sábado, 18 de mayo de 2013

El genocida que no se arrepintió. Apuntes sobre la muerte de Videla



Eduardo Castilla

Seguramente muchos la sentimos, como la sintió el amigo Turco, pero casi ninguno lo dijo. La hipocresía ganó nuevamente los medios y al conjunto de la casta política. En ese marco, no faltaron quienes intentaron igualar a Videla con los Kirchner como lo hizo la insufrible Laura Alonso, exponente de raza del gorilaje local.
Tampoco quienes quisieron hacer de Videla el “emergente de la época” como si las sociedades fueran un bloque sólido completamente homogéneo. La “cultura autoritaria” de Lanata parece ser el patrimonio de los millones de argentinos, como si no hubiera habido una brutal actividad de persecución, secuestro, torturas y asesinato. Videla no fue un asesino suelto y en eso tiene razón. Pero fue la cara visible de un proceso de genocidio contra una franja de la sociedad. La figura de genocidio remite necesariamente a un plan premeditado, a un accionar consciente, a la planificación de la desaparición de un sector de la población. No hay “cultura autoritaria”, hay instituciones que cumplen la función de normativizar la sociedad en función de los intereses de una minoría. Hay dominación de clase y normalización de clase.    

El genocidio fue de clase. La franja social que fue perseguida, torturada y desaparecida estuvo integrada en su mayor parte por la clase trabajadora y el pueblo pobre. No fue un grupo étnico sino un grupo social. El genocidio buscó liquidar  a una clase obrera que, con sus métodos de lucha, empezaba a poner en cuestión el conjunto de dominio de la clase capitalista. Una clase que había sorteado la dictadura de la llamada Revolución Argentina, que empezaba a superar ese escollo político-ideológico que era (y es) el peronismo, que amenazaba la propiedad privada capitalista con cada toma de fábrica.
Precisamente por eso no se puede dejar de nombrar el protagonismo de clase de los capitalistas. Si hubo un genocidio, hubo un plan para llevarlo adelante. Quiénes escriben y cronican hoy sobre la muerte de Videla, omiten mencionar que muchos centros clandestinos de detención funcionaron dentro de empresas. “Olvidan” mencionar al empresariado argentino como motor de ese genocidio. El plan económico de Martínez de Hoz es la mejor expresión de ese carácter de clase.  La estructura social y económica “heredada” de la dictadura se mantuvo y profundizó durante el menemismo para no alterarse sustancialmente bajo la Argentina kirchnerista. Néstor ordenó descolgar los cuadros, pero dejó intacto el dominio del gran capital imperialista sobre el país que los rostros de aquellos cuadros pusieron en escena.

Nunca se arrepintió. Videla encarnó, a su manera, el “carácter urgente” del golpe militar, la situación sin alternativas, su “necesariedad” para la clase dominante. Al igual que Menéndez, siguió justificando el Golpe hasta último momento de su vida. ¿Cuál es la lógica del no-arrepentimiento? ¿Se puede negar que, desde el punto de vista de la clase capitalista, fuera la única salida posible? El Golpe militar tenía una misión de carácter fundamental para la clase dominante: el aniquilamiento de una generación que amenazaba barrer con la sociedad.
“Estaba en juego la república; había que evitar que la Argentina fuera otra Cuba” afirmó el genocida hoy muerto ¿Qué significaba otra Cuba? El triunfo de esa revolución social que latía en las masas en su conjunto y sobre todo en la clase obrera. Si, como dice el torturador muerto, la guerrilla ya había sido derrotada a inicios del 76’, el golpe debía tener otro objetivo: derrotar a una clase poderosa que, enfrentando crecientemente al peronismo en el poder, desafiaba el orden burgués. Esa misión sólo podía cumplirse con un salto represivo brutal que se expresó en el Genocidio. Durante estos años, Videla actuó “preservando la memoria histórica” de las fuerzas represivas acerca de su verdadero rol, de su papel de garante, como “envoltura amarga”, del capital. Precisamente por eso no se arrepintió. Las fuerzas armadas, desde su punto vista, jugaron el papel que debían jugar: la defensa del orden social burgués.

¿Videla fue un traidor como dice Sarlo? Sí y no. Desde un punto de vista “institucional” evidentemente quebró la confianza otorgada por el gobierno de Isabel. Desde el punto de vista de sus intereses de clase no. El recurso a Videla fue la “solución final” de una clase social que no podía frenar el ascenso en curso de la lucha de clases. Precisamente porque no fue un traidor a su clase es que puede afirmar, como lo hace acá, “durante cinco años hice prácticamente todo lo que quise. Nadie me impidió gobernar”. Fue el garante del inicio de una transición en el capitalismo argentino. Transición que, en primer lugar, implicaba salvar a ese mismo sistema capitalista del peligro del “sucio trapo rojo”.

murió como debía morir, donde debía morir y en una época cuya mera existencia hizo todo lo posible por impedir” escribe Mario Wainfield. ¿Ésta es la época que Videla pretendía impedir? Categóricamente no. Videla salvó a la Argentina capitalista, salvó su dominación de clase. Hay una operación ideológica en la afirmación. Videla no se oponía a la democracia burguesa. “Había una finalidad, que era lograr la paz sin la que hoy no habría una república, salvar un país que estaba siendo agredido por el terrorismo subversivo” le dice a Ceferino Reato. La “república” para Videla, era la defensa de la propiedad privada capitalista, la continuidad de un dominio social y político que se veía amenazado por las masas insurgentes, la continuidad de un orden “occidental y cristiano” donde instituciones como la Iglesia y las Fuerzas Armadas fueran pilares fundamentales.
En la Argentina kirchnerista esos pilares siguen intactos. Las fuerzas armadas y policiales, más allá de la condena a algunos pocos genocidas, siguen infestadas de represores que actuaron bajo las órdenes del gobierno militar entre 1976-1983. Son las mismas fuerzas represivas que están tras los miles de casos de gatillo fácil, redes de trata y desaparición de personas. Escribimos esto cuando se cumple un mes más de la desaparición de Jorge Julio López. Desaparecido en esta democracia por declarar en contra de sus torturadores. Esa es la confirmación más terrible y más palpable de que una parte central del aparato represivo sigue intacto.
Si las fuerzas represivas siguen intactas, la Iglesia no ha corrido peor suerte. En la Argentina kirchnerista, la reaccionaria institución que tanto reivindicó Videla se sigue oponiendo al derecho al aborto libre, legal y seguro siendo cómplice de esta forma de las cientos de muertes de mujeres por llevarlos a cabo en condiciones de precariedad. Mientras, CFK se abraza con Bergoglio.

Videla murió en la cárcel. Mientras aún miles de genocidas gozan de impunidad o encontraron la muerte sin ser juzgados, quedando completamente impunes. Los empresarios que dieron el golpe sólo fueron juzgados en cuenta gotas. Martínez de Hoz encontró la muerte impune. Luis Bruschtein escribe hoy que “La muerte de Videla generó alivio. Tal vez en muchos sí. En muchos otros, miles de sensaciones encontradas.
Pero no existe el “alivio estratégico” en el marco de una sociedad donde anidan las mismas contradicciones que llevaron al ascenso revolucionario de los setenta y al golpe militar que le puso un freno. No puede haber alivio mientras la clase dominante tenga en sus manos el poder de un enorme aparato de represión con cientos de miles de cañones apuntando sobre la sien de la clase trabajadora y el pueblo pobre. La muerte de Videla no hace cesar las batallas en curso. La lucha por la cárcel a todos los genocidas y sus cómplices sigue siendo una tarea estratégica. 

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