Por Eduardo Castilla y Javier Musso
La crisis
económica en Europa se convierte, crecientemente, en crisis social y condena a
las masas pobres a terribles padecimientos. Desde los desahucios que recorren
España, hasta la reciente aparición de las “viudas
de la recesión”, hay un hilo conductor marcado por las consecuencias de una
crisis que se viene expresando en ajuste hacia el pueblo trabajador y garantía
de sus ganancias para los grandes capitalistas. Cada vez más, esto pone al
desnudo el rol de los estados como garantes de los negocios de la burguesía. En
ese sentido aporta a la maduración política de las masas, al mostrar el
carácter social del estado.
Esta situación está
en la base de los fenómenos políticos que se vienen desarrollando en los
últimos años. Las recientes elecciones en Francia y Grecia son sintomáticas en
este sentido. Las votaciones que allí se realizaron constituyen parte de las
respuestas a la crisis que recorre el viejo continente. En los resultados de
las urnas se expresa la emergencia de fuertes tendencias eurófobas así como el
repudio a la Europa “del ajuste”, aunque sin despertar enormes esperanzas.
Junto a estos
procesos electorales, se viene dando una creciente entrada en escena del
movimiento obrero y la juventud en respuesta a los ataques de los gobiernos
para garantizar el Pacto de
Estabilidad reafirmado a fines del 2011. Se empiezan a delinear así los polos
de una situación que empieza a caminar, todavía lentamente, hacia un período
similar a los años 30’. Período marcado por el enfrentamiento abierto entre
revolución y contrarrevolución.
Ascenso de la derecha y crisis social
Un aspecto
central de este proceso es el crecimiento, en toda Europa, de las tendencias de
derecha, racistas y eurófobas. Amanecer
Dorado en Grecia es la expresión más desarrollada. Marine Le Pen en
Francia, Geert Wilders en Holanda entre otros, son otras de las manifestaciones
de ese mismo fenómeno. Tratando de aprovechar esta tendencia, Sarkozy, hacia el
final de su campaña llegó a pedir exámenes de francés a quienes pretendieran
cruzar la frontera.
Lo que se
expresa políticamente por arriba es el resultante de la enorme frustración de
masas ante la crisis y sus secuelas. El odio contra los inmigrantes, el
antisemitismo y la islamofobia son algunas de las variantes ideológicas que
intentan imponer estos sectores de derecha y que llegan a transformarse en
tragedias. Hace pocos meses vimos la masacre de 3 niños y un rabino en una
escuela de Francia. En julio del 2011 fuimos testigos del salvaje asesinato de
77 estudiantes laboristas en Oslo por Anders Behring Breivik.
Esas expresiones
brutales se combinan con cientos de episodios similares, de distinta
envergadura. Los dirigentes de extrema derecha acicatean
estos sentimientos reaccionarios como una forma de desviar el odio de las masas
pobres hacia otros sectores oprimidos y explotados, en lugar hacerlo hacia la
clase capitalista, verdadera responsable de la crisis.
El “peligroso” señor Hollande
En Europa, en el
marco de la crisis, se viene expresando la aguda contradicción existente entre
el desarrollo de las fuerzas productivas y las fronteras nacionales que ya señalara
el marxismo hace siglo y medio. La Europa prefigurada por el capital
imperialista muestra sus profundas contradicciones. La unidad supraestatal choca a
cada momento con las realidades nacionales y abre la perspectiva del fin del
Euro como moneda común.
El capital
financiero internacional actúa de manera anárquica, atacando a los estados
nacionales, poniendo en riesgo su estabilidad mediante la suba del riesgo país
y la especulación con los bonos de las deudas públicas. Al mismo tiempo, desde
las calificadoras y los grandes medios de comunicación, se han convertido en
apóstoles del ajuste a las finanzas estatales, para garantizar un “estado
mínimo”. En ese sentido, estamos asistiendo a un ataque al pacto
neoliberal que implicó una importante estabilidad política dentro de las
potencias durante las últimas dos décadas.
La acción del
capital imperialista socava las bases políticas de los estados y los regímenes burgueses. Como se desprende de esta nota,
el gobierno español es obligado al ajuste más allá de que eso acelere la
pérdida de su prestigio político. Hace pocos días, esta nota de The Economist consideraba
“peligroso” a Hollande por no ser lo suficientemente enfático en la garantía de
los ajustes necesarios y la defensa de los intereses de la banca. Para que no
quedaran dudas, la nota afirmaba que, si Hollande continua y profundiza el
camino de Sarkozy, “no one would be happier than this newspaper” (nadie sería más feliz que este diario).
Los límites del ajuste
La “austeridad”
es la bandera del capital financiero
internacional para salvar al Euro. The Economist expresa su
“preocupación” por el crecimiento del rechazo en Francia y en los Países Bajos
hacia la Unión Europea y, esencialmente, hacia los ajustes para sostener la
moneda común.
Pero tanto la
elección de Francia como la de Grecia ponen sobre el tapete los límites para
imponer las medidas de ajuste hacia las masas. En el caso de Hollande, su
discurso de campaña tuvo como componente importante la necesidad de aportar al
crecimiento, lo que es un límite para la política que venía siguiendo el eje
“Merkozy”. Política que empieza a ser cuestionada no sólo por acciones de lucha
de sectores de masas, sino incluso por gobiernos y partidos políticos, que no
están dispuestos a pagar el costo social de ese ajuste.
Como se señala acá
“Lo más importante de la victoria de
Hollande es que se produce en un contexto en el que el cambio de discurso ya se ha producido.
El FMI, la Comisión Europea, el Gobierno holandés, todos se han subido ya al
tren del crecimiento”
Reformismo sin reformas
Pero
precisamente allí es donde se expresan los mayores límites del reformismo del
PS. Frente al crecimiento de la derecha xenófoba y racista, sectores amplios de
las masas parecen albergar la esperanza
de que la vuelta de la socialdemocracia, sea un límite a los ajustes y restaure
su nivel de vida.
Pero estas
esperanzas pueden transformarse, en el período próximo, en desencanto y
desazón. Como señalan muchos analistas, el nuevo gobierno se halla limitado en
cuanto a las medidas que puede tomar para frenar la crisis. Hollande gobernará
en los marcos de la estructura capitalista impuesta por 30 años de avance
neoliberal. Acá
se señala, por ejemplo, que “Respecto al
paro, los márgenes de maniobra son muy estrechos. Las medidas propuestas por
Hollande no van a cambiar las coordenadas del problema, pues no podrá desestabilizar más las leyes del
mercado de trabajo sin poner en peligro sus bases sociales; tampoco podrá
relanzar fuertemente el crecimiento sin aumentar el déficit público”
Además, las esperanzas
chocan de frente con las transformaciones del PS en las últimas décadas, ya que
fue el partido que inició el avance neoliberal de la mano de Mitterrand e
impuso leyes de flexibilización laboral bajo el gobierno de Jospin. Sus dirigentes actuales son la viva
encarnación de la distancia con la vida de las masas. Estas transformaciones
son las mismas que sufrieron todos los partidos socialista de Europa, como
expresión del giro neoliberal.
La emergencia de la lucha de clases
El futuro llegó
hace rato. No son sólo las tendencias de derecha las que emergen en la
situación política, sino que además estamos presenciando un lento despertar del
movimiento obrero y de la juventud europea en el último período. Así se intenta
ponerle límites, aún tibiamente, a los ataques del capital.
Esta lentitud es
la resultante de dos elementos: por un lado, el rol de la burocracia sindical
en los países imperialistas que juega un papel central a la hora de frenar las
tendencias a la movilización de masas. Un ejemplo categórico lo vemos en España
donde los ataques del gobierno y las patronales han venido avanzando sin que
las direcciones sindicales hayan dado una respuesta contundente.
El enorme paro
del pasado 29 de
marzo es una respuesta tardía, cuando la desocupación en España se acerca a
los 6 millones de parados. Sin embargo, más allá de eso, la clase obrera del
Estado español mostró una enorme fuerza en esa acción. Incluso en la misma
huelga ha habido sectores que superaron en la acción los límites que quería
imponer la dirección del movimiento. Se demuestra que era posible frenar el
avance capitalista antes. En ese sentido, el papel de la burocracia sindical,
ha sido fundamental para este resultado.
En segundo
lugar, la clase obrera europea despierta a la lucha de clases después de años
de conformismo. Si bien hemos visto importantes peleas parciales en las últimas
décadas, ante la magnitud del ataque, está dando las primeras respuestas ante
los ataques. Sin embargo, esto no implica una definición fatalista. Por el
contrario, estas acciones anuncian las futuras luchas de la clase trabajadora
europea que mantiene una fuerza social enorme. Fuerza que podrá expresarse en
la medida que supere a sus viejas direcciones reformistas.
Para este
objetivo es central el papel que juegue la izquierda que se reclama
anticapitalista o revolucionaria. Hasta el momento, lamentablemente, ha jugado
un rol completamente conservador en cuanto a desarrollar las tendencias más
radicales que se expresaron en las luchas de masas en estos años. Eso hemos
cuestionado en este balance
y vuelto a señalar aquí,
a propósito del balance de la primera vuelta de las elecciones en Francia.
Los años de “restauración
burguesa” moldearon una izquierda conformista, adaptada a los marcos del
estado capitalista en las potencias imperialistas. Izquierda que limó sus
programas hasta convertirlos en simples plataformas electorales, dejando de
lado una preparación consciente para los momentos en que la lucha de clases se
torne aguda y el capital descargue su furia sobre las masas trabajadores.
Por el
contrario, de lo que se trata es de construir una fuerza política y social, no
sólo en Europa sino en los lugares donde sea posible avanzar ya mismo, que se
prepare para los momentos de aguda lucha de clases. Definir qué vamos hacia
momentos similares a los años ‘30, implica definir la posibilidad del surgimiento y desarrollo de fenómenos como
el fascismo, los frentes populares y la revolución social. Se trata, en fin, de
retomar la tradición del trotskismo para preparar partidos revolucionarios que
pueden ser un factor de peso frente a esos escenarios.
Agradecemos los aportes de Manolo Romano y Virginia Pescarmona, que influyeron en el texto final.
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