sábado, 29 de octubre de 2011

Un debate sobre el estado en los gobiernos posneoliberales

En el último número de la revista Nuevo Topo (Nº8 de setiembre/octubre) se presenta un dossier que tiene por eje el debate sobre América Latina. Allí se publica una nota de Pablo Stefanoni que lleva por nombre Izquierda libertaria y “gobiernos populares”: varios puentes, no pocos precipicios. Pensando en Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela.
La nota aborda las relaciones posibles entre una izquierda anticapitalista y los gobiernos nacidos en América Latina en la última década planteando puntos de convergencia y divergencia. De la descripción y el análisis concluye que “Hoy es claro que si estos gobiernos fracasan lo que vendrá no será “más izquierda” sino tendencias restauracionistas del viejo orden” (Pág. 51).
La conclusión sorprende teniendo en cuenta que a lo largo de la nota, el autor señala los incontables límites de estos gobierno, tanto en el plano de las transformaciones económicas como en el de la democratización del régimen, mostrando la tensión permanente (y creciente) entre las decisiones de los líderes y las demandas de las masas que se expresan a través de sus luchas y organizaciones.
Una explicación marxista implica pensar la dinámica de estos gobiernos y la ubicación política ante los mismos, partiendo del profundo proceso de masas que sacudió la región desde fines de los 90’, como respuesta a los planes neoliberales impuestos por el imperialismo y los organismos de crédito internacional, aplicados por gobiernos completamente cipayos. De ahí la correcta afirmación del autor “la radicalidad de los procesos sudamericanos no depende solamente de las apuestas ideológicas de los gobiernos (…) sino de una serie de trayectorias políticas e institucionales previas, incluyendo los niveles de desconfianza política” (p. 41).

Neoliberalismo y crisis de representación

Las décadas que transcurrieron desde la derrota del último gran ascenso revolucionario, (período que hemos denominado de “restauración burguesa”) significaron un agravamiento de las penurias para las masas mientras las elites políticas entregaban el conjunto del patrimonio nacional. Como consecuencia de esto, y con diversos matices y ritmos, el proceso de “separación entre representantes y representados” (al decir de Gramsci) fue común a todos estos países, implicando un quiebre profundo con los viejos partidos administradores del capitalismo neoliberal. Bajo aquella forma de dominio, no sólo quedaban fuera de toda decisión las masas (como ocurre en todo estado capitalista) sino incluso fracciones de las burguesías que ligaban su producción al mercado interno.
La profundidad de ese cuestionamiento llevó a los levantamientos revolucionarios de masas de Diciembre del 2001 en Argentina, Octubre de 2003 en Bolivia y mayo-junio del 2005 en ese mismo país, que pusieron de manifiesto las profundas grietas entre las masas y los viejos partidos.
En Argentina, las “Jornadas revolucionarias” del 19 y 20 de diciembre del 2001 pusieron a cientos de miles en las calles con un potente grito: “Que se vayan todos”. En Bolivia, la crisis del 2005 implicó el llamado a elecciones a fines de ese año, donde los partidos del viejo régimen fueron completamente destrozados y emergió el MAS como partido de gobierno. En el caso de Argentina, las formas que adquirió el desvío de las jornadas revolucionarias se vienen debatiendo, entre otros lugares, en el blog de Fernando Rosso señalando el carácter restauracionista del kirchnerismo y su función “normalizadora” del estado burgués.
De manera análoga y salvando las importantes diferencias entre los distintos países, el arribo al poder de sectores de origen radicalmente distinto al personal político que gobernó durante los 80’ y 90’, expresan esa ruptura. Son además la mecánica política que halló la clase dominante para apuntar a la restauración de un poder que corría serios riesgos ante la emergencia revolucionaria de las masas. Sobre Bolivia dijimos acá “el ascenso 2000-2005 cambió la relación de fuerzas en el país, demolió el régimen de la democracia pactada, derrotó los intentos de profundizar el plan neoliberal y arrancó, como subproducto de su fuerza y como precio a pagar por la burguesía para detener su empuje, algunas concesiones parciales de carácter democrático (…) la remoción de los rasgos más escandalosamente racistas de la opresión estatal sobre aymaras, quechuas y demás pueblos originarios que constituyen la amplia mayoría de la población trabajadora rural y urbana”

La burguesía domina, pero no gobierna

Es evidente que estos gobiernos no son los representantes políticos directos de la gran burguesía. El personal político que gobernó los destinos de estas naciones durante los años 90 fue golpeado por las acciones de masas y los gobiernos posneoliberales fueron “soportados” por las clases dominantes ante la imposibilidad de dirigir el estado por medio de sus propios representantes.
Precisamente de esta contradicción surgen las profundas tensiones que han enfrentando estos gobiernos ante los ataques de una derecha golpista en Venezuela, separatista en Bolivia y “destituyente” en Argentina. El golpe militar de abril del 2002 y el lock out petrolero posterior contra Chávez, las acciones separatistas de la burguesía del Oriente petrolero en el caso de Bolivia, la movilización ofensiva de las patronales del campo en Argentina, expresaron los profundos límites que impone la burguesía latinoamericana, como socia menor del imperialismo, a cualquier medida que afecte sus intereses más o menos directamente.
Sin embargo, estos gobiernos, en vez de profundizar en el ataque a las bases de sustentación de ese poder real, intentaron llegar a acuerdos y negociaciones que les permitieran sostenerse en el poder, garantizando la continuidad de los aspectos más conservadores de esas formas de dominio, sin afectar profundamente la estructura económica de esos países, manteniendo en lo esencial la dependencia a los vaivenes de la economía internacional.

Un estado que no se repliega

Lógicamente, esta continuidad también se sostuvo en el terreno del estado burgués, donde la vieja maquinaria burocrática sigue funcionando con miles de representantes del poder capitalista en distintos niveles.
Stefanoni se pregunta “¿Qué pasa cuando los soviets se repliegan? Claramente, hoy el MAS es incapaz de construir espacios de debate interno y de posicionar temas en la agenda pública” (pág. 47). Luego señala que “el viejo estado aparece a menudo como una traba para la revolución que se resuelve creando institucionalidades paralelas” (pág. 50-51).
Esta contradicción entre el carácter del estado bajo el gobierno de Chávez y las aspiraciones de las masas ha sido descripta con amplitud por Modesto Guerrero, alguien a quién no se puede acusar de “escuálido” o “agente del imperialismo”. En su libro Venezuela 10 años después, Dilemas de la revolución bolivariana escribe “Venezuela vive un proceso revolucionario sobre conquistas parciales radicales, segmentarias, sectoriales. Vistas en su conjunto empujan a la nación hacia delante, aunque haya retrocesos parciales o sectores en retraso, incluso podridos, que requieren cirugía revolucionaria después de 10 años (…) todo tiende hacia una revolución, pero camina por partes, distorsionada por las perversiones del aparato estatal, la apropiación privada del plus trabajo, el carácter burgués de su funcionamiento, los estados alienatorios y esa contradicción compleja entre el dominio capitalista en las ciudades y el poder creciente de los movimientos de oprimidos y explotados” (pág. 57-58, negritas nuestras)
En otra parte agrega “Si no se da el salto a una completa revolución social, se debe a que el estado sigue siendo una máquina capitalista fagocitadora, con todas sus mañas y vicios, asentado en la tradicional dominación privada y en una burocracia dislocante de más de 800.000 funcionarios. En ellas radica el peligro frente al poder del enemigo. En las transformaciones está su fuerza, en la naturaleza del estado está su vulnerabilidad. (pág. 92, negritas nuestras)
Sobre la base de esta continuidad en el estado, se vienen fortaleciendo las tendencias a regímenes de tipo bonapartista. Stefanoni cita en su nota a Chávez pidiendo “lealtad” hacia su figura: “Exijo lealtad absoluta a mi liderazgo…no soy un individuo, soy un pueblo (…) los que quieran patria vengan con Chávez…Aquí en las filas populares, revolucionarias, exijo máxima lealtad y unidad. Unidad, discusión libre y abierta, pero lealtad…cualquier otra cosa es traición” (pág. 46).
Modesto Guerrero nos ilustra aún más “Chávez potenció al comienzo el desarrollo del poder popular, luego, desde 2004, se acentuó la tendencia a controlarlo y estatizarlo” (pág. 137) para luego agregar que “El gobierno, a pesar del llamado de Chávez a profundizar el poder popular, se sostiene más en viejas instituciones del estado capitalista, entre ellas las fuerzas armadas, que en las organizaciones sociales de barrios, obreros y campesinos” (pág. 213, negritas nuestras)
En este marco se sostienen muchas de las tendencias socialmente reaccionarias. Como lo señala acertadamente Stefanoni, en el caso de Bolivia y Venezuela, “si miramos hacia las sensibilidades ético/morales, no es difícil advertir que estos procesos no sólo carecen de radicalidad sino que pueden (al menos sus fracciones hegemónicas) ser abiertamente conservadores en términos de derechos reproductivos o los derechos para las llamadas minorías sexuales y de género” (pág. 42).

Tendencias a la autoorganización, estrategia y estado obrero

A lo largo de su nota, Pablo Stefanoni no responde a una pregunta que es esencial para plantearse una perspectiva estratégica. La pregunta a la que debería responder el autor es ¿Por qué retroceden los soviets? Precisamente porque los soviets (organismos que no llegaron a desarrollarse en ninguno de los procesos que hemos mencionado en esta nota) no pueden convivir con el estado burgués. La continuidad de las formas del estado burgués, aunque cambien su personal político, implica el intento de anular las tendencias a la autonomía que surgen en el movimiento de masas en el curso de procesos revolucionarios.
Esta cuestión fundamental se ha puesto a prueba a lo largo del siglo XX de manera evidente y en los procesos sobre los cuáles discute la nota. En Argentina vimos como la reconstrucción de la autoridad estatal de la mano del kirchnerismo fue acompañada de intentos de estatizar las asambleas populares, regimentar el movimiento de las empresas recuperadas apostando a su transformación en cooperativas y la integración de los movimientos piqueteros al estado nacional por medio del reparto masivos de subsidios al desempleo. En Bolivia la construcción del “estado plurinacional” fue de la mano de sacar a las masas de la escena, con la convocatoria a la Asamblea Constituyente como gran mecanismo de “refundación” del país. En Venezuela, volvemos a citar a Modesto Guerrero quién afirma que “el obrero y el asalariado urbano (...) debe vérselas con el capitalista,el burócrata del ministerio,los jueces,la policía,los medios del enemigo y sobre todo la nueva burocracia sindical”( Pág.179.)
Esto es el resultante de los límites que tiene, para las clases subalternas, intentar operar en el marco del estado burgués y reafirma la sentencia de Marx y Engels en el prólogo del Manifiesto Comunista de 1872, donde se señala que “la clase obrera no puede limitarse a tomar posesión de la máquina del Estado en bloque, poniéndola en marcha para sus propios fines”. Esto significa, como señala Lenin que “El pensamiento de Marx consiste en que la clase obrera debe destruir, romper la "máquina estatal existente" y no limitarse simplemente a apoderarse de ella” (El estado y la revolución)

Las tendencias al surgimiento de organismos de doble poder se dan casi “naturalmente” en todo proceso de lucha de clases agudo. Incluso en luchas parciales la existencia de asambleas, coordinadoras u otras formas de auto-organización son comunes. Pero en cada lucha parcial y, aún más en los procesos revolucionarios, intervinieren corrientes políticas que postulan salidas estratégicas opuestas. Por eso mismo es fundamental la batalla constante contra las corrientes políticas que se proponen limitar la movilización de las masas a reformas que no cuestionen la propiedad privada capitalista ni al estado que protege sus intereses.
Esas corrientes limitan el desarrollo de esas tendencias al doble poder. A lo largo del siglo XX, este accionar se vio en reiteradas ocasiones. Tomemos sólo el ejemplo de la revolución alemana de 1918. Escribe Víctor Serge “Los consejos obreros eran la única autoridad verdadera que había en el país; pero la socialdemocracia disponía en ellos de abrumadoras mayorías. El congreso de los consejos de Alemania (…) rechazó por 344 votos contra 98 una moción (…) en la que se afirmaba el principio del poder de los Soviets, e hizo entrega del poder a los Mandatarios del Pueblo, encargados de reunir la Asamblea Constituyente. Después de esta abdicación formal de las organizaciones dirigentes de la clase obrera, ya no podía el proletariado revolucionario esperar una tentativa de insurrección” (El año I de la Revolución Rusa, Víctor Serge. Pág. 539-540).
Sobre la base de esas tendencias de doble poder, los soviets pueden convertirse en los órganos de la insurrección y abrir el camino de la construcción de un estado obrero. El marxismo ha señalado hace tiempo que el estado surgido de la revolución social es un estado transitorio que tiende a su desaparición. Dice Lenin en El estado y la revolución “La Comuna sustituye la máquina estatal destruida, aparentemente "sólo" por una democracia más completa: supresión del ejército permanente y completa elegibilidad y amovilidad de todos los funcionarios. Pero, en realidad, este "sólo" representa un cambio gigantesco de unas instituciones por otras de un tipo distinto por principio (…) En vez de instituciones especiales de una minoría privilegiada (la burocracia privilegiada, los jefes del ejército permanente), puede llevar a efecto esto directamente la mayoría, y cuanto más intervenga todo el pueblo en la ejecución de las funciones propias del Poder del Estado tanto menor es la necesidad de dicho Poder (…) La cultura capitalista ha creado la gran producción, fábricas, ferrocarriles, el correo y el teléfono, etc., y sobre esta base, una enorme mayoría de las funciones del antiguo "Poder del Estado" se han simplificado tanto y pueden reducirse a operaciones tan sencillísimas de registro, contabilidad y control, que estas funciones son totalmente asequibles a todos los que saben leer y escribir, que pueden ejecutarse en absoluto por el "salario corriente de un obrero", que se las puede (y se las debe) despojar de toda sombra de algo privilegiado y "jerárquico" (negritas nuestras).

Las perspectivas para la izquierda anticapitalista

Paradójicamente, Stefanoni que se ubica desde la posición de una izquierda libertaria termina fundamentando una política ambigua frente a los gobiernos posneoliberales. Afirma que “Obviamente el apoyo crítico no es sencillo en la práctica donde a menudo es difícil posicionarse entre el oficialismo y la oposición “destituyente” sin aparentar neutralidad o dar la imagen de un purismo intelectual” (pág. 52)
Un sector importante de la llamada izquierda independiente (es decir no partidaria) se ha venido ubicando en los últimos años en una posición ambivalente, donde no ha tenido una ubicación claramente opositora a los gobiernos latinoamericanos, sino que por el contrario han reivindicado los “aspectos progresivos” de los mismos. Stefanoni parece ubicarse en esta posición al decirnos que “Indudablemente, la vuelta del estado, niveles más consistentes de independencia nacional y voluntad de integración latinoamericana son parte del haber de los nuevos gobiernos y las izquierdas deberían escapar a las lecturas “antipopulistas”: la política ha vuelto a la escena y eso es positivo” (Pág. 51).
Pero a la luz del desarrollo político que hemos descripto más arriba, estos gobiernos progresivamente han girado hacia posiciones de mayor compromiso con el gran capital nativo e imperialista. Su génesis, al calor de procesos agudos de lucha de clases y crisis profunda de los regímenes políticos, es lo que está en la raíz de su discurso político anti-neoliberal. Pero esa ubicación ha sido funcional al fortalecimiento de los mecanismos del estado burgués.
En el marco de una crisis internacional profunda, la mayor desde la década del 30, es probable que esta situación pegue un salto hacia uno u otro lado. O estos gobiernos giran hacia la derecha y se convierten en los administradores abiertos de los planes del gran capital cuando este deba descargar las crisis sobre el movimiento de masas o, por el contrario, giran hacia medidas claramente nacionalistas que implique mayores tensiones y crisis con las potencias imperialistas. Mientras la crisis se desarrolle de manera “evolutiva”, sin grandes saltos, podemos asistir a movimientos “pendulares” a izquierda y derecha que permitan seguir administrando estos capitalismos semicoloniales, con el menor costo político y social posible.
Pero la perspectiva de saltos en la lucha de clases, como producto de esa crisis, fenómenos que ya vimos en el norte de África con los procesos revolucionarios de Túnez y Egipto, necesariamente implica un debate sobre las estrategias a seguir para construir un verdadero poder “popular” en el camino de la liquidación del sistema capitalista.
La “estrategia” de no marcar a fuego las características de estos gobiernos, el rol que cumplen sus “promesas demagógicas”, lo limitado de las medidas que llevan a cabo y la continuidad de los mecanismos de control del estado burgués, implica generar confianza en que estos gobiernos puedan ser empujados a una ruptura con el sistema capitalista o, por el contrario generar la expectativa de que la izquierda, siendo parte de esos gobiernos, pueda ir progresivamente imponiendo su agenda más libertaria. Algo así parece desprenderse de la afirmación “una agenda de izquierda puede poner en debate temas que ni el nacionalismo ni el indigenismo van a propiciar, en pos de una democratización radical de la sociedad” (pág. 42-43)
Pero las tendencias que estos gobiernos imponen implican una creciente limitación de las corrientes y sectores que se proponen imponer una agenda a su izquierda. En el caso de Argentina, la restrictiva Reforma política que imponía un piso en las PASO se combina con la persecución a los sectores de vanguardia del movimiento obrero y la juventud, como vimos recientemente en la detención al “Pollo” Sobrero. En Venezuela, el régimen político viene avanzando en los ataques a los luchadores obreros, combinando el uso de bandas civiles con la persecución judicial a los sectores combativos. En Bolivia, a mediados del 2010, intentaron avanzar con un nuevo Código de Trabajo que limitaba el derecho de huelga.
Es decir, la única perspectiva posible para que la izquierda desarrolle las tendencias más avanzadas que tienden a chocar con estos gobiernos pasa por una ubicación claramente independiente que apueste al desarrollo de nuevas corrientes militantes entre los trabajadores y la juventud en la perspectiva de construir partidos revolucionarios de vanguardia, con capacidad para dirigir a las masas en los momentos en que el capitalismo impulse a las mismas a la lucha revolucionaria. 

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