sábado, 29 de septiembre de 2012

Cacerolas, clases medias y hegemonía obrera (polémica con Izquierda Socialista)




Por Paula Schaller y Eduardo Castilla

Si todo hecho político donde grandes masas entran en escena conmueve al conjunto de los agrupamientos partidarios, no podía ocurrir lo menos al interior de la izquierda. De ahí que no implique mayor sorpresa la continuidad de los debates suscitados por los cacerolazos masivos que se sacudieron a varias ciudades del país hace pocos días. Aquí se pueden leer varios de los posts escritos sobre el tema. En este blog, subimos recientemente esta nota de los amigos Romano y Crivaro que toma esta cuestión en el marco de una polémica de conjunto con Izquierda Socialista (IS).
Precisamente porque el debate sigue, en su último periódico IS vuelve a pronunciarse sobre la cuestión y pone de manifiesto “nuevos argumentos” para intentar convencernos del error de nuestra “política sectaria” hacia un gran movimiento de las clases medias como el que se vio en esas concentraciones de teflón y Chanel. 
Los compañeros señalan que “el PTS quisiera que las marchas de la clase media levanten un programa revolucionario. Si fuera por deseos, a nosotros también nos gustaría que fuese así. Pero si se quiere modificar la realidad, hay que actuar sobre ella tal cual es. Moverse con fantasías y sectarismo lo impide”.
No albergamos ninguna “ilusión” en que la clase media, como tal, pueda levantar un “programa revolucionario”. En primer lugar porque, como marxistas, no creemos que exista la clase media como una unidad. Tal como planteó primero Marx, y luego todos sus continuadores, es un hecho objetivo que los “sectores medios” sencillamente no pueden ser analizados como un “todo indiferenciado”. Si en términos generales ninguna clase actúa de manera homogénea en la realidad social, en particular las capas medias carecen, a diferencia de las clases fundamentales, de un factor que objetivamente las unifique como tales, como sucede con el proletariado y la burguesía.
Ha sido parte de la herencia de años de restauración burguesa el avance de distintas variantes de la sociología burguesa que definen las clases sociales por diversos "atributos" como su status socio-cultural, su nivel de ingresos, etc. Florecieron así las categorías de clase rica, alta, media, baja, pobre, etc., con lo que no sólo se diluye la categoría de clase como realidad objetivamente estructurada desde el lugar ocupado en las relaciones sociales de producción sino que, consecuentemente, se licúa la ubicación estratégica de cada clase en relación al sistema social de conjunto y, por ende, el papel concreto que cada una de ellas puede jugar en relación a la lucha por su superación. 
Como cuestión general, convendría tener esto en cuenta a la hora de pensar los límites que los sectores medios, por sí mismos, tienen a la hora de articular un programa revolucionario, como desearían los compañeros de IS, ya que para eso sería necesaria su alianza estratégica con la clase obrera alrededor de una política independiente.  Pero vamos por partes.

Volviendo a Marx y Trotsky

Hace pocos días citamos a Marx cuando escribía que “el demócrata, como representa a la pequeña burguesía, es decir, a una clase de transición, en la que los intereses de dos clases se embotan el uno contra el otro, cree estar por encima del antagonismo de clases en general (…) ellos representan es el interés del pueblo. Por eso, cuando se prepara una lucha, no necesitan examinar los intereses y las oposiciones de las distintas clases”. Usamos esta cita para ilustrar los vaivenes de las capas medias argentinas durante el período que va del Golpe contra Perón en el 55’ hasta el Cordobazo.
De alguna manera, podemos decir que amplias capas de las clases medias argentinas hicieron un movimiento pendular en un sentido contrario, pasando de apoyar con sus cacerolas a los piqueteros en el 2001 a batir el parche (o, con más precisión,  la Essen) contra el cepo al dólar y la “inseguridad”. Son las mismas clases medias que en estos años han votado por Macri, Lavagna, Carrió entre otros, han participado en las marchas del (falso) ingeniero Blumberg y apoyado el reclamo de las patronales agrarias contra la 125 (que IS también apoyó en el 2008), además de estar fuertemente vinculadas en algunos casos, como ocurre en Córdoba, al negocio de la soja. Los compañeros de Izquierda Socialista deberían analizar estos elementos, tomar nota de este giro y deducir del mismo todas sus implicancias políticas.
Un análisis marxista debe empezar por definir qué contenido social y político concreto tiene cada fenómeno. Retomemos a León Trotsky que señalaba que “La sociedad contemporánea se compone de tres clases: la gran burguesía, el proletariado y las ‘clases medias’ o pequeña burguesía (….) La pequeña burguesía se distingue por su dependencia económica y su heterogeneidad social. Su capa superior toca inmediatamente a la gran burguesía. Su capa inferior se mezcla con el proletariado” (¿Adónde va Francia? Pág. 20 y 21). Y seguidamente planteaba que la pequeño-burguesía “está políticamente atomizada. Por eso no puede tener una política propia.”
Como conjunto heterogéneo de capas, definidas más por su no-pertenencia a las clases fundamentales que por una relación social objetiva que las agrupe o unifique de conjunto, es imposible pretender una unidad política de estos sectores de manera autónoma. El carácter “independiente” con el que aparecen hoy (diferencia entre esencia y apariencia) es más el resultado de la crisis de la oposición política patronal que de su propia unidad. Pero el camino de su “conversión en fuerza política” (como lloran todos los políticos e intelectuales de la oposición) tarde o temprano deberá pasar, para los sectores que se movilizaron, por alguna variante de la oposición patronal, sea más de derecha (Macri) o con ribetes de centroizquierda (Binner).
Precisamente porque la política no es una esfera completamente autónoma de los conflictos  de clase y sus determinaciones, es necesario partir de las mismas para ubicarse y actuar en la realidad. La política del proletariado (y, en primer lugar, de los partidos que peleamos por aportar a su organización independiente) tiene, necesariamente, que apuntar a ganar para sí a aquellas franjas que puedan ser sus potenciales aliadas. Pero esta “alianza”, para ser progresiva, no tiene que pensarse a la manera de una mera “suma algebraica”, donde a los trabajadores les corresponda “sumar el ruido de sus cacerolas” a los de las capas medias derechistas, sino, por el contrario, debe ser una alianza estratégica, hegemonizada por el proletariado, alrededor de un programa independiente.

De programas e intereses de clase 

Izquierda Socialista se pregunta “¿No tenemos que estar de acuerdo en enfrentar la política kirchnerista de perpetuar a Cristina en el poder? Y la inseguridad, ¿no es un flagelo que afecta a los trabajadores? ¿Le vamos a dejar esas banderas para que las capitalice la derecha o se la vamos a disputar desde la izquierda?”
Nosotros nos preguntamos, ¿A qué clase fortalece tomar la “bandera” de la “inseguridad”? Y por si hiciera falta (lamentablemente, parece que sí), contestamos: ni más ni menos que a la burguesía en su conjunto, porque le termina haciendo el juego a las tendencias al fortalecimiento del Estado burgués y su poder represivo, aplicado sistemáticamente contra la clase obrera, sobretodo sus capas más pobres, como la juventud plebeya que día a día es asesinada en manos de la maldita policía. Esto ya se ha debatido por ejemplo acá. ¿Cómo se puede “solucionar” la cuestión de la “inseguridad” bajo el régimen capitalista? Toda demanda que vaya en ese sentido como exigencia al Estado, levantada además por sectores de las capas medias altas que defienden el derecho a la “propiedad” contra las “intromisiones” del Estado (expresado en los carteles que rezaban que Argentina no sea una nueva Venezuela o Cuba) no puede más que terminar en la exigencia de mayor poder de fuego al aparato represivo. En la medida en que la política para los revolucionarios no es cuestión de “programas quijotescos” sino que apunta a cobrar materialidad para transformar la realidad, nos permitimos preguntarnos ¿qué sería, en concreto, el triunfo de la demanda contra la inseguridad que para IS hay que apoyar? Sería, en concreto, miles de policías más abarrotando las calles. Lo cual, por decir lo menos, bastante lejos está de un programa progresivo que permita sellar una alianza entre la clase obrera y sectores pobres de las capas medias que se oriente en un sentido revolucionario.

La política hacia el movimiento obrero

Izquierda Socialista da su propia versión de la “alianza obrera y popular” necesaria para enfrentar el poder de los capitalistas. En su periódico, dice “que la CGT Moyano llame a un paro nacional para la convocatoria hecha para el 10 de octubre por la CTA Micheli (…) Para permitir que se unan los reclamos de los trabajadores con la clase media descontenta”.
Ya dijimos que nada tienen de progresivas las reivindicaciones de las capas medias derechistas que cacerolearon recientemente, por lo que el apoyo de la CGT o la CTA a las mismas tendría un carácter reaccionario. Pero, agreguemos que, aún si estos fuesen progresivos, resulta que la lógica de “unir” esos reclamos por arriba tampoco soluciona el problema de la alianza obrera y popular, porque “unirlos” es sólo la punta del ovillo. Hace falta desenredar la madeja para llegar a la articulación de una unidad que no tiene, como dijimos, el carácter de mera suma algebraica. Los mismos límites que le impiden a las capas medias levantar un programa independiente de conjunto, son los que le imponen ir detrás de alguna de las clases fundamentales. Es decir, aquellas que pueden dar una expresión más o menos definida a sus intereses, pasando de la esfera de las reivindicaciones económicas corporativas a “la fase más estrictamente política, que señala el neto pasaje de la estructura a la esfera de las superestructuras complejas; es la fase en la cual las ideologías ya existentes se transforman en "partido", se confrontan y entran en lucha” (Gramsci)
Volvamos nuevamente a Trotsky, quien señala que “para atraer a su lado a la pequeña burguesía, el proletariado debe conquistar su confianza. Y para ello debe comenzar por tener él mismo confianza en sus propias fuerzas. Necesita tener un programa de acción claro y estar dispuesto a luchar por el poder por todos los medios posibles”. (¿Adónde va Francia? Pág. 24)
Esa confianza, que se expresa como independencia política y organización, no se desarrolla como tendencia natural espontánea, sino que sólo puede surgir del resultado de una batalla a brazo partido por superar al conjunto de las direcciones del movimiento obrero que le imponen a éste una subordinación política e ideológica a las distintas variantes patronales, como es el caso Micheli y Moyano.
Y, en esta materia, lamentablemente Izquierda Socialista da pasos en el sentido contrario. Ya lo vimos en el paro del 27/6 donde marcharon, contra el consejo de Trotsky, “confundiendo los estandartes” con Moyano, mientras el PTS marchó junto al bloque clasista y combativo del sindicalismo de base, levantando banderas propias en el marco del más amplio frente único para la movilización. Lo vimos además en las recientes elecciones del Sindicato Ceramista de Neuquén, donde IS formó parte de la lista “Gris”, junto a militantes de la Cámpora, el MPN y el PCR, para enfrentar a la dirección clasista de la Marrón. Política que, en primer lugar, sufrió una apabullante derrota, ya que la lista Marrón, encabezada por Marcelo Morales y Chicho Navarrete se impuso con el 71% de los votos, ganando en todas las fábricas, como se señala acá. Digamos de paso que esta elección terminó de dejar en claro que las modificaciones en los estatutos del SOECN son parte de la forja de una nueva tradición en el movimiento obrero, permitiendo que una lista de oposición integre la directiva a pesar de no llegar al 30% de los votos; lo que por otro lado presenta a IS la “paradoja” de que su propio ingreso a la directiva se convierte en una demostración incontrastable de la vigencia de la amplia tradición democrática forjada por años de la conducción Marrón a la que hoy defenestran. 
Ciertamente, y continuando con la discusión, IS -que proclama la necesidad de “movernos sin sectarismos”-, debería aprender de la tradición de los ceramistas del SOECN, que son un enorme ejemplo de cómo pelear por la hegemonía obrera, uniendo sus reclamos a otros sectores explotados y levantando sus demandas, manteniendo siempre bien altas las banderas de la más absoluta independencia de clase.
La lógica de IS va a contramano de una perspectiva que permita desarrollar la independencia política de la clase obrera y la confianza de ésta en sus propias fuerzas, con lo cual su política “realista” de alianza con la clase media termina en el mero embellecimiento de sus reivindicaciones derechistas, contrarias a los intereses de los explotados. 
Esperamos que los argumentos aquí señalados ayuden a profundizar este debate, arrancándolo de la falsa contraposición entre “sectarios” vs. “realistas”. Precisamente porque los trabajadores necesitan una caracterización realista, para orientarse en una perspectiva revolucionaria. 


2 comentarios:

  1. Excelente articulo, camaradas, que polemiza muy bien desde un angulo revolucionario, pero ademas presenta de forma clara, para todos los compañeras/os, conceptos y cuestiones claves de la política y la estrategia marxista. Saludos desde Mexico, Pablo.

    ResponderEliminar
  2. El fracaso del Socialismo nazi y soviético es evidente. Aun así hay descerebrados que siguen fascinados como si el paco no los dejara razonar. Qué personajes más inmundos los facho-bolches .. puajjjjj

    ResponderEliminar