jueves, 6 de agosto de 2015

Agosto y nostalgia (o al revés)






Seguramente no le ocurre a todo el mundo o no todo el mundo lo piensa o racionaliza. Posiblemente yo tampoco lo había hecho hasta esta noche y no tiene la menor importancia. En todo caso puede funcionar como una suerte de pausa entre tanto ajetreo político que te impone la, valga la redundancia, política.
Agosto puede ser –junto a diciembre- una suerte de mes emblemático en la vida de una persona. En este caso de esta persona. Agosto es el mes en que me fui a vivir solo a los 19 años. Agosto es el mes en fue asesinado León Trotsky, hecho que, a pesar de no haber vivido –como resulta obvio-, se puede definir como completamente asimilado a la propia vida. No hay 20 de agosto que no considere como un día trascendental. Es la fuerza de las ideas. Agosto es, también, el mes en el que empecé a militar. Un cambio no menor (más bien gigantesco), aunque no tuve la certeza de la magnitud hasta 2 años después.
Pero sobre todo hoy, ahora, Agosto es el mes en que mi vieja cumplía años. Hoy hubiera estado cumpliendo 68 si no se la hubiera llevado un cáncer.
Difícil especular con que podría estar haciendo. A esta altura ya estaba jubilada hace rato y se merecía un descanso después de estar 35 años frente al grado. 


Sí, mi vieja era maestra. Era docente. Y le gustaba su laburo. Le gustaba como la gusta a la enorme mayoría de los y las docentes que conozco. Le gustaba hacer que los chicos entiendan y conozcan. Y como le gustaba le ponía toda la onda. Tengo el recuerdo borroso de los “premios” que le daban en la escuela, onda “mejor compañera”. No es un dato menor. Yo conocí a varias de sus compañeras y no calificaban ni por las tapas para la terna. Evidentemente mi vieja calificaba y con creces. 


Mi vieja nunca fue de izquierda. Radical, como una franja enorme de los cordobeses. No tan gorila como otros pero sí un poquito. Así y todo siempre nos dio una mano. En los tiempos en que en Córdoba empezábamos a poner de pie algo parecido al trotskismo, allá por mediados de los ´90, mi vieja era candidata a todo. Después entraron mis hermanos, cuando cumplieron 18. Armábamos lista con mi familia y un par más. Solo así podías presentarte. Y aparte militaban. A su manera, con su propia “interpretación” de nuestra campaña.

No pude hacerme amigo de mi vieja. Solo los últimos años, cuando ya estaba enferma, pude tener un vínculo más cercano. Una cagada. ¿Podría haberlo evitado? Es una pregunta muy difícil de responder. Somos lo que somos después de nuestros errores y algunos pocos (en mi caso) aprendizajes. Como no existe la posibilidad de volver el tiempo atrás y corregir, tengo que decir que era lo que se podía. 

Supongo que, a más de 700 kilómetros, mis hermanos, como lo hago yo en este momento, la estarán llorando. Supongo que pensarán ¡que mierda que no haya conocido a sus nietos! (uno se llama León, alto nombre!). Yo también lo pienso. Que mierda. A ellos, a Andrea y Roxana, a los pequeños León y Caleb (que de pequeño tiene poco) va dedicado este mini-post. 

EC



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