martes, 13 de enero de 2015

Revolución Francesa, republicanismo y unidad nacional Digresiones a partir del atentado en Francia

Eugene Delacroix, La libertad guiando al pueblo

Paula Schaller 

La importante cobertura que viene realizando La Izquierda Diario sobre la situación abierta a partir del atentado a Charlie Hebdo, sumada a interesantes análisis como los de Fernando Rosso y Juan Dal Maso, son muy útiles para consolidar un punto de vista por izquierda de lo que hay detrás los hechos y su posible dinámica. Aquí nos tomamos la licencia de disparar una serie de digresiones más tangenciales al respecto, diversas inquietudes, vías de reflexión y relaciones analíticas que nos disparó en estos días el seguimiento de lo acontecido en Francia. 

El "asesinato de Voltaire" 

"Han asesinado a Voltaire", titulaba un periódico francés la mañana siguiente del atentado a Charlie Hebdo. Su conocida frase "no estoy de acuerdo con lo que dices pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo", parece venir como anillo al dedo para la defensa de la libertad de expresión con la que intenta identificarse el régimen político francés. 
Voltaire es otra forma de decir modernidad, racionalidad, así que "los irracionales han matado a la racionalidad". 
Esta metáfora "ilustrada" que remite a la genealogía intelectual francesa, y por extensión Occidental, hunde sus raíces en la dicotomía "civilización o barbarie" como ideología que pregona la superioridad cultural, ética y moral de los "valores europeos", dilema que Sarmiento supo inscribir en la tradición político-cultural de la oligarquía liberal y pro-europea de estas pampas. 
Es sabido que Voltaire expresó en el terreno intelectual los intereses de una burguesía ascendente que pugnaba por limitar los poderes de la nobleza y del clero para desarrollarse, y que no pudo más que expresar a la vez tanto los aspectos avanzados como los límites históricos de esa burguesía. Por eso mientras debatía encarnizadamente contra un Bousset que justificaba el origen divino del poder monárquico y hacía de la Historia el resultado del espíritu universal y trascendente motorizado por la providencia, Voltaire propugnó una Historia motorizada por las voluntades individuales, pero como "todos los individuos son iguales pero algunos son más iguales que otros", la voluntad individual que mueve la Historia volteireana es la del monarca (de ahí su historiografía centrada en Carlos XII, Luis XIV como ejes del proceso social). Así las cosas, no superó los marcos político-ideológicos del despotismo ilustrado, precisamente porque expresaba los intereses de una burguesía que había crecido al amparo del autoritarismo real y muy lejos estaba del republicanismo. 
No deja de resultar metafórico al respecto que Voltaire haya sido nombrado  "Padre de la Patria y la Revolución" en el año 1791, cuando ésta última todavía no se había hecho regicida (la cabeza de Luis XVI recién rodó al año siguiente) y la primera era más restrictiva y elitista que la "Patria" consagrada por imperio del Gran Terror jacobino posterior. 
Es claro que el racionalismo marcó un punto de inflexión hacia el pensamiento moderno occidental, pero el caso es que la tradición intelectual francesa está más a gusto reivindicando a los filósofos ilustrados, por poco republicanos que hayan sido, que a los jacobinos que, incluso contra la gran burguesía, permitieron la instauración de su dominio económico-social dando los verdaderos tiros de gracia al Ancien Régime. 
Ya Marx había dicho que el terrorismo francés en su conjunto (se refiere al Gran Terror jacobino entre 1793 y 1794) no fue más que una manera plebeya de terminar con los enemigos de la burguesía; pero como la burguesía era pactista y contraria a los "métodos plebeyos", los Jacobinos "no solamente privaron a la burguesía del poder, sino que también le aplicaron una ley de hierro y de sangre cada vez que ella hacía el intento de detener o 'moderar' el trabajo de los Jacobinos. En consecuencia, está claro que los Jacobinos han llevado a término una revolución burguesa sin la burguesía." (Trotsky, Nuestras tareas políticas)
Quizás por esto Robespierre no tenga en Francia las estatuas ni los laureles de los que goza Voltaire, cuando lo que dio al liberalismo su fuerza atractiva fueron precisamente las tradiciones de la Gran Revolución francesa, de su punto más alto como fue la democracia (o dictadura, como se prefiera) jacobina y sans-culotte . Pero si como sintetizó Trotsky, en los siglos que siguieron a la Gran Revolución la burguesía mostró en efecto su incapacidad de hacer honor a las tradiciones de su juventud histórica, consagrando un régimen social opuesto a toda verdadera libertad, igualdad y fraternidad entre los pueblos, la antigüedad de su tradición revolucionaria permitió construir en Francia un arraigado discurso republicano que fue explotado en cada momento de crisis como elemento integrador del régimen político y como fuerte sentido de identidad nacional insuflado hacia el conjunto de las clases. 

El bicentenario de la Revolución Francesa, la "cuestión inmigrante" y el "fin de la revolución" 

Para el año 1989 corría el segundo gobierno del socialista Francoise Miterrand y Francia se aprestaba a celebrar el bicentenario de la Revolución Francesa, una enorme oportunidad de afianzar el ya de por sí profundo patriotismo francés a la vez que revitalizar la imagen de París como faro cultural del "mundo civilizado", para lo que se remodeló el Louvre y se prolongaron los Campos Elíseos. 
Se venía de los tiempos de la cohabitación con Chirac (pronto se daría el apoyo francés a la primera guerra del Golfo) y donde el fin del boom económico, -los llamados "30 gloriosos" años que transcurrieron entre  los 50 y los 80- dio lugar a despidos masivos en la industria que sufrieron particularmente los inmigrantes, que se ubicaron a la vanguardia de la lucha. El gobierno socialista azuzaba el odio anti-inmigrante y particularmente anti-musulmán para poner al país contra los obreros en huelga, difundiendo consignas como "trabajo sólo para los franceses" o "universidades sólo para los franceses". Importante cinismo cuando no sólo la Francia de la posguerra se había reconstruido en base a la entrada de inmigrantes de sus ex colonias norafricanas, sino que en el post-mayo francés, las propias patronales industriales usaron el Islam como baluarte en la lucha contra el comunismo (que aunque había prestado grandes servicios a la burguesía desviando el ascenso revolucionario francés en la posguerra y traicionando las demandas del movimiento del 68 por míseros aumentos salariales no dejaba de ser un partido revestido de la tradición de la Rusia revolucionaria). Las patronales, desde los sindicatos amarillos como la CSL (Confederación de Sindicatos Libres) impulsaron el Islam como forma de segregar y controlar a los obreros en las fábricas. Gülles Kepel, en su libro Las banlieues del Islam describe como "colocar una estructura islámica [que incluyó salas confesionales] al interior de las fábricas representó muchas ventajas para la gerencia (...) ello reforzó la adhesión de los obreros musulmanes al espíritu de la compañía, reconociendo que esta les permitía practicar su religión", y esto mientras el gobierno desde los medios de comunicación denunciaba a los huelguistas norafricanos de Citröen, Renault, Talbot como "ayatollahs en las fabricas". 
En el marco de esta creciente lucha de clases, el bicentenario de la Revolución Francesa proporcionó al gobierno "socialista" la oportunidad de lanzar una enorme operación ideológica conservadora, recreando un espíritu de unidad nacional republicana que encontró en Francois Furet su extremo flanco derecho, aunque no por esto menos  influyente entre la intelectualidad y los medios culturales y de comunicación. Frente al debate historiográfico en torno a la significación de la Revolución Francesa, Furet encabezó el ala revisionista sentenciando que "La Revolución está terminada", sólo era un hecho inerte, carente de actualidad, que había dejado de ocupar un lugar en el imaginario colectivo de los franceses. El país debía ajustar cuentas con su pasado violento, ese que Furet ya había definido en su anterior Pensar la Revolución como un modelo de desviación totalitaria de la época moderna, y entrar definitivamente en la vía de las reformas evolutivas. Para Furet "la idea  revolucionaria es la imposible conjura de la desdicha (...) en la medida en que la libertad y la igualdad de los hombres constituyen promesas absolutas, preñadas de esperanzas ilimitadas, y por lo tanto imposibles de satisfacer" (Francois Furet, Pensar la revolución) La operación común a la vertiente revisionista fue la de negar la revolución como una vía necesaria para el cambio, considerando que en la modernidad -entendida como una progresión hacia la ampliación de la democracia y el crecimiento económico- la revolución juega un rol obstaculizador ya que tiende a generar regímenes políticos autoritarios y destructivos. Lejos de lo que sostuvo Hobsbawm en Los ecos de la Marsellesa, donde plantea que los ataques de los revisionistas no tuvieron el objetivo de conjurar el peligro de alguna agitación social sino de ajustar cuentas con su propio pasado marxista, la realidad es que, más allá de que algunos de sus postulados resultaran poco digeribles para la intelectualidad que se reclamaba heredera de la tradición republicana, la idea del "fin de la revolución" y la condena a la violencia revolucionaria proporcionaron un importante sustrato ideológico en momentos en que el fin del boom de posguerra y la "cuestión inmigrante" se habían revelado como factores de conflicto que amenazaban con volver a abrir una crisis en Francia.  En una entrevista al Le monde diplomatique del año 1988 el primer ministro socialista Michel Rocard reivindicaba al bicentenario "porque convenció a mucha gente de que la revolución es peligrosa y que si puede evitarse, tanto mejor". 

Sobre "El momento churchilliano" (o neogaullista) de la V República 

Varios analistas utilizaron en los últimos días la metáfora del "momento churchilliano de la V República", que como bien se dijo alude al retorno de Churchill al cargo de premier inglés para comandar el esfuerzo bélico en la Segunda Guerra Mundial . Una burda forma de clamar a favor de un mando fuerte y centralizado que prepare a Francia para la batalla contra el "enemigo islamita". Pero para tomar una analogía más propiamente francesa podríamos hablar de un "momento gaullista" para definir, salvando las distancias históricas, la operación política a la que parece apostar el gobierno francés. La propia V República francesa actual hunde sus raíces en la política bonapartista de De Gaulle que a fines de los  '50  sometió a referéndum la instauración de un régimen con un ejecutivo fuerte, estableciendo la elección directa presidencial como forma de darle más unidad a un régimen político que sufría de una endémica inestabilidad profundizada por la guerra de independencia de Argelia, que maximizó las tendencias centrífugas con el crecimiento de variantes de extrema derecha como la OAS (Organisation de l'armée Secrete) que presionaba al gobierno por una política todavía más dura frente a la guerra colonial, en el marco de que el régimen francés históricamente había contenido una izquierda con  peso de masas en el movimiento obrero  (el PCF, prestigiado durante la Resistencia como el "partido de los 75 mil fusilados", contaba en la inmediata posguerra con unos  5 millones de votos, un 25 % del electorado). 
Por estos días el gobierno de Hollande intenta recrear un espíritu de unidad nacional republicano que nos recuerda al que difundió De Gaulle luego de la Liberación de París en 1944 (que marcó el fin de la Francia colaboracionista de Vichy)  donde se trataba de alentar la reconstrucción económica francesa y desviar el ascenso revolucionario de posguerra, tarea a la que contribuyó activamente el PCF. En su famoso discurso de Bayeux, -la primera ciudad liberada en junio del 44-  que pasaría a la historia como el primer discurso pronunciado en territorio de la Francia libre, De Gaulle  planteó "Tantas convulsiones han acumulado en nuestra vida pública germenes venenosos de los que se intoxica nuestra antigua propensión gala a las divisiones y querellas. Las pruebas extraordinarias por las que acabamos de pasar no han hecho sino agravar este estado de cosas. La situación actual del mundo en que, tras ideologías opuestas, se confrontan potencias entre las cuales estamos colocados, no deja de introducir en nuestras luchas políticas un factor de turbación." Un discurso que desestimaba los extremos ideológicos llamando a una unidad nacional que no tenía otro objetivo que el de salvaguardar la Francia imperialista, evitando la verdadera liberación de los cientos de miles que habían combatido armas en mano contra la ocupación alemana y el colaboracionismo de la burguesía francesa. Claro que hoy el régimen político francés no cuenta ni de lejos con un De Gaulle, que entre otras cosas pudo comandar la unidad nacional en el marco de un histórico boom económico, algo que claramente Hollande, que en el marco de su plan de ajuste ante la crisis capitalista venía de batir récords de imagen negativa (8 de cada 10 franceses no lo querían), no tiene. Pero este se encuentra ante la oportunidad histórica de reforzar el presidencialismo y reeditar su propia ficción de la "Francia Libre" (libertad es la palabra que más se escucha en la histórica movilización que está teniendo lugar en estos momentos), moviendo el panorama político al centro para desplazar al ultraderechista Frente Nacional de Le Pen que venía de ganar las elecciones europeas de mayo de 2014 y  no fue invitado a la movilización. A esta operación de reconstrucción del centro republicano concurre la prensa, francesa y europea,  que en general viene desestimando los extremos a la vez que alienta una "república más dura". Un periodista del diario El País escribía: "es el momento, ahora o nunca, de hacer gala de una sangre fría republicana que hará que no nos abandonemos a las funestas facilidades del Estado de excepción", identificando a este último con las intenciones del Frente Nacional. En el mismo sentido, el artículo plantea que unidad nacional es lo contrario a la política de "Francia para los franceses" que agita aquel. Todas ideas que concurren en un llamado a cerrar filas para la unidad del régimen, pidiendo políticas más duras pero que no caigan en el racismo abierto del Frente Nacional. Todo bajo el manto del republicanismo, claro. 
La movilización en "defensa de los valores de la República", que avanza por el boulevard Voltaire, está encabezada por los principales mandatarios de la Europa del ajuste, incluido el masacrador y sionista Netanyahu, que buscan explotar la conmoción por el brutal atentado para consolidar una unidad reaccionaria anti-inmigrante y explotar este estado de ánimo en el marco de la crisis que azota al continente. 
Los medios ya hablan de la mayor movilización de la historia del país después de la Liberación, una comparación que opera como metáfora histórica que surca lo más profundo del imaginario de la unidad nacional francesa.


No hay comentarios:

Publicar un comentario