martes, 13 de mayo de 2014

Clasismo, control obrero y doble poder. Notas sobre la experiencia de SiTraC-SiTraM (2º parte)







Eduardo Castilla

“El capital no pregunta por el límite de vida de la fuerza de trabajo. Lo que a él le interesa es, única y exclusivamente, el máximo de fuerza de trabajo que pueda movilizarse y ponerse en acción durante una jornada. Y para conseguir este rendimiento máximo, no tiene inconveniente en abreviar la vida de la fuerza de trabajo”.
Karl Marx, El Capital. Pág.208
En el anterior post hicimos una definición general acerca del carácter de los sindicatos clasistas SiTraC-SiTraM. Allí criticábamos a una de las corrientes de investigación más importantes (Gordillo-Brennan) por el marcado énfasis en limitar al clasismo a un fenómeno esencialmente anclado en la “honestidad” de los dirigentes. Dicha concepción resalta que los obreros siguieron a los mismos -socialistas, de izquierda, no peronistas- en función de esa honestidad y no por sus posiciones ideológicas y políticas.
Pero si el clasismo sólo era un fenómeno de dirigentes honestos que no podían “alterar” la fuerte identidad peronista de su base ¿cómo se explica la brutalidad con la que fue atacado por el conjunto de las instituciones del régimen y por la misma patronal? ¿Dónde residía el peligro del clasismo?
Más allá de su conciencia, los obreros que protagonizaron SiTraC-SiTraM jugaron un rol revolucionario en el período y lo hicieron a partir de poner de cuestión el control capitalista de la producción al interior de las plantas de Fiat, el “modelo” de la burocracia sindical peronista y la conciencia de conciliación de clases impuesta por la misma. Aquí nos referiremos al primer aspecto. 

Capital, explotación y control obrero

La vida obrera valía nada para la patronal de la Fiat. La frase de Marx que encabeza la nota podría describir la situación del conjunto de los trabajadores de las plantas italianas. Las condiciones completamente insalubres en la Forja -que llegó a ser tristemente conocida como “el cementerio de obreros”-, el “acoplamiento” de máquinas (un operario trabajando en dos máquinas al mismo tiempo) y los pagos por productividad[1] eran parte de los mecanismos con los que la patronal italiana imponía brutales ritmos de explotación a los trabajadores, incluso superiores a otras multinacionales automotrices.
Junto a las demandas salariales postergadas, precisamente en el corazón de la producción se desarrollaron los mayores cuestionamientos por parte de los nuevos sindicatos clasistas y se produjeron los mayores choques entre patronal y trabajadores en la medida en que estos avanzaron en enfrentar los ritmos de producción y las condiciones que hacían de la vida obrera un verdadero infierno. 

El primer eslabón de una cadena: la toma de fábrica 

Señalamos antes la importancia que había tenido la toma de fábrica como método de lucha para imponer el reconocimiento de la Comisión provisoria luego de dos meses de negociaciones impotentes. A partir de esta gran acción y de su triunfo se fortalecerá la conciencia de los trabajadores y la confianza en sus propias fuerzas. 
En términos globales la toma de fábrica pone en cuestión el poder capitalista sobre la misma. El control sobre la propiedad privada del conjunto de los medios de producción (maquinarias, inmuebles, etc.) se demuestra endeble y atado a la relación de fuerza establecida entre asalariados y capitalistas.
León Trotsky, a fines de la década del 30’, afirmaba que “independientemente de las reivindicaciones de los huelguistas, la ocupación temporaria de las empresas asesta un golpe al fetiche de la propiedad capitalista. Toda huelga, con ocupación, plantea en la práctica, el problema de saber quién es el dueño de la fábrica: el capitalista o los obreros”[2]. Esta definición no describe un fenómeno pasajero sino una constante cuando los procesos de la lucha de clases se radicalizan.
La toma de fábrica significa un golpe al fetiche de la propiedad privada pero esto no la convierte, en sí misma, en un hecho revolucionario[3]. Sin embargo, como bien señala Lenin, “el “elemento espontáneo” no es sino la forma embrionaria de lo consciente”[4]. La toma de planta, que permitió imponer el triunfo en mayo del 70’, colaborará al acelerado proceso de avance de la conciencia, transformando lo episódico en permanente y abriendo, de este modo, el camino a un cuestionamiento profundo del control patronal sobre la producción.

Control obrero y dualidad de poder

James Brennan afirmará que “Durante los meses siguientes, estos jóvenes trabajadores se apresuraron a cambiar la vida fabril y a hacer del nuevo SiTraC el instrumento de una vigorosa democracia del lugar de trabajo. Los problemas laborales se discutían abiertamente en los departamentos y las decisiones se tomaban a través de la deliberación (…) las asambleas generales abiertas realizadas en la fábrica surgieron casi como una institución de nuevo SiTraC (…) para decidir virtualmente todas las cuestiones referidas a la base fabril: problemas con la aceleración de los ritmos de producción, negociaciones colectivas y hasta quejas por la pobre calidad de la comida que se servía en el bufé de la fábrica” (p.228-229, resaltado propio). A su vez, James afirmaba que “para los empleadores, el cuestionamiento de las condiciones de trabajo por los nuevos dirigentes representaba un desafío directo a la autoridad patronal” (p.308)
Las denuncias de la patronal contra la “insubordinación y la anarquía” en las plantas expresaba este horror al control obrero. Lo que se ponía en escena era la posibilidad para los trabajadores de revertir años de derrotas y de imposición de formas brutales de superexplotación, la posibilidad de cuestionar la dictadura que se ejercía abiertamente por parte de la patronal que, al decir de Marx, convierte a los obreros en apéndices de la máquina. Asimismo quedaba en evidencia que los trabajadores podían opinar y decidir sobre el proceso de producción en su conjunto, modificando la forma en que se llevaba a cabo en función de garantizar su salud mediante tareas y una jornada menos agotadora.
Esto significaba la aparición de una dualidad de poder al interior de las plantas, es decir de la existencia de una contradicción insalvable dentro de las unidades productivas entre los intereses materiales del capitalista y los de los trabajadores. Esa contradicción no podía perpetuarse. Requería ser resuelta y los métodos de resolución eran acordes al momento histórico marcado por la revolución y la contrarrevolución.

Doble poder y lucha de clases

Los sindicatos clasistas “desbordaron” su función de pelear sólo por la mejora de la venta de la fuerza de trabajo iniciando el camino del cuestionamiento al poder del capital al interior de las fábricas. Esto significa el cuestionamiento a la fuente de las ganancias capitalista, es decir a la libre capacidad de aumentar o modificar los ritmos de trabajo en función de una mayor extracción de plusvalía.
De allí que esta forma de control obrero ejercida por los clasistas implicaba una agudización extrema de la lucha de clases. Este aspecto es menospreciado en el esquema de autores como Brennan y Gordillo (o James) que tienden a extrapolar como causas de la derrota su “aislamiento” en relación al conjunto de la clase trabajadora[5] o la separación entre los dirigentes de izquierda y las bases obreras peronistas.
La brutalidad de la represión que se desató sobre los clasistas estuvo dada por el cuestionamiento al control capitalista que se podía extender en el marco de la creciente actividad obrera luego del Cordobazo. El ejemplo de control obrero -así como la utilización creciente del método de la toma de fábrica- eran un desafío abierto al conjunto de la patronal. Era esto lo que empujaba a su liquidación.
La cuestión del control obrero ha sido ampliamente problematizada en el marxismo. Para tomar sólo un ejemplo, en los años 30’, León Trotsky escribía que “el control se encuentra en manos de los trabajadores. Esto significa que la propiedad y el derecho a enajenarla continúan en manos de los capitalistas (…) los obreros no necesitan el control para fines platónicos, sino para ejercer una influencia práctica sobre la producción (…) el control obrero implica, por consiguiente, una especie de poder económico dual en las fábricas, la banca, las empresas comerciales” (La lucha contra el fascismo, p.48).
El mismo Trotsky escribía que “cuanto más se aproxima a la producción, a la fábrica, al taller, menos viable resulta un régimen de este tipo (de control conjunto de sindicato y patronal, NdR), porqué aquí ya se trata de los intereses vitales de los trabajadores y todo el proceso de despliega ante sus mismos ojos. El control obrero a través de los consejos de fábrica sólo es concebible sobre la base de una aguda lucha de clases, no sobre la base de la colaboración” (ídem,  p. 49)
La posibilidad de sostener el control obrero dentro de las plantas de Fiat necesitaba del desarrollo de una mayor lucha de clases. Al mismo tiempo obligaba a la patronal a recurrir a métodos más brutales para derrotar este proceso. De conjunto, la situación tendía a generalizar una agudización abierta de los choques. En esa dinámica debe verse la explicación de los métodos radicales de lucha que fue obligado a utilizar el clasismo.  

Control obrero y lucha por el socialismo

Este intento de control obrero fue un gran ejemplo de lucha para amplias franjas de la clase trabajadora. Al mismo tiempo, fue parte de abrir un debate alrededor de las potencialidades de este método para la perspectiva del socialismo.
En 1973, durante el tercer gobierno peronista, José Nun escribía[6] acerca del control obrero y definía a esas experiencias como “movimientos autónomos de la base que buscan limitar la prerrogativas patronales y que expresan la posibilidad latente de un nuevo orden, de un poder nacido en el seno mismo de la clase obrera, cuyo fundamento es la voluntad colectiva de los trabajadores que luchan por la reapropiación de su fuerza productiva alienada (…) va resquebrajando la hegemonía burguesa al construir, desde abajo, un nuevo principio de legitimidad, al ir gestando una dualidad de poderes que ataca la dictadura del capital  y crea las condiciones para una recomposición política de la clase” (p.238, resaltado propio). 
El control obrero aparece aquí como una suerte de inicio de la “transición al socialismo” en los marcos capitalistas. Esta visión se confirma cuando en la página siguiente Nun señala que “incumbe al sindicato defender u consolidar estos movimientos de ofensiva que tienen su ámbito propio en la planta, contribuyendo a negociar la institucionalización de sus logros pero sin interferir en su dinámica” (p.239).  
Esta cita podría haberse escrito en cualquier país y momento histórico…menos para octubre del ‘73 en Argentina, después de Ezeiza, la renuncia de Cámpora y el giro de Perón hacia la burocracia sindical. Los sindicatos (su expresión real no un concepto ideal) eran encabezados por conducciones burocráticas que se proponían aplastar a las oposiciones sindicales y liquidar toda forma de “indisciplina” entre las franjas combativas de la clase obrera. Imaginar que pudieran alentar el desarrollo de tendencias al control obrero implicaba una enorme ingenuidad o una ceguera política muy grande. El desarrollo de tendencias al control obrero expresaba las tendencias a un choque abierto entre la clase trabajadora y el conjunto del régimen burgués con la burocracia sindical como aliada.
Esto planteaba la necesidad de desarrollar una lucha política más allá de las fábricas y ahí cobraba vital importancia la pelea por la independencia política de la clase trabajadora. Esta cuestión será el eje del tercer post sobre el clasismo.

[1] “En Fiat se trabajaba a un ritmo impuesto arbitrariamente por la empresa, que se conocía como al 125%. Según la empresa, como recompensa se otorgaba un premio a la producción que sólo ella sabía cómo se aplicaba y que por lo tanto el obrero nunca sabía con certeza cuanto era lo que tenía que cobrar”. SiTraC-SiTraM. Flores, P.58)
[2] El Programa de Transición. Ed. CEIP. P.74.
[3] Se puede analizar un ejemplo reciente en el tiempo alrededor del proceso de tomas de plantas ocurridas en el 2009 en Francia, donde un método radicalizado de lucha estaba puesto al servicio de la exigencia del pago de la totalidad de la indemnización, no de la defensa del puesto de trabajo. Para profundizar ver Huelgas obreras: elementos para un primer balance y propuesta para un programa de acción.
[4] ¿Qué hacer? Obras selectas. P.90.
[5] Brennan señala que “SiTraC y SiTraM no tenían una compresión completamente justa de las realidades de la política laboral local un hecho que sin duda tenía mucho que ver con los largos años de aislamiento del complejo Fiat con respecto al movimiento obrero cordobés” (p.249). Esto se opondría al “realismo” de Tosco que nunca rompió lanzas con los sectores del peronismo legalista.
[6] Pasado y Presente nº2. Segunda época.

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