No recuerdo cuando lo conocí.
Supongo que en una marcha o una charla lo vi por primera vez. Supongo que me
habrán dicho “ese es Gregorio Flores” y yo habré preguntado de quién se
trataba. En todo caso no tiene importancia. Lo importante es que lo conocí, que
llegue a charlar con él, a hacerle preguntas, a saber algo de como fue su vida.
Pero lo conocí poco. No tuve el placer de charlar con él profundamente. De
hacerme su amigo, de poder preguntarle como se sentía, como veía todos hoy. Pero
lo conocí y no es lo mismo.
No sé si es un sentimiento
compartido. Tendría que serlo. Por lo menos para los de mi generación. Los que
empezamos a militar allá por mediados de
los años 90, cuando todos o casi todos eran menemistas, cuando para ser
antimenemista tenías que ser radical o del Frepaso. Cuando pasabas por los
cursos de la universidad y la gente te miraba como bicho raro recién salido del
manicomio.
Para mí el Goyo fue un símbolo.
No por Sitrac-Sitram, que también lo fue. Sino por bancársela, por seguir
remando, por querer convencer a todos de que la pelea seguía, por no
conformarse con lo establecido y querés ir más allá.
Fue un obrero revolucionario y
socialista en una época en que ser revolucionario era ser un paria. Fue un
intelectual de su clase, que era una forma de levantarse contra lo sagrado. En
el país donde escriben los doctores, los abogados, los sociólogos, en ese país
escribía el Goyo.
Fue un revolucionario conciente.
Y lo siguió siendo hasta el fin de sus días. No me canso de hacer la lista de
todos los que se cansaron. De todos los que dijeron que tiraban la toalla, de
las miles de páginas escritas para decir que los setenta fueron una locura y
que sólo se puede aspirar a vivir en democracia. De los que dejaron de
indignarse por las brutales injusticias de este mundo capitalista, para no
indignarse por nada.
Gregorio no lo hizo. Escribió,
militó, marchó, discutió.
Me vienen tres imágenes a la
mente. Colón y General Paz. El Goyo con el banderín y su bolsito. Sonriendo,
como siempre. Con esa sonrisa que te transmitía una confianza en la clase
obrera que muchas cosas no pueden transmitir.Sonriendo como en la foto.Era un tipo terriblemente amigable.
Me acuerdo de verlo en un bar, a
una cuadra de plaza San Martín. Poco antes de una marcha. Me acuerdo haberle
dicho que tenía ganas de hacerle una entrevista para que me cuente más de
Sitrac. Me acuerdo que me dijo que no hablaba más de eso. Que recordarlo lo
ponía muy triste. Que hablar de los setenta lo hacía largarse a llorar. Llorar.
Pero también me acuerdo del Goyo
luchando. Creo que fue en el 2008. En un camping pasando Alta Gracia, llegando
a Anizacate. Hicimos un campamento junto a muchos trabajadores y el Goyo fue un invitado de honor.
Y me acuerdo que discutimos. Y discutimos fuerte. El Goyo con Mao y el Che a
muerte. Nosotros debatiendo estrategias. Y no nos pusimos de acuerdo. Pero el
Goyo la peleó y la peleó. Contra todos. Si lo medíamos por el número era un
abuso. Pero el tipo se la bancó.
Hoy estamos tristes. Es una
tristeza profunda. Se fue uno de los nuestros en el sentido más profundo del
término. Uno de los imprescindibles como diría Bertolt Brecht. Para mí el Goyo
fue un ejemplo en ese sentido. Cuando todos renunciaban a la lucha, él siguió.
Fue un ejemplo como otros compañeros que estuvieron y se bancaron los
setenta, los ochenta y los noventa. Firmeza de ideas, orgullo de lucha, deseo
de barrer con todo. Después discutiremos estrategias, porque hay que
discutirlas, pero somos los que verdaderamente estamos de este lado de la
barricada.
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