Hoy reposteamos al amigo Facundo Aguirre y este muy buen post contra la homofobia
Este domingo iba caminando de la mano e intercambiando besos con un camarada con el cual sostengo una relación afectiva y sexual, para no llamarlo novio. En Plaza Italia (la Plata, que es donde vivo), un grupo de jóvenes de unos 20 apenas cumplidos esperaron a alejarse un poco y nos gritaron “¡puto, chupame la pija!”, unas cuadras después por 44, desde un auto otros pibes jóvenes volvieron a gritarnos ¡putos!. Poco antes en el bar La Placita eramos el centro de las miradas por besarnos en las mesas del bar. Un par de días antes habíamos tenido la misma sensación de incomodidad en un colectivo que iba por Flores. En los asientos de atrás, esos que son continuados íbamos nosotros y otro flaco sobre la otra ventanilla, quedando dos asientos libres que nadie ocupaba, a pesar de que habia gente de pie, porque nosotros nos besábamos e íbamos abrazados. Se me ocurrió pensar que nos protegía de ser como Daimiel Zamudio, el joven gay chileno asesinado con crueldad por un grupo de neonazis hijos del pinochetismo. Mi primer reacción fue que tanto yo como el camarada con quien salgo somos tipos muy grandotes, de metro noventa y en mi caso de 120 kilos de peso y bastante curtido en la gresca callejera lo cual se nota y me permite plantarme con más seguridad frente a una agresión. Pero tampoco es una garantía, una banda fascsita o de lúmpenes decidida puede cagarnos a trompadas y darnos una buena tunda si se lo propone. Luego intente pensarlo desde las conquistas democráticas de la sociedad argentina. Acá las luchas populares y democráticas han obligado al Estado capitalista a reconocer algunos derechos de los homosexuales como ser el matrimonio entre personas del mismo sexo o la adopción, lo cual hace que la homofobía, que existe y es violenta y burda, se encuentre agazapada y a la defensiva. Dicho de otra manera, se puede putear al puto pero queda mal hacerlo en voz alta, sobre todo en la Capital Federal y allí donde transita la clase media, el resto del país es más conservador aún. Como soy una persona que ha decidió salir del closset no hace mucho recién comprendo que es esto lo que empuja a los gays y lesbianas a la vida de ghetto, al afecto publico entre iguales y con el ghetto a la mercantilización de la elección sexual y al consumo cultural de lo que el capital produce para esa franja de consumidores. Fue entonces también que sentí que la homosexualidad sigue siendo subversiva porque desnaturaliza la idea de amor y relación sexual impuesta por la moral burguesa judeo-cristiana, el patriarcado y la necesidad del capital de entes productivos y cuerpos que se reproduzcan para garantizar mano de obra constante y un mercado creciente de consumidores. Porque rompe la institucionalidad del amor y de la pareja heterosexual con la cual se reprimen los continentes del deseo de las personas.
Cuando me gritan puto me siento orgulloso. Orgullo gay, digamos, . Porque no decidí a los 40 años asumir completamente mi costado homosexual sino es para poder decirlo, manifestar mi afecto como quiera y adonde quiera, sino es para sentirme más libre. Y la libertad se conquista, no se pide.
Así que muchachitos homofóbicos, cuando me gritan puto, me están diciendo algo que ya lo se, no me digan obviedades, intenten ser un poco más inteligentes.
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