jueves, 2 de octubre de 2025

Ciclos

 


Ansioso, Prim volvió a mirar la pantalla líquida. Invencibles, inalterables, los datos marcaban una certeza; definían una fecha temprana, distante 240 años atrás en el tiempo. Un destino tan inevitable como necesario. Recordó las palabra de su predecesor. Preparó su mente y su cuerpo. Entendió que la fatiga podía ser parte de ese futuro que era, a la vez, pasado y porvenir. Entró en la máquina.

Suspendida en el aire, flotando en un inmenso colchón magnético creado desde cada porción de pared, aquel cilindro vidrioso empezó a girar sobre sí mismo, describiendo aceleradamente una y otra vuelta, al tiempo que comenzaba a inclinarse levemente, a un ritmo casi imperceptible, empezando a conformar un ángulo creciente entre su ubicación inicial y el nuevo lugar que iba ganando en el espacio. Intensa y violenta, la fuerza centrífuga creaba un campo magnético aún más potente alrededor del cilindro, convirtiendo la imagen de las paredes en una mancha fugaz, que los visores de Prim distinguían apenas.

El hombre que viajaba al pasado sintió una densa sensación de gravidez. Un peso en los músculos que no había sentido en su vida. Una carga que se cernía sobre su cuerpo, como aprisionándolo contra la base de aquel transporte ínter-temporal. Desde el fondo de su estómago empezó a brotar una sensación que no había tenido; una denso fluido trepó por las paredes de la faringe. Prim abrió la boca como buscando un oxígeno que no necesitaba, solo para lanzar un líquido amarillento que nunca había visto. La garganta quedó herida; lacerada por dentro, dañada y doliente. El cuerpo, por primera vez endeble, buscó un apoyo en la superficie vidriada. Presionando con fuerza, las palmas de la mano se estamparon contra ese duro material al tiempo que la cabeza colgaba. Los ojos de Prim empezaron a despedir un material acuoso, breve, fragmentado. Las fosas nasales se expandieron, ejecutando una respiración que, hasta ese momento de su vida, no había tenido que ejercitar.

Sintió crecer la ceguera. Imaginó averiados sus visores. Dañados en esa intensidad centrífuga. Alcanzó a rescatar un tenue pensamiento. Un recuerdo sobre el tiempo que llevaría al pasado, a ese destino que le había sido endilgado por la cruda materialidad de los datos posados, indestructibles, en una pantalla líquida.