viernes, 19 de julio de 2024

ears and ears



Volvió al espejo a mirarse. Giró la cabeza. En un sentido. Y en el otro. Se fijó en una mancha apenas perceptible. ¿Mugre? ¿Grasa? ¿Su propia piel? Desestimó la última opción. Un leve movimiento lo ayudó a decidir.

Dos días antes le habían dicho “tus orejas son perfectas”. Nunca había pensado que la palabra “perfección” pudiera aplicar a esa parte del cuerpo. Le resultaba evidente pensar en la idea de una nariz perfecta; de un rostro perfecto. Ahora, bajo la insinuación de aquella intensa voz, empezaba a pensar que sus ideas sobre lo perfectible de las cosas carecía de sustancia. Se amparaban en sentidos comunes; en frases hechas. 

“Son simétricas y están a la misma altura”, le había dicho esa voz inteligente. Si algo sabía aquella cabeza ondulada era de simetrías. Sufría su falta. No siempre. Muchas veces sí.

Volvió a la imagen que devolvía el espejo. Creyó ver su oreja derecha más abierta. Se le ocurrió que “abierta” no era una palabra que describiera lo que parecía estar observando. Sin embargo, si su oreja izquierda parecía replegarse hacia su cabeza, la derecha se inclinaba hacia el afuera; buscaba separarse del cuerpo, alejarse. Una oreja luchando por su independencia. Justo a diez días del 9 de julio.

Buscó una regla en el escritorio. La puso frente a su cara. Intentó calibrar alturas y distancias. Le resultaba imposible medir. Existía demasiada cabeza hacia adelante como para poner a las orejas a la misma altura. Podría hacerlo si pudiera comprimir su cara, hundirla, como si fuera un muñeco de goma. No parecía ni factible ni recomendable. Más bien, sonaba (las palabras “sonaban” en esa cabeza que pretendía comprimir) sumamente doloroso.

La operación tampoco podía hacerse por detrás. A las dificultades prácticas de medir sin ver se sumaba el mismo problema de cualquier intento frontal: había demasiada cabeza hasta llegar a las orejas, que estaban ahí, burlonas, en el medio. Lejos de toda medición. Implacables, se reían de cualquier intento geométrico de confirmar esa simetría que, entre otras cosas, garantizaba la perfección.

Dejó la regla.

Miró el espejo por última vez.

Sonrío.

Seguía pensando en esa dulce voz que le hablaba de sus orejas como si fueran una obra de arte. Volvió a sonreír y apagó la luz cuando salía del baño. 

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