Sentir el pensamiento equivale a mutilarlo; a recortarlo. No porque haya trabas. Por el contrario. Implica dejar el pensamiento librado a una circularidad permanente que agota, que se limita a sí misma. Y que limita, por lo tanto, al sujeto pensante. El sujeto sintiente acordona (censura) al sujeto pensante.
Pensar el sentimiento es darle margen de acción. Permitir al sentimiento encontrar sus raíces y sus razones. Sus causas últimas e intermedias. Su futuro, atado a un movimiento disolvente que entiende su propia dinámica y su propia razón de ser. Todo lo real merece la cualidad de racional. El sentimiento debe ganar su condición de racional. Es decir, su derecho a existir y/permanecer. Esa permanencia, sin embargo, transcurre entre distintas cualidades. Es un sentimiento en disolución, solo en el marco de que tiende a su conversión. A su anulación en el propio pensamiento.
Si el pensamiento sentido es un caos interminable que se recorre a sí mismo arriba abajo; el sentimiento pensado es el origen de un orden cognoscible y transformable. Es decir, un orden capaz de dotar de sentido al sentir. El pensamiento sentido solo puede ser el prólogo del sentimiento pensado. El sentimiento pensado se disuelve en un sentir distinto. Superior, podríamos decir, sin miedo a la pedantería.