Eduardo Castilla
La gran jornada de lucha nacional que impulsaron los trabajadores de Lear,
junto al Encuentro Sindical Combativo y la izquierda trotskista tuvo hoy una gran
victoria política al poner en el centro de la escena nacional esta enorme lucha
que vienen llevando adelante los trabajadores y trabajadoras de esa empresa.
Para cientos de miles (o quizás millones) de personas, la lucha de Lear se
convirtió en la noticia del día. Primero gracias a los piquetes que, a las 7 de
la mañana, ya mostraban una gran acción en diversas partes del país. Segundo,
como resultado de la represión brutal que desató la Gendarmería en la
Panamericana y la resistencia de los trabajadores, las trabajadoras y sus
familias.
Este triunfo político no es menor en esta pelea. Del otro lado del
cuadrilátero está esa “Santa Alianza” que los trabajadores han tenido que enfrentar
durante décadas en la historia de sus luchas. Esa alianza del poder político,
la burocracia sindical y las patronales en defensa de los intereses económicos
de éstas últimas. Es decir, en defensa de su rentabilidad que tiene, como
variable de ajuste, el salario y la vida de la familia obrera.
Esa alianza tropezó hoy con una piedra de tamaño no menor. Los trabajadores
y trabajadores de Lear, junto a sus familias, a sectores de otras organizaciones
de trabajadores -como las Comisiones Internas de Kraft Donnelley entre otras- y
la izquierda clasista dieron un gran ejemplo de unidad en las calles resistiendo,
además, la represión. Frente a la inacción que evidencian las conducciones
sindicales ante las suspensiones y despidos, que la lucha de Lear adquiera
conocimiento nacional, es un elemento que aporta al proceso de recomposición de
la subjetividad de la clase trabajadora.
En la etapa final del
kirchnerismo, la retórica a favor de los trabajadores va siendo carcomida por
todas partes. Por un lado, el impuesto al salario avanza
sobre amplios sectores de mayores ingresos. Por el otro, la funcionalidad a las
multinacionales imperialistas como Lear o Gestamp significa garantizar los
despidos. Así, el ProCreAUTO y las diversas medidas que lo acompañan, se
vuelven parte de un armado cosmético casi sin efecto. El “modelo” hace agua por
los cuatro costados.
El estado kirchnerista: una
variante del estado menemista
Marx acuño aquella famosa definición del gobierno del estado moderno como “comité
de asuntos comunes de la burguesía”. Engels, algunos años más tarde, la complementó
al afirmar que se trataba de una “banda de hombres armados al servicio del
capital”. Ayer y hoy los conceptos salieron de los libros, bajaron a la vida y
cruzaron por Panamericana y la General Paz.
Allí, la banda de “hombres armados” reprimió brutalmente a los trabajadores
de EMFER y TATSA. Allí, hoy martes, esa misma fuerza se desató contra los trabajadores
y trabajadoras de Lear que, sin embargo, resistieron
junto a los compañeros de otras empresas y los estudiantes. Lejos de un paseo,
las fuerzas represivas tuvieron que remarla.
Pero esta represión está lejos de haber pasado sin ningún costo político para
el gobierno. Si la designación de Milani y el primer intento de ley Antipiquetes
habían significado una crisis con franjas de los sectores progresistas dentro
de la coalición gobernante, una represión desatada sobre familias obreras, en
un contexto de defensa de los puestos de trabajo, parece abrir una crisis en sectores
que responden políticamente al gobierno nacional dentro del movimiento obrero.
Así, en cuestión de pocas horas se conocieron los rechazos a la represión
de la conducción del sindicato del Subte, de UTE (docentes) y de ATE, ambos de
Capital. Todos ellos sectores identificados con el kirchnerismo. Estas condenas
no son un dato menor, sino que expresan las contradicciones profundas de un
sector sindical que, frente a la derechización de la vieja centroizquierda,
optó por apostar al único “progresismo posible”. En esa apuesta no desestimó
aceptar cuestiones que -como se conoce en la jerga política- equivalen a la
ingesta de sapos. La sapofagia tuvo sus hitos en el Proyecto X o en la designación
de Milani, entre otras cuestiones.
Pero reprimir a trabajadores que piden por sus puestos de trabajo tiene un
costo adicional. Implica dejar de lado
la última bandera política de este gobierno y pasarse, sin escalas, a la
defensa de los intereses empresariales. Durante estos días, el Ministerio de
Trabajo de la Nación actuó avalando todas y cada una de las medidas ilegales de
la empresa, como el hecho brutal de impedir la entrada de la Comisión Interna a
la empresa. Pero el pasaje a la represión abierta entraña un salto cualitativo.
En ese salto emergen estas brechas.
Que ésta es la melodía del futuro en el tratamiento del llamado “conflicto social”
–un eufemismo para no hablar de lucha de clases- lo confirma la continuidad
represiva durante dos jornadas hacia conflictos obreros.
La negociación con los fondos buitres, que está en el centro de la agenda
gubernamental, requiere un mayor disciplinamiento social. Las garantías de “seguridad
jurídica” y “sustentabilidad” para invertir no las confiere sólo la voluntad de
pago sino la certeza del control político de las clases oprimidas y explotadas.
A mayor sumisión a los dictados del capital extranjero -aunque se adorne con un
discurso anti-neoliberal-corresponde necesariamente mayor represión interna.
Allí está la experiencia menemista, de la que CFK fue parte activa, para tomar
como referencia.
Macartismo “nac&pop”
La coalición política que vino ejerciendo el poder del estado en la década
pasada prosigue su disolución. Nada lo muestra mejor que la polaridad entre las
posiciones de las conducciones sindicales señaladas antes y las declaraciones extasiadas
de Berni
contra los trabajadores y los diputados del FIT.
Una vez más, el ex carapintada
salió a pedir mando dura y Ley Antipiquetes. Como una suerte de campana que
redobla sin parar, volvió a defender a los “pobres ciudadanos” que “van a
trabajar”. Como si los trabajadores y trabajadoras de Lear no estuvieran
peleando precisamente por esa demanda, la de volver a trabajar. Un cinismo
propio de un represor.
El ataque a los diputados de izquierda –casi un tic en el Secretario de
Seguridad- expresa los límites políticos del kirchnerismo para lidiar con el desarrollo
político de la izquierda y su relación creciente con franjas de la clase
trabajadora. Crecimiento que es proporcional a la debacle de cualquier aspecto
progresista en el gobierno. Los llamados a una especie de remake de “hacer
tronar el escarmiento” contra los diputados de la izquierda evidencian la
imposibilidad objetiva de oponer una salida distinta a la crisis política y
social en curso que no sea el hostigamiento represivo.
Pero la acción de hoy volvió a mostrar –como en el paro nacional del 10A- una
fuerza que supera a la izquierda trotskista, la única con alguna relación con
franjas combativas del movimiento obrero. Esa fuerza es la de una amplia
vanguardia de la clase trabajadora que se concentra en diversos lugares y que
ha venido haciendo una gimnasia en la lucha de clases en los últimos años
contra la burocracia sindical, contra las patronales y, también, como se vio en el corte de
Panamericana del 10A, contra las fuerzas represivas. Esa amplia vanguardia es
la que está en la base del “desafío”
al unicato sindical, no en la simple ampliación del espacio político por la
derechización del kirchnerismo.
La jornada de lucha en apoyo a los trabajadores de Lear ha sido un pequeño
gran test. En la Panamericana hoy se probó el temple de mujeres y hombres en el
enfrentamiento a la represión policial y en las movilizaciones posteriores por
su liberación. Ese temple pasó la prueba y es parte de, si se nos permite el
concepto, el capital acumulado para futuras y mayores batallas. Batallas que
son parte de esa guerra mucho mayor que es la lucha de clases. Esa lucha de
clases que, como dijeron Marx y Engels ha sido y es, el motor de la historia.
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