miércoles, 26 de septiembre de 2012

Reseña crítica del libro De la Revolución Libertadora al Cordobazo (2º parte. Clases sociales, giros políticos y método de análisis)

Por Eduardo Castilla


En un post anterior decíamos que el punto débil de la visión de Tcach residía en su análisis del período estudiado más en términos de pujas políticas que de lucha de clases, lo que implicaba subvaluar el peso de las contradicciones sociales, quitando profundidad al estudio del período. Esto además implicaba, desde el punto de vista político, la defensa de la democracia burguesa de manera cuasi utópica.
Evaluar los años que preceden al Cordobazo, enorme estallido de masas con centralidad de la clase trabajadora, sin tomar un método de análisis que parta de la lucha entre clases sociales con intereses antagónicos, implica limitar la visión a los fenómenos de superficie sin apreciar las fuerzas motoras que llevan a los actores de la realidad a protagonizar lo que Tcach considera “desbordes” o “excesos”. Precisamente si, como afirma Karl Marx, toda lucha de clases “es una lucha política”, las contradicciones en el régimen y entre las distintas fracciones de la clase dominante (como vimos en la primera parte de este post) no podían menos que expresar los profundos antagonismos de clase.
Si bien, a lo largo del libro, Tcach hace una descripción de aspectos de la reconfiguración de clases provincial, con las inversiones de capital imperialista en el final del gobierno de Perón y los primeros años del régimen Libertador (que aportan a la modernización de la provincia) en el libro la dinámica de las distintas clases sociales queda devaluada por el énfasis puesto en las disputas políticas.
En este período se pueden identificar diversas dinámicas entre las clases sociales que son el subproducto de los intentos de modificar el patrón de acumulación capitalista heredado del período peronista. Por un lado se asiste al desarrollo social y la maduración subjetiva de un proletariado que “se educa” bajo el régimen de la Libertadora. Por otro, al giro de las clases medias desde una ubicación abiertamente gorila hacia posiciones progresistas e incluso radicalizadas en sectores del movimiento estudiantil. En Córdoba este giro encuentra una expresión nítida. Las clases medias pasarán del rol activo jugado en el golpe del ’55 a ser protagonistas del inicio del ascenso revolucionario que conmueve al país hasta el Golpe genocida de marzo del ‘76. 

La “Fusiladora” y el movimiento obrero

El proletariado “madura” para la lucha de clases bajo un brutal régimen político que intenta derrotarlo como movimiento obrero. Esto implicaba cambiar la relación de fuerzas entre las clases para imponer mayores condiciones de explotación y extracción de plusvalor. Marchando hacia ese objetivo, la burguesía debía lograr una doble victoria sobre las masas laboriosas. Por un lado, aumentar la productividad del trabajo al mismo tiempo que la debilitaba en el plano estructural.
No está de más recordar que, bajo el peronismo, la clase obrera había tenido un desarrollo extensivo, mientras se estancaba la productividad del trabajo. Como señalara Milcíades Peña “En 1959 la inversión en equipos durables fue apenas 5% mayor que 20 años antes (...) registra un aumento anual insignificante de 2% que contrasta con un incremento de casi 100% en el número de obreros ocupados por la industria (488.000 en 1937 y 956.000 en 1949)” (Revista Fichas nº1, abril 1964). 
Junto a esto, en el terreno político, como ya señalamos, la proscripción del peronismo buscaba liquidar los avances de la clase obrera como actor de la vida política nacional. La combinación de estos objetivos implicaba una “radicalización reaccionaria” contra las condiciones de vida de la clase trabajadora que sólo podía agudizar la lucha de clases.
Precisamente los intereses de la fracción económica más poderosa del país (el capital extranjero en alianza con la oligarquía local) eran los que estaban detrás de esta ofensiva anti obrera. En Córdoba se expresaba, de manera exacerbada, la situación que Juan Carlos Portantiero definió como de “empate hegemónico” donde la clase dominante en lo económico (que se consolida en el período que describe Tcach) no era hegemónica en el sentido político. El intelectual de Pasado y Presente escribía “especificando una definición política de la etapa actual, agregamos ahora que las líneas generales del proceso desde 1955 se encuadran dentro de lo que llamaríamos fase de no correspondencia entre nueva dominación económica y nueva hegemonía política” (resaltado en el original). Este “empate” llevará a la salida del Onganiato como régimen “superior” del período de la Libertadora. Proyecto de tipo bonapartista que también fracasará ante el ascenso de masas abierto con el Cordobazo.

El movimiento obrero cordobés en la Resistencia

Tcach pone en evidencia la contraposición entre el peronismo de las “capas blandas” (como lo bautizó Cooke) y la resistencia de la clase obrera frente a la avanzada Libertadora. En el año 1956 reseña 14 atentados contra distintas instituciones, llegando a su máximo nivel con el intento de asesinato del interventor militar de la CGT. En julio de 1957, un paro nacional convocado por la Comisión Nacional Intersindical es “acatado masivamente por los trabajadores (…) en Córdoba no hubo diarios ni transportes. En el sector industrial el ausentismo alcanzó el 100%” (Pág. 78). Ese 12 de julio, por primera vez, luego de una década, la FUC se solidarizará con una acción del movimiento obrero. En Noviembre de ese año, se vota el Programa de La Falda que “proponía el control obrero de la producción, el control popular de los precios y la reforma agraria sustentada en expropiaciones a los terratenientes y en el cooperativismo agrario” (pág. 80)
Esta recomposición social y subjetiva del proletariado obliga a la burguesía a ensayar variantes no sólo represivas sino también de contención. Al respecto señala Tcach que la CGT Córdoba es la primera en ser “normalizada” por la dictadura y esto responde a dos factores clave “el imperativo de armonizar las relaciones laborales en un contexto de expansión del sector industrial” y a los efectos del Decreto Ley 14190 que permitía que las segundas líneas sindicales asumieran, “sobre todo en el interior del país” (pág.77)
Estos intentos de “integración corporativa” que serán parte de una política nacional hacia las burocracias sindicales (como bien lo reseña Daniel James en Resistencia e Integración) chocarán constantemente contra el límite que impone la proscripción política del peronismo. La clase obrera seguirá identificando al movimiento fundado por el líder exiliado con la defensa de sus conquistas, como se expresará en las elecciones a intendente de 1962 y las legislativas de 1965 que “mostrarán la vitalidad del peronismo cordobés” (pág. 197) donde los partidos legales que se presentan como “neoperonistas” lograrán importantes votaciones, ganando la Capital provincial en el primer caso y el 38% de los votos en el segundo, volviendo a la cámara legislativa luego de 10 años de proscripción.
Esta dinámica de enfrentamiento agudo y represión sobre el movimiento obrero, prepara las condiciones que darán un salto en mayo del ’69 con el Cordobazo.

La UCR y las clases medias

El autor da cuenta de los giros bruscos que protagonizó el radicalismo en estos años. Lo hace de una manera clara y exhaustiva, mostrando crisis, cambios de frente constantes y los relevos que se dan al interior de las dos fracciones centrales de la UCR. Aquí hace explícito su rechazo a un análisis que parta desde categorías marxistas. Señala que “los radicales de Córdoba cuestionaron por oligárquico y antipopular el conjunto de la políticas económicas implementadas desde 1955, por eso es tan difícil, y a la postre simplificador, explicar el golpismo-más precisamente un tipo de oposición de un sector partidario-en términos de clivajes de clase” (pág. 157)
Pero precisamente, los vaivenes de la UCR expresan la inconsistencia social de las clases medias, sobre las que se asentaba el radicalismo. Tcach intenta “dejar a salvo” a las clases medias, indicando que no siguieron la política de la oligarquía, lo cual se choca de bruces contra la historia por él narrada. La UCR fue parte de la infantería del Golpe del 55’, conformando los comandos civiles que actuaron en aquellas jornadas, atacando sindicatos y unidades básicas. Pero además, entró a participar de los gobiernos golpistas. Citemos al mismo autor: “durante la presidencia de Aramburu-oriundo de la meridional ciudad de Río Cuarto- la dirigencia política cordobesa ocupó un lugar relevante: el radical unionista Mauricio Yadarola fue designado embajador en los Estados Unidos; el radical sabattinista Antonio Medina Allende ejerció la presidencia del banco Central” (Pág. 34) además de que “en la composición del gabinete provincial, la UCR obtuvo dos ministerios claves, los de Gobierno y Hacienda” (pág. 35)
Como señalara Marx el demócrata, como representa a la pequeña burguesía, es decir, a una clase de transición, en la que los intereses de dos clases se embotan el uno contra el otro, cree estar por encima del antagonismo de clases en general (…) ellos representan es el interés del pueblo. Por eso, cuando se prepara una lucha, no necesitan examinar los intereses y las oposiciones de las distintas clases. No necesitan ponderar con demasiada escrupulosidad sus propios medios. No tienen más que dar la señal, para que el pueblo, con todos sus recursos inagotables, caiga sobre los opresores. Y si, al poner en práctica la cosa, sus intereses resultan no interesar y su poder ser impotencia, la culpa la tienen los sofistas perniciosos, que escinden al pueblo indivisible en varios campos enemigos” (Marx, el 18 Brumario, resaltado en original)
Más allá del cuestionamiento discursivo al golpe militar y su programa, de la defensa formal de las instituciones democráticas y el mecanismo del voto, del intento parcial de integrar a la clase obrera al régimen, fue la garantía política, entre las clases medias, del régimen Libertador. La lucha contra el “tirano” le llevó a entregarse en brazos de la oligarquía y su régimen, aceptando la proscripción de la clase trabajadora.
El posterior “giro radical” será el resultado de la creciente decepción de las clases medias con el régimen Libertador, donde se combinarán las enormes limitaciones a las reglas de la democracia burguesa con la misma ofensiva del régimen contra el conjunto de las masas, no sólo de la clase trabajadora, ya bajo el régimen de Onganía como señalamos aquí.

Clases sociales y representación política

El libro de Tcach permite conocer grosso modo un período de tiempo central en la historia reciente del país. En tanto etapa preliminar del ascenso revolucionario de los años 70 es central para entender la dinámica subsecuente.
Pero un análisis basado centralmente en el estudio de las disputas partidarias, impide entender cómo y porqué el proceso devino lo que el autor llama la “creciente militarización de la política”.  Ya habíamos citado a Tcach cuando habla acerca de “la inconsecuencia de las clases dominantes argentinas con el ideario democrático” (pág. 207)
Pero no se trata de “inconsecuencia”, sino de “absoluta coherencia” desde el punto de vista de los intereses económicos de la clase o fracción de clase dominante. Si bien la lucha de clases no puede ser reducida, de manera mecánica, a la caída tendencial de la tasa de ganancia, aquella no puede comprenderse plenamente sin bucear en los fenómenos de los que da cuenta ésta última contradicción. Al decir de León Trotsky cuando las tareas, intereses y procesos económicos adquieren un carácter consciente y generalizado (es decir, "concentrado"), entran, en virtud de este mismo hecho, en la esfera de la política, y constituyen su esencia”
La necesidad política de la alianza de clases dominante en Argentina (que en Córdoba implicaba la fusión con la “aristocracia de la toga”) estribaba en cambiar la relación de fuerzas con la clase obrera para imponer condiciones más favorables a la acumulación capitalista. Si bien esto es tomado en el final del libro de Tcach, queda desjerarquizado en relación al conjunto de los planteos, quedando ubicado como un elemento más de los que gravitan en la definición de la situación y su dinámica.
Contra toda linealidad, el marxismo no ve una determinación absoluta de la esfera política por parte de las luchas en el terreno económico. Por el contrario, como escribe Daniel Bensaïd, “El conjunto de las determinaciones-no solamente económicas sino también políticas-se juntan, más allá de la ‘apariencia superficial que vela la lucha de clases’. El enfrentamiento de los partidos políticos manifiesta su realidad al mismo tiempo que la disimula”. (pág. 176). La política como terreno específico de la lucha de clases tiene su propio dinámica “irreductible al antagonismo bipolar que sin embargo las determina” (ídem). Pero esta dinámica no puede ser autonomizada de manera absoluta.
Esta operación, desde el punto de vista teórico, como hemos intentado señalar, limita los resultados y conclusiones de la investigación histórica. Desde el punto de vista político-ideológico sólo puede facilitar la aceptación acrítica de las normas de juego de la democracia burguesa, evitando prepararse para la perspectiva de la emergencia de grandes conflictos entre las clases sociales como surgieron en los años 70. 

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