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martes, 8 de julio de 2014

La lucha de Lear y la indeclinable debacle del kirchnerismo (notas breves sobre una gran jornada de lucha)




Eduardo Castilla
La gran jornada de lucha nacional que impulsaron los trabajadores de Lear, junto al Encuentro Sindical Combativo y la izquierda trotskista tuvo hoy una gran victoria política al poner en el centro de la escena nacional esta enorme lucha que vienen llevando adelante los trabajadores y trabajadoras de esa empresa.
Para cientos de miles (o quizás millones) de personas, la lucha de Lear se convirtió en la noticia del día. Primero gracias a los piquetes que, a las 7 de la mañana, ya mostraban una gran acción en diversas partes del país. Segundo, como resultado de la represión brutal que desató la Gendarmería en la Panamericana y la resistencia de los trabajadores, las trabajadoras y sus familias.
Este triunfo político no es menor en esta pelea. Del otro lado del cuadrilátero está esa “Santa Alianza” que los trabajadores han tenido que enfrentar durante décadas en la historia de sus luchas. Esa alianza del poder político, la burocracia sindical y las patronales en defensa de los intereses económicos de éstas últimas. Es decir, en defensa de su rentabilidad que tiene, como variable de ajuste, el salario y la vida de la familia obrera.
Esa alianza tropezó hoy con una piedra de tamaño no menor. Los trabajadores y trabajadores de Lear, junto a sus familias, a sectores de otras organizaciones de trabajadores -como las Comisiones Internas de Kraft Donnelley entre otras- y la izquierda clasista dieron un gran ejemplo de unidad en las calles resistiendo, además, la represión. Frente a la inacción que evidencian las conducciones sindicales ante las suspensiones y despidos, que la lucha de Lear adquiera conocimiento nacional, es un elemento que aporta al proceso de recomposición de la subjetividad de la clase trabajadora.
En la etapa final del kirchnerismo, la retórica a favor de los trabajadores va siendo carcomida por todas partes. Por un lado, el impuesto al salario avanza sobre amplios sectores de mayores ingresos. Por el otro, la funcionalidad a las multinacionales imperialistas como Lear o Gestamp significa garantizar los despidos. Así, el ProCreAUTO y las diversas medidas que lo acompañan, se vuelven parte de un armado cosmético casi sin efecto. El “modelo” hace agua por los cuatro costados. 

El estado kirchnerista: una variante del estado menemista

Marx acuño aquella famosa definición del gobierno del estado moderno como “comité de asuntos comunes de la burguesía”. Engels, algunos años más tarde, la complementó al afirmar que se trataba de una “banda de hombres armados al servicio del capital”. Ayer y hoy los conceptos salieron de los libros, bajaron a la vida y cruzaron por Panamericana y la General Paz.
Allí, la banda de “hombres armados” reprimió brutalmente a los trabajadores de EMFER y TATSA. Allí, hoy martes, esa misma fuerza se desató contra los trabajadores y trabajadoras de Lear que, sin embargo, resistieron junto a los compañeros de otras empresas y los estudiantes. Lejos de un paseo, las fuerzas represivas tuvieron que remarla.
Pero esta represión está lejos de haber pasado sin ningún costo político para el gobierno. Si la designación de Milani y el primer intento de ley Antipiquetes habían significado una crisis con franjas de los sectores progresistas dentro de la coalición gobernante, una represión desatada sobre familias obreras, en un contexto de defensa de los puestos de trabajo, parece abrir una crisis en sectores que responden políticamente al gobierno nacional dentro del movimiento obrero.
Así, en cuestión de pocas horas se conocieron los rechazos a la represión de la conducción del sindicato del Subte, de UTE (docentes) y de ATE, ambos de Capital. Todos ellos sectores identificados con el kirchnerismo. Estas condenas no son un dato menor, sino que expresan las contradicciones profundas de un sector sindical que, frente a la derechización de la vieja centroizquierda, optó por apostar al único “progresismo posible”. En esa apuesta no desestimó aceptar cuestiones que -como se conoce en la jerga política- equivalen a la ingesta de sapos. La sapofagia tuvo sus hitos en el Proyecto X o en la designación de Milani, entre otras cuestiones.
Pero reprimir a trabajadores que piden por sus puestos de trabajo tiene un costo adicional.  Implica dejar de lado la última bandera política de este gobierno y pasarse, sin escalas, a la defensa de los intereses empresariales. Durante estos días, el Ministerio de Trabajo de la Nación actuó avalando todas y cada una de las medidas ilegales de la empresa, como el hecho brutal de impedir la entrada de la Comisión Interna a la empresa. Pero el pasaje a la represión abierta entraña un salto cualitativo. En ese salto emergen estas brechas.
Que ésta es la melodía del futuro en el tratamiento del llamado “conflicto social” –un eufemismo para no hablar de lucha de clases- lo confirma la continuidad represiva durante dos jornadas hacia conflictos obreros.
La negociación con los fondos buitres, que está en el centro de la agenda gubernamental, requiere un mayor disciplinamiento social. Las garantías de “seguridad jurídica” y “sustentabilidad” para invertir no las confiere sólo la voluntad de pago sino la certeza del control político de las clases oprimidas y explotadas. A mayor sumisión a los dictados del capital extranjero -aunque se adorne con un discurso anti-neoliberal-corresponde necesariamente mayor represión interna. Allí está la experiencia menemista, de la que CFK fue parte activa, para tomar como referencia.

Macartismo “nac&pop”

La coalición política que vino ejerciendo el poder del estado en la década pasada prosigue su disolución. Nada lo muestra mejor que la polaridad entre las posiciones de las conducciones sindicales señaladas antes y las declaraciones extasiadas de Berni contra los trabajadores y los diputados del FIT.
Una vez más, el ex carapintada salió a pedir mando dura y Ley Antipiquetes. Como una suerte de campana que redobla sin parar, volvió a defender a los “pobres ciudadanos” que “van a trabajar”. Como si los trabajadores y trabajadoras de Lear no estuvieran peleando precisamente por esa demanda, la de volver a trabajar. Un cinismo propio de un represor.
El ataque a los diputados de izquierda –casi un tic en el Secretario de Seguridad- expresa los límites políticos del kirchnerismo para lidiar con el desarrollo político de la izquierda y su relación creciente con franjas de la clase trabajadora. Crecimiento que es proporcional a la debacle de cualquier aspecto progresista en el gobierno. Los llamados a una especie de remake de “hacer tronar el escarmiento” contra los diputados de la izquierda evidencian la imposibilidad objetiva de oponer una salida distinta a la crisis política y social en curso que no sea el hostigamiento represivo.  
Pero la acción de hoy volvió a mostrar –como en el paro nacional del 10A- una fuerza que supera a la izquierda trotskista, la única con alguna relación con franjas combativas del movimiento obrero. Esa fuerza es la de una amplia vanguardia de la clase trabajadora que se concentra en diversos lugares y que ha venido haciendo una gimnasia en la lucha de clases en los últimos años contra la burocracia sindical, contra las patronales  y, también, como se vio en el corte de Panamericana del 10A, contra las fuerzas represivas. Esa amplia vanguardia es la que está en la base del “desafío” al unicato sindical, no en la simple ampliación del espacio político por la derechización del kirchnerismo.
La jornada de lucha en apoyo a los trabajadores de Lear ha sido un pequeño gran test. En la Panamericana hoy se probó el temple de mujeres y hombres en el enfrentamiento a la represión policial y en las movilizaciones posteriores por su liberación. Ese temple pasó la prueba y es parte de, si se nos permite el concepto, el capital acumulado para futuras y mayores batallas. Batallas que son parte de esa guerra mucho mayor que es la lucha de clases. Esa lucha de clases que, como dijeron Marx y Engels ha sido y es, el motor de la historia.

domingo, 1 de junio de 2014

Gestamp y un triunfo obrero que hace Historia (con mayúscula)



Foto: Enfoque Rojo

Eduardo Castilla
La lucha de los trabajadores de Gestamp acaba de obtener un primer e importante triunfo contra la Santa Alianza conformada por la patronal, la burocracia sindical y el estado. Esta gran pelea pone en escena los componentes de una nueva situación de la lucha de clases, marcada por el giro de la derecha del gobierno y los golpes más abiertos de la crisis internacional.

Lucha de clases, concepto que, necesariamente, deberá volver a escena porque el indefinido “conflicto social” poco dice de donde están los verdaderos poderes sociales y donde los nudos que, al verse afectados, ponen en cuestión la hegemonía burguesa. 


Heroísmo obrero


Algunas postales que publicamos ayer graficaban la enorme acción que protagonizaron los trabajadores de Gestamp en rechazo de los despidos. El heroísmo no necesita más explicaciones que la descripción de 4 jornadas, en una grúa a decenas de metros del piso, asediados por cientos de policías y gendarmes, con la patronal ejerciendo una presión extrema y la conducción del SMATA abiertamente en contra. Cuatro jornadas de una enorme resistencia física y moral, que contagiaba entusiasmo a los miles que lo seguían desde fuera de los portones y desde todos los puntos del país y el extranjero. Una dura resistencia que empieza a mostrar que despidos y suspensiones no son una consecuencia “natural” de la situación, sino el resultado del ansia capitalista de más ganancia.  

La clase obrera, a lo largo de sus casi 200 años de historia, demostró innumerables veces su heroísmo. De estas acciones heroicas surge la moral de nuevas generaciones combativas, de una clase que se proponga no sólo conseguir mejores salarios, sino avanzar en enfrentar el poder del capital y derrotarlo. Una clase que aspire efectivamente a “ser poder”, una clase que, con la misma inflexibilidad que tiene la burguesía para defender sus intereses, defienda los propios.

El nivel de tensión alcanzado, con la amenaza constante de la represión, la existencia de piquetes en el exterior y, sobre todo, la gran resistencia de los trabajadores, les dio un triunfo que constituye, simétricamente, una importante derrota de la patronal y la burocracia del SMATA.  

La primera se apresta, como ya anuncia, a incumplir la conciliación obligatoria y demostrar la impunidad del capital. El derecho, en tanto derecho burgués, está para ser incumplido si ataca la propiedad privada. Lo contrario implica que debe ser defendido de las “medidas irracionales y violentas”. La duplicidad moral de la burguesía depende de la afectación de sus ganancias.  


A la izquierda de la pared y a la derecha del país


Las referencias de CFK a la “toma del Palacio de Invierno” entre otras perlas de un discurso más gorila de lo habitual, son las referencias a la lucha de clase como tal, a las acciones decididas de fracciones de la clase trabajadora. CFK, en una suerte de paradoja lingüística, se propone enseñarnos que “cuidar el trabajo” equivale a aceptar los despidos. Una referencia más clara debería decir, que “cuidar el trabajo” es, en realidad, cuidar el capital y su rentabilidad. Para el peronismo, combatir el capital fue sólo una frase de ocasión. Cuando la sociedad capitalista entró en crisis, las palabras se convirtieron en su opuesto.

El discurso del gobierno nacional desde Santa Cruz fue parte de la cadena que empezó en sus ataques a los docentes hace ya cuatros años pero se fue radicalizando a derecha, en una escalada continua. Ya la Ley anti-piquetes expresaba el verdadero objetivo del gobierno frente al movimiento de masas en pos de pasar el ajuste. Su discurso de hoy fue una intervención activa para avalar la acción represiva.

En una sola jornada, el gobierno se encontró en el arco extremo de la derecha política nacional. Primero, mediante el aval directo a la represión por parte del discurso presidencial. Más tarde, criticando la conciliación obligatoria establecida por Scioli. 


De la unidad a las divisiones por arriba


La patronal, el gobierno nacional y la burocracia del SMATA alentaron la salida represiva, por la vía legal o por el método de las patotas, desde el instante en que el paro de la producción afectó a VW y la Ford. En ese momento, la unidad por arriba tendió a garantizar una salida a la situación que evitara una victoria parcial de los trabajadores. Este parecía ser el consenso establecido entre todos los actores del régimen.

La Conciliación dictada por la provincia de Buenos Aires rompió ese acuerdo. Así lo evidenciaron las declaraciones de la ministra Débora Giorgi  y la subsecuente respuesta del gobierno provincial, defendiendo lo hecho.

Esta gran acción obrera ocasionó una verdadera crisis política en las alturas. Lejos de ser una lucha aislada, cada día que pasaba, la simpatía de la población de las zonas cercanas y de sectores de trabajadores crecía como lo testimonian cientos de anécdotas en las redes sociales. La represión, en estas circunstancias, dado el dramatismo de la situación, podía significar un altísimo costo político que entró en el cálculo de Scioli y su ministro Cuartango. Podía equivaler a una suerte de suicidio político.

La carga simbólica de la represión no era menor. Implicaba atacar brutalmente a trabajadores que exigían, simplemente, seguir trabajando. Si la última bandera del kirchnerismo -la defensa del empleo - era pisoteada por las botas de Gendarmería y la policía provincial, era un mensaje para millones. Pero ese mensaje no necesariamente ocasionaría miedo. 


Olor a setentismo


En una especie de retorno al pasado vimos aparecer cientos de efectivos policiales en el interior de una planta. Justo en los días del aniversario del Cordobazo, el gobierno nacional y el provincial hicieron gala de seguir la tradición de Lacabanne. Peronismo derechista del más puro surgió en aquellas palabras sobre “tomar  el Palacio de Invierno”. Sólo faltó la mención del “sucio trapo rojo”, aunque la conducción del SMATA atacó con nombre y apellido a la izquierda.

Precisamente el accionar del SMATA -con un discurso que volvió a evidenciar la ajenidad de la burocracia sindical en relación a la clase trabajadora- estuvo impregnado del tufillo de los ‘70, cuando la conducción del Gordo Rodríguez entregaba a trabajadores a las fuerzas represivas, además de engrosar las filas de las Tres A.

Volvió a quedar en evidencia su carácter de casta parasitaria que, en momentos de crisis capitalista como el actual, implica el rol de correa de transmisión de la política patronal en un grado máximo. Burocracia en estado químicamente puro, refinada.

Pero las similitudes con los ’70 pueden llevar a amplificar la reflexión. Por un lado el peso creciente de la izquierda en franjas importantes de la vanguardia obrera constituye un elemento de la situación. Los ataques de la burocracia sindical o el mismo gobierno contra la izquierda tienen sustento en la realidad, como lo evidencia el “teatro de operaciones” donde se dio esta gran pelea: la zona norte del Gran Buenos Aires. Allí avanzan las corrientes antiburocráticas del movimiento obrero, avanza la izquierda partidaria y, particularmente, influye el PTS.

Eso y no otra cosa es lo que se vio en el paro del 10A, cuando los trabajadores y la izquierda derrotaron a la gendarmería y lograron ocupar la panamericana. La tarea estratégica de la izquierda obrera y socialista pasa esencialmente por profundizar ese camino. La gran batalla de los trabajadores de Gestamp ya aportó un enorme grano de arena en el camino del avance subjetivo de la clase trabajadora. Esa perspectiva está abierta, al igual que la lucha de los trabajadores por su reincorporación. Esa lucha sigue este lunes.

sábado, 1 de febrero de 2014

Crisis política, ataque a las masas y "pacto social". La izquierda ante una nueva situación




Eduardo Castilla
La crisis política argentina discurre por un universo que contiene varios canales, donde los fenómenos políticos se entrelazan con la crisis económica. Los “factores” de la economía, luego de un periodo de una “estabilidad asediada”, sufren los embates de los problemas estructurales no resueltos e implican un ajuste sobre el nivel de vida de las masas. Por el contrario, el proceso de crisis política “por arriba” tiene un historial más amplio, cubriendo prácticamente los últimos dos años.
La discordancia entre los tiempos de la política y economía expresa la no linealidad de los procesos sociales en su conjunto, dando un mentís (una vez más) a las tendencias del pensamiento mecanicista que ven catástrofes y crisis por todos lados, cada día y cada hora. En el marco de un salto en la crisis económica,la crisis política mantiene su propia dinámica y sus propias contradicciones.

Crisis política, sucesión y después

Lo que hemos definido en varias ocasiones como “fin de ciclo” viene implicando el rápido desgaste de los actores que entran en la escena de la política nacional como resultado de su incapacidad para gestionar la crisis social y los problemas estructurales.
Es esto lo que llevó al fracaso del intento de montar un gobierno “ministerialista” de la mano de Capitanich como Jefe de Gabinete todoterreno, cuya función era salvaguardar la vapuleada figura presidencial. Pero los motines policiales primero y la devaluación reciente en segundo lugar, lo arrastraron por el piso, debilitando tanto su figura como al gobierno en su conjunto.   
En este marco, la configuración de camarilla del gobierno nacional implica limitaciones para gestionar salidas a la crisis. Trotsky escribía en La lucha contra el fascismo en Alemania que “el gobierno mismo está hecho de carne y hueso. Es inseparable de ciertas clases y de sus intereses”. A la inversa podríamos decir que hay figuras políticas que no son claramente identificables con los intereses de determinadas clases. La figura de Kicillof negociando con el Club de París tiene el límite en que el ministro “marxista” no es “del palo”. Si el kirchnerismo, en su conjunto, no pertenece “orgánicamente” a las fracciones más concentradas del capital, la figura del “ex TNT”, desentona aún más negociando con el capital imperialista. Esto no constituye un límite absoluto pero la política la hacen individuos en nombre de clases o fracciones de las mismas. Si esos individuos no están a la altura de las necesidades de “su clase”, suelen entrar en el cono de sombras de los fracasos.

Todas las manos, todas…

El pedido de “convocar a todos los sectores” para no terminar como en el 2001 -lanzado por el oligárquico gobernador de Misiones- expresa la debilidad profunda de un gobierno en declive. Fue esa debilidad la que lo obligó a romper, parcialmente, la vieja camarilla imponiendo a Capitanich (y la liga de los gobernadores) como sostén del poder ejecutivo. Pero en el marco del declive del “Coqui” la variante de reserva podría ser una vuelta a Scioli como opción “potable” para la transición. Eso es lo que afirmó el gobernador mesopotámico, al decir que Scioli es “el camino más corto” para suceder a CFK.

Pasivización y lucha de clases

Berni, secretario de Seguridad, disparó que estaba “asqueado” de que una minoría cortara las calles todo el tiempo. Amén del profundo gorilismo que entraña la afirmación, la primera falsedad radica en que no se trata de una minoría, sino de “muchas minorías” que expresan la situación de franjas importantes de masas: cortes por los cortes (valga la redundancia) de luz y agua, luchas contra los despidos (como la gran pelea de los y las trabajadoras de Kromberg & Schubert), luchas contra la tercerización laboral, entre otras.
Ese conjunto de movilizaciones y acciones expresan el agotamiento de la política de pasivización por arriba que impulsó el kirchnerismo desde el gobierno. Este proceso se produce en el marco de una relación de fuerzas doblemente condicionada: por el quiebre del régimen de partidos, producto de la acción de las masas en diciembre del 2001 y por el enorme crecimiento (y fortaleza social) de la clase trabajadora en los años recientes. Parte integrante de esa relación de fuerzas es el creciente peso de la izquierda obrera y socialista (y en particular el PTS) en franjas de la vanguardia obrera. 

Sindicatos, vanguardia obrera y el rol de la izquierda

El principal elemento que impide que la relación de fuerzas creada estructuralmente pese como relación de fuerzas política (Gramsci), respondiendo a los ataques del gobierno y la clase dominante, está dado por la gigantesca traba que implica la burocracia sindical -tanto oficialista como opositora- que, mediante el freno a las medidas de lucha, se encuentra en un “pacto social de hecho”. Como lo definió el mismo Micheli “Si es por el ánimo de la gente, ya habría un paro nacional, pero los paros los decidimos los dirigentes”. Un cinismo mayúsculo que no admite más comentarios.
Mientras la burocracia opositora busca denodadamente aportar a la conformación de una alternativa política burguesa -como lo evidencian los llamados de Moyano y Barrionuevo a Massa, De la Sota y Scioli o las reuniones con Macri- la burocracia oficialista hace malabares para no romper definitivamente con el gobierno. Esta negativa a la ruptura política es un indicador de los límites que tiene la reconfiguración del campo político dentro del amplio espectro del peronismo. La ausencia de un claro “presidenciable” limita el salto de la CGT Balcarce al campo opositor.
En 1935 Trotsky afirmaba (A donde va Francia) que “La situación es tan revolucionaria como puede serlo con la política no-revolucionaria de los partidos obreros (…) Para que esta situación madure, hace falta una movilización inmediata, fuerte e incansable de las masas en nombre del socialismo. Esta es la única condición para que la situación prerrevolucionaria se vuelva revolucionaria”. Tomando esa lógica (y respetando los límites históricos de la analogía) se puede afirmar que, en una situación de tipo transitoria con rasgos prerrevolucionarios como la argentina, la situación está tan a la izquierda como lo permite la política traidora de la burocracia sindical peronista. La ausencia de cualquier llamado a la acción para responder al ataque contra el salario impide que la situación se convierta claramente en pre-revolucionaria.
Pero la inacción de la burocracia al mismo tiempo debilita las posiciones de la clase trabajadora. Pocos años antes y a propósito de Alemania, Trotsky escribía que “prolongando la agonía del régimen capitalista, la socialdemocracia sólo conduce a la decadencia continua de la situación económica, a la desorganización del proletariado y a la gangrena social” (La lucha contra el fascismo…). Con la misma lógica reformista, la burocracia sindical peronista, al no permitir respuesta a los ataques de la clase capitalista, colabora a la desorganización de la fuerza social, política y moral de la clase trabajadora. Esta descomposición y podredumbre de la burocracia ya la vimos a fines de los 90’ y, anteriormente, en las privatizaciones. Los elementos señalados refuerzan, concretamente, la urgente tarea estratégica de conquista los sindicatos, planteada acá.
La política de un Encuentro Nacional de organizaciones obreras combativas y antiburocráticas puede ser un paso efectivo en ese objetivo, en la medida en que permita actuar como polo de agrupamiento de la vanguardia obrera. Pero al mismo tiempo, de darse este reagrupamiento, plantearía la posibilidad efectiva de la irrupción de los sectores más avanzados de la clase obrera en la escena nacional.
En la mejor de las dinámicas, esto podría implicar una crisis para la burocracia sindical que podría estar obligada a poner en cuestión el “pacto social de hecho”. En la perspectiva menos dinámica, implicaría una relación más estrecha entre la vanguardia obrera y amplias franjas de las masas, hoy encuadradas en los sindicatos dirigidos por la burocracia. Ahí radica la importancia estratégica actual de dicha política.