domingo, 28 de julio de 2024

hegel y napoleón en Jena


 

Volvió a mirar por la ventana. Faltaban para que amaneciera. En la negrura de la noche se adivinaba un fulgor. Una luz tenue, leve, que venía de más allá de las montañas. Que se entrometía en la noche para anunciar un mañana absolutamente nuevo.

Georg no pudo evitar sonreír. La palabra "absoluto" le pareció en ese momento tan cristalina, tan limpia, tan transparente. Hacía días buscaba desesperado una idea. La encontró sin desearlo. Atónito ante un mundo que cambiaba mientras él lo miraba transformarse. Volvió a sus manuscritos. Escribió: “Solo persiguiendo el ser absoluto los fines particulares pueden realizarse”. Releyó. Volvió a hacerlo en voz alta. Alguna vez, no recordaba dónde, había leído que los buenos versos debían poder leerse en voz alta. Su memoria, cansada, no podía saber si lo había leído en esta vida o en otras vidas futuras. Cuando repasó la oración por tercera vez se sintió conforme.

Volvió a mirar por la ventana. Las luces del campamento militar empezaban a desteñirse junto a la luz del amanecer. Se descubrió impaciente. Ansioso. Deseando el paso veloz de las horas.

Georg habita un mundo de incertidumbres. Súbdito leal a la corona prusiana, siente en sus pulmones un aire revolucionario que nace al oeste. Que llega del Sena, presuroso y violento, arrasando todo a su paso. Georg mira el mundo con asombro, como si tuviese entre sus manos una herramienta que lo maravillara y no comprendiera. Como si mirara una notebook o un celular. Desesperado y desesperado. Desesperado de ansiedad, desesperado de extraviado. O viceversa.

Las horas se tornan inciertas. Reclaman un destino. Pronto lo tienen. O lo asumen. Desechas, destruidas, las tropas francesas abrazan la ciudad. Llevan en sus cuerpos las marcas de una batalla feroz, salvaje. Arrastran un sentimiento de triunfo atado a una amargura potente.

Al frente, con rostro adusto, va el Espíritu del mundo. Cabalga lento, parsimonioso, austero. Mira a cada ventana y cada puerta. Intenta leer los sentimientos de quienes asumen o deberían asumir como propia la derrota.

Encuentra, al azar, los ojos de Georg. Los contempla apenas un segundo. Luego vuelve la cabeza y mira al frente. Su caballo camina, lento, hacia adelante. 

Hegel guarda silencio: acaba de mirar a la historia de frente. La felicidad lo invade. La tristeza, también. Napoleón ya ignora su presencia. 

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