Eduardo Castilla
“El
intelectual crítico es aquel que pronuncia una crítica indeseada por los
intervinientes del conflicto” escribía Nicolás Casullo en Las
cuestiones, aparecido
allá por el 2007. El intelectual no sólo es responsable de sus palabras, sino
también de sus silencios, escribía Sartre varias décadas antes. El intelectual K ¿crítico o comprometido?
La cuestión del intelectual atraviesa
parte central de la literatura política del siglo XX (sobre este tema pueden leerse dos interesantes posts acá y acá). Emergen las preguntas ¿Desde
donde crítica el intelectual crítico? ¿Qué critica? Si el intelectual tiene por
tarea ser (o ejercer) la “conciencia
crítica de la sociedad” (Casullo) la cuestión que emerge es el lugar (social
y político) desde el que se ejerce esa labor y las consecuencias que se revelan
en la práctica. La crisis actual de la intelectualidad agrupada en Carta
Abierta es la expresión de los límites del lugar desde el que eligió criticar.
“Es difícil dialogar con gente de Carta Abierta en este
momento-refiere
Sarlo- no porque sean sectarios en sus posiciones, no porque sean para nada
nítidos en sus posiciones, sino porque están pensando en retroceso (…) caminando
hacia atrás en un territorio sobre el cual creían y querían haber avanzado”. El territorio “conquistado” se deshace
bajo sus pies. Todo se inclina bruscamente hacia la derecha. Los Pañuelos son reemplazados por los
Milani, Granados, Marambio, la persecución a los jóvenes y la baja de la edad
de imputabilidad. La Soberanía por
Chevron y el acuerdo con los Fondos Buitres. La juventud maravillosa por los acuerdos con gobernadores e
intendentes del Conurbano. El “giro restaurador” se muestra en todo su
esplendor. Todo lo que alguna vez pareció sólido, se desvanece en el aire.
Las Jornadas revolucionarias del 2001
barrieron con el autismo al que había estado sometida gran parte de la
intelectualidad criolla, refugiada en las universidades ante la tormenta
neoliberal. El kirchnerismo apeló a sus “saberes” para darle consistencia al
“relato”. La Resolución 125 les confirió enemigos a combatir entre las
“corporaciones”. Hoy, cuando los síntomas políticos del agotamiento
kirchnerista son más que evidentes, la intelectualidad K se encuentra ante el
umbral de sus propios límites. Pero esos límites no son intelectuales, no están
dados por la capacidad creativa de un Forster o un Horacio González.
Muy al contrario, son los límites de una apuesta, los límites de una empresa
que se presentó como transformadora del Noventismo,
como liquidadora de la despolitización menemista y aliancista, que prometió una
transformación profunda de la herencia
recibida, pero fracasó y no podía más que fracasar. La anomalía se ha transformado en normalización.
La sorpresa y la incertidumbre emergen,
cada día más, por derecha.
Entre los límites del bloque
ideológico y el transformismo
A riesgo de repetir, retomemos a Gramsci que
afirmaba que “si
la hegemonía es ético-política no puede dejar de ser también económica, no
puede menos que estar basada en la función decisiva que el grupo dirigente
ejerce en el núcleo rector de la actividad económica”. Este señalamiento
metodológico permite verificar los límites de la capacidad hegemónica de una
capa o fracción dirigente. La aclaración es precisa: el kirchnerismo no ejerce
un rol como núcleo rector en la actividad económica pero apostó por la utópica
(re)construcción de una “burguesía nacional”. Pero la profunda penetración del capital extranjero y su
control sobre áreas claves de la estructura económica no se revirtieron. Aquella
gesta “industrializadora” tan sólo resultó un pingüe negocio para las
contratistas del estado y los empresarios amigos del “modelo” (para profundizar
al respecto se puede leer, en el número 3 de Ideas
de Izquierda, la nota de Esteban Mercatante Los contornos de la dependencia).
De allí los límites materiales para la
construcción hegemónica. La conformación de un bloque ideológico presupone la conformación de una concepción de la vida y un programa escolar, según afirmaba el
revolucionario italiano Gramsci. Los intelectuales afines al kirchnerismo se
dieron a esa tarea.
Pero no podía emerger una nueva “concepción
de la vida” en tanto la vida misma
mantuviera mucho de lo viejo para las
masas explotadas y oprimidas. A pesar del crecimiento a “tasas chinas”, la
precarización laboral se mantuvo y entre la juventud alcanza niveles enormes.
Hoy, la cantidad de jóvenes que no estudian ni trabajan (los despectivamente llamados
“ni-ni”) superan la existente hace una década. Los femicidios y las muertes por
abortos clandestinos en condiciones insalubres no se han detenido. La ausencia
de vivienda sigue siendo un problema esencial para millones de familias. Si la vida misma no cambió, los intelectuales
K no podían crear una nueva concepción
sobre la misma. Su impotencia ideológica estaba fuera de ellos.
Por añadidura naufragó la construcción de
un principio educativo. Tres millones
de netbooks no constituyen un programa de conjunto si los salarios docentes son
paupérrimos, sus condiciones laborales están altamente precarizadas y la
estructura edilicia se cae a pedazos. La última muestra del desprecio
gubernamental hacia la docencia tal vez la exprese este video publicitado como “homenaje” en su día.
Así, la hegemonía del kirchnerismo (en el
sentido de dirección cultural) fue altamente
limitada. Frente a estas limitaciones, la coacción
y el transformismo jugaron grandes
papeles. Sobre la coacción remitimos a lo ya escrito
anteriormente. Por su parte, el transformismo permitió ampliar la clase
dirigente, decapitando las direcciones de las capas subalternas. Según afirma Hughes Portelli “el
transformismo es un proceso orgánico: expresa la política de la clase
dominante, que se niega a todo compromiso con las clases subalternas”
(p.78).
Tomar esta afirmación linealmente
implicaría una lectura extrapolada de la realidad. En el caso argentino, las
Jornadas del 2001 le impusieron a la clase dominante determinados compromisos
parciales y promesas demagógicas. En este caso, el carácter del transformismo
está dado por el límite estructural de esas concesiones, construidas en el
plano de la superestructura pero sin
afectar los “poderes reales”.
Fin de la hegemonía y crisis de la intelectualidad
Al no modificarse profundamente las bases estructurales
de la nación, la capacidad de conformar un bloque
ideológico macizo estuvo altamente limitada. Precisamente por ello, cuando
el kirchnerismo empezó a encontrar su techo emergieron fuertes tendencias
centrífugas en los diversos niveles en que se había constituido como coalición
gobernante. Al respecto hemos señalado algunos elementos aquí.
Gramsci afirma acá que
“Apenas el grupo social dominante ha
agotado su función, el bloque ideológico tiende a desintegrarse, y entonces la
"espontaneidad" puede ser sustituida por la "coacción", en
formas cada vez menos disimuladas e indirectas, hasta llegar a las medidas de
policía propiamente dichas y a los golpes de Estado”. La “función” del
kirchnerismo en tanto gobierno de restauración y reconstrucción de la vieja
institucionalidad golpeada por el 2001, ha terminado. Ha sido cumplida dentro
de los estrechos márgenes que les permitió la estructura capitalista argentina
configurada en esta década.
En su
lugar, asistimos al crecimiento de las formas
represivas (coacción) que cumplen una función preparatoria. Las condiciones de crisis internacional y los límites
en la transformación de la estructura social plantean, más temprano que tarde, una
dinámica de tensiones sociales y creciente lucha de clases. En ese marco, la hegemonía
cede paso al fortalecimiento de las medidas represivas.
Precisamente, en esta coyuntura, la criticidad de la mayoría de la intelectualidad
K tiende a tornarse nula, limitada. Las palabras, que suelen brotar a
borbotones en cada Carta Abierta, sorprenden por su ausencia marcada o por su
aparición en dosis homeopáticas. El lugar del intelectual K parece ser el
silencio, no el compromiso ni la crítica.
El lugar de la crítica y el lugar de la política
La elección del lugar político y social desde el cual se critica no es un dato
menor. Ésta elección configura, fuertemente, el contenido de la crítica así como las vías en que la misma se torna
praxis o política. Volvamos un momento atrás. La crítica de Sarlo hacia Carta
Abierta se acompaña de la reivindicación de Binner como “buen administrador”. No
como gran intelectual ni como gran dirigente político, sino sólo como
administrador eficiente. Así, la gestión
del estado capitalista, garante de los negocios de los grandes grupos
económicos, se naturaliza como el lugar común desde el que emerge la crítica,
que no es pensada como el sustrato de una transformación profunda, sino
como conservación de lo existente bajo formas aceptables para la “opinión
pública” (de las clases medias).
Ese lugar, desde el que critica Sarlo, es
también el de la crítica limitada. Si Carta Abierta, en función de su
alineación política, se ve empujada al silencio, la intelectualidad social-liberal
se ve compelida a golpear sobre las consecuencias reduciendo el radio de las
causas, sobre lo político recortando lo económico en tanto determinación en última
instancia. Allí tampoco hay lugar para lo que “incomoda a ambos contendientes”
sino sólo para lo que incomoda al kirchnerismo.
Parte de la intelectualidad argentina
encontró en los últimos años otro lugar
desde el que ejercer la crítica. Esto no fue ajeno al lento deterioro de las
condiciones de hegemonía kirchnerista así como la creciente emergencia de una
izquierda delimitada en lo político-ideológico. La pelea entre las patronales
del campo y el gobierno nacional, en el 2008, actuó como una suerte de momento fundacional de ese espacio,
cuando la declaración Ni
K ni campo reunió cientos de firmas de apoyo. La Asamblea de intelectuales
en apoyo al FIT, surgida en el 2011, fue también un lugar de concentración de esta
fracción de intelectuales. Hoy, la revista Ideas de Izquierda reúne a un grupo
de intelectuales (partidarios y no partidarios) que ejerce la crítica desde un
lugar distinto al de la intelectualidad social-liberal y al de la
intelectualidad K. Lo hace desde la perspectiva de la transformación social
profunda de la sociedad capitalista.
Pero precisamente ahí hace su intervención
la dimensión de la política. Si la fuerza propulsora de la historia “no es la crítica, sino la revolución” (Marx) ésta
no es un “resultado automático” de la crisis capitalista actual. Lejos de ello,
la perspectiva de la transformación revolucionaria profunda del orden existente
supone la construcción de una fuerza social capaz de actuar en los momentos de
crisis o quiebre social, un intelectual
colectivo en la terminología gramsciana, capaz de fusionarse realmente con los sectores avanzados de
la clase trabajadora, la juventud y el conjunto de los oprimidos.
Desde esa perspectiva, la lucha de ideas
es parte de la pelea en curso por hacer emerger el abajo obrero y popular en la
perspectiva de forjar la alianza social y política capaz de derribar el orden
capitalista. Sólo desde una perspectiva que contemple la transformación social
revolucionaria de la sociedad, la crítica puede hacerse efectiva, convertirse
en fuerza material capaz de influir decisivamente en el curso de la historia.
Muy completo tu aporte. El silencio, y la recurrencia infinita a comodines como "esto o Magneto" (quiero ver que pasa cuando Chevron ponga guita en Clarín para amigarse con los lectores) de la plana intelectual oficialista, son muestra de como la formación intelectual, puede ser un buen deporte. Agotada la atmósfera política que los contenía,se corren a la sombra esperando que un nuevo barco los rescate de la nada misma que los caracteriza. Porque ojo, a no equivocarse. Yo creo que estos tipos realmente creen lo que dicen, pero no por un esfuerzo intelectual y un compromiso político, sino -y precisamente- por la carencia de ambos.
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