 de junio de 1980 
(citado en Código Francisco, de Marcelo Larraquy)

viernes, 4 de marzo de 2016

Lula, un terremoto en Brasil y dos breves Apuntes



La detención de Lula en Brasil movió el avispero político argentino y latinoamericano, además de obviamente el local. Ya se ha señalado acá como se debe mantener una posición política independiente en relación a las disputas que enfrentan a diversos sectores burgueses.

Sin embargo, hay dos elementos que merecen una reflexión un poco más desarrollada y que están presentes en todas y cada una de las declaraciones que se ven y escuchan.  

Primero, vuelve a confirmarse la norma que demuestra que los gobiernos progresistas o pos-neoliberales lejos estuvieron de atacar seriamente a los “poderes fácticos”, “corporaciones” o demás títulos que puedan endosárseles para  definirlas.

Emir Sader escribe en la tarde de este viernes que “la derecha brasileña siempre creyó que en algún momento el Partido de los Trabajadores iba a ganar, pero terminaría por fracasar y a partir de ese momento podría volver a dirigir el país con tranquilidad. Lula ganó y resultó ser el mejor gobierno que jamás tuvo el país. A partir de ese momento empezó la caza a Lula.

No pudieron impedir su reelección en 2006, ni que él se encargara de eligir a su sucesora, reelegida en 2010 y 2014. Ahora Lula aparece como favorito para ganar las elecciones de 2018 y volver a ser presidente de Brasil.

Sumida en la desesperación, la derecha busca la comunión de todo lo que tiene a su alcance: sectores de la judicatura, de la Policía Federal, los grandes medios de comunicación privada. Todos ellos unidos con el fin de acabar con Lula. Una campaña que se intensificó a partir del discurso de Lula en Rio de Janeiro con motivo del aniversario del PT, el pasado 27 de febrero, cuando declaró públicamente que si era necesario para garantizar la continuidad del proceso de cambios iniciado en 2003, él se presentaría de candidato nuevamente”.

La confesión del intelectual brasilero de que la derecha tiene un peso brutal en sectores de la justicia, las fuerzas represivas y los grandes medios de comunicación pone en evidencia los límites de una política reformista sobre el Estado capitalista como la que planteó el PT.

Vale la pena recordar que, desde mediados de los años 80’, el PT era mostrado como el modelo de una política que podía conquistar hegemonía “desde abajo” y avanzar en la “radicalización de la democracia” (el fallecido Ernesto Laclau, antes de hacerse kirchnerista, lo citaba como ejemplo siempre que pudiera). Ese paradigma teórico, que en política implicaba administrar con rostro progresista al Estado capitalista, está mostrando sus profundos límites. A pesar de las ventajas de un crecimiento “a tasas chinas”, la derecha mantiene un poder enorme en la “sociedad civil” y en el Estado mismo, como lo admite Sader.  

Esto no obtura que estamos ante una operación política marca Acme. Que la casta judicial –gran parte de ella- opera al servicio de la derecha tucana, tampoco. La pregunta es cómo, después de 14 años de gobiernos de “izquierda”, la derecha conserva tanto poder. La realidad argentina no dista casi nada de esa imagen.

Con las diferencias del caso, Latinoamérica entera muestra el mismo devenir. La derrota electoral –hace pocos días- de Evo Morales en el plebiscito sobre una nueva reelección, es la última ficha de un dominó continental (o subcontinental) que cae a derecha.

La segunda pregunta o reflexión cabe sobre cómo actuará el PT y la misma CUT. Este viernes Lula declaró que “lo que pasó tenía que pasar para que el PT levantase la cabeza. Vamos a empezar de nuevo”.

¿Se puede “empezar de nuevo” después de 14 años de integración al Estado burgués? Hace poco menos de un año analizábamos en parte ese ciclo de integración y decíamos que “el PT emergió como un partido que expresaba a amplias capas de la clase trabajadora y los sectores populares en el cuestionamiento al régimen capitalista de Brasil. Pero su integración al mismo lo llevó a convertirse en el vehículo del ajuste en curso”. Esto marca los contornos de la resistencia que el PT podría desplegar.

En la noche de este viernes se conoce que la CUT llamó a una “vigilia” por Lula y a conformar un “Frente Amplio en Defensa de Lula”. Para ser una central que agrupa a varios millones de trabajadores suena a una perspectiva de lucha modesta en defensa de su máximo líder.
Sin embargo, las imágenes de este viernes, dan la pauta de una tensión política y social subiendo con fuerza. Aún está todo por verse, aunque no queríamos dejar de hacer dos Apuntes.


domingo, 14 de febrero de 2016

Creatividad y resentimiento político (así habla un paredón en Caballito)



La pintada terminaba diciendo "devolvé la banca". 

Cuando Kirchner "traicionó" a Duhalde en 2005 ¿éste tenía derecho a decirle "devolvé la presidencia"? 

Dilemas del peronismo que tiene un sólo día de la lealtad y 364 para la traición (salvo los años bisiestos) 

viernes, 12 de febrero de 2016

Horacio González y el relato después del Relato

Foto: Anfibia


Eduardo Castilla

“Entonces el peronismo para mediar toma la palabra revolución y ésa es una de sus alas semánticas; y al mismo tiempo que la toma la quiere como conjurar, contener, explicar que no es tan así a sus otros interlocutores que son empresarios, personajes de la Bolsa. El discurso de la Bolsa es un discurso que muchos intentamos ponerlo en el lugar de un discurso de ocasión para contener lo que una revolución legítima provoca en el sector reaccionario, llamado así por la reacción a la revolución. No tengo la tendencia a pensarlo, aunque siempre me originó ciertas dudas, como una expresión de lo que era la verdad del peronismo. Para mí la verdad del peronismo era como un vacío de los que hoy habla la historia política, como núcleo de indeterminación o de indecibilidad” (Horacio González, Historia y pasión)

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Por estos días Horacio González (HG) ensaya una suerte de balance del período kirchnerista. Pero, al igual que lo afirma en la cita que antecede, parece poco dispuesto a querer pensarlo a fondo.

Lejos de un intento de dilucidar algunas claves que permitan explicar la derrota electoral del pasado 22 de noviembre y el declive político que por estas horas exhibe el kirchnerismo más concentrado, HG se propone ser el vocero de una repetición talmúdica. Repetición del relato o de aspectos centrales del mismo.

El ex director de la Biblioteca Nacional y uno de los referentes de la ya extinta Carta Abierta, sostiene los tópicos comunes que fueron construidos desde el vértice del poder estatal, en aras de la “gobernabilidad”.

Muy lejos de Clausewitz, muy cerca de Laclau

HG ha publicado hasta el momento 5 de las 10 entregas prometidas para realizar un balance del kirchnerismo. Se trata de una suerte de ensayo en cuotas, presentado bajo el título Derrota y esperanza: un folletín argentino por entregas y se puede leer en la página La Tecl@ Eñe.

En la primera de las entregas HG se centra en la llamada “batalla cultural”. No se trata de una elección arbitraria o infundada, sino que el conjunto de su esquema –por lo menos hasta la última presentación- está orientado a pensar los límites del “proyecto” desde la batalla contra Clarín y desde los discursos puestos en circulación.

Dice allí que “lo que se definió como “batalla cultural” tenía varias piezas centrales (…) una de las cuales era una formidable pieza legislativa, finalmente aprobada pero a la vez neutralizada luego por distintos medios (esencialmente jurídicos), que se llamó ley de servicios de comunicación audiovisual, nombre técnico de un conjunto de disposiciones tendientes a desmonopolizar el control de audiencias (…) Esta ley apuntaba especialmente al grupo Clarín (…) Esta batalla cultural, implicaba necesariamente la posesión de “fierros propios”, en un modelo de lucha que no era de cuño tradicional, extraña a los “manuales clausewitzianos” (…) dentro de lo necesario del tratamiento de la monopolización mediática, se pasó por alto, lo que de alguna manera era inevitable, la configuración de Clarín como un ente histórico o poseedor de una evidente historicidad. No se tuvieron en cuenta, con la repentina fustigación del “Clarín miente”, las diferentes fases que atravesó la ideología y la metodología del grupo (…) Clarín es el testigo privilegiado de numerosos fracasos políticos de la Argentina, no solo el del desarrollismo frondizista, sino el de las diversas izquierdas y peronismos de izquierda.

La popularmente llamada Ley de medios no dio pasos sustanciales en aquello que se asignaba como su tarea central. La desmonopolización se transfiguró en pelea de dos monopolios mediáticos. Clarín como co-director de la ofensiva contra el gobierno por un lado y, frente a ellos, un conglomerado de medios sostenidos desde el poder estatal. Una tropa que, por estos días, se diluye con la consecuencia de una oleada de despidos contra los trabajadores.
Pero la configuración histórica de Clarín –es decir su rol central en el dominio capitalista nacional- no se pasó por alto “de manera inevitable”. Por el contrario, como es ampliamente conocido, en el final de su mandato Néstor Kirchner prorrogó todas las licencias del grupo. Así, el mismo kirchnerismo que lanzó una ley para “desmonopolizar”, creó y alentó monopolios mediáticos a diestra y siniestra por años.

Si la consigna “Clarín miente” se convirtió en una de las claves de la edificación del relato en los años posteriores, fue porque permitió simplificar los antagonismos casi hasta el absurdo. Por años, la “Corpo” fue solo Clarín. Su demonización iba paralela a políticas que permitían ganancias siderales al conjunto del gran capital, incluido el “agro-power”, aquel enemigo “mortal” de 2008.

“Clarín miente” fue la clave de una batalla discursiva donde el enemigo no era nunca alcanzado por los golpes. El relato se sostenía mientras se abandonaba toda confrontación real.



Relato y la realidad

En la segunda de las entregas HG aborda “la compleja noción de “relato” al decir de los presentadores de la revista. Dice el ex Carta Abierta que “relato era aquí sinónimo de impostura, de falsedad, de fingimiento, de “invención de tradiciones”, en suma, una superchería de Estado para contarle a los crédulos una historia apócrifa sobre los gobernantes, sus orígenes y propósitos”.

Pocos renglones después agrega que “su empeño anti-corporativo, que desde luego se dirigía privilegiadamente contra el grupo Clarín, aunque ciertamente mucho menos contra otras corporaciones “no mediáticas” (pero a las que de una manera u otra Clarín articulaba: Monsanto, Barrick Gold, Chevron, etc.) no lograba interesar a las izquierdas ni a una parte sustancial de la vida popular, que en el “gran monopolio mediático”, no veía sino la posibilidad de saber cómo se resolvían los misterios de amor y los prodigios de la ilusión en una telenovela que recreaba “las mil y una noches””.

Precisamente el relato se cimentó sobre la base de presentar una vocación de lucha contra las “Corporaciones” que no era tal.  La pelea con Clarín se redujo a una “guerra de medidas cautelares”, que fueron esencialmente favorables al “gran diario argentino”.

Pero en relación a otras “corpos”, la política del gobierno fue abiertamente favorable. Fue la misma CFK quien impulsó la radicación de plantas de Monsanto y permitió el florecimiento de sus negocios, de la mano de una creciente sojización que solo era combatida en las palabras. Lo mismo aconteció con las grandes mineras, que siguieron gozando de beneficios siderales gracias a un Código Minero heredado del menemismo y nunca puesto en cuestión. De Chevron se puede recordar que fue la beneficiaria de la reprivatización del minoritario porcentaje de YPF que había sido nacionalizado. Otra beneficiada fue la española Repsol, primero catalogada como “saqueadora” y luego premiada con una indemnización de miles de millones de dólares.



La raíz de que la izquierda no “se interesase” por estas peleas debe buscarse precisamente en la ausencia de toda epicidad. La “batalla cultural” seguía desarrollándose sobre todo en la superestructura y los discursos, sin tocar nunca la estructura social –excepto y muy parcialmente- con la nacionalización de las AFJP. La guerra se libraba según los conceptos de Ernesto Laclau y Chantal Mouffé.

Por otra parte, la crítica a la “vida popular” no deja de sorprender viniendo de un intelectual que revindica el peronismo. Precisamente el desinterés de las masas populares en esas “batallas” contra las corporaciones radicó en la nula influencia de las mismas en la vida cotidiana de aquellas. Si el primer peronismo podía construir su propio “relato” a partir de las profundas transformaciones en la vida de la clase trabajadora –logradas con luchas pero a costa de la integración política al movimiento fundado por Juan Perón- el kirchnerismo careció de credenciales sólidas en ese terreno.

La enorme continuidad del trabajo precario en un tercio de la clase trabajadora, la ausencia de derechos sindicales en amplias capas, los más que insuficientes recursos destinados a jubilaciones y AUH si se compara con los pagos de la deuda externa o a los Fondos buitres; todos determinantes de los límites que el kirchnerismo tenía entre capas profundas de las masas.

Sobre esos límites jugó el macrismo para imponerse. Concentró su fuego en el “estilo” prometiendo sostener las medidas que contaban con aceptación social. Precisamente el desplazamiento por medios electorales habla de la debilidad del vínculo político entre kirchnerismo y amplios sectores de las masas. HG no se propone realizar ese análisis. El resultado es terminar condenando una telenovela.  

Injurias, corrupción y denuncias

Los límites que se autoimpone HG para analizar el ciclo político que terminó hace pocos meses lo llevan por laberínticos caminos. El motor de la caída política del anterior gobierno debe buscarse en las calumnias que se repitieron sin cesar.

Leemos que “con el matrimonio Kirchner (…) crecieron hasta proporciones gigantescas los ataques donde el pasado de la pareja presidencial era examinado por peritos en detectar supuestas falsedades y mascaradas”. Antes habíamos leído que esa “campaña de una dimensión (…) de la que no se tenía acabada noción en el país. Sin duda, superaba a lo que se había visto en la época de Perón –aunque en especial luego de caído este gobierno en el 55- y a la larga persistencia del diario Crítica para deteriorar durante los finales de los años 20 al gobierno de Yrigoyen”.

En el mismo sentido, y ya en la tercera entrega de su folletín, HG afirma que “no hay concepto más escurridizo e inaprensible que el de corrupción (…) La inevitable carga moral que subyace en él, su poder agraviante y desestabilizador (…) tienen una fuerza capaz de  resquebrajar cualquier andamiaje gubernativo”.

Campaña de injurias y acusaciones de corrupción se convierten así en los elementos que definen el clivaje social que llevó a la caída por vía electoral del kirchnerismo.

Que la casta judicial haya operado y opere en pos de golpear al kirchnerismo, no objeta que muchos de esos casos son reales. Tan reales como lo fueron bajo el menemismo, la Alianza y lo serán bajo el macrismo. Esa corrupción es inherente a la estructura de una casta política que gestiona el Estado burgués al servicio de una mayor rentabilidad para el capital. La contraparte son salarios millonarios que permiten un nivel de vida cercano al de los mismos capitalistas.

A pesar de sostener que “lo que hay que hacer no es situarse en una hipótesis de rechazo indignado de estas incómodas situaciones (…) todos los que estuvimos en esa situación, debamos explicarnos y su vez reclamar explicaciones”, Horacio González emprende una defensa de uno de las más cuestionadas  figuras del kirchnerismo.

En su quinta entrega, a pesar de que desde el título propone “reflexionar sobre la figura de Cristina”, HG nos habla de “la inclemencia de las peores adjetivaciones, totalmente contaminadas con el afán de enviar cabezas propiciatorias al cadalso. Una de ellas: la rubia testa de uno de los ex-ministros de economía de Cristina, guitarrista ocasional del grupo la Mancha de Rolando, acusado ahora de todas las manchas posibles que puedan tener el tal  Rolando o cualquier otro hombre, llámese como se quiera, pero al que fundamentalmente no se le perdona la estatización de los fondos de pensión, entre los que se hallaban papeles accionarios de empresas cruciales, entre ellas, Clarín

Así, Amado Boudou, nacido en la liberal UCeDé y poseedor de un lujoso departamento en Puerto Madero -entre otros bienes no menores-, es elevado al rango de una suerte de jacobino moderno, enemigo del poder económico. La “guillotina” que hoy cae sobre él no es más que la venganza de los poseedores por su espíritu “expropiador”.

Horacio González cierra así el círculo de su propio relato, que empieza en absolutizar el poder de Clarín -aunque dejando sin explicación el origen del mismo- para terminar defendiendo a Amado Boudou.  




Relato y metafísica

Hegel escribía al inicio de su Lógica que “el dogmatismo de la metafísica del entendimiento consiste en mantener las determinaciones exclusivas del pensamiento en su aislamiento”. Podríamos recurrir a Marx o a cualquiera que nos  presente un enfoque dialéctico de las cosas pero el nudo de la cuestión seguiría siendo el mismo.  

La crítica esencial radica en que HG abstrae una serie de elementos y los convierte –hasta el momento- en la explicación única de la derrota electoral. Clarín, las calumnias contra los Kirchner, las denuncias de corrupción son los arietes de una reflexión que no se propone llegar hasta las causas últimas del declive kirchnerista.

La “verdad” del kirchnerismo –término al que resulta difícil adherir de manera incondicional- debe buscarse en una conjunción de factores económicos, políticos y sociales. Cuando aún el kirchnerismo entraba y salía por las puertas de la Casa Rosada, escribimos esta suerte de balance parcial que buscaba analizar más en profundidad el período. En un sentido similar -ya finalizada la “década ganada”- se escribió aquí, dando cuenta de los múltiples momentos de giro a la derecha del kirchnerismo que, como ya es sabido, terminaron encumbrando a Scioli como candidato único del “modelo”.



Aunque los elementos de un balance más acabado del periodo kirchnerista todavía se sigan escribiendo, ya es bastante lo dicho para entender las razones de su fracaso. Su épica se estrelló contra los límites de su propia esencia de movimiento político burgués restauracionista. Esa “verdad” es la que HG prefiere no pensar. 

miércoles, 10 de febrero de 2016

Los Censores (Luisa Valenzuela)




¡Pobre Juan! Aquel día lo agarraron con la guardia baja y no pudo darse cuenta de que lo que él creyó ser un guiño de la suerte era en cambio un maldito llamado de la fatalidad. Esas cosas pasan en cuanto uno descuida, y así como me oyen uno se descuida tan pero tan a menudo. Juancito dejó que se le viera encima la alegría --sentimiento por demás perturbador -- cuando por un conducto inconfesable le llegó la nueva dirección de Mariana, ahora en París, y pudo creeer así que ella no lo había olvidado. Entonces se sentó ante la mesa sin pensarlo dos veces y escribió una carta. La carta. Esa misma que ahora le impide concentrarse en su trabajo durante el día y no lo deja dormir cuando llega la noche (¿qué habrá puesto en esa carta, qué habrá quedado adherido a esa hoja de papel que le envió a Mariana?).

Juan sabe que no va a haber problema con el texto, que el texto es irreprochable, inocuo. Pero ¿y lo otro? Sabe también que a las cartas las auscultan, las huelen, las palpan, las leen entre líneas y en sus menores signos de puntuación, hasta en las manchitas involuntarias. Sabe que las cartas pasan de mano en mano por las vastas oficinas de censura, que son sometidas a todo tipo de pruebas y pocas son por fin las que pasan los exámenes y pueden continuar camino. Es por lo general cuestión de meses, de años si la cosa se complica, largo tiempo durante el cual está en suspenso la libertad y hasta quizá la vida no sólo del remitente sino también del destinatario. Y eso es lo que lo tiene sumido a nuestro Juan en la más profunda de las desolaciones: la idea de que a Mariana, en París, llegue a sucederle algo por culpa de él. Nada menos que a Mariana que debe de sentirse tan segura, tan tranquila allí donde siempre soñó vivir. Pero él sabe que los Comandos Secretos de Censura actuan en todas partes del mundo y gozan de un importante descuento en el transporte aéreo; por lo tanto nada les impide llegarse hasta el oscuro barrio de País, secuestrar a Mariana y volver a casita convencidos de a su noble misión en esta tierra.

Entonces hay que ganarles de mano, entonces hay que hacer lo que hacen todos: tratar ese sabotear el mecanismo, de ponerle en los engranajes unos granos de arena, es decir ir a las fuentes del problema para tratar ele contenerlo.

Fue con ese sano propósito con que Juan, como tantos, se postuló para censor. No por vocación como unos pocos ni por carencia de trabajo como otros, no. Se postuló simplemente para tratar de interceptar su propia carta, idea para nada novedosa pero consoladora. Y lo incorporaron de inmediato porque cada día hacen falta más censores y no es cuestión de andarse con melindres pidiendo antecedentes.

En los altos mandos de la Censura no poían ignorar el motivo secreto que tendría más de uno para querer ingresar a la repartición, pero tampoco estaban en condiciones de ponerse demasiado estrictos y total ¿para qué? Sabían lo difícil que les iba a resultar a esos pobres incautos detectar la carta que buscaban y, en el supuesto caso de logrlo, ¿qué importancia podían tener una o dos cartas que pasan la barrera frente a todas las otras que el nuevo censor frenaría en pleno vuelo? Fue así como no sin ciertas esperanzas nuestro Juan pudo ingresar en el Departamento de Censura del Ministerio de Comunicaciones.

El edificio, visto desde fuera, tenía un aire festivo a causa de los vidrios ahumados que reflejaban el cielo, aire en total discordancia con el ambiente austero que imperaba dentro. Y poco a poco Juan fue habituándose al clima de concentración que el nuevo trabajo requería, y el saber que estaba haciendo todo lo posible por su carta--es decir por Mariana--le evitaba ansiedades. Ni siquiera se preocupó cuando, el primer mes, lo destinaron a la sección K, donde con infinitas precauciones se abren los sobres para comprobar que no encierran explosivo alguno.

Cierto es que a un compañero, al tercer día, una Carta le voló la mano derecha y le desfiguró la cara, pero el jefe de sección alegó que había sido mera imprudencia por parte del damnificado y Juan y los demás empleados pudieron seguir trabajando como antes aunque bastante mis inquietos. Otro compañero intentó a la hora de salida organizar una huelga para pedir aumento de sueldo por trabajo insalubre pero Juan no se adhirió y después de pensar un rato fue a denunciarlo ante la autoridad para intentar así ganarse un ascenso.

Una vez no crea hábito, se dijo al salir del despacho del jefe, y cuando lo pasaron a la sección J donde se despliegan las cartas con infinitas precauciones para comprobar si encierran polvillos venenosos, sintió que había escalado un peldaño y que por lo tanto podía volver a su sana costumbre de no inmiscuirse en asuntos ajenos.
De la J, gracias a sus méritos, escaló rápidamente posiciones hasta la sección E donde ya el trabajo se hacía más interesante pues se iniciaba la lectura y el análisis del contenido de las cartas. En dicha sección hasta podía abrigar esperanzas de echarle mano a su propia misiva dirigida a Mariana que, a juzgar por el tiempo transcurrido, debería de andar más o menos a esta altura después de una larguísima procesión por otras dependencias.

Poco a poco empezaron a llegar días cuando su trabajo se fue tornando de tal modo absorbente que por momentos se le borraba la noble misión que lo había llevado hasta las oficinas. Días de pasarle tinta roja a largos párrafos, de echr sin piedad muchas cartas al canasto de las condenados. Días de horror ante las formas sutiles y sibilinas que encontraba la gente para transmitirse mensajes subversivos, días de una intuición tan aguzada que tras un simple "el tiempo se han vuelto inestable" o "los precios siguen por las nubes" detectaba la mano algo vacilante de aquel cuya intención secreta era derrocar al Gobierno.

Tanto celo de su parte le valío un rápido ascenso. No sabemos si lo hizo muy feliz. En la sección B la cantidad de cartas que le llegaba a diario era mínima--muy contadas franqueaban las anteriores barreras-- pero en compensación había que leerlas tantas veces, pasarlas bajo la lupa, buscar micropuntos con el microscopio electrónico y afinar tanto el olfato que al volver a su casa por las noches se sentía agotado. Sólo atinaba a recalentarse una sopita, comer alguna fruta y ya se echaba a dormir con la satisfacción del deber cumplido. La que se inquietaba, eso sí, era su santa madre que trataba sin éxito de reencauzarlo por el buen camino. Le decía, aunque no fuera necesariamente cierto: Te llamó Lola, dice que está con las chicas en el bar, que te extrañan, que te esperan. Pero juan no quería saber nada de excesos: todas las distracciones podían hacerle perder la acuidad de sus sentidos y él los necesitaba alertas, agudos, atentos, afinados, para ser perfecto censor y detectar el engaño. La suya era una verdadera labor patria. Abnegada y sublime.


Su canasto de cartas condenadas pronto pasó a ser el más nutrido pero también el más sutil de todo el Departamento de Censura. Estaba a punto ya de sentirse orgulloso de sí mismo, estaba a punto de saber que por fin había encontrado su verdadera senda, cuando llegó a sus manos su propia carta dirigida a Mariana. Como es natural, la condenó sin asco. Como también es natural, no pudo impedir que lo fusilaran al alba, una víctima más de su devoción por el trabajo.