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martes, 8 de julio de 2014

La lucha de Lear y la indeclinable debacle del kirchnerismo (notas breves sobre una gran jornada de lucha)




Eduardo Castilla
La gran jornada de lucha nacional que impulsaron los trabajadores de Lear, junto al Encuentro Sindical Combativo y la izquierda trotskista tuvo hoy una gran victoria política al poner en el centro de la escena nacional esta enorme lucha que vienen llevando adelante los trabajadores y trabajadoras de esa empresa.
Para cientos de miles (o quizás millones) de personas, la lucha de Lear se convirtió en la noticia del día. Primero gracias a los piquetes que, a las 7 de la mañana, ya mostraban una gran acción en diversas partes del país. Segundo, como resultado de la represión brutal que desató la Gendarmería en la Panamericana y la resistencia de los trabajadores, las trabajadoras y sus familias.
Este triunfo político no es menor en esta pelea. Del otro lado del cuadrilátero está esa “Santa Alianza” que los trabajadores han tenido que enfrentar durante décadas en la historia de sus luchas. Esa alianza del poder político, la burocracia sindical y las patronales en defensa de los intereses económicos de éstas últimas. Es decir, en defensa de su rentabilidad que tiene, como variable de ajuste, el salario y la vida de la familia obrera.
Esa alianza tropezó hoy con una piedra de tamaño no menor. Los trabajadores y trabajadores de Lear, junto a sus familias, a sectores de otras organizaciones de trabajadores -como las Comisiones Internas de Kraft Donnelley entre otras- y la izquierda clasista dieron un gran ejemplo de unidad en las calles resistiendo, además, la represión. Frente a la inacción que evidencian las conducciones sindicales ante las suspensiones y despidos, que la lucha de Lear adquiera conocimiento nacional, es un elemento que aporta al proceso de recomposición de la subjetividad de la clase trabajadora.
En la etapa final del kirchnerismo, la retórica a favor de los trabajadores va siendo carcomida por todas partes. Por un lado, el impuesto al salario avanza sobre amplios sectores de mayores ingresos. Por el otro, la funcionalidad a las multinacionales imperialistas como Lear o Gestamp significa garantizar los despidos. Así, el ProCreAUTO y las diversas medidas que lo acompañan, se vuelven parte de un armado cosmético casi sin efecto. El “modelo” hace agua por los cuatro costados. 

El estado kirchnerista: una variante del estado menemista

Marx acuño aquella famosa definición del gobierno del estado moderno como “comité de asuntos comunes de la burguesía”. Engels, algunos años más tarde, la complementó al afirmar que se trataba de una “banda de hombres armados al servicio del capital”. Ayer y hoy los conceptos salieron de los libros, bajaron a la vida y cruzaron por Panamericana y la General Paz.
Allí, la banda de “hombres armados” reprimió brutalmente a los trabajadores de EMFER y TATSA. Allí, hoy martes, esa misma fuerza se desató contra los trabajadores y trabajadoras de Lear que, sin embargo, resistieron junto a los compañeros de otras empresas y los estudiantes. Lejos de un paseo, las fuerzas represivas tuvieron que remarla.
Pero esta represión está lejos de haber pasado sin ningún costo político para el gobierno. Si la designación de Milani y el primer intento de ley Antipiquetes habían significado una crisis con franjas de los sectores progresistas dentro de la coalición gobernante, una represión desatada sobre familias obreras, en un contexto de defensa de los puestos de trabajo, parece abrir una crisis en sectores que responden políticamente al gobierno nacional dentro del movimiento obrero.
Así, en cuestión de pocas horas se conocieron los rechazos a la represión de la conducción del sindicato del Subte, de UTE (docentes) y de ATE, ambos de Capital. Todos ellos sectores identificados con el kirchnerismo. Estas condenas no son un dato menor, sino que expresan las contradicciones profundas de un sector sindical que, frente a la derechización de la vieja centroizquierda, optó por apostar al único “progresismo posible”. En esa apuesta no desestimó aceptar cuestiones que -como se conoce en la jerga política- equivalen a la ingesta de sapos. La sapofagia tuvo sus hitos en el Proyecto X o en la designación de Milani, entre otras cuestiones.
Pero reprimir a trabajadores que piden por sus puestos de trabajo tiene un costo adicional.  Implica dejar de lado la última bandera política de este gobierno y pasarse, sin escalas, a la defensa de los intereses empresariales. Durante estos días, el Ministerio de Trabajo de la Nación actuó avalando todas y cada una de las medidas ilegales de la empresa, como el hecho brutal de impedir la entrada de la Comisión Interna a la empresa. Pero el pasaje a la represión abierta entraña un salto cualitativo. En ese salto emergen estas brechas.
Que ésta es la melodía del futuro en el tratamiento del llamado “conflicto social” –un eufemismo para no hablar de lucha de clases- lo confirma la continuidad represiva durante dos jornadas hacia conflictos obreros.
La negociación con los fondos buitres, que está en el centro de la agenda gubernamental, requiere un mayor disciplinamiento social. Las garantías de “seguridad jurídica” y “sustentabilidad” para invertir no las confiere sólo la voluntad de pago sino la certeza del control político de las clases oprimidas y explotadas. A mayor sumisión a los dictados del capital extranjero -aunque se adorne con un discurso anti-neoliberal-corresponde necesariamente mayor represión interna. Allí está la experiencia menemista, de la que CFK fue parte activa, para tomar como referencia.

Macartismo “nac&pop”

La coalición política que vino ejerciendo el poder del estado en la década pasada prosigue su disolución. Nada lo muestra mejor que la polaridad entre las posiciones de las conducciones sindicales señaladas antes y las declaraciones extasiadas de Berni contra los trabajadores y los diputados del FIT.
Una vez más, el ex carapintada salió a pedir mando dura y Ley Antipiquetes. Como una suerte de campana que redobla sin parar, volvió a defender a los “pobres ciudadanos” que “van a trabajar”. Como si los trabajadores y trabajadoras de Lear no estuvieran peleando precisamente por esa demanda, la de volver a trabajar. Un cinismo propio de un represor.
El ataque a los diputados de izquierda –casi un tic en el Secretario de Seguridad- expresa los límites políticos del kirchnerismo para lidiar con el desarrollo político de la izquierda y su relación creciente con franjas de la clase trabajadora. Crecimiento que es proporcional a la debacle de cualquier aspecto progresista en el gobierno. Los llamados a una especie de remake de “hacer tronar el escarmiento” contra los diputados de la izquierda evidencian la imposibilidad objetiva de oponer una salida distinta a la crisis política y social en curso que no sea el hostigamiento represivo.  
Pero la acción de hoy volvió a mostrar –como en el paro nacional del 10A- una fuerza que supera a la izquierda trotskista, la única con alguna relación con franjas combativas del movimiento obrero. Esa fuerza es la de una amplia vanguardia de la clase trabajadora que se concentra en diversos lugares y que ha venido haciendo una gimnasia en la lucha de clases en los últimos años contra la burocracia sindical, contra las patronales  y, también, como se vio en el corte de Panamericana del 10A, contra las fuerzas represivas. Esa amplia vanguardia es la que está en la base del “desafío” al unicato sindical, no en la simple ampliación del espacio político por la derechización del kirchnerismo.
La jornada de lucha en apoyo a los trabajadores de Lear ha sido un pequeño gran test. En la Panamericana hoy se probó el temple de mujeres y hombres en el enfrentamiento a la represión policial y en las movilizaciones posteriores por su liberación. Ese temple pasó la prueba y es parte de, si se nos permite el concepto, el capital acumulado para futuras y mayores batallas. Batallas que son parte de esa guerra mucho mayor que es la lucha de clases. Esa lucha de clases que, como dijeron Marx y Engels ha sido y es, el motor de la historia.

miércoles, 25 de junio de 2014

Marx ha vuelto...aunque a algunos no les guste




Eduardo Castilla
Dicen que Marx criticaba al comunista utópico Wilhelm Weitling cuando se quejaba de que tanto él como Federico Engels escribían sobre temas “oscuros” que a nadie interesaban. La historia reseña que, en el medio de una discusión acalorada, Marx llegó a gritarle “la ignorancia nunca ha servido para nada”.
Hoy podríamos “corregir” a Marx y decir que la ignorancia sirve, por lo menos, para revelarnos a aquellos que deberían estudiar más y escribir menos. La era digital y las redes sociales permiten posibilidades fenomenales pero, al mismo tiempo, dejan el terreno libre para que cierta gente diga cuanto quiere sin más control que el teclado.
La periodista y conductora Belén Marty (“porteña de nacimiento” y “ferviente defensora de la libertad”) en este post se "animó" a hacer una “crítica” de la importante repercusión que está teniendo Marx ha vuelto, la miniserie que Contraimagen y TvPTS están difundiendo masivamente por las redes sociales.
La ferviente defensora de la libertad no tuvo ningún dilema en repetir los lugares más comunes de la crítica al comunismo, sin tomarse ni siquiera el trabajo de investigar el origen político del PTS que es quién está detrás de esta importante producción. Repasemos algunas de sus “críticas”.

Los precios y el cálculo económico

Belén Marty nos informa que “la imposibilidad del cálculo económico del comunismo no hace otra cosa que eliminar los precios, y sin eso el sistema económico no existe”.
No sabemos qué ha leído Belén sobre el comunismo pero seguro que no leyó a Marx, Lenin o Trotsky que, en más de una ocasión, escribieron que la sociedad socialista salida de las entrañas del capitalismo no podía prescindir de los métodos de cálculo económico heredados de ese sistema. Marx lo señalaba en la crítica del Programa de Gotha y León Trotsky, además de múltiples artículos, dedicó todo un apartado de su gran libro La Revolución Traicionada a explicar los mecanismos de regulación de la producción mediante el sistema de precios y la necesidad de una moneda estable, atacando a la burocracia estalinista por la absoluta falta de previsión y la estampida inflacionaria. Muy lejos de la “eliminación” de los precios, sólo una moneda estable permitía medir la productividad del trabajo y avanzar hacia evitar el derroche de trabajo humano. En el primer estadio del socialismo, el mercado seguirá actuando como medio de revisión y control de la producción de determinadas mercancías, coexistiendo con una creciente planificación económica.
Que la burocracia estalinista haya vendido espejitos de colores y que en la Universidad Austral no enseñen la diferencia entre estalinismo y trotskismo no sirve de excusa. Siempre es mejor preguntar antes de postear. 

La planificación y la democracia soviética

Belén se pone a “imaginar a un grupo de funcionarios comunistas” decidiendo qué y cuánto se produce de patatas, chocolates o zapatos. Pero el comunismo por el que peleaban Marx, Engels, Lenin y Trotsky entre otros, está años luz alejado de cualquier forma de planificación burocrática de la economía. Eso fue el estalinismo (o sus variantes maoístas y castristas).
Lejos de eso, el comunismo y la transición hacia dicho sistema no pueden basarse más que en la democracia más amplia, en la posibilidad del conjunto de la población de tomar las decisiones que hacen a la producción y el funcionamiento de la economía. Un verdadero autogobierno de masas basado en la extensión de diversos mecanismos democráticos de decisión y control. Lenin escribió que, bajo el sistema soviético, hasta una cocinera tenía en sus manos la posibilidad de dirigir el estado (esperemos que Belén no tenga ningún prejuicio contra las cocineras).
La idea de una planificación democrática es hoy muchísimo más tangible que hace décadas. Las nuevas tecnologías, extendidas globalmente, que dan origen a las redes sociales y la existencia de altísimas velocidades de conexión de internet, permitirían hoy a millones de personas participar activamente en la toma de decisiones sobre cientos de problemas. La posibilidad real de consultar o decidir online está al alcance de la mano haciendo click para miles de personas de manera simultánea. Un escenario que, evidentemente, la periodista liberal no puede imaginar. 

 “Yo gano porque vos también ganás…”

…afirma Belén. Así funciona el capitalismo según ella nos dice y, al mismo tiempo afirma que el “comunismo fracasó”. ¿En qué planeta vive?
Cuando van 7 años de la crisis internacional nos venimos a enterar que el “acceso irrestricto a la propiedad privada” puede crear condiciones para la creación de riqueza y eso nos puede ayudar a ganar a “todos”. Esto se escribe cuando la desocupación no deja de crecer y el estancamiento económico mundial es una realidad patente, cuando la crisis social hunde a franjas amplias de la población en una situación de enorme precariedad y miseria.   
Como lo señalaba Marx, en el mismo Manifiesto Comunista, la propiedad privada capitalista se basa en privar de toda propiedad a las nueve décimas partes de la población. Lejos del “todos ganan” (una especie de “teoría del derrame” venida a menos) y como afirmó Marx, “la acumulación de la riqueza en un polo es, en consecuencia, al mismo tiempo de acumulación de miseria, sufrimiento en el trabajo, esclavitud, ignorancia, brutalidad, degradación mental en el polo opuesto, es decir, en el lado de la clase que produce su producto en la forma de capital”. Los datos de la realidad social confirman la hipótesis teórica de Marx, no los deseos piadosos de Belén.

La vida no es justa (y la sociedad de clases tampoco)

Belén se queja de que la miniserie Marx ha vuelto establece una relación “injusta” entre el explotado y el explotador. Pero, lo que a la periodista liberal le parece un “cliché” es la realidad de millones de trabajadores en todo el mundo. La crisis internacional, con su secuela de desocupación y pobreza pone en evidencia que el “contrato libre” entre empleador y trabajadores encubre una relación estructuralmente desigual, donde el obrero sólo encuentra trabajo “a condición de que permita acrecentar el capital”. Esto es lo que empuja a la lucha de clases.
La enorme repercusión de Marx ha vuelto se basa precisamente en esta realidad incontrastable. El capitalismo sigue produciendo una brutal desigualdad y sigue siendo un sistema social cuyas crisis significan privaciones enormes para las masas. Significan pobreza, desocupación y las más degradantes condiciones de vida. 
Para los cientos de miles que ya han visto la miniserie es una explicación precisa (y sencilla a la vez) del porqué de esa realidad y de los medios para subvertirla. Ahí radica la razón de su éxito actual.
A pesar de los temores de los liberales y de los “argumentos” de Belén, Marx ha vuelto.

martes, 13 de mayo de 2014

Clasismo, control obrero y doble poder. Notas sobre la experiencia de SiTraC-SiTraM (2º parte)







Eduardo Castilla

“El capital no pregunta por el límite de vida de la fuerza de trabajo. Lo que a él le interesa es, única y exclusivamente, el máximo de fuerza de trabajo que pueda movilizarse y ponerse en acción durante una jornada. Y para conseguir este rendimiento máximo, no tiene inconveniente en abreviar la vida de la fuerza de trabajo”.
Karl Marx, El Capital. Pág.208
En el anterior post hicimos una definición general acerca del carácter de los sindicatos clasistas SiTraC-SiTraM. Allí criticábamos a una de las corrientes de investigación más importantes (Gordillo-Brennan) por el marcado énfasis en limitar al clasismo a un fenómeno esencialmente anclado en la “honestidad” de los dirigentes. Dicha concepción resalta que los obreros siguieron a los mismos -socialistas, de izquierda, no peronistas- en función de esa honestidad y no por sus posiciones ideológicas y políticas.
Pero si el clasismo sólo era un fenómeno de dirigentes honestos que no podían “alterar” la fuerte identidad peronista de su base ¿cómo se explica la brutalidad con la que fue atacado por el conjunto de las instituciones del régimen y por la misma patronal? ¿Dónde residía el peligro del clasismo?
Más allá de su conciencia, los obreros que protagonizaron SiTraC-SiTraM jugaron un rol revolucionario en el período y lo hicieron a partir de poner de cuestión el control capitalista de la producción al interior de las plantas de Fiat, el “modelo” de la burocracia sindical peronista y la conciencia de conciliación de clases impuesta por la misma. Aquí nos referiremos al primer aspecto. 

Capital, explotación y control obrero

La vida obrera valía nada para la patronal de la Fiat. La frase de Marx que encabeza la nota podría describir la situación del conjunto de los trabajadores de las plantas italianas. Las condiciones completamente insalubres en la Forja -que llegó a ser tristemente conocida como “el cementerio de obreros”-, el “acoplamiento” de máquinas (un operario trabajando en dos máquinas al mismo tiempo) y los pagos por productividad[1] eran parte de los mecanismos con los que la patronal italiana imponía brutales ritmos de explotación a los trabajadores, incluso superiores a otras multinacionales automotrices.
Junto a las demandas salariales postergadas, precisamente en el corazón de la producción se desarrollaron los mayores cuestionamientos por parte de los nuevos sindicatos clasistas y se produjeron los mayores choques entre patronal y trabajadores en la medida en que estos avanzaron en enfrentar los ritmos de producción y las condiciones que hacían de la vida obrera un verdadero infierno. 

El primer eslabón de una cadena: la toma de fábrica 

Señalamos antes la importancia que había tenido la toma de fábrica como método de lucha para imponer el reconocimiento de la Comisión provisoria luego de dos meses de negociaciones impotentes. A partir de esta gran acción y de su triunfo se fortalecerá la conciencia de los trabajadores y la confianza en sus propias fuerzas. 
En términos globales la toma de fábrica pone en cuestión el poder capitalista sobre la misma. El control sobre la propiedad privada del conjunto de los medios de producción (maquinarias, inmuebles, etc.) se demuestra endeble y atado a la relación de fuerza establecida entre asalariados y capitalistas.
León Trotsky, a fines de la década del 30’, afirmaba que “independientemente de las reivindicaciones de los huelguistas, la ocupación temporaria de las empresas asesta un golpe al fetiche de la propiedad capitalista. Toda huelga, con ocupación, plantea en la práctica, el problema de saber quién es el dueño de la fábrica: el capitalista o los obreros”[2]. Esta definición no describe un fenómeno pasajero sino una constante cuando los procesos de la lucha de clases se radicalizan.
La toma de fábrica significa un golpe al fetiche de la propiedad privada pero esto no la convierte, en sí misma, en un hecho revolucionario[3]. Sin embargo, como bien señala Lenin, “el “elemento espontáneo” no es sino la forma embrionaria de lo consciente”[4]. La toma de planta, que permitió imponer el triunfo en mayo del 70’, colaborará al acelerado proceso de avance de la conciencia, transformando lo episódico en permanente y abriendo, de este modo, el camino a un cuestionamiento profundo del control patronal sobre la producción.

Control obrero y dualidad de poder

James Brennan afirmará que “Durante los meses siguientes, estos jóvenes trabajadores se apresuraron a cambiar la vida fabril y a hacer del nuevo SiTraC el instrumento de una vigorosa democracia del lugar de trabajo. Los problemas laborales se discutían abiertamente en los departamentos y las decisiones se tomaban a través de la deliberación (…) las asambleas generales abiertas realizadas en la fábrica surgieron casi como una institución de nuevo SiTraC (…) para decidir virtualmente todas las cuestiones referidas a la base fabril: problemas con la aceleración de los ritmos de producción, negociaciones colectivas y hasta quejas por la pobre calidad de la comida que se servía en el bufé de la fábrica” (p.228-229, resaltado propio). A su vez, James afirmaba que “para los empleadores, el cuestionamiento de las condiciones de trabajo por los nuevos dirigentes representaba un desafío directo a la autoridad patronal” (p.308)
Las denuncias de la patronal contra la “insubordinación y la anarquía” en las plantas expresaba este horror al control obrero. Lo que se ponía en escena era la posibilidad para los trabajadores de revertir años de derrotas y de imposición de formas brutales de superexplotación, la posibilidad de cuestionar la dictadura que se ejercía abiertamente por parte de la patronal que, al decir de Marx, convierte a los obreros en apéndices de la máquina. Asimismo quedaba en evidencia que los trabajadores podían opinar y decidir sobre el proceso de producción en su conjunto, modificando la forma en que se llevaba a cabo en función de garantizar su salud mediante tareas y una jornada menos agotadora.
Esto significaba la aparición de una dualidad de poder al interior de las plantas, es decir de la existencia de una contradicción insalvable dentro de las unidades productivas entre los intereses materiales del capitalista y los de los trabajadores. Esa contradicción no podía perpetuarse. Requería ser resuelta y los métodos de resolución eran acordes al momento histórico marcado por la revolución y la contrarrevolución.

Doble poder y lucha de clases

Los sindicatos clasistas “desbordaron” su función de pelear sólo por la mejora de la venta de la fuerza de trabajo iniciando el camino del cuestionamiento al poder del capital al interior de las fábricas. Esto significa el cuestionamiento a la fuente de las ganancias capitalista, es decir a la libre capacidad de aumentar o modificar los ritmos de trabajo en función de una mayor extracción de plusvalía.
De allí que esta forma de control obrero ejercida por los clasistas implicaba una agudización extrema de la lucha de clases. Este aspecto es menospreciado en el esquema de autores como Brennan y Gordillo (o James) que tienden a extrapolar como causas de la derrota su “aislamiento” en relación al conjunto de la clase trabajadora[5] o la separación entre los dirigentes de izquierda y las bases obreras peronistas.
La brutalidad de la represión que se desató sobre los clasistas estuvo dada por el cuestionamiento al control capitalista que se podía extender en el marco de la creciente actividad obrera luego del Cordobazo. El ejemplo de control obrero -así como la utilización creciente del método de la toma de fábrica- eran un desafío abierto al conjunto de la patronal. Era esto lo que empujaba a su liquidación.
La cuestión del control obrero ha sido ampliamente problematizada en el marxismo. Para tomar sólo un ejemplo, en los años 30’, León Trotsky escribía que “el control se encuentra en manos de los trabajadores. Esto significa que la propiedad y el derecho a enajenarla continúan en manos de los capitalistas (…) los obreros no necesitan el control para fines platónicos, sino para ejercer una influencia práctica sobre la producción (…) el control obrero implica, por consiguiente, una especie de poder económico dual en las fábricas, la banca, las empresas comerciales” (La lucha contra el fascismo, p.48).
El mismo Trotsky escribía que “cuanto más se aproxima a la producción, a la fábrica, al taller, menos viable resulta un régimen de este tipo (de control conjunto de sindicato y patronal, NdR), porqué aquí ya se trata de los intereses vitales de los trabajadores y todo el proceso de despliega ante sus mismos ojos. El control obrero a través de los consejos de fábrica sólo es concebible sobre la base de una aguda lucha de clases, no sobre la base de la colaboración” (ídem,  p. 49)
La posibilidad de sostener el control obrero dentro de las plantas de Fiat necesitaba del desarrollo de una mayor lucha de clases. Al mismo tiempo obligaba a la patronal a recurrir a métodos más brutales para derrotar este proceso. De conjunto, la situación tendía a generalizar una agudización abierta de los choques. En esa dinámica debe verse la explicación de los métodos radicales de lucha que fue obligado a utilizar el clasismo.  

Control obrero y lucha por el socialismo

Este intento de control obrero fue un gran ejemplo de lucha para amplias franjas de la clase trabajadora. Al mismo tiempo, fue parte de abrir un debate alrededor de las potencialidades de este método para la perspectiva del socialismo.
En 1973, durante el tercer gobierno peronista, José Nun escribía[6] acerca del control obrero y definía a esas experiencias como “movimientos autónomos de la base que buscan limitar la prerrogativas patronales y que expresan la posibilidad latente de un nuevo orden, de un poder nacido en el seno mismo de la clase obrera, cuyo fundamento es la voluntad colectiva de los trabajadores que luchan por la reapropiación de su fuerza productiva alienada (…) va resquebrajando la hegemonía burguesa al construir, desde abajo, un nuevo principio de legitimidad, al ir gestando una dualidad de poderes que ataca la dictadura del capital  y crea las condiciones para una recomposición política de la clase” (p.238, resaltado propio). 
El control obrero aparece aquí como una suerte de inicio de la “transición al socialismo” en los marcos capitalistas. Esta visión se confirma cuando en la página siguiente Nun señala que “incumbe al sindicato defender u consolidar estos movimientos de ofensiva que tienen su ámbito propio en la planta, contribuyendo a negociar la institucionalización de sus logros pero sin interferir en su dinámica” (p.239).  
Esta cita podría haberse escrito en cualquier país y momento histórico…menos para octubre del ‘73 en Argentina, después de Ezeiza, la renuncia de Cámpora y el giro de Perón hacia la burocracia sindical. Los sindicatos (su expresión real no un concepto ideal) eran encabezados por conducciones burocráticas que se proponían aplastar a las oposiciones sindicales y liquidar toda forma de “indisciplina” entre las franjas combativas de la clase obrera. Imaginar que pudieran alentar el desarrollo de tendencias al control obrero implicaba una enorme ingenuidad o una ceguera política muy grande. El desarrollo de tendencias al control obrero expresaba las tendencias a un choque abierto entre la clase trabajadora y el conjunto del régimen burgués con la burocracia sindical como aliada.
Esto planteaba la necesidad de desarrollar una lucha política más allá de las fábricas y ahí cobraba vital importancia la pelea por la independencia política de la clase trabajadora. Esta cuestión será el eje del tercer post sobre el clasismo.

[1] “En Fiat se trabajaba a un ritmo impuesto arbitrariamente por la empresa, que se conocía como al 125%. Según la empresa, como recompensa se otorgaba un premio a la producción que sólo ella sabía cómo se aplicaba y que por lo tanto el obrero nunca sabía con certeza cuanto era lo que tenía que cobrar”. SiTraC-SiTraM. Flores, P.58)
[2] El Programa de Transición. Ed. CEIP. P.74.
[3] Se puede analizar un ejemplo reciente en el tiempo alrededor del proceso de tomas de plantas ocurridas en el 2009 en Francia, donde un método radicalizado de lucha estaba puesto al servicio de la exigencia del pago de la totalidad de la indemnización, no de la defensa del puesto de trabajo. Para profundizar ver Huelgas obreras: elementos para un primer balance y propuesta para un programa de acción.
[4] ¿Qué hacer? Obras selectas. P.90.
[5] Brennan señala que “SiTraC y SiTraM no tenían una compresión completamente justa de las realidades de la política laboral local un hecho que sin duda tenía mucho que ver con los largos años de aislamiento del complejo Fiat con respecto al movimiento obrero cordobés” (p.249). Esto se opondría al “realismo” de Tosco que nunca rompió lanzas con los sectores del peronismo legalista.
[6] Pasado y Presente nº2. Segunda época.