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lunes, 18 de agosto de 2014

Trotsky, el nombre de la revolución




“El último tema de conversación fue la muerte. “Hay algo que el comunismo nunca podrá vencer: la muerte” dijo en sustancia Malraux. Trotsky le contestó: “cuando un hombre ha cumplido la tarea que se le ha dado, cuando ha hecho lo que quería hacer, la muerte es sencilla”. (Jean Van Heijenoort. Pág.57).

Eduardo Castilla
En pocas horas se cumplirán 74 años del asesinato del revolucionario León Trotsky, dirigente de la revolución rusa, constructor del ejército rojo y luchador incansable por la revolución socialista mundial y el comunismo, aún en horas difíciles, cuando intelectuales y dirigentes de todo el mundo reivindicaban a Stalin y el “socialismo en un sólo país”.
Las dificultades de fines de los 30’ y el aislamiento de los trotskistas en relación a las grandes masas -dirigidas esencialmente por socialistas y comunistas- llevaron a un debate acerca del “voluntarismo” de Trotsky al fundar la IV internacional. Entre los críticos de esa decisión se hallaba Isaac Deutscher, uno de los mayores biógrafos del dirigente ruso. En este mismo blog, a inicios del año pasado, Paula Schaller debatió con Agustín Santella, alrededor de ese eje, aquí y aquí.
Pero las definiciones que catalogan como voluntarista dicha iniciativa no logran explicar la brutalidad de la persecución que desplegó el stalinismo contra Trotsky. Campaña que no sólo recurrió a la calumnia sino a la preparación y ejecución de su asesinato, que implicó el uso de recursos del estado soviético y de la Internacional Comunista así como de los Partidos Comunistas nacionales. Todo con el objetivo de demoler el prestigio revolucionario de Trotsky. Campaña que se desarrolló, a escala internacional, durante más de una década, desde 1928, año de su expulsión de la URSS, hasta su asesinato en 1940. Si Trotsky era una figura inofensiva y aislada ¿cómo explicar semejantes recursos en calumniar y perseguir a un individuo y su reducido grupo de seguidores? 

Un planeta sin visado

Trotsky escribía, en el final de Mi Vida, que el planeta entero se hallaba cerrado para él. Todos aquellos que predicaban las “ventajas” de la democracia burguesa sobre el régimen del estado soviético, se negaban a darle una “lección práctica” de esa superioridad concediéndole el derecho al asilo político.
El mundo sin visado era el mundo burgués temeroso del pensamiento de Trotsky y su capacidad para influir en la realidad. El énfasis en las cláusulas de aislamiento y en limitar su posibilidad de intervenir sobre la vida política local expresaban ese temor. Tras ese temor pesaba, aún más, la enorme presión diplomática de la URSS, que había condenado al exilio a Trotsky.
Las exigencias de expulsión en cada país en el que estuvo, las constantes campañas de difamación contra su figura y la infiltración de agentes de la GPU en las pequeñas organizaciones de la Oposición de Izquierda -luego organizaciones de la IV internacional- expresaban una enorme preocupación estratégica de la burocracia estalinista por liquidar al trotskismo.
Esa persecución estaba estrechamente ligada a los intereses sociales de esa casta burocrática, tanto en el terreno de su política internacional como en el nacional, donde el régimen del bonapartismo stalinista, como expresión de esa burocracia, no había terminado de estabilizarse. 

Trotskismo y stalinismo en la arena internacional

La política del stalinismo, expresada en la III Internacional a partir de 1924, fue un boicot abierto al desarrollo y triunfo de la lucha revolucionaria. A la derrota de la revolución china de 1925-27, siguió la derrota sin lucha del proletariado alemán en 1933, la desastrosa política de ceder ante el Frente Popular en Francia y la traición lisa y llana de la revolución española. Cada paso del stalinismo en la arena internacional implicaba una nueva derrota del proletariado.
El dirigente trotskista Ernest Mandel escribía que “No se pueden explicar los “errores” cometidos por Stalin en la dirección de la Internacional Comunista diciendo que fueron resultados accidentales de su “falta de comprensión” (…) Nunca coincidieron sus “errores” tácticos con los intereses del proletariado soviético o internacional (…) Una política tan sistemática no puede explicarse más que como expresión de los intereses particulares de un grupo social determinado en el seno de la sociedad soviética: la burocracia”.
A lo largo de la década del 30’, la política de Trotsky en Europa occidental, tuvo su centro en aportar al desarrollo de la revolución social a partir de la defensa de las posiciones del proletariado. Defensa urgente frente al avance del fascismo. Los insistentes llamados al frente único entre la socialdemocracia y el PCA en Alemania -reflejados en la Lucha contra el Fascismo-; las durísimas críticas a la política del PC en Francia que permitían el avance de la derecha bonapartista mientras desarmaban al proletariado para una pelea estratégica por el poder; la intervención política en la revolución española planteando una perspectiva independiente que pudiera permitir superar el estadío “ciego, sordo y mudo” del primer período de la revolución y hacer emerger el enorme poder de una clase obrera con una gigantesca combatividad; todos son ejemplos de una perspectiva estratégica clara que, de haber sido llevada a la práctica, hubiera impedido el triunfo del fascismo y el camino a la 2ºGuerra Mundial, esa enorme carnicería de las potencias imperialistas que costó más de 60 millones de vidas.  
Cada uno de esos combates estuvo acompañado de las batallas por la construcción de organizaciones revolucionarias que pudieran incidir en el desarrollo real de la lucha de clases o, en condiciones menos favorables, permanecer como corrientes armadas con las lecciones estratégicas de ese período.
En este período, la teoría-programa de la Revolución Permanente de Trotsky -que orientaba el conjunto de su perspectiva política- fue la única alternativa estratégica a las políticas del stalinismo. La persecución a Trotsky implicaba atacar a la única concepción que podía plantear efectivamente una política alternativa al conjunto de la política de la burocracia.
Esa estrategia alternativa, basada en las tendencias reales que existían entre las masas, podía triunfar. Fue, esencialmente, la dirección del PC la que impidió el desarrollo del frente único defensivo en Alemania para enfrentar la avanzada de Hitler. Fue el estalinismo el que jugó el rol principal de atar al movimiento de masas a la lucha por la República, renunciando a la aplicación de medidas revolucionarias, en España.
Trotsky, lejos de un agitador exaltado de la revolución mundial, ofrecía un programa, una política y tácticas que, en el marco de una estrategia, permitían vencer. El “temor” de la burocracia estalinista a Trotsky radicaba, en gran parte, en ese aspecto. 

La URSS y sus contradicciones

En los inicios de la década del 30’, el régimen stalinista estaba lejos aún de ser estable. Los giros económicos de la burocracia -completamente pragmáticos- condujeron a enormes crisis entre 1927 a 1932, que empujaron al país al borde de la guerra civil.
Lejos de ser una clase “legítima”, la burocracia era una casta parasitaria que usurpaba el poder político. Ante los ojos de las masas, su existencia no aparecía como “natural” sino como una usurpación. Trotsky lo expresaba señalando que “La inmensa mayoría de los obreros ya es hostil a la burocracia (pero) los obreros casi nunca salen a la lucha abierta (…) esto no solamente se debe a la represión. Los trabajadores temen, si derrocan a la burocracia, abrir el camino a la restauración capitalista”. La burocracia era un “mal” a soportar frente a las presiones del imperialismo mundial.
En 1936, en La Revolución Traicionada (de próxima aparición en la editorial del CEIP) Trotsky escribía “La divinización cada vez más imprudente de Stalin es (…) necesaria para el régimen. La burocracia necesita un árbitro supremo inviolable (…) Cada funcionario profesa que "el Estado es él". Cada sitio se refleja fácilmente en Stalin. Stalin descubre en cada uno el soplo de su espíritu. Stalin es la personificación de la burocracia”.
Dentro de esa lógica es posible comprender la razón de los Juicios de Moscú, donde la burocracia stalinista juzgó y condenó a muerte a la casi totalidad de la dirección bolchevique que, junto a Lenin y Trotsky, habían dirigido la toma del poder en 1917 empezando la construcción de una nueva sociedad.
Que los Juicios de Moscú hayan tenido como principal “acusado” a Trotsky -junto a León Sedov, ambos implicados como autores intelectuales de crímenes inventados-, constituye una aberración lógica propia del terror stalinista pero necesaria para consolidar el régimen bonapartista.
Como relata Jean Van Heijenoort en el recientemente publicado Con Trotsky de Prinkipo a Coyoacán. Testimonio de siete años de exilio, las dificultades materiales que padeció el revolucionario ruso fueron enormes. El alejamiento de su familia y sus amigos, los constantes problemas económicos, el exilio en países donde era confinado casi como en una prisión. Ese conjunto de circunstancias volvían absurdas las acusaciones en su contra como organizador de sabotajes y atentados.
La eliminación de la generación de revolucionarios que participaron en la toma del poder y en los primeros años de la construcción del estado obrero, que habían vivido de cerca de la conformación de la III Internacional -que, en su período inicial, fue una herramienta al servicio de la revolución mundial- buscaba borrar todo rastro de esa tradición.
Pero, además, la casta burocrática que encabezaba Stalin sentía horror ante la perspectiva de una nueva revolución, esta vez dirigida contra ella. Perspectiva que podía desarrollarse tanto a partir de la guerra que se aproximaba como a partir del descontento de las masas ante las enormes diferencias sociales existentes entre la burocracia gobernante y el conjunto de la población.
La existencia física de Trotsky y la existencia política de la IV Internacional constituían, en ese marco, un peligro para la burocracia. Si al interior de la URSS se desarrollaba un proceso revolucionario de masas, la posibilidad de la confluencia entre una subjetividad marcada por la tradición de la Revolución de Octubre y el programa y la política del trotskismo, era un peligro mortal para la burocracia. Allí radica otra  de las razones fundamentales de la persecución y el asesinato de Trotsky. 

¡Trotsky vive! ¡Viva Trotsky!

En estos párrafos hemos intentado reseñar más de una década de debates acerca de problemas fundamentales de la lucha de clases y la estrategia revolucionaria. Lo hemos hecho con el objetivo de volver a poner en discusión la actualidad del legado teórico y político de León Trotsky.
Quienes critican su “voluntarismo” son también quienes intentan negar la validez de su tradición. Lo hacen, en muchos casos, atacando a la Teoría de la revolución permanente y al Programa de Transición. En esos ataques, como no podía ser de otra manera, entra la acusación de “dogmatismo” y sectarismo hacia la izquierda que lo reivindica como hacemos desde el PTS.
Pero la tradición de Trotsky, a pesar de las enormes contradicciones y errores de muchas corrientes que actuaron -y actúan aun- en su nombre, sigue viva. Sigue siendo una herramienta para la lucha de clases, capaz de aportar a la reconstitución de la subjetividad revolucionaria de clase obrera. Que mejor ejemplo de la “aplicación” de parte del Programa de Transición que la gestión obrera que empieza a desarrollarse por estos días en Donnelley y la que existe, hace más de diez años, en Zanón.
En 1929, en el prólogo de Mi Vida, León Trotsky escribió “El deber primordial de un revolucionario es conocer las leyes que rigen los sucesos de la vida y saber encontrar, en el curso que estas leyes trazan, su lugar adecuado. Es, a la vez, la más alta satisfacción personal a que puede aspirar quien no une la misión de su vida al día que pasa”.  
Su lugar en la historia fue enorme. Lo que muchos tildan de “voluntarismo” fue la decisión consciente de perpetuar la tradición, el programa y la estrategia revolucionaria. Esa tradición vive. Ha resistido el paso del tiempo y las múltiples derrotas y fracasos. Esa tradición vive y lucha. Lo hace en los obreros y obreras de Lear, en los de Donnelley, en la juventud revolucionaria que se juega el todo por el todo por esas enormes luchas de la clase trabajadora, no sólo en la Argentina, sino en otras partes del mundo.
La burguesía, el stalinismo –o el peronismo en Argentina- no pudieron impedir que esa tradición siga viva y tenga futuro. A 74 años de su asesinato, ¡Trotsky vive!



martes, 22 de julio de 2014

De viejos y nuevos dogmatismos (publicado en Ideas de Izquierda 10)

La crisis de las ideas y los intelectuales de la izquierda independiente



Fernando Aiczinzon y Eduardo Castilla
Número 10, junio 2014.

Los intelectuales de la denominada izquierda independiente no ostentan décadas de trayectoria como figuras públicas, no escriben en publicaciones masivas ni son conocidos por bestsellers o irrupciones mediáticas al estilo de las que sus pares liberales o “nac&pop” practican. De allí que su peso en la esfera pública burguesa sea casi inexistente y –aunque no sean necesariamente “nuevos” en tanto intelectuales, ni se ubiquen en espacios ajenos a la academia– gustan de distinguirse por haberse conformado al calor de la rebelión popular del año 20011.
En efecto, a lo largo de la década pasada emergió un arco de intelectuales que tendió a definirse como parte de una “nueva generación”, y cuyos ejes de articulación fueron su oposición tanto al intelectual de academia como a la izquierda “vieja” o “tradicional”, a la que descalifican como ajena a las clases subalternas y sectaria frente a los procesos que en Latinoamérica expresan los avances del Socialismo del Siglo XXI y el Poder Popular.(completo acá)

martes, 15 de julio de 2014

El Estado Sionista de Israel. Un proyecto exitoso del Imperialismo


Germán Sabena

          Actualmente (casi) todos estamos al tanto, a través de la tv o de las redes sociales, de los acontecimientos en Medio Oriente y de la masacre que sufre el pueblo de Palestina. Muchas veces se tiende a naturalizar el accionar del Estado israelí y su existencia como país gendarme en la región. Cabe repreguntarse entonces ¿cómo surgió la idea de aquel Estado? O más bien ¿en el marco de qué proceso histórico y político se gestó la creación de un estado genocida que se mantiene desde hace medio siglo?
Estas líneas se desprenden de una investigación elaborada en el marco de la cátedra Historia del Mundo Actual de la UNRC y donde se pretende abordar la temática desde el contexto histórico en el que surgió el proyecto de la creación de un Estado judío en territorio árabe. Momento por el cual se comenzaba a vislumbrar el desenlace de las contradicciones propias de la sociedad europea capitalista de finales del siglo XIX y que luego de las dos grandes Guerras Mundiales, dio inicio a la ocupación formal del territorio de palestino y la implantación del Estado de Israel. Que en la actualidad continúa en el proceso de expansión y consolidación  y que resulta, a mi entender, un posible ejemplo de acumulación mediante desposesión[1] que ha llevado adelante el genocida Estado Sionista.

El sionismo[2] en el contexto del capitalismo en su fase imperialista

Al hablar de Sionismo nos referimos al movimiento nacionalista judío surgido en Europa a finales del siglo XIX, cuya figura principal fue el periodista judío de origen húngaro Theodor Herzl, en cuyo libro "El Estado judío", editado por primera vez en 1896, se aglomeran las ideas principales de este movimiento y donde el autor intenta explicar el fracaso del asimilacionismo, creando el telón de fondo para justificar la ocupación de los territorios palestinos: “El problema judío existe dondequiera que vivan los judíos en número apreciable. Donde no existe, es introducido por los judíos inmigrantes. Nos dirigimos, naturalmente, hacia donde no nos persiguen; nuestra aparición provoca las persecuciones. Esto es cierto, y lo seguirá siendo en todas partes hasta que el problema judío no sea resuelto políticamente. (…) Nadie es lo bastante fuerte o lo bastante rico como para transportar un pueblo de una residencia a otra. Esto puede hacerlo solamente una idea. La idea de un Estado posee tal poder. Los judíos no han cesado de soñar, a través de toda la noche de su historia, este sueño real: “¡El año que viene en Jerusalem!” Es nuestra antigua frase. Se trata, pues, de mostrar que el sueño puede transformarse en un pensamiento rutilante.”[3]

 Por otra parte intenta justificar por qué Palestina y no otro lugar, donde además deja al descubierto el racismo hacia la población nativa de Palestina y árabe en general, imaginada además como peligrosa barbarie: “¿Cuál elegir: Palestina o Argentina? (…) La Argentina es, por naturaleza, uno de los países más ricos de la tierra, de superficie inmensa, población escasa y clima moderado. La República Argentina tendría el mayor interés en cedernos una parte de su territorio. La actual infiltración de los judíos los ha disgustado, naturalmente; habría que explicar a la Argentina la diferencia radical de la nueva emigración judía (…) Palestina es nuestra inolvidable patria histórica. Su solo nombre sería, para nuestro pueblo, un llamado poderosamente conmovedor. Si S.M. el Sultán nos diera Palestina, podríamos comprometernos a regularizar las finanzas de Turquía. Para Europa formaríamos allí un baluarte contra el Asia; estaríamos al servicio de los puestos de avanzada de la cultura contra la barbarie. En tanto que Estado neutral, mantendríamos relación con toda Europa, que tendría que garantizar nuestra existencia. Respecto a los Santos Lugares de la cristiandad, se podría encontrar una forma de autonomía, aislarlos del territorio, de acuerdo al derecho internacional. Formaríamos la guardia de honor alrededor de los Santos Lugares, asegurando con nuestra existencia el cumplimiento de este deber. “[4]

 La política de Theodor y sus sucesores fue la de aprovecharse del proceso de expansión colonial imperialista para ocupar progresivamente toda Palestina. Para ello, precisaban que alguna potencia imperialista se comprometiera con la causa sionista. Así, su actividad principal fueron las gestiones ante las diversas potencias europeas, buscando insertar el sionismo como parte de su política colonial. Ese apoyo vino, en primer lugar, de Inglaterra que tenía claras pretensiones imperialistas en la región. Las gestiones de Herzl en Londres fueron bien recibidas, pero Palestina estaba en manos de Turquía. Otro problema fue que el sionismo no era muy fuerte entre las masas judías. Los que emigraban lo hacían masivamente para América y muy pocos iban a Palestina. Y una buena parte de los que quedaban estaban bajo la influencia de los partidos de izquierda.
Con el fin de la Primera Guerra Mundial, llegó la hora del reparto de los territorios que estaban en manos turcas. Para esto Inglaterra se sirvió del movimiento nacional árabe que había alimentado. Y por otro lado, firma un acuerdo con Francia, de reparto de la zona, además de firmar la llamada Declaración Balfour del 2 de noviembre del año 1917, que fue conocida como la "boda" entre el sionismo y el imperialismo anglosajón. Así pues, podemos observar que Theodor Herzl intentó ubicar al nuevo Estado como garante de los intereses de la potencia  imperialista en la región: “No hay que imaginar la emigración de los judíos en forma repentina. Será gradual y durarán varios decenios. En primer lugar, irán los pobres y harán cultivable la tierra; construirán carreteras, puentes, ferrocarriles, erigirán telégrafos, regularán el curso de los ríos y se construirán, ellos mismos, sus viviendas de acuerdo con un plan preestablecido. Su trabajo hará surgir el comercio; el comercio los mercados; los mercados atraerán a nuevos colonos, puesto que todos vendrán espontáneamente, por propia cuenta y riesgo. El trabajo que invertimos en la tierra hará subir su valor”[5]
De esta manera, queda al descubierto que la estrategia planteada por Herzl y el naciente sionismo de la época, cotejan desde un principio la toma gradual de la tierra y la paulatina inmigración de judíos europeos, lo que deja en evidencia que la gran avanzada y la consolidación del pueblo judío en los territorios árabes ya se encontraba en el imaginario de los nacionalistas sionistas desde mucho antes de la creación de su Estado.

Por otra parte, resulta importante destacar la reflexión de otro europeo de origen judío, que estudia la temática desde una perspectiva marxista. Nos referimos Abraham León[6] que en su libro “Concepción materialista de la cuestión judía” editado por primera vez en el año 1941, realiza un impecable análisis sobre el nacimiento del movimiento sionista en relación con el contexto histórico de la Europa moderna: “El rápido desarrollo capitalista de la economía rusa después de la reforma de 1863 hizo que la situación de las masas judías en las ciudades pequeñas se insostenible. En Occidente, las clases medias, destrozadas por la concentración capitalista, comenzaron a volverse contra el elemento judío cuya competencia agravaba su situación. En Rusia, la asociación de los "Amantes de Sión" fue fundada (…) En Francia, el barón de Rothschild, junto con otros magnates judíos, se oponía a la llegada en masa de inmigrantes judíos a los países occidentales y comenzó a apoyar la colonización judía de Palestina. Para ayudar a "sus hermanos desafortunados" para volver a la tierra de sus "antepasados", es decir, lo más lejos posible, nada de desagradable para la burguesía judía de Occidente, que con razón temían el surgimiento de la lucha contra el antisemitismo(…) Desde sus inicios, el sionismo aparece como una reacción de la pequeña burguesía judía (que sigue siendo el núcleo del judaísmo), afectados por la creciente ola de anti-semita, expulsado de un país a otro, y se esfuerzan por alcanzar la Tierra Prometida, donde podría encontrar un refugio de las tempestades que sacude al mundo moderno.”[7] Como bien explica éste autor la insoportable  situación de las masas judías de las pequeñas ciudades de la Europa occidental, donde las clases medias trituradas por la concentración capitalista, comenzaron a volverse contra los judíos, cuya competencia agravaba su situación, creó el telón de fondo del sionismo, que surgía como el programa de un sector de la pequeña burguesía judía y que fue oportunamente aprovechado por la burguesía imperialista inglesa para posicionarse en la región.

Continuando con el análisis de Abraham, entendemos que el sionismo ha intentado justificar su existencia asentándose en una explicación histórico-religiosa, ya que durante el año 70 después de Cristo, los judíos fueron expulsados de Jerusalén y ocupada por los romanos. En la Biblia Jerusalén era considerada la patria de los judíos y ellos habrían sido expulsados, provocando la famosa Diáspora que termino por diseminar a los judíos por todo el mundo.
"Mientras que el sionismo es, realmente, producto de la última fase del capitalismo, o sea, del capitalismo que comienza a descomponerse, se vanagloria de tener su origen en un pasado más que milenario. Y si bien el sionismo es esencialmente una reacción contra la crisis del judaísmo generada por la combinación del desmoronamiento del feudalismo con la decadencia del capitalismo, afirma ser una reacción contra la situación existente desde la caída de Jerusalén, en el año 70 de la era cristiana"[8]En este sentido, León refuta las interpretaciones idealistas de la historia del pueblo judío: mientras no hubo intereses económico-sociales reales para el retorno a Sión, ningún judío se planteó la tarea de volver a la supuesta "patria histórica", como sí ocurrió con el sionismo a partir de finales del siglo XIX.

            Por otra parte no debemos dejar de destacar la relación del sionismo naciente y su relación con los demás nacionalismo europeos de la época, para lo cual este autor agrega:
“Los defensores del sionismo lo comparan con los demás movimientos nacionales. Pero el movimiento nacional de la burguesía europea es consecuencia del desarrollo capitalista; reflejo la voluntad de la burguesía de crear las bases nacionales de la producción, de abolir los resquicios feudales. Pero en el siglo XIX, época de florecimiento de los nacionalismos, la burguesía judía, lejos de ser sionista, era profundamente asimilacionista. El proceso económico que hace surgir las naciones modernas lanzaba las bases para la integración de la burguesía judía en la nación burguesa. Sólo cuando el proceso de formación de las naciones llega a su fin, cuando las fuerzas productivas dejan de crecer, constreñidas por las fronteras nacionales, surge el proceso de expulsión de los judíos de la sociedad capitalista y el moderno antisemitismo. La eliminación del judaísmo acompaña la decadencia del capitalismo. Lejos de ser un producto del desarrollo de las fuerzas productivas, el sionismo es justamente la consecuencia de la total parálisis de ese desarrollo, de la petrificación del capitalismo”[9]

Queda claro entonces, que mientras el movimiento nacional europeo resulta ser un producto del período ascendente del capitalismo, por su parte, el sionismo no es más que un fruto de la era imperialista. La gran tragedia judía del siglo XX es una consecuencia directa de la decadencia del capitalismo. Justamente aquí encontramos el principal impedimento para la causa del sionismo y la puerta para comenzar a entender la compleja problemática que se vive en Palestina desde la fundación del Estado sionista de Israel. La decadencia capitalista, base de la existencia y crecimiento del sionismo, es también la causa de la imposibilidad de su realización pacífica.
Tanto el proyecto sionista y su proceso de consolidación, nuevos avances, expulsión de habitantes, deportación de comunidades árabes y genocidio palestino que ha significado el desenlace de la historia del Estado sionista de Israel, pueden considerarse en el marco de un constante proceso de acumulación capitalista por desposesión y que es verdad que no hay que dejar de lado el concepto de acumulación por explotación, en este proceso histórico particular adquiere una importancia algo más relevante.

A modo de reflexión.
         El sionismo desde su aparición en la última década del siglo XIX, pasando por la década de los años 60 del siglo XX, hasta la actualidad, resulta ser un claro proyecto del imperialismo. Proyecto exitoso, ya que el Estado israelí logró consolidarse como potencia bélica y económica, en una de las regiones más codiciadas por su ubicación estratégica. Apoyado en un primer momento por la potencia imperialista inglesa y luego por la potencia imperialista norteamericana. Un proyecto que, mediante la desposesión, significó el afianzamiento de las fronteras con la parcialidad árabe, la obtención de recursos naturales y sistemático exterminio de la población palestina.
            En fin, cabe por preguntarse si ¿es posible alguna solución que coteje las pretensiones de los palestinos? ¿Si es posible que el Estado sionista devuelva los territorios ocupados sin un desenlace bélico? Pues bien, sin tratar de ser pesimistas y observando el proceso histórico hasta la actualidad, no queda más que esperar la continuidad de la violencia y la guerra.


[1] Se propone aplicar el concepto “Acumulación por desposesión” del geógrafo y urbanista norteamericano David Harvey para explicar el accionar del Estado judío de Israel, en cuanto a su política expansionista en dicho periodo. Este concepto despierta un interesante debate en lo que refiere a su aplicación en el proceso histórico de la consolidación del “neoliberalismo” que se puede consultar aquí. Propongo repensar el concepto para el periodo y el caso histórico en cuestión.
[2] Tzion, en hebreo, es el nombre de un monte en Jerusalén. En la Biblia, ese nombre era usado tanto para designar la Tierra de Israel como "su capital nacional y espiritual", Jerusalén. A lo largo de toda la historia judía, Sión fue sinónimo de Israel, y la expresión "retorno a Sión" la bandera del movimiento sionista. El Congreso fundacional de la Organización Sionista se realizó en Basilea en el año 1897.
[3] HERZL Theodor. (2004) “El Estado Judío” Buenos Aires, Argentina. Organización Sionista Argentina / Fundación Alianza Cultural Hebrea Pág. 34.
[4]  Ib. Ídem. 2004: Pág. 46.
[5] Ib. Ídem. 2004: pág. 60.
[6] Abraham León nació en Varsovia en el año 1918. Durante su juventud formo parte de la Hashomer Hatzair, ala izquierdista del movimiento juvenil sionista. En 1940, luego del comienzo de la Segunda Guerra, León rechazó el sionismo y se convirtió en trotskista; desde ese momento fue miembro del a sección belga de la Cuarta Internacional, liderando la lucha contra la ocupación nazi y el militarismo de Winston Churchill. Fue asesinado en el campo de concentración de Auschwitz por las tropas nazis durante el crudo invierno de 1944.
[7] León, Abraham (1975) “Concepción materialista de la cuestión judía”  El yunque. Buenos Aires. Pág. 24
[8] Ib. Ídem pág. 32
[9] Ib. Ídem pág. 36