Se miró los dedos por cuarta vez. Preocupado. Lo
invadió una sensación habitual: miedo. Volvió a rasparse el pulgar de la mano derecha
con la uña del pulgar de la izquierda. Nada. La sustancia viscosa seguía así. En
ese momento no era precisamente viscosa. La viscosidad pertenecía a un pasado
reciente. La dureza había invadido esa porción de su cuerpo.
Llevaba semanas pensando en su propia
hipocondría. En su persistente temor al daño corporal. Se acarició la cara. Llevó
la mano izquierda al ojo. Sintió una molestia. Tres noches antes, una piña
había impactado en esa parte del rostro. El puño del lumpen borracho había
dejado su marca. No había dolor. Había dejado de haberlo esa misma madrugada. Pero
él no podía dejar de tocarse la cara y pensar en el miedo al daño físico.
Ese fantasma lo había perseguido por años. Quizá
toda su vida. O toda su vida adulta. Hubo un tiempo sin temores. De una audacia
física que limitaba con la estupidez. Tenía 15 años cuando trepó a una torre de
luz en el parque infantil. Estaba tan borracho como sus amigos, que celebraron la
temeraria escalada. Su memoria no cuenta el suficiente alcance. Envidia a quienes
pueden recordar detalles de su juventud. Los admira. Les admira, para ser
preciso. Él tiene flashes. Imágenes paganas, formas y siluetas. Alguna
sensación corporal.
Recordó otra audacia. La palabra “audacia” le
pareció un poco tonta de golpe. Se censuró a sí mismo. Se pensó demasiado
básico, demasiado pobre de recursos, demasiado falto de vocablos o términos
para describir aquello. Recuerda que hacía calor. Recuerda el balcón de un cuarto
piso. Un edificio en la calle Olmos. Ambrosio, no Emilio. Su extrañada Córdoba.
La Negra Claudia censurándolo. En un tono jujeño que arrastraba desde su norte
natal y seguiría arrastrando por años. Juan Pablo mirándolo con una sonrisa
infantil. La China asumiendo su mejor cara de orto y putéandolo por sentarse en
la baranda del balcón. La noche cordobesa, cálida y regada en cerveza Palermo.
Ironías de la geografía.
Volvió a mirarse los dedos. El pegamento seguía
ahí. Duro. Persistente. Como su temor al daño físico.
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