La nota aborda las relaciones
posibles entre una izquierda anticapitalista y los gobiernos nacidos en América
Latina en la última década planteando puntos de convergencia y divergencia. De
la descripción y el análisis concluye que “Hoy
es claro que si estos gobiernos fracasan lo que vendrá no será “más izquierda”
sino tendencias restauracionistas del viejo orden” (Pág. 51).
La conclusión sorprende teniendo
en cuenta que a lo largo de la nota, el autor señala los incontables límites de
estos gobierno, tanto en el plano de las transformaciones económicas como en el
de la democratización del régimen, mostrando la tensión permanente (y
creciente) entre las decisiones de los líderes y las demandas de las masas que
se expresan a través de sus luchas y organizaciones.
Una explicación marxista implica
pensar la dinámica de estos gobiernos y la ubicación política ante los mismos, partiendo
del profundo proceso de masas que sacudió la región desde fines de los 90’,
como respuesta a los planes neoliberales impuestos por el imperialismo y los
organismos de crédito internacional, aplicados por gobiernos completamente cipayos.
De ahí la correcta afirmación del autor “la
radicalidad de los procesos sudamericanos no depende solamente de las apuestas
ideológicas de los gobiernos (…) sino de una serie de trayectorias políticas e
institucionales previas, incluyendo los niveles de desconfianza política”
(p. 41).
Neoliberalismo y crisis de representación
Las décadas que transcurrieron
desde la derrota del último gran ascenso revolucionario, (período que hemos
denominado de “restauración
burguesa”) significaron un agravamiento de las penurias para las masas
mientras las elites políticas entregaban el conjunto del patrimonio nacional. Como
consecuencia de esto, y con diversos matices y ritmos, el proceso de “separación entre representantes y representados”
(al decir de Gramsci)
fue común a todos estos países, implicando un quiebre profundo con los viejos
partidos administradores del capitalismo neoliberal. Bajo aquella forma de dominio,
no sólo quedaban fuera de toda decisión las masas (como ocurre en todo estado
capitalista) sino incluso fracciones de las burguesías que ligaban su
producción al mercado interno.
La profundidad de ese
cuestionamiento llevó a los levantamientos revolucionarios de masas de
Diciembre del 2001 en Argentina, Octubre de 2003 en Bolivia y mayo-junio del
2005 en ese mismo país, que pusieron de manifiesto las profundas grietas entre
las masas y los viejos partidos.
En Argentina, las “Jornadas
revolucionarias” del 19 y 20 de diciembre del 2001 pusieron a cientos de miles
en las calles con un potente grito: “Que
se vayan todos”. En Bolivia, la crisis del 2005 implicó el llamado a
elecciones a fines de ese año, donde los partidos del viejo régimen fueron
completamente destrozados
y emergió el MAS como partido de gobierno. En el caso de Argentina, las formas
que adquirió el desvío de las jornadas revolucionarias se vienen debatiendo,
entre otros lugares, en el blog de Fernando
Rosso señalando el carácter restauracionista del kirchnerismo y su función
“normalizadora” del estado burgués.
De manera análoga y salvando las importantes
diferencias entre los distintos países, el arribo al poder de sectores de
origen radicalmente distinto al personal político que gobernó durante los 80’ y
90’, expresan esa ruptura. Son además la mecánica política que halló la clase
dominante para apuntar a la restauración de un poder que corría serios riesgos
ante la emergencia revolucionaria de las masas. Sobre Bolivia dijimos acá “el ascenso 2000-2005 cambió la relación de fuerzas en el país, demolió
el régimen de la democracia pactada, derrotó los intentos de profundizar el
plan neoliberal y arrancó, como subproducto de su fuerza y como precio a pagar
por la burguesía para detener su empuje, algunas concesiones parciales de
carácter democrático (…) la remoción de los rasgos más escandalosamente
racistas de la opresión estatal sobre aymaras, quechuas y demás pueblos
originarios que constituyen la amplia mayoría de la población trabajadora rural
y urbana”
La burguesía domina, pero no gobierna
Es evidente que estos gobiernos
no son los representantes políticos directos de la gran burguesía. El personal
político que gobernó los destinos de estas naciones durante los años 90 fue
golpeado por las acciones de masas y los gobiernos posneoliberales fueron “soportados”
por las clases dominantes ante la imposibilidad de dirigir el estado por medio
de sus propios representantes.
Precisamente de esta
contradicción surgen las profundas tensiones que han enfrentando estos
gobiernos ante los ataques de una derecha golpista en Venezuela, separatista en
Bolivia y “destituyente” en Argentina. El golpe militar de abril del 2002 y el
lock out petrolero posterior contra Chávez, las acciones separatistas de la
burguesía del Oriente petrolero en el caso de Bolivia, la movilización ofensiva
de las patronales del campo en Argentina, expresaron los profundos límites que
impone la burguesía latinoamericana, como socia menor del imperialismo, a
cualquier medida que afecte sus intereses más o menos directamente.
Sin embargo, estos gobiernos, en vez
de profundizar en el ataque a las bases de sustentación de ese poder real,
intentaron llegar a acuerdos y negociaciones que les permitieran sostenerse en
el poder, garantizando la continuidad de los aspectos más conservadores de esas
formas de dominio, sin afectar profundamente la estructura económica de esos
países, manteniendo en lo esencial la dependencia a los vaivenes de la economía
internacional.
Un estado que no se repliega
Lógicamente, esta continuidad
también se sostuvo en el terreno del estado burgués, donde la vieja maquinaria
burocrática sigue funcionando con miles de representantes del poder capitalista
en distintos niveles.
Stefanoni se pregunta “¿Qué pasa cuando los soviets se repliegan?
Claramente, hoy el MAS es incapaz de construir espacios de debate interno y de
posicionar temas en la agenda pública” (pág. 47). Luego señala que “el viejo estado aparece a menudo como una
traba para la revolución que se resuelve creando institucionalidades paralelas”
(pág. 50-51).
Esta contradicción entre el
carácter del estado bajo el gobierno de Chávez y las aspiraciones de las masas
ha sido descripta con amplitud por Modesto
Guerrero, alguien a quién no se puede acusar de “escuálido” o “agente del
imperialismo”. En su libro Venezuela 10 años después, Dilemas de la revolución
bolivariana escribe “Venezuela
vive un proceso revolucionario sobre conquistas parciales radicales,
segmentarias, sectoriales. Vistas en su conjunto empujan a la nación hacia
delante, aunque haya retrocesos parciales o sectores en retraso, incluso
podridos, que requieren cirugía revolucionaria después de 10 años (…) todo
tiende hacia una revolución, pero camina por partes, distorsionada por las perversiones del aparato estatal, la apropiación
privada del plus trabajo, el carácter burgués de su funcionamiento, los
estados alienatorios y esa contradicción compleja entre el dominio capitalista
en las ciudades y el poder creciente de los movimientos de oprimidos y
explotados”
(pág. 57-58, negritas nuestras)
En otra parte agrega “Si no se da el salto a una completa
revolución social, se debe a que el estado sigue siendo una máquina
capitalista fagocitadora, con todas sus mañas y vicios, asentado en la
tradicional dominación privada y en una burocracia dislocante de más de 800.000
funcionarios. En ellas radica el peligro frente al poder del enemigo. En
las transformaciones está su fuerza, en
la naturaleza del estado está su vulnerabilidad. (pág. 92, negritas
nuestras)
Sobre la base de esta continuidad en el
estado, se vienen fortaleciendo las tendencias a regímenes de tipo
bonapartista. Stefanoni cita en su nota a Chávez pidiendo “lealtad”
hacia su figura: “Exijo lealtad absoluta
a mi liderazgo…no soy un individuo, soy un pueblo (…) los que quieran patria
vengan con Chávez…Aquí en las filas populares, revolucionarias, exijo máxima
lealtad y unidad. Unidad, discusión libre y abierta, pero lealtad…cualquier
otra cosa es traición” (pág. 46).
Modesto Guerrero nos ilustra aún más “Chávez potenció al comienzo el desarrollo
del poder popular, luego, desde 2004, se acentuó la tendencia a controlarlo y
estatizarlo” (pág. 137) para luego agregar que “El gobierno, a pesar del llamado de Chávez a profundizar el poder
popular, se sostiene más en viejas instituciones del estado capitalista, entre ellas las fuerzas armadas, que en
las organizaciones sociales de barrios, obreros y campesinos” (pág. 213,
negritas nuestras)
En este marco se sostienen muchas de
las tendencias socialmente reaccionarias. Como lo señala acertadamente Stefanoni,
en el caso de Bolivia y Venezuela, “si
miramos hacia las sensibilidades ético/morales, no es difícil advertir que
estos procesos no sólo carecen de radicalidad sino que pueden (al menos sus
fracciones hegemónicas) ser abiertamente conservadores en términos de derechos
reproductivos o los derechos para las llamadas minorías sexuales y de género”
(pág. 42).
Tendencias a la autoorganización, estrategia y estado obrero
A lo largo de su nota, Pablo Stefanoni
no responde a una pregunta que es esencial para plantearse una perspectiva
estratégica. La pregunta a la que debería responder el autor es ¿Por qué retroceden los soviets? Precisamente
porque los soviets (organismos que no llegaron a desarrollarse en ninguno de
los procesos que hemos mencionado en esta nota) no pueden convivir con el estado
burgués. La continuidad de las formas del estado burgués, aunque cambien su
personal político, implica el intento de anular las tendencias a la autonomía
que surgen en el movimiento de masas en el curso de procesos revolucionarios.
Esta cuestión fundamental se ha
puesto a prueba a lo largo del siglo XX de manera evidente y en los procesos
sobre los cuáles discute la nota. En Argentina vimos como la reconstrucción de
la autoridad estatal de la mano del kirchnerismo fue acompañada de intentos de
estatizar las asambleas populares, regimentar el movimiento de las empresas
recuperadas apostando a su transformación en cooperativas y la integración de
los movimientos piqueteros al estado nacional por medio del reparto masivos de
subsidios al desempleo. En Bolivia la construcción del “estado plurinacional”
fue de la mano de sacar a las masas de la escena, con la convocatoria a la
Asamblea Constituyente como gran mecanismo de “refundación” del país. En
Venezuela, volvemos a citar a Modesto Guerrero quién afirma que “el obrero y el asalariado urbano (...) debe vérselas con el
capitalista,el
burócrata del ministerio,los jueces,la policía,los medios
del enemigo y sobre todo la nueva burocracia sindical”( Pág.179.)
Esto es el resultante de los
límites que tiene, para las clases subalternas, intentar operar en el marco del
estado burgués y reafirma la sentencia de Marx y Engels en el prólogo del
Manifiesto Comunista de 1872, donde se señala que “la
clase obrera no puede limitarse a tomar posesión de la máquina del Estado en
bloque, poniéndola en marcha para sus propios fines”. Esto significa, como señala Lenin que “El pensamiento de Marx consiste en que la
clase obrera debe destruir, romper la "máquina estatal existente" y
no limitarse simplemente a apoderarse de ella” (El estado y la revolución)
Las tendencias al surgimiento de
organismos de doble poder
se dan casi “naturalmente” en todo proceso de lucha de clases agudo. Incluso en
luchas parciales la existencia de asambleas, coordinadoras u otras formas de auto-organización
son comunes. Pero en cada lucha parcial y, aún más en los procesos revolucionarios,
intervinieren corrientes políticas que postulan salidas estratégicas opuestas. Por
eso mismo es fundamental la batalla constante contra las corrientes políticas
que se proponen limitar la movilización de las masas a reformas que no cuestionen
la propiedad privada capitalista ni al estado que protege sus intereses.
Esas corrientes limitan el
desarrollo de esas tendencias al doble poder. A lo largo del siglo XX, este
accionar se vio en reiteradas ocasiones. Tomemos sólo el ejemplo de la
revolución alemana de 1918. Escribe Víctor
Serge “Los consejos obreros eran la
única autoridad verdadera que había en el país; pero la socialdemocracia
disponía en ellos de abrumadoras mayorías. El congreso de los consejos de
Alemania (…) rechazó por 344 votos contra 98 una moción (…) en la que se
afirmaba el principio del poder de los Soviets, e hizo entrega del poder a los
Mandatarios del Pueblo, encargados de reunir la Asamblea Constituyente. Después
de esta abdicación formal de las organizaciones dirigentes de la clase obrera,
ya no podía el proletariado revolucionario esperar una tentativa de
insurrección” (El año I de la Revolución Rusa, Víctor Serge. Pág. 539-540).
Sobre la base de esas tendencias
de doble poder, los soviets pueden convertirse en los órganos de la
insurrección y abrir el camino de la construcción de un estado obrero. El
marxismo ha señalado hace tiempo que el estado surgido de la revolución social
es un estado transitorio que tiende a su desaparición. Dice Lenin en El
estado y la revolución “La Comuna
sustituye la máquina estatal destruida, aparentemente "sólo" por una
democracia más completa: supresión del ejército permanente y completa
elegibilidad y amovilidad de todos los funcionarios. Pero, en realidad, este
"sólo" representa un cambio gigantesco de unas instituciones por
otras de un tipo distinto por principio (…) En vez de instituciones especiales
de una minoría privilegiada (la burocracia privilegiada, los jefes del ejército
permanente), puede llevar a efecto esto directamente la mayoría, y cuanto más intervenga todo el pueblo en la
ejecución de las funciones propias del Poder del Estado tanto menor es la
necesidad de dicho Poder (…) La cultura capitalista ha creado la gran
producción, fábricas, ferrocarriles, el correo y el teléfono, etc., y sobre
esta base, una enorme mayoría de las
funciones del antiguo "Poder del Estado" se han simplificado tanto y
pueden reducirse a operaciones tan sencillísimas de registro, contabilidad y
control, que estas funciones son
totalmente asequibles a todos los que saben leer y escribir, que pueden
ejecutarse en absoluto por el "salario corriente de un obrero", que
se las puede (y se las debe) despojar de toda sombra de algo privilegiado y
"jerárquico" (negritas nuestras).
Las perspectivas para la izquierda anticapitalista
Paradójicamente, Stefanoni
que se ubica desde la posición de una izquierda libertaria termina fundamentando
una política ambigua frente a los gobiernos posneoliberales. Afirma que “Obviamente el apoyo crítico no es sencillo
en la práctica donde a menudo es difícil posicionarse entre el oficialismo y la
oposición “destituyente” sin aparentar neutralidad o dar la imagen de un
purismo intelectual” (pág. 52)
Un sector importante de la
llamada izquierda independiente (es decir no partidaria) se ha venido ubicando
en los últimos años en una posición ambivalente, donde no ha tenido una
ubicación claramente opositora a los gobiernos latinoamericanos, sino que por
el contrario han reivindicado los “aspectos progresivos” de los mismos. Stefanoni
parece ubicarse en esta posición al decirnos que “Indudablemente, la vuelta del estado, niveles más consistentes de
independencia nacional y voluntad de integración latinoamericana son parte del
haber de los nuevos gobiernos y las izquierdas deberían escapar a las lecturas
“antipopulistas”: la política ha vuelto a la escena y eso es positivo” (Pág.
51).
Pero a la luz del desarrollo
político que hemos descripto más arriba, estos gobiernos progresivamente han girado
hacia posiciones de mayor compromiso con el gran capital nativo e imperialista.
Su génesis, al calor de procesos agudos de lucha de clases y crisis profunda de
los regímenes políticos, es lo que está en la raíz de su discurso político
anti-neoliberal. Pero esa ubicación ha sido funcional al fortalecimiento de los
mecanismos del estado burgués.
En el marco de una crisis
internacional profunda, la mayor desde la década del 30, es probable que esta
situación pegue un salto hacia uno u otro lado. O estos gobiernos giran hacia
la derecha y se convierten en los administradores abiertos de los planes del
gran capital cuando este deba descargar las crisis sobre el movimiento de masas
o, por el contrario, giran hacia medidas claramente nacionalistas que implique
mayores tensiones y crisis con las potencias imperialistas. Mientras la crisis
se desarrolle de manera “evolutiva”, sin grandes saltos, podemos asistir a
movimientos “pendulares” a izquierda y derecha que permitan seguir administrando
estos capitalismos semicoloniales, con el menor costo político y social
posible.
Pero la perspectiva de saltos en
la lucha de clases, como producto de esa crisis, fenómenos que ya vimos en el
norte de África con los procesos revolucionarios de Túnez y Egipto,
necesariamente implica un debate sobre las estrategias a seguir para construir
un verdadero poder “popular” en el camino de la liquidación del sistema
capitalista.
La “estrategia” de no marcar a fuego
las características de estos gobiernos, el rol que cumplen sus “promesas
demagógicas”, lo limitado de las medidas que llevan a cabo y la continuidad de
los mecanismos de control del estado burgués, implica generar confianza en que
estos gobiernos puedan ser empujados a una ruptura con el sistema capitalista
o, por el contrario generar la expectativa de que la izquierda, siendo parte de
esos gobiernos, pueda ir progresivamente imponiendo su agenda más libertaria.
Algo así parece desprenderse de la afirmación “una agenda de izquierda puede poner en debate temas que ni el
nacionalismo ni el indigenismo van a propiciar, en pos de una democratización
radical de la sociedad” (pág. 42-43)
Pero las tendencias que estos
gobiernos imponen implican una creciente limitación de las corrientes y
sectores que se proponen imponer una agenda a su izquierda. En el caso de
Argentina, la restrictiva Reforma política que imponía un piso en las PASO se
combina con la persecución a los sectores de vanguardia del movimiento obrero y
la juventud, como vimos recientemente en la detención al “Pollo” Sobrero. En
Venezuela, el régimen político viene avanzando en los ataques a los luchadores
obreros, combinando el uso
de bandas civiles con la persecución
judicial a los sectores combativos. En Bolivia, a mediados del 2010,
intentaron avanzar con un nuevo Código de Trabajo que limitaba el derecho de huelga.
Es decir, la única perspectiva posible
para que la izquierda desarrolle las tendencias más avanzadas que tienden a
chocar con estos gobiernos pasa por una ubicación claramente independiente que
apueste al desarrollo de nuevas corrientes militantes entre los trabajadores y
la juventud en la perspectiva de construir partidos revolucionarios de
vanguardia, con capacidad para dirigir a las masas en los momentos en que el
capitalismo impulse a las mismas a la lucha revolucionaria.
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