Paula Schaller
El punto de
vista revolucionario hacia la intervención parlamentaria quedó delineado, desde
que allá por los años 20' del siglo pasado, Lenin discutiera contra las
alas ultraizquierdistas del comunismo internacional que negaban la necesidad de
la participación en el parlamento y en los sindicatos reaccionarios. Como es
sabido, Lenin tildaba de infantil la posición de negarse a la intervención
parlamentaria por considerar "caduco el parlamentarismo", lo que
llevaba a confundir los "tiempos históricos", que de conjunto en la
época imperialista marcan una tendencia a la agudización de la crisis
capitalista, la consecuente exacerbación de la lucha de clases y por lo tanto
al agotamiento de las vías parlamentarias como canales de expresión de la
actividad política; con los "tiempos políticos", que lejos
estaban de mostrar un descreimiento generalizado de las masas en el parlamento.
En últimas, Lenin estaba diciendo que un partido revolucionario que se precie
de tal no puede pasar por encima de la propia experiencia de las masas, ni
pretender resolver ésta por la vía administrativa de la abstracción
teórica. Ni hablar, además, de que hoy no estamos en los años '20 y que la
experiencia de más de 30 años sin revoluciones proletarias reverdeció las
ilusiones parlamentaristas de las masas, aunque hoy haya crisis de las
democracias neoliberales.
Así, que la
vanguardia organizada en partido revolucionario haya asimilado las
conclusiones más avanzadas sobre la necesidad de superar las instituciones que
lejos de los intereses "universales" instrumentan el poder burgués
(como el parlamento), no implica que la mayoría de la clase haya procesado
estas conclusiones y menos aún que las haya generalizado como "sentido
común". Claro que esto no quiere decir caminar al compás de los
sectores más atrasados, que en este caso implicaría alentar las expectativas de
las masas en el Parlamento burgués como ámbito "natural" del manejo
de la política y, en un sentido amplio, de resolución de sus condiciones de
vida: "Precisamente porque las masas atrasadas de obreros (...)
están imbuidas (...) de prejuicios democrático-burgueses y parlamentarios,
precisamente por esto únicamente en el seno de instituciones como
los parlamentos burgueses pueden (y deben) los comunistas sostener una lucha
prolongada, tenaz, sin retroceder ante ninguna dificultad para denunciar,
desvanecer y superar dichos prejuicios." Sólo tiene sentido usar
la tribuna parlamentaria si es para alentar la auto-confianza de las masas en
sus propias fuerzas. Pero esta confianza no se fortalece "en
abstracto" o por mera declamación desde la tribuna parlamentaria, sino en
la construcción concreta de una organización anclada en el seno de la clase
obrera y la juventud que pueda pesar decisivamente en la lucha de clases.
Porque, como decía Trotsky, las masas no se convencen por doctrinas sino que
"razonan en base a los hechos", y más que mil discursos las convence
una organización con perspectivas y el propósito de vencer.
Los "jefes"...
En sus
"notas sobre Maquiavelo...", el gran teórico de la política moderna,
Gramsci dice: "Quien ha nacido en la
tradición de los hombres de gobierno, por todo el complejo de la educación que
absorbe del ambiente familiar, en el cual predominan los intereses dinásticos o
patrimoniales, adquiere casi automáticamente los caracteres del político
realista." Permítasenos hacer abstracción del propósito directo de
esta afirmación, que no contiene ninguna impugnación de orden moral o denuncia
política sino que busca subrayar que las tesis de Maquiavelo, elaboradas en el
s. XV, tuvieron el gran mérito de independizar el carácter y las reglas
propias, específicas, de la política respecto de la ideología
tradicional-religiosa, mostrando la necesidad de forjar un "jefe",
una dirección consciente de sus propósitos; y tomemos aquello que esta
afirmación contiene respecto a la formación y reproducción del personal
dirigente de los grupos dominantes.
En efecto,
como regla general, los representantes políticos de los partidos burgueses
nacen en un medio intelectual-cultural que los hace conscientes de sus
"intereses patrimoniales" y los prepara para su función, sin
descartar lógicamente que los partidos burgueses también se nutren de la
asimilación de los burócratas sindicales, cuya reproducción de sus condiciones
de vida se independiza relativamente de su medio social, o aquellos casos en
los que se desarrollan bajo formas frente-populistas o movimientistas y
recurren a la cooptación de dirigentes del movimiento de masas. El caso es
que si algo distingue a los cuadros políticos de los partidos
dominantes es que se seleccionan a través del carrerismo político-burocrático,
cuyas chances de "llegar más lejos" están condicionadas por la
cercanía y el patrocinio de los poderes económicos (y sus capataces
"territoriales"). Estos métodos de reproducción se corresponden
directamente con el contenido social de su función: ya lo demostraron por estos
días kirchneristas, radicales y emepenistas votando la entrega a la imperialista
Chevron con brutal represión, desnudándose abiertamente como una
casta servil a los intereses capitalistas.
Volviendo
a Lenin, éste planteaba que, por el contrario, la clase obrera y el
partido revolucionario seleccionan y forjan a sus "jefes" en el combate,
lo que no implica sólo "la guerra misma" sino la preparación en cada
"escuela de guerra" como las luchas económicas (cada huelga o
enfrentamiento reivindicativo a la patronal, a la burocracia) y
políticas, combinando el trabajo ilegal con el legal. Es en esa arena
donde los jefes "pasan la prueba" (o no) y se ganan (o no) el derecho
de conducir a su propia clase.
Raúl Godoy,
que por estos días dio un gran ejemplo de utilización revolucionaria de la
tribuna parlamentaria (a lo que nos referimos más abajo), se forjó al calor de
la intervención en múltiples "escuelas de guerra", desde la pelea
paciente primero por recuperar la comisión interna de la fábrica y después por
recuperar el sindicato ceramista de manos de la burocracia sindical, la lucha
contra el vaciamiento patronal en 2001 y la puesta en producción bajo gestión
obrera de Zanón, pasando por la permanente intervención en la lucha de clases
del sindicato ceramista, que no sólo funciona democráticamente con dirigentes
revocables, rotativos y sometidos al mandato de asamblea, sino que es un aliado
incondicional de cada sector en lucha.
La Lista Marrón,
que conduce el sindicato, es uno de los más avanzados ejemplos de corrientes
clasistas en el movimiento obrero, precisamente porque levanta un programa
obrero y popular para el gobierno de los trabajadores desde el cual se
pronuncian y plantean una política ante los principales debates nacionales y
provinciales, con lo que no es casual que integren las listas del Frente
de Izquierda con la que obtuvieron la representación de los ceramistas en la
legislatura. La banca que hoy ocupa Raúl Godoy, como dirigente del PTS, en la
legislatura neuquina, no sólo contiene esta tradición sino que es una nueva
"escuela de guerra" en el camino de forjar los políticos que requiere
la clase obrera, que para su propio empoderamiento también necesita aprender a
manejar las artes parlamentarias a la manera revolucionaria. Como decía
Lenin: "hay que hacer pasar a los 'jefes', entre otras pruebas,
también por la del parlamento. La crítica, la más violenta, más implacable, más
intransigente, debe dirigirse no contra el parlamentarismo o la acción
parlamentaria, sino contra los jefes que no saben -y más aún contra los que no
quieren-, utilizar las elecciones parlamentarias y la tribuna parlamentaria a
la manera revolucionaria."
...y las
batallas políticas
Antes de
adentrarnos en la gran batalla política que por estos días dio Raúl Godoy en la
legislatura neuquina, permítasenos de nuevo, salvando las enormes distancias,
una licenciosa analogía. En 1925, 3 años después de la llegada del
fascismo al poder en Italia, Gramsci dio una gran lucha política en el
parlamento como diputado con el propio Mussolini como antagonista directo. La
polémica, que estuvo centrada en denunciar las leyes que pretendían suprimir la
masonería, en definitiva apuntaba a desenmascarar que el fascismo quería
avanzar en la prohibición de la actividad política comunista. Se trataba
ahí de develar a ojos de las masas el carácter y los objetivos de un fascismo que
todavía no había avanzado en suprimir todos los elementos de democracia en el
régimen político, incluido el propio parlamento. La discusión sobre la
masonería contenía entonces una batalla política de mayor alcance.
La denuncia
que Raúl Godoy hizo desde la legislatura neuquina contra el acuerdo con la
imperialista Chevron no se trata "únicamente" (si se nos permite
el reduccionismo) de la defensa del medio ambiente y de la soberanía de
nuestros recursos sino de una cuestión esencial de estrategia revolucionaria: señalar
a cientos de miles porqué no se puede confiar en ningún político burgués, por
mucho que éste se disfrace de cordero y se diga "nacional y popular",
así como el carácter reaccionario del parlamento mismo. Aunque varios
legisladores se retiraron del recinto denunciando la represión
y negándose a votar el acuerdo, ninguno lo pudo hacer desde la
perspectiva de clase que lo hizo Raúl Godoy, denunciando la brutal sumisión al
imperialismo que hermana a todas las variantes políticas patronales ya sean
éstas kirchneristas, emepenistas, radicales, etc. etc., algo que simbolizó al
retirarse dejándoles la bandera norteamericana para que "sesionen bajo esa
bandera", la de los intereses reales que defienden.
Por eso
Godoy fue uno de los (muy) pocos que se puso al frente de la movilización y el
que está siendo demonizado y perseguido por el conjunto del régimen político
neuquino y el gobierno nacional que, en boca de Parrilli, salió a azuzar la
vieja (y muy gorila) teoría de la “alianza golpista” entre la izquierda y la
derecha, acusando de golpistas a los que son reprimidos por movilizarse contra
la entrega al imperialismo. De fondo, en la demonización a Raúl Godoy
subyace lo que todo político burgués considera un pecado imperdonable: un
obrero utilizando el parlamento para hacer política de clase.
Es que el
parlamento proporciona a los políticos revolucionarios de la clase obrera una
enorme posibilidad de desplegar una "agitación política" que
favorezca el avance de la conciencia en franjas amplias del movimiento obrero y
los sectores populares. Al respecto, escribía muy tempranamente Lenin “Si
no hay en el campo económico problema de la vida obrera que no sea utilizable
para la agitación económica, tampoco hay en el campo político problema que no
sirva de objeto de agitación política. Estos dos géneros de agitación se
encuentran tan indisolublemente ligados en la actividad de los socialdemócratas
como lo están entre sí las dos caras de una medalla. Tanto la agitación
política como la económica son igualmente indispensables para el desarrollo de
la conciencia de clase del proletariado, tanto la agitación política como la
económica son igualmente indispensables como dirección de la lucha de clases de
los obreros rusos, puesto toda lucha de clases es lucha política... La
agitación política multilateral es precisamente el foco donde coinciden los
intereses candentes de la educación política del proletariado y los intereses
candentes de todo el desarrollo social y de todo el pueblo, en el sentido de
todos los elementos democráticos de él. Nuestro deber es mezclarnos en todas
las cuestiones planteadas por los liberales, definir nuestra actitud
socialdemócrata ante ellas y tomar medidas para que el proletariado participe
activamente en su solución y obligue a resolverlas a su modo.” Quiere decir
Lenin con esto que "el arte" de la agitación es poder elevar las
denuncias, sobre todo aquellas más sensibles, al terreno del enfrentamiento con
el régimen para señalar a la clase obrera sus amigos y enemigos y levantar una
perspectiva propia.
En un
momento político como el actual, donde el kirchnerismo acentúa su declive
y pierde el amplio apoyo que supo concitar en franjas de la juventud, las
clases medias y los trabajadores que se entusiasmaron con el "modelo
nacional y popular", denunciar cada hecho que expone su verdadero carácter
pro-burgués y por lo tanto pro-imperialista, levantando un programa obrero
y socialista, es un medio muy importante para acelerar la experiencia política
con el gobierno y extender la influencia de los revolucionarios. Pero, como
"la consciencia se construye en la práctica", la agitación
parlamentaria es justamente eso: sólo un medio, ni "el fin en sí", ni
tampoco el más importante, y está siempre subordinado al centro de
gravedad: la construcción de una fuerza social militante anclada en el seno de
la clase obrera y la juventud, que se foguee en cada "escuela de
guerra" (incluida la propia lucha parlamentaria), preparando
incansablemente el ejército para "la guerra misma". En eso
andamos.
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