Eduardo Castilla
La crisis política internacional que abre el
posible ataque sobre Siria está abierta. Lejos aún está EEUU se lograr las
condiciones “óptimas” que le permitan llevar a cabo el ataque. En el “castigo por el uso de armas químicas”
se juega parte (no menor) de su actual (y declinante) hegemonía. Si no ataca habrá
dejado sentada su debilidad y los límites que hoy tiene para jugar el papel de
“guardián” del orden mundial. Si lanza la ofensiva y esta se demuestra insuficiente,
dejará margen para el desarrollo de las alas de derecha radicales en el interior de EEUU que
lo critiquen por su tibieza. Finalmente, si obligado por las circunstancias, decide
embarcarse en un escenario más ofensivo (siguiendo los consejos del ala McCain) las
consecuencias son difíciles de prever pero dentro de las hipótesis entra el
desarrollo de una fuerte crisis regional que podría implica la intervención
activa de las masas.
Todas estas posibilidades se hallan aún en el
terreno de las hipótesis. En el transcurso de la semana entrante, veremos que
pasa en el Congreso de la primera potencia mundial y si efectivamente Obama lograr
alinear al conjunto del régimen político detrás del ataque. Para un análisis
más detallado remitimos al lector a este artículo
que ilustra más claramente las tendencias políticas en curso. Aquí queremos
detenernos en algunos aspectos de la política de diversas corrientes de
izquierda, tanto frente a la amenaza del ataque como en relación al desarrollo
del proceso interno en Siria. Ambas cuestiones, en estos momentos, se hallan
inextricablemente ligadas.
De campos y
apoyos políticos
En este escenario de cuestionamiento al poder
imperialista, la política y la estrategia revolucionaria tienen que aportar al objetivo
de desarrollar una perspectiva independiente de la clase trabajadora y los
pueblo oprimidos en todo el mundo. Cualquier derrota que sufra el imperialismo
en Medio Oriente, donde las potencias capitalistas (y EEUU en particular)
cumplen un rol de brutalmente opresivo, puede ser un enorme espaldarazo para la
conciencia antiimperialista de decenas de millones en todo el mundo.
Necesariamente, la política revolucionaria
tiene que partir de esta realidad político-económica que constituye la
dominación imperialista a escala internacional. Así lo definía Trotsky quién,
en 1938 y partiendo de un hipotético enfrentamiento entre Brasil y Gran Bretaña
sostenía “En Brasil reina actualmente un régimen
semifascista al que cualquier revolucionario sólo puede considerar con odio.
Supongamos, empero, que el día de mañana Inglaterra entra en un conflicto
militar con Brasil. ¿De qué lado se ubicará la clase obrera en este conflicto?
En este caso, yo personalmente estaría junto al Brasil “fascista” contra la
“democrática” Gran Bretaña. ¿Por qué? Porque no se trataría de un conflicto
entre la democracia y el fascismo. Si Inglaterra ganara, pondría a otro
fascista en Río de Janeiro y ataría al Brasil con dobles cadenas. Si por el
contrario saliera triunfante Brasil, la conciencia nacional y democrática de
este país cobraría un poderoso impulso que llevaría al derrocamiento de la
dictadura de Vargas. Al mismo tiempo, la derrota de Inglaterra asestaría un
buen golpe al imperialismo británico y daría un impulso al movimiento
revolucionario del proletariado inglés. Realmente, hay que ser muy cabeza hueca
para reducir los antagonismos y conflictos militares mundiales a la lucha entre
fascismo y democracia. ¡Hay que saber descubrir a todos los explotadores, esclavistas
y ladrones bajo las máscaras con que se ocultan!”
Hoy, resulta evidente que cualquier
revolucionario o progresista debe sentir un odio enorme por el régimen de
Al-Assad. Régimen completamente despótico que hoy, circunstancialmente, se
opone a EEUU, pero que en el pasado (muy reciente) demostró no tener ningún
rasgo antiimperialista, como lo testimonia esta foto (que
circuló en diversos medios en los últimos días) en la cual se puede ver a Al-Assad
y su esposa cenando amistosamente con John Kerry y su esposa. Kerry, actual
Secretario de Estado de EEUU, comparó recientemente al líder sirio con Hitler y
Saddam Hussein. No está demás agregar que el presunto líder antiimperialista es
uno de los dirigentes políticos más ricos del mundo con una fortuna que algunos
calculan en U$45000 millones. En última instancia, el “desafío” de Al-Assad
tiene que ver con la declinación de la hegemonía de EEUU. Como afirma el
periodista Robert
Fisk “Alguna vez Líbano, Siria y Egipto temblaban
cuando Washington hablaba. Ahora se ríen. No sólo tiene que ver con lo que pasó
con los estadistas del pasado. Nadie se creyó que Cameron fuera Churchill ni
que ese hombre tonto en la Casa Blanca fuera Roosevelt, si bien Putin es un
Stalin aceptable. Se trata más de una cuestión de credibilidad; nadie en Medio
Oriente toma ya en serio a Estados Unidos”.
Precisamente por ello, la defensa que hacen
de Al-Assad corrientes latinoamericanas (entre ellas, aquellas ligadas al chavismo) expresa un
profundo límite en la pelea antiimperialista. La dictadura Siria no puede jugar
ningún papel verdaderamente revolucionario en este terreno. Es a raíz de esto
que, en caso de enfrentamiento militar, la clase trabajadora y la izquierda que
se reivindica revolucionaria y socialista, sin dejar estar por la derrota
militar y política del agresor imperialista, debe mantener una absoluta y clara
independencia política en relación a Al-Assad.
La LIT-CI y
su política para el conflicto
Como se ha criticado
correctamente aquí, la política de la LIT-CI y su
concepción de la llamada Teoría de la
revolución democrática la empujaron, en el caso libio, al apoyo a la
intervención imperialista con “rostro humanitario”. Esa concepción la llevó a
una posición completamente vergonzosa en Egipto
ante el golpe contra Morsi y la masacre contra los integrantes de la Hermandad
Musulmana.
Posteriormente, parecen haber
tomado nota de la oposición internacional que existe a la intervención que
impulsa EEUU y en su última declaración, plantean correctamente el
rechazo al ataque imperialista. Pero al mismo tiempo afirman que “La salida es otra: el apoyo total a los rebeldes.
Esto significa el envío, sin condiciones y de forma inmediata, de armas pesadas
y todo tipo de suministros, como medicinas y equipamientos para la resistencia
siria”. En el mismo
sentido escriben sus corresponsales en Medio Oriente. Señalan que “Más que nunca es necesario dejar clara
nuestra posición política de apoyo a la Revolución, apoyo al armamento de los
rebeldes y total oposición a la intervención imperialista en el país. Derrocar
a Assad sí, destruir Damasco desde el aire, no (…) Más que nunca, está colocada
la tarea de la clase trabajadora internacional de proclamar en voz alta: ¡Viva
la revolución! ¡No al ataque imperialista! ¡Armas sí, bombas no!”
Ambas declaraciones implican una posición completamente acrítica de las
actuales direcciones de la guerra civil en Siria, las que están lejos de una
posición revolucionaria. Por el contrario, se hallan ligadas en muchos casos, a
los intereses de las diversas potencias regionales. Éstas, en su mayoría, son aliadas
de EEUU. Elizabeth O'Bagy, analista que estuvo varias semanas en territorio sirio,
escribe en The Wall Street Journal, “Los grupos de oposición moderados representan la mayoría de las fuerzas reales de lucha, y han sido recientemente
fortalecidos por la afluencia de armas y dinero de Arabia Saudita y otros
países aliados, como Jordania y Francia. Esto es especialmente cierto en
el sur, donde las armas proporcionadas por los saudíes han hecho una diferencia
significativa en el campo de batalla, y han ayudado a impulsar una serie de
recientes avances rebeldes en Damasco”. Junto estos sectores, pelean las
milicias del Frente al Nusra, al cual señalan ligado a Al Qaeda.
La exigencia de “armas para los
rebeldes” dejando de lado el carácter pro-imperialista de parte de las
direcciones rebeldes puede ubicarse enteramente dentro del campo de la llamada Teoría de la revolución democrática,
donde la lucha anti-dictatorial puede ser encabezada por cualquier corriente
aunque represente intereses ajenos a los de la clase trabajadora.
La indefinición de un programa revolucionario
En el mismo sentido (de adaptación a las corrientes que hoy hegemonizan
la conducción de las fuerzas rebeldes) va esta declaración de grupos de izquierda revolucionaria
de Siria, Marruecos, Egipto, Iraq y Líbano (que difunde el grupo Corriente Roja, integrante de la LIT-CI). Allí se
afirma que “La mayoría de aquellos que participan en la
movilización popular permanente - quienes son más conscientes, con más
principios y dedicados al futuro de Siria y su pueblo - comprenden estos
hechos, sus consecuencias, resultados y actúan de acuerdo a ello, lo que
contribuirá a ayudar al pueblo sirio a escoger correctamente una dirección
verdaderamente revolucionaria”.
En la tradición del marxismo
revolucionario, una dirección “verdaderamente revolucionaria” emerge como
resultado del “proceso de choques entre
las diversas clases y de las fricciones entre las diferentes capas de una clase
dada”. (Clase, partido y dirección,
León Trotsky). En esta declaración de los grupos ligados a la LIT, no hay
ni por asomo una perspectiva que se proponga que la clase obrera “choque” con el
resto de las fracciones de clase que actúan en la guerra civil.
Junto a ello, la declaración
también sostiene que “En el proceso de
una lucha comprometida basada en los actuales y futuros intereses de su
pueblos, se producirá un programa radical consistente con estos intereses, que
puede ser promovido y puesto en práctica en el camino a la victoria”. Aquí
se deja de lado el programa, la herramienta que puede permitir forjar una
perspectiva independiente de la clase trabajadora, delimitando sus intereses en
relación al resto de las masas que actúan en el proceso, condición necesaria
(aunque no suficiente) para que pueda convertirse en clase hegemónica o
dirigente.
La importancia del programa, como
instrumento de lucha del movimiento obrero, era resaltada por Trotsky durante
los años 30’. En La Lucha contra el fascismo en Alemania
señalaba que “no se pueden formular los
intereses de una nación más que desde el punto de vista de la clase dominante o
desde la clase que pretende ocupar el papel dominante. No se pueden formular
los intereses de una clase más que en forma de programa; no se puede defender
un programa más que poniendo en pie un partido” (pág. 125). Esta afirmación
de Trotsky no deja librado al “desarrollo de la lucha” la constitución de un
programa, sino que lo plantea como una construcción necesaria con la que el
partido pelee por conquistar la dirección de las masas en lucha. El programa no
es una creación artificial, “no puede caer del cielo” sino que debe reflejar
los problemas reales de las masas en lucha. Pero su necesidad surge de
delimitar claramente los intereses de las diversas clases en la lucha
revolucionaria.
La revolución “popular” y la
ausencia de una perspectiva de clase
De conjunto, la declaración no
plantea una perspectiva donde la clase obrera sea la clase que se convierta en hegemónica.
Por el contrario, termina con las consignas “Victoria para una Siria libre y democrática y
abajo la dictadura de Assad y todas las dictaduras siempre” y “Viva la
Revolución Popular Siria”, que diluyen la perspectiva de
una salida revolucionaria encabezada por la clase obrera.
Contra la vaga idea de
“revolución popular”, Trotsky escribía que “Se sobreentiende que toda gran revolución es una revolución popular o
nacional, en el sentido de que une alrededor de la clase revolucionaria a toda
las fuerzas viriles y creativas de la nación y la reconstruye en torno a un
nuevo núcleo. Pero esto no es una consigna, sino una
descripción sociológica de la revolución que requiere, además, una definición precisa y concreta (...) Para que
la nación sea efectivamente capaz de reconstruirse a sí misma alrededor de un
nuevo núcleo de clase, deberá ser reconstruida ideológicamente, y esto sólo
podrá conseguirse si el proletariado no se disuelve a sí mismo en el "pueblo", en la "nación", sino que, por el
contrario, desarrolla un programa de su revolución
proletaria y
fuerza a la pequeña burguesía a elegir entre dos regímenes” (citado
en La Lucha contra el fascismo, pág. 63.
Resaltado propio).
Precisamente los límites que
tiene la intervención independiente de la clase trabajadora es, hoy, un
problema central en los procesos que se abrieron con la llamada “Primavera
árabe”. La indiferenciación del movimiento obrero en relación al conjunto de
las masas limita la potencialidad de los procesos en curso y abre la
perspectiva de que fuerzas sociales y políticas afines a las potencias regionales,
hegemonicen los procesos en curso. Si bien en Egipto vimos fuertes luchas de la
clase trabajadora, aún no es ésta la dinámica que prevalece. Por ello, la
política que levanta la LIT-CI y los grupos que firman la declaración antes
citada, no permite avanzar en dejar sentada una perspectiva de ese tipo. Desde
ahí precisamente hacemos esta crítica.
Las lecciones programáticas y
estratégicas de los principales hechos de la lucha de clases y la política
internacional son centrales para abrir el camino hacia poner en pie una nueva
dirección internacional revolucionaria de la clase obrera y los pueblos
oprimidos del mundo. Con ese mismo objetivo, hace pocas semanas, la Conferencia
Internacional de la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional realizó el lanzamiento del Movimiento por una
Internacional de la Revolución Socialista - IV Internacional.
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