sábado, 7 de septiembre de 2013

Siria, la “primavera árabe” y algunas cuestiones de estrategia revolucionaria (debate con la LIT-CI)




Eduardo Castilla


La crisis política internacional que abre el posible ataque sobre Siria está abierta. Lejos aún está EEUU se lograr las condiciones “óptimas” que le permitan llevar a cabo el ataque. En el “castigo por el uso de armas químicas” se juega parte (no menor) de su actual (y declinante) hegemonía. Si no ataca habrá dejado sentada su debilidad y los límites que hoy tiene para jugar el papel de “guardián” del orden mundial. Si lanza la ofensiva y esta se demuestra insuficiente, dejará margen para el desarrollo de las alas de derecha radicales en el interior de EEUU que lo critiquen por su tibieza. Finalmente, si obligado por las circunstancias, decide embarcarse en un escenario más ofensivo (siguiendo los consejos del ala McCain) las consecuencias son difíciles de prever pero dentro de las hipótesis entra el desarrollo de una fuerte crisis regional que podría implica la intervención activa de las masas.

Todas estas posibilidades se hallan aún en el terreno de las hipótesis. En el transcurso de la semana entrante, veremos que pasa en el Congreso de la primera potencia mundial y si efectivamente Obama lograr alinear al conjunto del régimen político detrás del ataque. Para un análisis más detallado remitimos al lector a este artículo que ilustra más claramente las tendencias políticas en curso. Aquí queremos detenernos en algunos aspectos de la política de diversas corrientes de izquierda, tanto frente a la amenaza del ataque como en relación al desarrollo del proceso interno en Siria. Ambas cuestiones, en estos momentos, se hallan inextricablemente ligadas. 


De campos y apoyos políticos


En este escenario de cuestionamiento al poder imperialista, la política y la estrategia revolucionaria tienen que aportar al objetivo de desarrollar una perspectiva independiente de la clase trabajadora y los pueblo oprimidos en todo el mundo. Cualquier derrota que sufra el imperialismo en Medio Oriente, donde las potencias capitalistas (y EEUU en particular) cumplen un rol de brutalmente opresivo, puede ser un enorme espaldarazo para la conciencia antiimperialista de decenas de millones en todo el mundo.

Necesariamente, la política revolucionaria tiene que partir de esta realidad político-económica que constituye la dominación imperialista a escala internacional. Así lo definía Trotsky quién, en 1938 y partiendo de un hipotético enfrentamiento entre Brasil y Gran Bretaña sostenía “En Brasil reina actualmente un régimen semifascista al que cualquier revolucionario sólo puede considerar con odio. Supongamos, empero, que el día de mañana Inglaterra entra en un conflicto militar con Brasil. ¿De qué lado se ubicará la clase obrera en este conflicto? En este caso, yo personalmente estaría junto al Brasil “fascista” contra la “democrática” Gran Bretaña. ¿Por qué? Porque no se trataría de un conflicto entre la democracia y el fascismo. Si Inglaterra ganara, pondría a otro fascista en Río de Janeiro y ataría al Brasil con dobles cadenas. Si por el contrario saliera triunfante Brasil, la conciencia nacional y democrática de este país cobraría un poderoso impulso que llevaría al derrocamiento de la dictadura de Vargas. Al mismo tiempo, la derrota de Inglaterra asestaría un buen golpe al imperialismo británico y daría un impulso al movimiento revolucionario del proletariado inglés. Realmente, hay que ser muy cabeza hueca para reducir los antagonismos y conflictos militares mundiales a la lucha entre fascismo y democracia. ¡Hay que saber descubrir a todos los explotadores, esclavistas y ladrones bajo las máscaras con que se ocultan!”

Hoy, resulta evidente que cualquier revolucionario o progresista debe sentir un odio enorme por el régimen de Al-Assad. Régimen completamente despótico que hoy, circunstancialmente, se opone a EEUU, pero que en el pasado (muy reciente) demostró no tener ningún rasgo antiimperialista, como lo testimonia esta foto (que circuló en diversos medios en los últimos días) en la cual se puede ver a Al-Assad y su esposa cenando amistosamente con John Kerry y su esposa. Kerry, actual Secretario de Estado de EEUU, comparó recientemente al líder sirio con Hitler y Saddam Hussein. No está demás agregar que el presunto líder antiimperialista es uno de los dirigentes políticos más ricos del mundo con una fortuna que algunos calculan en U$45000 millones. En última instancia, el “desafío” de Al-Assad tiene que ver con la declinación de la hegemonía de EEUU. Como afirma el periodista Robert Fisk “Alguna vez Líbano, Siria y Egipto temblaban cuando Washington hablaba. Ahora se ríen. No sólo tiene que ver con lo que pasó con los estadistas del pasado. Nadie se creyó que Cameron fuera Churchill ni que ese hombre tonto en la Casa Blanca fuera Roosevelt, si bien Putin es un Stalin aceptable. Se trata más de una cuestión de credibilidad; nadie en Medio Oriente toma ya en serio a Estados Unidos”.

Precisamente por ello, la defensa que hacen de Al-Assad corrientes latinoamericanas (entre ellas, aquellas ligadas al chavismo) expresa un profundo límite en la pelea antiimperialista. La dictadura Siria no puede jugar ningún papel verdaderamente revolucionario en este terreno. Es a raíz de esto que, en caso de enfrentamiento militar, la clase trabajadora y la izquierda que se reivindica revolucionaria y socialista, sin dejar estar por la derrota militar y política del agresor imperialista, debe mantener una absoluta y clara independencia política en relación a Al-Assad. 


La LIT-CI y su política para el conflicto


Como se ha criticado correctamente aquí, la política de la LIT-CI y su concepción de la llamada Teoría de la revolución democrática la empujaron, en el caso libio, al apoyo a la intervención imperialista con “rostro humanitario”. Esa concepción la llevó a una posición completamente vergonzosa en Egipto ante el golpe contra Morsi y la masacre contra los integrantes de la Hermandad Musulmana.  

Posteriormente, parecen haber tomado nota de la oposición internacional que existe a la intervención que impulsa EEUU y en su última declaración, plantean correctamente el rechazo al ataque imperialista. Pero al mismo tiempo afirman que La salida es otra: el apoyo total a los rebeldes. Esto significa el envío, sin condiciones y de forma inmediata, de armas pesadas y todo tipo de suministros, como medicinas y equipamientos para la resistencia siria”. En el mismo sentido escriben sus corresponsales en Medio Oriente. Señalan que “Más que nunca es necesario dejar clara nuestra posición política de apoyo a la Revolución, apoyo al armamento de los rebeldes y total oposición a la intervención imperialista en el país. Derrocar a Assad sí, destruir Damasco desde el aire, no (…) Más que nunca, está colocada la tarea de la clase trabajadora internacional de proclamar en voz alta: ¡Viva la revolución! ¡No al ataque imperialista! ¡Armas sí, bombas no!”

Ambas declaraciones implican una posición completamente acrítica de las actuales direcciones de la guerra civil en Siria, las que están lejos de una posición revolucionaria. Por el contrario, se hallan ligadas en muchos casos, a los intereses de las diversas potencias regionales. Éstas, en su mayoría, son aliadas de EEUU. Elizabeth O'Bagy, analista que estuvo varias semanas en territorio sirio, escribe en The Wall Street Journal, “Los grupos de oposición moderados representan la mayoría de las fuerzas reales de lucha, y han sido recientemente fortalecidos por la afluencia de armas y dinero de Arabia Saudita y otros países aliados, como Jordania y Francia. Esto es especialmente cierto en el sur, donde las armas proporcionadas por los saudíes han hecho una diferencia significativa en el campo de batalla, y han ayudado a impulsar una serie de recientes avances rebeldes en Damasco”. Junto estos sectores, pelean las milicias del Frente al Nusra, al cual señalan ligado a Al Qaeda.

La exigencia de “armas para los rebeldes” dejando de lado el carácter pro-imperialista de parte de las direcciones rebeldes puede ubicarse enteramente dentro del campo de la llamada Teoría de la revolución democrática, donde la lucha anti-dictatorial puede ser encabezada por cualquier corriente aunque represente intereses ajenos a los de la clase trabajadora. 


La indefinición de un programa revolucionario


En el mismo sentido (de adaptación a las corrientes que hoy hegemonizan la conducción de las fuerzas rebeldes) va esta declaración de grupos de izquierda revolucionaria de Siria, Marruecos, Egipto, Iraq y Líbano (que difunde el grupo Corriente Roja, integrante de la LIT-CI). Allí se afirma que La mayoría de aquellos que participan en la movilización popular permanente - quienes son más conscientes, con más principios y dedicados al futuro de Siria y su pueblo - comprenden estos hechos, sus consecuencias, resultados y actúan de acuerdo a ello, lo que contribuirá a ayudar al pueblo sirio a escoger correctamente una dirección verdaderamente revolucionaria”.

En la tradición del marxismo revolucionario, una dirección “verdaderamente revolucionaria” emerge como resultado del “proceso de choques entre las diversas clases y de las fricciones entre las diferentes capas de una clase dada”. (Clase, partido y dirección, León Trotsky). En esta declaración de los grupos ligados a la LIT, no hay ni por asomo una perspectiva que se proponga que la clase obrera “choque” con el resto de las fracciones de clase que actúan en la guerra civil.

Junto a ello, la declaración también sostiene que “En el proceso de una lucha comprometida basada en los actuales y futuros intereses de su pueblos, se producirá un programa radical consistente con estos intereses, que puede ser promovido y puesto en práctica en el camino a la victoria”. Aquí se deja de lado el programa, la herramienta que puede permitir forjar una perspectiva independiente de la clase trabajadora, delimitando sus intereses en relación al resto de las masas que actúan en el proceso, condición necesaria (aunque no suficiente) para que pueda convertirse en clase hegemónica o dirigente.

La importancia del programa, como instrumento de lucha del movimiento obrero, era resaltada por Trotsky durante los años 30’. En La Lucha contra el fascismo en Alemania señalaba que “no se pueden formular los intereses de una nación más que desde el punto de vista de la clase dominante o desde la clase que pretende ocupar el papel dominante. No se pueden formular los intereses de una clase más que en forma de programa; no se puede defender un programa más que poniendo en pie un partido” (pág. 125). Esta afirmación de Trotsky no deja librado al “desarrollo de la lucha” la constitución de un programa, sino que lo plantea como una construcción necesaria con la que el partido pelee por conquistar la dirección de las masas en lucha. El programa no es una creación artificial, “no puede caer del cielo” sino que debe reflejar los problemas reales de las masas en lucha. Pero su necesidad surge de delimitar claramente los intereses de las diversas clases en la lucha revolucionaria. 


La revolución “popular” y la ausencia de una perspectiva de clase


De conjunto, la declaración no plantea una perspectiva donde la clase obrera sea la clase que se convierta en hegemónica. Por el contrario, termina con las consignas Victoria para una Siria libre y democrática y abajo la dictadura de Assad y todas las dictaduras siempre” y “Viva la Revolución Popular Siria”, que diluyen la perspectiva de una salida revolucionaria encabezada por la clase obrera.

Contra la vaga idea de “revolución popular”, Trotsky escribía que “Se sobreentiende que toda gran revolución es una revolución popular o nacional, en el sentido de que une alrededor de la clase revolucionaria a toda las fuerzas viriles y creativas de la nación y la reconstruye en torno a un nuevo núcleo. Pero esto no es una consigna, sino una descripción sociológica de la revolución que requiere, además, una definición precisa y concreta (...) Para que la nación sea efectivamente capaz de reconstruirse a sí misma alrededor de un nuevo núcleo de clase, deberá ser reconstruida ideológicamente, y esto sólo podrá conseguirse si el proletariado no se disuelve a sí mismo en el "pueblo", en la "nación", sino que, por el contrario, desarrolla un programa de su revolución proletaria y fuerza a la pequeña burguesía a elegir entre dos regímenes” (citado en La Lucha contra el fascismo, pág. 63. Resaltado propio).

Precisamente los límites que tiene la intervención independiente de la clase trabajadora es, hoy, un problema central en los procesos que se abrieron con la llamada “Primavera árabe”. La indiferenciación del movimiento obrero en relación al conjunto de las masas limita la potencialidad de los procesos en curso y abre la perspectiva de que fuerzas sociales y políticas afines a las potencias regionales, hegemonicen los procesos en curso. Si bien en Egipto vimos fuertes luchas de la clase trabajadora, aún no es ésta la dinámica que prevalece. Por ello, la política que levanta la LIT-CI y los grupos que firman la declaración antes citada, no permite avanzar en dejar sentada una perspectiva de ese tipo. Desde ahí precisamente hacemos esta crítica.

Las lecciones programáticas y estratégicas de los principales hechos de la lucha de clases y la política internacional son centrales para abrir el camino hacia poner en pie una nueva dirección internacional revolucionaria de la clase obrera y los pueblos oprimidos del mundo. Con ese mismo objetivo, hace pocas semanas, la Conferencia Internacional de la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional realizó el lanzamiento del Movimiento por una Internacional de la Revolución Socialista - IV Internacional.





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