jueves, 1 de noviembre de 2012

Entre las “disputas por el peronismo” y el conformismo “nac&pop”



Por Eduardo Castilla

Hace pocos días Juan Carlos Torre, uno de los principales estudiosos del movimiento obrero argentino escribió acerca de las pujas al interior del peronismo, como expresión de la lucha por “la hegemonía sobre el principal partido nacional del país y, en ese carácter, un recurso estratégico para definir el derrotero del futuro político de la Argentina”. Dada la crisis que atraviesa el conjunto de la oposición patronal (cómo se evidencia por ejemplo acá) se puede decir que esta afirmación tiene validez, en tanto y en cuanto se concretice el carácter de ese “recurso estratégico”.
Pocos días después, Edgardo Mocca, desde el extremo opuesto del arco político y cultural, señalaba en la revista Debate que hoy Perón sigue siendo, casi cuatro décadas después de su muerte, protagonista de la batalla política” y que “de la tradición peronista provino la dirección del proceso de transición que sucedió a la catástrofe de fines de 2001 y los gobiernos elegidos con posterioridad (…) tanto el gobierno de Cristina Kirchner como sus principales desafiantes actuales abrevan en esa historia o procuran establecer sólidas alianzas con sus portadores (…) no es extraño que la batalla sucesoria ponga la invocación peronista en el centro de la escena”
La “invocación peronista” se extiende a través de la geografía política argentina, desde el mismo gobierno hasta Moyano y De la Sota que, hace pocos días, se despachó con una versión “novedosa” (por no decir absurda) de un Perón “antiautoritario” allá por el año 74. Sí, 74, leyeron bien. El año del Navarrazo, del despliegue abierto del accionar de las Tres A, de la reforma del Código Penal y del ataque a los “estúpidos imberbes” en Plaza de Mayo. Los afiches que convocaban a este acto del día de la Lealtad, mostraban una foto de Rucci junto a Perón, reivindicando, como ya lo viene haciendo, a la histórica derecha peronista.
Si quienes disputan el movimiento “desde la derecha” acuden a una figura central del período como fue el burocrático dirigente de la UOM y la CGT, quiénes pretenden hacerlo “desde la izquierda” apelan al Perón “nacional y popular”. En su intento de justificar al gobierno toman, degradadas, parte de las banderas del peronismo histórico, pero aggiornado, para acomodarlo al momento actual. De lo contrario, se corre el riesgo de terminar chocando con su propio gobierno. 

La “teoría” de la “contradicción principal”

En estos días de discusión acerca del peronismo, la misma se agudizó por la reciente votación de la modificación del régimen de las ART. Allí el gobierno puso de manifiesto su claro carácter pro-patronal, despertando el rechazo de propios y extraños, como se vio en las columnas de periodistas de Página12 y en las protestas de muchos blogueros K.
La ley Mendiguren obligó nuevamente a hacer malabares para seguir justificando el apoyo al gobierno. Frente a eso, en este blog se resucitó la “teoría” de la “contradicción principal” que impone el apoyo al gobierno, más allá de las contradicciones “secundarias”. Esta definición es tan vieja como el peronismo mismo y fue utilizada para justificar el apoyo al nacionalismo burgués en sus orígenes por muchas corrientes políticas de izquierda. Carlos Altamirano relata que la ruptura de Rodolfo Puiggrós con el PC significó, en lo teórico-político, la utilización de “los mismos términos y los mismos enunciados de base respecto del proletariado, el imperialismo, la independencia económica, la burguesía nacional (…) para formular una definición diferente del peronismo y de los dos campos antagónicos-la contradicción principal-(…) el gobierno peronista representaba a la burguesía nacional y la táctica justa era aliarse e incluso colaborar con él en la lucha contra el imperialismo”. (pág. 31)
Abel Fernández, a pesar de su rechazo a la aprobación de la reforma de las ART retoma esta discusión para afirmar que “Las grandes empresas son mucho más hostiles que el sindicalismo al control del Estado; además, la mayoría de ellas, las más poderosas, son extranjeras, lo que agudiza el conflicto. Y si considero que éste es el enfrentamiento estratégico, es porque estoy convencido que el Estado argentino necesita desarrollar más, no menos, poder”.
Si la contradicción principal para Puiggrós, y el conjunto de la llamada “izquierda nacional”, fue entre “imperialismo y nación”, para el kirchnerismo la actual contradicción supone la aceptación de la dominación imperialista, pero con “control” por parte del estado nacional. Si el peronismo de los orígenes no pudo resolver las contradicciones profundas que implicaba superar la tutela imperial sobre el estado nacional, menos aún lo podrá hacer el kirchnerismo.

Ascenso y límites históricos del nacionalismo burgués

Un desarrollo mayor de esta discusión se puede leer acá, pero nos parecía central volver sobre los límites de las experiencias nacionalistas-burguesas, porque ponen al desnudo que “la contradicción principal” no pudo ser resuelta por las mismas, ni siquiera en su momento de mayor independencia del imperialismo.
Los nacionalismos burgueses que irrumpieron en la escena latinoamericana en los años 50 y 60 fueron, entre otros motivos, subproducto de los límites de la hegemonía imperialista en la región con el “todavía no” de un pleno dominio de EEUU y el “ya no más” del dominio británico. Tanto Vargas en su último período, como Perón, Arbenz y Paz Estensoro (MNR) en Bolivia expresaron esta tendencia. Pero los mismos mostraron toda su impotencia social y política para enfrentar el dominio imperialista.
Liborio Justo cita a uno de los intelectuales que justificaban al MNR, quien escribía “En nuestros países, que aún tienen pendiente su problema nacional, las fuerzas sociales, como resultado de su evolución ‘desigual’, se han debilitado de tal manera que ya no pueden expresarse mediante partidos políticos únicos y sólo lo hacen a través de frentes nacionales de clase, con intereses coincidentes en el momento de las insurrecciones decisivas (…) con este carácter, embrionariamente policlasista se han impuesto -aunque con diferentes matices-entre nosotros, el “Frente de Liberación Nacional” en Guatemala, el “Peronismo” en Argentina, y el Movimiento Nacionalista Revolucionario” en Bolivia”.
Pero en la Revolución Boliviana de 1952, el MNR enfrentó el ascenso de las masas, intentando liquidar las tendencias abiertas con la insurrección del 9 de abril del 52, donde la clase obrera había conquistado sus milicias y derrotado al ejército, dando origen a un “doble poder” expresado, por un lado en el “camarada presidente” y, por otro, en las organizaciones sindicales y en la COB en particular. Paz Estensoro oponía la realización de la “revolución nacional” a la de la “revolución social” como freno al desarrollo de la lucha de clases, lo que llevó al retroceso del ascenso y a un giro creciente a la derecha en los años posteriores (ver acá).
Para ilustrar la impotencia política frente al avance de la hegemonía imperialista en la región, Milcíades Peña, en sus textos sobre el peronismo, afirma que “En junio de 1954, Castillo Armas  y sus bandoleros ocupan Guatemala. En Agosto, tras una campaña de escándalo bien orquestada, los generales brasileños suicidan a Getulio Vargas, quien molesta al capital brasileño-norteamericano con proyectos de salario mínimo, introducidos “como criminal fermento de agitación en el seno de la clase trabajadora” (…) Más de un antiperonista pensó, en Buenos Aires, que había llegado el momento de merecer el tercero” (Pág. 521)
Del conjunto de estos procesos, el mismo Che Guevara, en abril de 1961 extraía la conclusión de que “En muchos países de América existen contradicciones objetivas en las burguesías nacionales que luchan por desarrollarse y el imperialismo (…) no obstante estas contradicciones, las burguesías nacionales no son capaces, por lo general, de mantener una actitud consecuente de lucha frente al imperialismo. Demuestran que temen más a la revolución popular que los sufrimientos bajo la opresión y el dominio despótico del imperialismo” (Cuba: ¿Caso excepcional o vanguardia en la lucha contra el colonialismo?)
En Argentina, el golpe contra el peronismo puso de manifiesto que la “representación política de la burguesía nacional” era “inconsecuente” (y absolutamente cobarde añadamos) en la pelea frente al imperialismo. Alejandro Horowicz afirma que “más que en las dotes militares de Lonardi, más que el arrojo de sus oficiales, más que en su capacidad de nuclear en su torno, la victoria se alienta en un solo punto: la decisión de Perón de no combatir(pág. 164). Por su parte Peña, detallará: “el único éxito importante de la “Revolución Libertadora” fue la captura del gobierno en la provincia de Córdoba, con la activa colaboración armada de la pequeño-burguesía, la burguesía y el clero locales” (pág. 528). Como ya hemos señalado en este blog, en Córdoba, el 55’ evidenció un carácter verdaderamente masivo que revistió el apoyo al golpe de la Libertadora por parte de amplias franjas de la población cordobesa, incluidos sectores del movimiento obrero”.
Si el peronismo de los orígenes no fue capaz de enfrentar al imperialismo seriamente, como no lo hizo el conjunto de los nacionalismos burgueses, el kirchnerismo, como versión ultra-degradada sólo puede esbozar un discurso vacío. Ya no se “combate” por la “liberación nacional” ni contra el dominio imperialista en el país aunque éste, en choque directo con todos los discursos, se haya profundizado como hemos reseñado acá.

1946, 1952 y 2012

En su explicación de los límites del gobierno, Abel se ve obligado a aclarar que “Este gobierno no es el del Perón que inicia su mandato en 1946: no cuenta con la adhesión política de la gran mayoría de las Fuerzas Armadas y de Seguridad, ni con una estructura militante del sindicalismo (ni tampoco con el apoyo de la Iglesia, dicho sea de paso). Está respaldado por la legitimidad de los votos y la Constitución. No es el gobierno de Perón, porque la Argentina de hoy dista mucho de la del ´46”.
En realidad se parece (y mucho) al gobierno que se inicia en el 52. Por esos años, Perón afirmó que los trabajadores “han estado sumergidos, pobrecitos, durante cincuenta años: por eso yo los he dejado que gastaran y que comieran y que derrocharan durante cinco años todo lo que quisieran (…); pero indudablemente, ahora empezamos a reordenar para no derrochar más”
Si el Congreso de la Productividad y los límites a los pedidos salariales en ese momento fueron funcionales a las necesidades de una clase capitalista que había visto degradarse sus ganancias y a la necesidad de obtener la entrada de capitales extranjeros que aportaran a la modernización de la estructura industrial, la Ley de reforma sobre las ART viene a tomar uno de los principales reclamos del conjunto de la patronal desde hace años. De allí el alborozo empresarial.   
La “nacionalización” de YPF no se distancia del convenio con la Standard Oil. Lejos de cualquier épica antiimperialista, la “ofensiva” es hacia la captación de capitales como se reseña acá. Incluso el mismo gobierno tiene que poner “paños fríos” como lo ilustra esta nota del Cronista que indica que “El propio Kicillof (…) admitió que en 2013 habrá que importar crecientes cantidades de hidrocarburos, debido a que la nacionalización de YPF no alcanza para "solucionar el problema energético en 15 minutos".
Si el peronismo del 46 fue capaz de conquistar al movimiento de masas y cautivar a sectores nacionalistas y de izquierda con su retórica antiimperialista y algunas medidas contra sectores del capital extranjero, el peronismo que gobierna desde 1952 “tendía aceleradamente a adecuarse a las necesidades y exigencias de sus enemigos” (Peña, 519).
Desde esa óptica, el gobierno de CFK, ley de las ART mediante, tiende a cumplir, a pie juntillas, las exigencias de los enemigos de los trabajadores. Sin tapujos, prefiere girar a su derecha claramente. El reciente movimiento de “inflar el presupuesto” para garantizar un pago mayor de intereses a los fondos buitres (que no “respetan” ni a la Fragata Libertad) va en ese sentido. Si el primer peronismo logró atraer a sectores de la intelectualidad y la izquierda por su discurso antiimperialista, la actual retórica vacía “nac&pop” sólo puede justificarse a la luz del más brutal conformismo.

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