Tengo el recuerdo triste de una noche soleada. El infinito vacío poblado de recuerdos ansiosos. La angustia a flor de piel, esperando a ser salvada por algún sortilegio místico que, invocado a última hora, rescate temores, demonios y otras yerbas.
Tengo el silencio saturado de callarse, esperando a gritos el momento del rugido. La paciencia insípida, incapaz de reñir el día a día, de cruzar fronteras, de saltar obstáculos. Paciencia impaciente, atolondrada, ofuscada.
Tengo el sabor de tu pelo entre mis dedos, enredados como copos de placer; anclados, apenas, a centímetros de ese aliento que invade mi boca y mi rostro; que conmueve -prepotente- cada fibra; que altera, brusco, cada pedacito de (otra vez) piel, arrancando en un punto indefinido y expandiéndose, lejos, fuerte y completo.
Tengo antojo (de nosotros).
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