Por Eduardo Castilla y Javier Musso
Hace unas semanas salió publicada en la revista Deodoro,
editada por la UNC, un artículo titulado Plataforma
2012, Carta Abierta y después: algunas notas. En la misma, se da cuenta, desde una óptica
claramente oficialista, de los distintos reagrupamientos que existen a nivel
intelectual. La nota aborda, entre otros temas, la contraposición entre
izquierda democrática e izquierda revolucionaria, dentro de la cual se hallaría
la corriente de intelectuales que se agrupa alrededor del FIT. Dicho sea de
paso, el autor nombra a uno de los intelectuales marxistas más importantes de
la actualidad, Eduardo Grüner, pero
omite decir que es un activo participante de esa Asamblea.
Queremos centrar esta nota en el aspecto antes mencionado ya
que nos parece central: la dicotomía entre una “izquierda democrática” (dentro
de las que se hallarían Carta Abierta y Plataforma 2012) y la izquierda
clasista (revolucionaria) con un discurso “adoquinado”, expresada por ejemplo
en nuestro partido y en la Asamblea de intelectuales de apoyo al FIT.
Ecos del pasado
El autor de la nota no aporta nada nuevo a un debate que vuelve
a emerger entre la autodefinida “Izquierda democrática” y la izquierda
revolucionaria, agrupada en los partidos trotskistas. Este debate tuvo un punto
central a fines de los años 70 y principios de los 80, cuando un sector
importante de los intelectuales exiliados, decidió “abandonar” el “modelo
insurreccional” y reemplazarlo por la estrategia de la “radicalización de la
democracia”.
Fue en estos años que, por ejemplo, Oscar del Barco escribió
que “el punto de partida de este trabajo
lo constituye el reconocimiento del fracaso de la revolución rusa”. Años
después, Aricó en La Cola del
diablo enunció que “el reconocimiento
de la derrota (…) nos obligó a pensar en otras formas de acción (…) capaces de
conjugar política y ética, realismo y firmeza social” (Pág. 25) para luego
agregar que “las elaboraciones de Gramsci
forman parte de nuestra cultura y constituyen un patrimonio común de todas
aquellas corrientes de pensamiento democráticas y reformadoras del continente”
(Pág. 84)
Ubicados desde esa lógica, los ex integrantes de la revista Pasado
y Presente, fueron parte activa de esta “revalorización de la democracia”. En
Argentina, encontraron al “sujeto” de esas “transformaciones” en el
alfonsinismo. La historia nos confirma en que terminaron esas ilusiones: Ley de
Obediencia Debida, Punto Final, represión y asesinatos en los saqueos del
hambre, entre otras “conquistas”. La izquierda democrática, nacida de la
renuncia a las ideas de la revolución social, terminó en las “trincheras” del
estado burgués, justificando el accionar del gobierno radical.
Democracia y consenso
El “fracaso” de la izquierda revolucionaria o clasista viene
a ser, para estos sectores, su no reconocimiento de las bondades del régimen
democrático burgués. La no valoración de la posibilidad de votar y elegir
representantes para la dirección de la vida social. Al respecto, Perry Anderson
ha señalado en Las
antinomias de Antonio Gramsci que “La
particularidad del consentimiento histórico conseguido de las masas en las
modernas formaciones sociales capitalistas no se puede encontrar de ningún modo
en su simple referencia secular o en su temor técnico. La novedad de este
consenso es que adopta la forma fundamental de una creencia por las masas de que ellas ejercen una autodeterminación
definitiva en el interior del orden social existente. No es, pues, la aceptación
de la superioridad de una clase dirigente reconocida (ideología feudal), sino la
creencia en la igualdad democrática de todos los ciudadanos en el gobierno de
la nación (…) El consentimiento de los explotados en una formación social
capitalista es, en este caso, de un tipo cualitativamente nuevo que ha dado
lugar sugestivamente a su propia extensión etimológica: consenso o acuerdo
mutuo” (resaltado propio)
En esa posibilidad de construcción de consenso alrededor de
la creencia de que las masas ejercen una autodeterminación al interior del sistema,
radica la fortaleza del régimen democrático burgués. No por algo Lenin
la definió como el “envoltorio más dulce
del capital”. Bajo la igualdad
formal se esconde la desigualdad
real que se expresa en que el verdadero control de la sociedad se halla en
manos de los grandes grupos económicos. Las leyes consagran su dominio y la
expropiación de las verdaderas decisiones de manos de las masas.
El régimen de la democracia capitalista puede sostener la
apariencia de una igualdad formal mientras las contradicciones sociales y
económicas no se agudizan. Pero cuando esto ocurre, la esencia del estado
empieza a desplazar su apariencia. La experiencia actual en Europa puede servir
de ejemplo para mostrar la dinámica que adquiere el régimen democrático burgués
en momentos de crisis social, política y económica. El representante del
“conjunto de la sociedad” se transforma en el gerenciador de los negocios
capitalistas, el aplicador de ajustes contra las masas pobres y la clase
trabajadora. Su “rol neutral” desaparece para dejar paso a una clara
parcialidad a favor de los grandes bancos y empresas financieras, salvadas a
costa de la miseria de la mayoría de la población. Incluso, el voto, último reducto
de esta concepción ideológica, muestra su nulidad en Grecia y en Italia donde,
virtualmente, asistimos a golpes de estado de los grandes grupos financieros y
a la instalación de verdaderos tecnócratas al servicio de los mismos. Estos
procesos devienen en la crisis y deslegitimación del mecanismo del voto, dando
lugar a la emergencia de tendencias sociales diferenciadas, tanto hacia la
izquierda como hacia la derecha.
Ni “izquierda” ni “democrática”
Así como los ex Pasado y Presente fracasaron en su proyecto
de “radicalizar la democracia alfonsinista” hoy asistimos a una crisis de la
intelectualidad K en su intento de “profundizar el modelo”. Los intelectuales
agrupados en Carta Abierta, Argumentos y otras variantes ligadas al
kirchnerismo se sirven de crecientes malabares para justificar su defensa de un
gobierno que viene girando a la derecha desde hace ya más de un año. Cada vez les
es más necesario acomodar la realidad política y conceptual a los esquemas
preexistentes de defensa del modelo K.
Frente a cada hecho de la realidad, los intelectuales
agrupados en Carta Abierta y otros sectores, más allá de denuncias parciales,
han estado a la derecha en sus respuestas. Ante la emergencia de los problemas
estructurales (como los que se expresaron en la masacre de Once
y la defensa de lo “actuado” en ese momento, o en el discurso
contra los docentes) han centrado sus intervenciones en la defensa del
gobierno. Lejos de una denuncia abierta sobre las condiciones en las que viaja
la enorme mayoría de la población trabajadora, los intelectuales de este
espacio han avalado al gobierno.
Esta intelectualidad “nac&pop” también ha estado a la
derecha en la “cuestión nacional”. No sólo por el tibio discurso ante la
problemática de las Islas Malvinas, donde el discurso antibritánico va de la
mano de garantizar los intereses de importantes multinacionales
en el país. A eso le podemos adicionarla aceptación de la influencia del GAFI a
través de la presión en función de la Ley Antiterrorista o la aceptación de la
relación de la Gendarmería con la DEA como lo denuncia el mismo Horacio
Verbitsky.
Pero además, la emergencia de los problemas estructurales
implica, del lado del gobierno, el crecimiento de la criminalización de la
protesta social. Lo vemos con la Ley Antiterrorista, el espionaje de Proyecto X
y la represión en las provincias. Frente a esto, la intelectualidad agrupada en
la llamada izquierda kirchnerista, a pesar de denunciar puntuales, también ha
avalado esas medidas con su inacción. No basta con un discurso o unas palabras
cada tanto contra alguna política del gobierno. No conocemos la actividad
sistemática de esta “izquierda democrática” destinada a lograr la anulación de
la Ley Antiterrorista o el desprocesamiento de los miles de luchadores obreros
y populares. No la conocemos porque no existe.
Así, la “izquierda democrática”, igual que sus antecesores
de Pasado y Presente, termina del lado del estado burgués, avalando sus
políticas y justificando el aumento de las medidas represivas. Muy lejos de la
izquierda y muy lejos de lo democrático.
El espacio
intelectual y la izquierda trotskista
En un post
de hace unos días señalamos que Diego Tatián hacía un “uso político” de la
reseña de “Nueve lecciones sobre economía
y política en el marxismo”. Tanto la reseña de Tatián como la nota que
criticamos aquí, tienen en común un intento de descalificar las ideas
trotskistas. Tatián lo hace mediante el uso de la falsa contraposición que
Aricó establece entre Trotsky y Lenin en el libro reseñado.
Lejos estamos de presenciar una causalidad. Las corrientes
trotskistas agrupadas en el FIT vienen siendo un actor esencial de la realidad
política nacional, derribando el viejo discurso de que, a la izquierda del
kirchnerismo, está la pared. Por el contrario, la izquierda viene de
protagonizar una muy buena elección en el año 2011, derrotando la proscripción
que quería llevar adelante el gobierno nacional.
Pero además se halla en el centro de la escena por ser parte
activa de la oposición social, como se evidencia en las luchas obreras, en la
denuncia de la masacre de Once y la responsabilidad del gobierno o en la
persecución específica que se ejerce sobre los delegados, dirigentes y
activistas como, por ejemplo, los integrantes de la Comisión Interna de Kraft.
De ahí que los discursos sobre la “marginalidad” de la izquierda” atrasan cada
vez más y sirven para justificar el apoyo a un gobierno en franca
derechización.
Un aspecto esencial de ese nuevo espacio se expresa en la
Asamblea de Intelectuales que apoya al FIT. Como señala Hernán Camarero en esta
entrevista “El espacio potencial, las posibilidades de
interpelar y de organizar desde nuestra Asamblea desde los planteos de la
izquierda revolucionaria, son aún más grandes, porque el desgaste y el
desprestigio del gobierno será creciente, y las diferentes expresiones de la
“oposición” no tienen mucha consistencia, y estos dilemas y debilidades se
proyectarán a sus agrupamientos intelectuales. Por eso, creo que es necesario
hacer un fuerte relanzamiento de la Asamblea.”
Como se mostró esta semana, en las movilizaciones del 24 de
marzo, la izquierda ganó
Plaza de Mayo, pero además marchó en todo el país como un polo de la oposición
política al gobierno nacional, frente a las ubicaciones completamente
subordinadas de la llamada izquierda K y
algunos organismos de DDHH.
Hace unos días Manolo Romano escribía acá
sobre el resurgimiento de la idea de una “izquierda insurreccional”. Frente a
los límites que muestra el proyecto que se define como “izquierda democrática”,
los debates que intentamos llevar adelante aquí van en el camino de construir
una izquierda capaz de actuar ante los momentos convulsivos de la lucha de
clases que el futuro proyecta sobre Argentina y empieza a mostrar claramente hoy en
Europa y el norte de África.