Tratando de seguir algunas ideas que nuestro amigo FR plantea acá,
escribimos estas líneas para aportar a una reflexión más que necesaria
en función de la crisis que se desarrolla a escala global.
Tratamos
de pensar un poco más como se dan las condiciones que aportan al
surgimiento de una nueva subjetividad revolucionaria, los límites de la
clase trabajadora en ese terreno y los aportes que pueden hacer los
movimientos que se expresan en la juventud actualmente.
Dos dinámicas en la respuesta a la crisis mundial
Así
como se la crisis internacional se desarrolla de manera desigual, con
recesión o crecimiento casi nulo en los países centrales y un
crecimiento alto en países de la periferia capitalista, las respuestas a
las consecuencias de la crisis también tienen un desarrollo desigual.
Desde
inicios del 2011, con la primavera árabe, hemos visto desarrollarse una
serie de procesos que vienen cuestionando las políticas de ajuste de
los estados nacionales pero que no llegan a niveles de radicalización
que impliquen atacar directamente el poder de los grandes capitalistas.
Una
primera dinámica de respuesta a la crisis está dada por los procesos
donde existe un alto protagonismo juvenil y que se alternan entre lo
defensivo y lo ofensivo. Así como la revuelta juvenil de Londres
y otras ciudades, fue una respuesta defensiva a la represión policial y
a las consecuencias de la crisis económica, Chile expresa un movimiento
ofensivo que cuestiona la estructura elitista de la educación, desafiando el armado del estado neoliberal pinochetista, en un país con índices de crecimiento altos.
Pero
aún los procesos más avanzados de la crisis no muestran una
intervención del movimiento obrero como sujeto hegemónico con sus
propios métodos de lucha. Esto no significa que la clase trabajadora no
protagonice procesos de resistencia ante los ataques capitalistas. Desde
las huelgas generales en Grecia, lugar donde más se desarrolló este
proceso, pasando por las convocadas en Francia e Italia en el último año
y medio e incluso en España, la clase trabajadora viene respondiendo a
los ataques capitalistas todavía en un nivel inicial. A eso es preciso
sumarle infinidad de luchas parciales contra ataques de toda índole.
Podríamos definir que esta es otra dinámica de respuesta a la crisis.
En este caso, esta intervención obrera ha estado más bien encuadrada en
los marcos de sus organizaciones reformistas tradicionales. Las huelgas
en Europa convocada por la CCOO y la UGT en España, las convocadas por la CGIL en Italia, las huelas generales en Francia contra Sarkozy e incluso el mismo paro convocado por la CUT en Chile son ejemplos de ello.
Tal
vez una expresión intermedia entre ambas tendencias, haya sido la
“Primavera Árabe” y centralmente, lo ocurrido en Egipto, donde la gran
movilización de la juventud abrió paso a la intervención del movimiento obrero
y esto fue fundamental para provocar el giro de la clase dominante,
dejando caer a Mubarak. Allí, la clase obrera, se expresó en múltiples
luchas parciales que obligaron al ejército de actuar para garantizar la
continuidad del régimen.
Otro
momento que cuestionó pero no pudo romper totalmente esa dinámica de
control burocrático y donde también se expresó la confluencia entre
movimiento obrero y movimiento juvenil fue Francia,
durante la lucha contra la reforma jubilatoria en el año 2010. Allí la
intervención de sectores del movimiento obrero estuvo a la izquierda de
sus direcciones en las huelgas, con acciones no controladas por la
burocracia de las centrales sindicales. Pero no pudieron coordinarse
ampliamente, extenderse y dar lugar a un salto en la acción. Además se
expresó la confluencia en las calles del movimiento obrero con el movimiento estudiantil
que no pudo desarrollarse por la acción de las direcciones sindicales y
de las direcciones del movimiento estudiantil. En esto tuvo un papel no
poco importante la inacción del NPA.
Como ya se ha señalado,
los límites a la intervención del movimiento obrero, aún empujando a
sus direcciones hacia luchas ofensivas, son producto de las derrotas
sufridas durante 30 años. Derrotas que significaron no sólo una pérdida
de tradición combativa, sino además una enorme fragmentación en las
filas obreras, limitando la capacidad de luchar no sólo en el terreno
político, sino incluso por demandas inmediatas.
Una
de las conquistas centrales del capital fue esta fragmentación y
división de las filas obreras que le permitió imponer condiciones de
mayor superexplotación y limitar la reconstrucción de los lazos de
solidaridad de clase internos. Las conducciones sindicales fueron
funcionales a la profundización de esas divisiones, defendiendo los
privilegios de una minoría de la clase obrera a costa de abandonar a
amplias franjas a su suerte.
Pero el lastre que significa la derrota impuesta bajo el neoliberalismo sobre el movimiento de masas empieza a tener signos de reversión.
En el marco de la crisis internacional, los ajustes en los estados
nacionales para evitar la bancarrota por las deudas creadas al salvar a
los capitalistas; así como los crecientes padecimientos de las masas son
elementos que empujan una entrada más amplia del movimiento obrero en
escena.
En
ese sentido, las acciones del movimiento estudiantil chileno, así como
los indignados españoles y, antes, los jóvenes de la primavera árabe
tienen un valor educativo extraordinario: muestran el enfrentamiento en
las calles a las fuerzas policiales, denuncian las políticas que
garantizan las ganancias capitalistas en detrimento de las condiciones
de vida de las masas y atacan al conjunto de los partidos patronales que
vienen garantizando los negocios burgueses en las últimas décadas.
Estos
elementos de anticapitalismo aportan al desarrollo de una nueva
ideología en el movimiento de masas y siembran ideas que pueden ser
retomadas por la clase trabajadora en los combates por venir.
La “distancia” entre la juventud y el movimiento obrero
El valor educativo de
estos procesos juveniles no quita que se podrían dar pasos más audaces
en atraer al movimiento obrero a las peleas en curso, intentando
disputar sectores de base de esos trabajadores a las direcciones
sindicales burocráticas para avanzar en una lucha política contra el
conjunto del sistema capitalista.
En
España los trabajadores venían en luchas parciales de resistencia en el
momento en que se desarrollaban las masivas protestas de los
indignados. En Chile, a la gran lucha estudiantil le precedieron una
serie de duras peleas del movimiento obrero que mostraban una fisura
dentro del “país modelo” de América Latina.
Un
obstáculo a que estas grandes acciones juveniles confluyan en una
unidad superior con el movimiento obrero es el rol de las corrientes que
hoy tienen un papel dirigente en los mismos.
La
enorme mayoría de las mismas niegan el carácter potencialmente
revolucionario de la clase obrera, adaptando sus ideas y su política al
statu quo dominante, naturalizando las contradicciones y los límites que
se plantean para los trabajadores. De esta forma se oponen a dar pasos
en forjar una poderosa alianza política y social que podría derrotar en
las calles a los gobiernos de la burguesía y sus planes.
Como decían acá
los compañeros de Clase contra Clase del estado español, este es un
debate central que se abre en los movimientos en curso e implica no sólo
una discusión de ideas, sino una fuerte pelea con esas corrientes.
Fundamentalmente
hemos visto intervenir a dos corrientes políticas que terminan siendo
igualmente impotentes para aportar a forjar la unidad entre la juventud y
el movimiento obrero.
Por
un lado, las que se plantean la pelea por reformar el capitalismo,
poniéndole límites a sus niveles de explotación y saqueo, intentando
humanizarlo. Ejemplos de esta perspectiva son la dirección de la CONFECH
en manos del PC y las Juventudes Comunistas. Allí la política está hoy
orientada a encontrar las vías para dar pasos en encontrar una “segunda transición democrática” y mantener el enorme movimiento de lucha dentro de los límites de una reforma educativa parcial.
Por
el otro, aquellas corrientes cuyo objetivo es “superar al sistema” pero
sin golpear sobre los centros de gravedad del poder capitalista. En
este sector conviven aquellos que radicalizan las acciones sin una
estrategia para triunfar, junto a aquellos que deciden “ignorar”
directamente al estado burgués y su política, buscando la construcción
de “espacios autónomos” por fuera de las instituciones existentes.
Mientras los primeros son defensores a rajatabla del accionar legal y las negociaciones
con el estado burgués, los segundos tienen como perspectiva general
actuar como si el estado burgués, sus instituciones y el conjunto de los
mecanismos del régimen directamente no existieran. Igualmente, como
señalan los amigos de La Troska Rosario en determinado momento no tienen problemas en cruzar sus caminos con los reformistas.
Aquí y aquí,
nuestros compañeros sostienen estos debates en el Estado español y en
Chile. Posiblemente otro hubiera sido el cantar si en los momentos de
mayor movilización de los Indignados españoles, estos tomaban el camino
de unificarse con las luchas obreras en curso y aportar a la
organización democrática y combativa de los sectores que las burocracias
de la UGT y CCOO dejaban abandonadas a su suerte.
En
estos momentos, en Chile se definen los pasos a seguir, con dos
perspectivas posibles: la negociación con el gobierno de Piñera a cambio
de reformas dentro de la educación neoliberal o la continuidad y
ampliación de la lucha que se da en las calles, apostando al desarrollo
de la unidad obrero-estudiantil para tirar el régimen pinochetista.
A modo de cierre
Como
decíamos al principio, estas reflexiones se hacen más necesarias al
calor de la situación de crisis estructural que afronta el capitalismo mundial
y que prepara nuevos y más agudos enfrentamientos entre las clases
sociales. La perspectiva de situaciones políticas como las que
sacudieron a Egipto y Túnez extendiéndose a países europeos, no es
utópica. Los límites de las estrategias que se proponen reformar al
capitalismo serán cada vez más evidentes.
Es
desde esa perspectiva que es preciso pensar como los nuevos fenómenos
que se desarrollan en la juventud pueden empalmar y aportar al avance de
una nueva subjetividad que tienda a la revolución en la clase
trabajadora. Esto no es algo que dependa del azar.
La discordancia entre los tiempos de la lucha social y los de la lucha política (como señala Daniel Bensaïd)
no es sólo fruto de las derrotas del pasado, sino también de la acción
(reformista) de las direcciones del movimiento obrero y del movimiento
estudiantil en tanto sector organizado de la juventud. Las direcciones
del movimiento de masas, lejos de ser un reflejo directo de esas mismas
masas, expresan una multiplicidad de contradicciones, como bien explica
nuestro amigo FR acá.
Por
eso la superación de esas corrientes que imponen límites a la acción
práctica y la evolución subjetiva de los trabajadores y la juventud es
un aspecto esencial de la lucha por subvertir el orden social existente.
La pelea contra estas direcciones y su política es central para ese
objetivo.