viernes, 1 de febrero de 2013

Trotsky y "el marxismo occidental". Un debate con Agustín Santella



                                           

  " Kote Tsintsadze, antiguo bolchevique, preso en los campos de concentración de José Stalin, envía, a León Davidovich Trotsky, en el papel que utilizaban los detenidos para armar cigarrillos, la siguiente misiva: 'Muchos, muchísimos de nuestros amigos y de la gente cercana a nosotros, tendrán que terminar sus vidas en la cárcel o la deportación. Con todo, en última instancia, esto será un enriquecimiento de la historia revolucionaria: una nueva generación aprenderá la lección" (en Andrés Rivera, "La revolución es un sueño eterno")

Paula Schaller



En un post reciente, Agustín Santella, haciendo una particular relectura de "Consideraciones sobre el marxismo occidental" de Perry Anderson, plantea que "el" Trotsky  "fundador de la IV internacional" debe ser considerado como parte de los marxistas occidentales. Nos dice "Los rasgos del marxismo clásico evolucionaron hasta el último Trotski en cierta consonancia, o por lo menos en cierto campo de la práctica política de la clase obrera. En cambio la cristalización en la IV internacional viene a romper el criterio central de la unidad entre teoría y práctica. Es un hecho sobresaliente que, a diferencia de la historia de las internacionales anteriores, la IV se funde en 1938 en el aislamiento completo respecto de la práctica organizada de la clase obrera. Este contexto social objetivo informa las tesis de sus documentos fundacionales. La relación entre la teoría (programa) y la práctica (organización, acción) de la clase obrera se rompe en la IV internacional. En su autorepresentación, la IV se erige en la síntesis de la tradición histórica del movimiento obrero desde 1850. Esto da a lugar a la afirmación de que el partido revolucionario se funda sobre la base de una experiencia sintetizada en el programa transicional (...) Arribamos a la conclusión de que el último Trotski se asemeja a los marxistas occidentales en cuanto trabaja en el aislamiento político. Pero también con esto contradecimos a Anderson, quien ve en los trotskistas a los últimos marxistas clásicos, quienes intentaron 'mantener la unidad marxista entre la teoría y la práctica'". 

Recordemos que Anderson define las coordenadas del marxismo occidental como un marxismo surgido de la derrota y de la posterior ausencia de revolución, que quiebra la relación orgánica estructural entre teoría y práctica política para refugiarse en el ámbito académico o de los distintos aparatos culturales animados por los partidos stalinistas que se hicieron de masas en la segunda posguerra. Es un marxismo centrado en la reflexión sobre las superestructuras culturales, la estética, etc., pero abandonando la unidad orgánica con la lucha de clases y la reflexión sobre los problemas relativos a la toma del poder por el proletariado. No es el "aislamiento político" (en el caso de Trotsky, impuesto por la represión de la burocracia stalinista, vale decir) lo que caracteriza al "marxismo occidental" para Anderson sino el abandono de la reflexión estratégica, de los grandes problemas relativos a las condiciones de la lucha por el poder. La operación de identificar el marxismo de Trotsky con este "marxismo de la derrota", por el hecho de que la IV permaneció en el estadio de grupos de propaganda y no se hizo una internacional de masas, resulta insostenible. Así como en nuestro país se terminó imponiendo entre la intelectualidad una apropiación socialdemocratizada del pensamiento gramsciano, haciendo una lectura reformista de éste donde la guerra de posición se presenta en términos de una estrategia gradualista de conquista del poder, Santella intenta negar la validez del pensamiento de Trotsky y el programa de la IV internacional como herramientas para la acción política presente. Para esto, recurre a una caricaturización de Trotsky donde éste, estando confinado, habría perdido su talla de estratega y se habría dedicado a empresas políticas marginales que no hicieron más que divorciar su pensamiento de la acción política. 

Pero si la aquella es una operación que requiere forzar la lectura de la obra de Gramsci, ésta última se plantea como prácticamente imposible si tenemos en cuenta que, aun considerando exclusivamente el período de fines de los años '30 en el que Trotsky para Santella habría trasmutado de "marxista clásico" a "occidental", éste representaba para la burguesía imperialista el espectro de la revolución. Es conocida aquella conversación del año ‘39 entre Hitler y el embajador francés Coulondre, donde éste le plantea el temor a que, como consecuencia de la guerra, "Trotsky sea el ganador", refiriéndose con esto a una perspectiva revolucionaria por parte de las masas. Lo mismo veía en el pensamiento y la acción política de Trotsky la burocracia stalinista, que lo mandó a asesinar en el ‘40 no precisamente por hacer el inofensivo marxismo "escindido de la práctica" que se figura Santella. 


El "marxismo estratégico" de Trotsky


Trotsky intervino en uno de los momentos más convulsivos del s XX, que si de conjunto fue para Hobsbawm el "siglo de los extremos", concentró en las décadas del 30-40 la dialéctica de crisis, guerras y revoluciones connatural a la época imperialista, donde estaba en el centro de la reflexión teórico-política la perspectiva de grandes batallas de clases. Trotsky fue, en pleno choque entre las tendencias a la revolución y la contrarrevolución, un estratega del proletariado, y su marxismo fue un marxismo estratégico, en el sentido de que el centro de su reflexión teórico-política estaba enfocado en las vías para la toma del poder por el proletariado. A diferencia de la primera generación de marxistas clásicos como Marx y Engels, o la segunda generación de Kautsky, Mehring, Plejanov, Labriola, etc., el marxismo de Trotsky, Lenin y Luxemburgo se caracterizó precisamente por asimilar la dialéctica de una nueva época que generalizaba las premisas para la revolución proletaria. Es decir que no sólo su marxismo está "unido a la práctica", como también lo estaba el de Marx y Engels y el de los teóricos de la II Internacional, sino que elevó a un nuevo nivel esa fusión, expresada en la unión entre la ciencia del marxismo con el "arte" de la estrategia: “Todavía hay una cuestión más importante. Aprender el arte de luchar. No puede aprenderse el arte de la táctica y la estrategia, el arte de la lucha revolucionaria, más que por la experiencia, por la crítica y la autocrítica” (“Una escuela de estrategia revolucionaria”). Así lo plantea Brossat: “El horizonte político de Lenin y Trotsky se encuentra pues, inmediatamente determinado por la perspectiva de la actualidad de la revolución proletaria (...) Mientras ellos tenían que responder a todos los problemas estratégicos y tácticos, teóricos y prácticos, políticos y organizativos que plantea la perspectiva inmediata de la revolución, Marx y Engels sólo se enfrentaban a sus premisas, jalonadas por la sucesión de ofensivas y derrotas del proletariado europeo”. ("En los orígenes de la revolución permanente").   

Esto explica que Trotsky haya podido formular la más lúcida teoría de la revolución para la época imperialista, aplicando a las relaciones económicas y políticas la ley del desarrollo desigual y combinado para establecer la posibilidad de que la revolución proletaria se dé en un país de desarrollo capitalista atrasado antes de triunfar en el centro capitalista. Pero como la Teoría de la Revolución Permanente no es una mera sociología sino, como bien dice Brossat, "una teoría del sujeto", y por ende inescindible del factor consciente organizado en partido revolucionario, el marxismo de Trotsky es inescindible de su actividad práctica por la construcción de una dirección revolucionaria del proletariado. Si algo distinguió su marxismo fue que supo "hablar en el lenguaje de la época", distinción que el mismo explica al analizar el tránsito de la II a la III internacional: "Entendemos por táctica en política, por analogía con la ciencia bélica, el arte de conducir las operaciones aisladas, y por estrategia el arte de vencer, es decir, de apoderarse del mando. Antes de la guerra, en la época de la segunda internacional, no hacíamos estas distinciones, nos limitábamos al concepto de la táctica socialdemócrata; y no obedece al azar nuestra actitud, la socialdemocracia tenía una táctica parlamentaria, una táctica sindical, una municipal, una cooperativa, etc. En la época de la segunda internacional no se planteaba la cuestión de la combinación con todas las fuerzas y recursos de todas las armas para obtener la victoria sobre el enemigo, porque aquella no se asignaba prácticamente la misión de luchar por el poder”. Trotsky fue uno de los más brillantes exponentes de esa Tercera Internacional que, en sus palabras, "restableció los plenos derechos a la estrategia revolucionaria del comunismo". ("Stalin. El gran organizador de derrotas"


La dialéctica de la relación objetivo-subjetivo.  


El análisis de Santella abreva en la tesis sostenida entre otros por IsaacDeutscher o el menos conocido I. Craipeau de que la fundación de la IV Internacional en el '38 habría sido una empresa voluntarista por estar los oposicionistas aislados del movimiento de masas y darse en un marco en el que primaban las derrotas que allanaron el camino a la Segunda Guerra Mundial. Más específicamente, Santella parece moverse en las coordenadas de la crítica teórica formulada por Deutscher, que señalaba que el marxismo de Trotsky sufrió un quiebre con el exilio que lo llevó a la ruptura de relaciones intelectuales con sus pares, aislando su pensamiento. 

Otros, como Jean Baechler, realizaron análisis más sofisticados, haciendo eje en la "tensión intrínseca" del marxismo entre el "determinismo fatalista" y el "subjetivismo voluntarista", señalando que en el pensamiento de Trotsky este equilibrio se mantuvo durante los períodos de ascenso de la revolución, pero fue mucho más inestable en los últimos años veinte, rompiéndose de forma definitiva en los treinta. Así, "aunque Trotsky habría conservado su extraordinaria capacidad como analista crítico de la realidad objetiva, perdió definitivamente su talla como político y fue víctima de un voluntarismo utópico: de la esperanza absurda de que un par de cientos de personas, inspiradas en sus ideas, conseguirían llegar a cambiar el curso de la historia". (Ver  "El pensamiento de León Trotsky"

Pero, como bien destaca Mandel, "lo que inicialmente aparecía como dos polos opuestos que desgarran al marxismo (“el determinismo fatalista”, “el subjetivismo voluntarista”) se integra crecientemente en una unidad superior (unidad-y-lucha, unidad-y-contradicción, si se quiere) entre el análisis teórico objetivo y la praxis revolucionaria. Sin teoría científica, la praxis revolucionaria está condenada a la inefectividad de la utopía: la realidad no puede ser transformada de forma consciente a menos que sea comprendida en toda su profundidad. Pero sin praxis revolucionaria, la teoría científica se hace más y más estéril en un doble sentido: tiende a la observación pasiva, y al hacerlo así escapa al criterio último de la verdad, la verificación práctica". (Mandel, "El pensamiento de León Trotsky") 

Ahora bien, precisamente la época imperialista, donde el capitalismo ha pasado a ser un sistema "reaccionario en toda la línea", permite una nueva relación entre lo objetivo y lo subjetivo, donde objetivamente están maduras las premisas para la revolución proletaria y el factor subjetivo pasa a ser la clave del proceso histórico, lo cual, desde ya, no quiere decir que haya una inminencia absoluta de la revolución:  “El carácter de la época no consiste en que permite realizar la revolución, es decir, apoderarse del poder a cada momento, sino en sus profundas y bruscas oscilaciones en sus transiciones frecuentes y brutales (...)  “si no se comprende de una manera amplia, generalizada, dialéctica, que la actual es una época de cambios bruscos, no es posible educar verdaderamente a los jóvenes partidos, dirigir juiciosamente desde el punto de vista estratégico la lucha de clases, combinar exactamente sus procedimientos tácticos ni, sobre todo, cambiar de armas brusca, resuelta, audazmente ante cada nueva situación.” (Trotsky, “Stalin, el gran organizador de derrotas”). 


Ni subjetivismo voluntarista ni fatalismo político.


Y esto nos conduce al problema de fondo: ¿Fue un acto de mero voluntarismo político-organizativo, carente de fundamentos objetivos, la fundación de la IV Internacional?

En un sentido general, todas las internacionales surgieron al calor de procesos de recomposición subjetivos del movimiento obrero y expresaron sus distintos niveles de desarrollo a lo largo de su experiencia histórica; cuestión que a su manera toma Novack cuando, recogiendo las definiciones de Trotsky y Lenin, define a la Iª Internacional como la "Internacional de la anticipación", a la IIª como la "Internacional de la organización" y a la IIIª como la "Internacional de la acción". ("La Primera y Segunda Internacionales") La Iª surgió al calor de la crisis capitalista de 1857, en el marco de un despertar político de la clase obrera francesa e inglesa en la lucha por la conquista de sus derechos políticos y sindicales, y de hecho "murió", aunque formalmente lo haría más tarde, tras la derrota de la Comuna de París; la IIª surgió, en un marco general de ascenso capitalista, al calor del vigoroso desarrollo del movimiento sindical y la socialdemocracia en Alemania en particular y en Europa en general; la IIIª surgió al calor del ascenso revolucionario de la primera posguerra, apoyada sobre la fortaleza del naciente estado proletario ruso, y aunque sería liquidada por Stalin en el ‘43, políticamente se había convertido en un factor de retraso y derrota de la revolución mundial ya desde la década anterior. En síntesis, cada internacional nació ligada a fenómenos de masas en el movimiento obrero.

La IVª se fundó en el marco de un retroceso subjetivo de la vanguardia revolucionaria (brutalmente golpeada por la persecución stalinista que ya había ejecutado los Juicios de Moscú) y de duras derrotas del proletariado mundial (ascenso del fascismo en Alemania, derrota de la revolución española, etc.) que habían revelado por la negativa la importancia crítica de la dirección en momentos de aguda lucha de clases. Trotsky era perfectamente consciente del peso político de estas derrotas, y basta ver sus elaboraciones sobre Alemania, Francia o España a lo largo de los '30 para comprobar que él más que nadie insistió en que allanaban el camino a la burguesía imperialista para arrastrar a las masas a la carnicería de la Segunda Guerra Mundial. El fundamento para la creación de la IV en una coyuntura tan desfavorable estaba en las perspectivas revolucionarias que Trotsky preveía (y que la historia posterior confirmó) que desataría la guerra, lo cual hacía necesario forjar un armazón teórico-político-programático, expresado en partidos y en cuadros sólidos que pudiesen empalmar con lo más avanzado que dieran estos ascensos para conducirlos al triunfo de la revolución proletaria. El punto es que, a diferencia de los fatalistas, Trotsky no vio en estas derrotas una regresión definitiva, sino que, basado en el análisis de las condiciones objetivas que empujarían nuevamente a las masas a la acción, planteó la posibilidad de su reversión. 

Dice Trotsky "los escépticos se preguntan: ¿Pero ha llegado el momento de crear una nueva Internacional? Es imposible, dicen, crear 'artificialmente' una internacional. Sólo pueden hacerla surgir los grandes acontecimientos, etc... La IV Internacional ya ha surgido de grandes acontecimientos; de las grandes derrotas que el proletariado registra en la historia. La causa de estas derrotas es la degeneración y traición de la vieja dirección. La lucha de clases no tolera interrupciones. La III Internacional, después de la II, ha muerto para la revolución. Viva la IV Internacional!" ("El Programa de Transición") 

Y es que, tal como dice Mandel, "para facilitar el surgimiento de esta nueva vanguardia y de esta nueva dirección, era necesario defender la continuidad programática del comunismo, que el estalinismo amenazaba con destruir completamente. Una continuidad que no podía asegurarse solamente con libros, panfletos o artículos, que tenía que encarnarse en una nueva generación de cuadros y militantes". ("El pensamiento de León Trotsky") 

Y éste es un aspecto central que la lógica de Santella directamente niega como problema, que es la cuestión de cómo sostener la continuidad histórica de un programa y una tradición en momentos de reacción. Desde su óptica, esta posibilidad está excluida porque en momentos de retroceso político e ideológico, donde la actividad de los revolucionarios no empalma con el movimiento de masas, el "aislamiento" es sinónimo de alejamiento de los principales problemas políticos de la hora.  

Pero entonces, nos preguntamos si acaso estuvieron alejados de las necesidades políticas los "aislados" participantes de las Conferencias de Zimmerwald y Kienthal que, ante la traición de la Segunda Internacional apoyando la guerra imperialista, formaron un reducido grupo de revolucionarios internacionalistas que, al decir de Lenin, "cabían en un sillón". Estas conferencias forjaron contra la corriente la continuidad del programa del marxismo revolucionario, sobre cuyos hombros se alzó la Tercera Internacional.  

Pese a que el pronóstico de Trotsky para la posguerra se demostró acertado sólo parcialmente, en lo relativo al ascenso revolucionario que desató la guerra, pero equivocado en cuanto a que la IVª se haría de masas ante la debacle de la burocracia soviética, estratégicamente, la tarea de la IV Internacional fue de una enorme envergadura histórica que se correspondió con las tareas de la hora y que aún hoy condensa la continuidad del programa del marxismo revolucionario.

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