Eugene Delacroix, La libertad
guiando al pueblo
Paula Schaller
La importante cobertura que viene
realizando La
Izquierda Diario sobre la situación abierta a partir del atentado a Charlie
Hebdo, sumada a interesantes análisis como los de Fernando
Rosso y Juan Dal Maso, son muy útiles para consolidar un punto de vista por
izquierda de lo que hay detrás los hechos y su posible dinámica. Aquí nos
tomamos la licencia de disparar una serie de digresiones más tangenciales al
respecto, diversas inquietudes, vías de reflexión y relaciones analíticas que
nos disparó en estos días el seguimiento de lo acontecido en Francia.
El "asesinato de
Voltaire"
"Han asesinado a
Voltaire", titulaba un periódico francés la mañana siguiente del atentado
a Charlie Hebdo. Su conocida frase "no estoy de acuerdo con lo que
dices pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo", parece venir
como anillo al dedo para la defensa de la libertad de expresión con la que
intenta identificarse el régimen político francés.
Voltaire es otra forma de decir
modernidad, racionalidad, así que "los irracionales han matado a la
racionalidad".
Esta metáfora
"ilustrada" que remite a la genealogía intelectual francesa, y por
extensión Occidental, hunde sus raíces en la dicotomía "civilización o
barbarie" como ideología que pregona la superioridad
cultural, ética y moral de los "valores europeos", dilema
que Sarmiento supo inscribir en la tradición político-cultural de la oligarquía
liberal y pro-europea de estas pampas.
Es sabido que Voltaire expresó en
el terreno intelectual los intereses de una burguesía ascendente que pugnaba
por limitar los poderes de la nobleza y del clero para desarrollarse, y que no
pudo más que expresar a la vez tanto los aspectos avanzados como los límites
históricos de esa burguesía. Por eso mientras debatía encarnizadamente contra
un Bousset que justificaba el origen divino del poder monárquico y hacía de la
Historia el resultado del espíritu universal y trascendente motorizado por la
providencia, Voltaire propugnó una Historia motorizada por las voluntades
individuales, pero como "todos los individuos son iguales pero algunos son
más iguales que otros", la voluntad individual que mueve la Historia
volteireana es la del monarca (de ahí su historiografía centrada en Carlos XII,
Luis XIV como ejes del proceso social). Así las cosas, no superó los marcos
político-ideológicos del despotismo ilustrado, precisamente porque expresaba
los intereses de una burguesía que había crecido al amparo del autoritarismo
real y muy lejos estaba del republicanismo.
No deja de resultar metafórico al
respecto que Voltaire haya sido nombrado "Padre de la Patria y la
Revolución" en el año 1791, cuando ésta última todavía no se había hecho
regicida (la cabeza de Luis XVI recién rodó al año siguiente) y la primera era
más restrictiva y elitista que la "Patria" consagrada por imperio del
Gran Terror jacobino posterior.
Es claro que el racionalismo
marcó un punto de inflexión hacia el pensamiento moderno occidental, pero el
caso es que la tradición intelectual francesa está más a gusto reivindicando a
los filósofos ilustrados, por poco republicanos que hayan sido, que a los
jacobinos que, incluso contra la gran burguesía, permitieron la instauración de
su dominio económico-social dando los verdaderos tiros de gracia al Ancien
Régime.
Ya Marx había dicho que el
terrorismo francés en su conjunto (se refiere al Gran Terror jacobino entre
1793 y 1794) no fue más que una manera plebeya de terminar con los enemigos de
la burguesía; pero como la burguesía era pactista y contraria a los
"métodos plebeyos", los Jacobinos "no solamente privaron a la
burguesía del poder, sino que también le aplicaron una ley de hierro y de
sangre cada vez que ella hacía el intento de detener o 'moderar' el
trabajo de los Jacobinos. En consecuencia, está claro que los Jacobinos
han llevado a término una revolución burguesa sin la burguesía." (Trotsky,
Nuestras tareas políticas)
Quizás por esto Robespierre no
tenga en Francia las estatuas ni los laureles de los que goza Voltaire, cuando
lo que dio al liberalismo su fuerza atractiva fueron precisamente las
tradiciones de la Gran Revolución francesa, de su punto más alto como fue la
democracia (o dictadura, como se prefiera) jacobina y sans-culotte . Pero
si como sintetizó Trotsky, en los siglos que siguieron a la Gran Revolución la
burguesía mostró en efecto su incapacidad de hacer honor a las
tradiciones de su juventud histórica, consagrando un régimen social opuesto a
toda verdadera libertad, igualdad y fraternidad entre los pueblos, la
antigüedad de su tradición revolucionaria permitió construir en Francia un
arraigado discurso republicano que fue explotado en cada momento de crisis como
elemento integrador del régimen político y como fuerte sentido de identidad
nacional insuflado hacia el conjunto de las clases.
El bicentenario de la
Revolución Francesa, la "cuestión inmigrante" y el "fin de la
revolución"
Para el año 1989 corría el
segundo gobierno del socialista Francoise Miterrand y Francia se aprestaba a
celebrar el bicentenario de la Revolución Francesa, una enorme oportunidad
de afianzar el ya de por sí profundo patriotismo francés a la vez que
revitalizar la imagen de París como faro cultural del "mundo
civilizado", para lo que se remodeló el Louvre y se prolongaron los Campos
Elíseos.
Se venía de los tiempos de la
cohabitación con Chirac (pronto se daría el apoyo francés a la primera guerra
del Golfo) y donde el fin del boom económico, -los llamados "30
gloriosos" años que transcurrieron entre los 50 y los 80- dio lugar
a despidos masivos en la industria que sufrieron particularmente los
inmigrantes, que se ubicaron a la vanguardia de la lucha. El gobierno
socialista azuzaba el odio anti-inmigrante y particularmente
anti-musulmán para poner al país contra los obreros en huelga, difundiendo
consignas como "trabajo sólo para los franceses" o
"universidades sólo para los franceses". Importante cinismo cuando no
sólo la Francia de la posguerra se había reconstruido en base a la entrada de
inmigrantes de sus ex colonias norafricanas, sino que en el post-mayo francés,
las propias patronales industriales usaron el Islam como baluarte en la lucha
contra el comunismo (que aunque había prestado grandes servicios a la burguesía
desviando el ascenso revolucionario francés en la posguerra y traicionando las
demandas del movimiento del 68 por míseros aumentos salariales no dejaba de ser
un partido revestido de la tradición de la Rusia revolucionaria). Las
patronales, desde los sindicatos amarillos como la CSL (Confederación de
Sindicatos Libres) impulsaron el Islam como forma de segregar y controlar a los
obreros en las fábricas. Gülles Kepel, en su libro Las banlieues del
Islam describe como "colocar una estructura islámica [que
incluyó salas confesionales] al interior de las fábricas representó muchas
ventajas para la gerencia (...) ello reforzó la adhesión de los obreros
musulmanes al espíritu de la compañía, reconociendo que esta les permitía
practicar su religión", y esto mientras el gobierno desde los
medios de comunicación denunciaba a los huelguistas norafricanos de Citröen,
Renault, Talbot como "ayatollahs en las fabricas".
En el marco de esta creciente
lucha de clases, el bicentenario de la Revolución Francesa proporcionó al
gobierno "socialista" la oportunidad de lanzar una enorme operación
ideológica conservadora, recreando un espíritu de unidad nacional republicana
que encontró en Francois Furet su extremo flanco derecho, aunque no por esto
menos influyente entre la intelectualidad y los medios culturales y de
comunicación. Frente al debate historiográfico en torno a la significación de
la Revolución Francesa, Furet encabezó el ala revisionista sentenciando que "La
Revolución está terminada", sólo era un hecho inerte, carente de
actualidad, que había dejado de ocupar un lugar en el imaginario colectivo de
los franceses. El país debía ajustar cuentas con su pasado violento, ese que
Furet ya había definido en su anterior Pensar la Revolución como
un modelo de desviación totalitaria de la época moderna, y entrar
definitivamente en la vía de las reformas evolutivas. Para Furet "la idea
revolucionaria es la imposible conjura de la desdicha (...) en la medida
en que la libertad y la igualdad de los hombres constituyen promesas absolutas,
preñadas de esperanzas ilimitadas, y por lo tanto imposibles de
satisfacer" (Francois Furet, Pensar la revolución) La operación común
a la vertiente revisionista fue la de negar la revolución como una vía
necesaria para el cambio, considerando que en la modernidad -entendida como una
progresión hacia la ampliación de la democracia y el crecimiento económico- la
revolución juega un rol obstaculizador ya que tiende a generar regímenes políticos
autoritarios y destructivos. Lejos de lo que sostuvo Hobsbawm en Los
ecos de la Marsellesa, donde plantea que los ataques de los revisionistas
no tuvieron el objetivo de conjurar el peligro de alguna agitación social sino
de ajustar cuentas con su propio pasado marxista, la realidad es que, más allá
de que algunos de sus postulados resultaran poco digeribles para la
intelectualidad que se reclamaba heredera de la tradición republicana, la idea
del "fin de la revolución" y la condena a la violencia revolucionaria
proporcionaron un importante sustrato ideológico en momentos en que el fin del
boom de posguerra y la "cuestión inmigrante" se habían revelado como
factores de conflicto que amenazaban con volver a abrir una crisis en
Francia. En una entrevista al Le monde diplomatique del año 1988 el
primer ministro socialista Michel Rocard reivindicaba al bicentenario
"porque convenció a mucha gente de que la revolución es peligrosa y que si
puede evitarse, tanto mejor".
Sobre "El momento
churchilliano" (o neogaullista) de la V República
Varios analistas utilizaron en
los últimos días la metáfora del "momento churchilliano de la V
República", que como bien se
dijo alude al retorno de Churchill al cargo de premier inglés para
comandar el esfuerzo bélico en la Segunda Guerra Mundial . Una burda forma de
clamar a favor de un mando fuerte y centralizado que prepare a Francia para la
batalla contra el "enemigo islamita". Pero para tomar una analogía
más propiamente francesa podríamos hablar de un "momento gaullista"
para definir, salvando las distancias históricas, la operación política a la
que parece apostar el gobierno francés. La propia V República francesa actual
hunde sus raíces en la política bonapartista de De Gaulle que a fines de los
'50 sometió a referéndum la instauración de un régimen con un
ejecutivo fuerte, estableciendo la elección directa presidencial como forma de
darle más unidad a un régimen político que sufría de una endémica inestabilidad
profundizada por la guerra de independencia de Argelia, que maximizó las
tendencias centrífugas con el crecimiento de variantes de extrema derecha
como la OAS (Organisation de l'armée Secrete) que presionaba al gobierno por
una política todavía más dura frente a la guerra colonial, en el marco de que
el régimen francés históricamente había contenido una izquierda
con peso de masas en el movimiento obrero (el PCF, prestigiado
durante la Resistencia como el "partido de los 75 mil fusilados",
contaba en la inmediata posguerra con unos 5 millones de votos, un 25 %
del electorado).
Por estos días el gobierno de
Hollande intenta recrear un espíritu de unidad nacional republicano que nos
recuerda al que difundió De Gaulle luego de la Liberación de París en 1944 (que
marcó el fin de la Francia colaboracionista de Vichy) donde se trataba de
alentar la reconstrucción económica francesa y desviar el ascenso
revolucionario de posguerra, tarea a la que contribuyó activamente el PCF. En
su famoso discurso de Bayeux, -la primera ciudad liberada en junio del 44-
que pasaría a la historia como el primer discurso pronunciado en
territorio de la Francia libre, De Gaulle planteó "Tantas
convulsiones han acumulado en nuestra vida pública germenes venenosos de los
que se intoxica nuestra antigua propensión gala a las divisiones y querellas.
Las pruebas extraordinarias por las que acabamos de pasar no han hecho sino
agravar este estado de cosas. La situación actual del mundo en que, tras
ideologías opuestas, se confrontan potencias entre las cuales estamos
colocados, no deja de introducir en nuestras luchas políticas un factor de
turbación." Un discurso que desestimaba los extremos ideológicos llamando
a una unidad nacional que no tenía otro objetivo que el de salvaguardar la
Francia imperialista, evitando la verdadera liberación de los cientos de miles
que habían combatido armas en mano contra la ocupación alemana y el
colaboracionismo de la burguesía francesa. Claro que hoy el régimen político
francés no cuenta ni de lejos con un De Gaulle, que entre otras cosas pudo
comandar la unidad nacional en el marco de un histórico boom económico, algo
que claramente Hollande, que en el marco de su plan de ajuste ante la crisis capitalista venía
de batir récords de imagen negativa (8 de cada 10 franceses no lo querían), no
tiene. Pero este se encuentra ante la oportunidad histórica de reforzar el
presidencialismo y reeditar su propia ficción de la "Francia Libre"
(libertad es la palabra que más se escucha en la histórica movilización que
está teniendo lugar en estos momentos), moviendo el panorama político al centro
para desplazar al ultraderechista Frente Nacional de Le Pen que venía de ganar
las elecciones europeas de mayo de 2014 y no fue invitado a la
movilización. A esta operación de reconstrucción del centro republicano
concurre la prensa, francesa y europea, que en general viene desestimando
los extremos a la vez que alienta una "república más dura". Un periodista
del diario El País escribía:
"es el momento, ahora o nunca, de hacer gala de una sangre fría
republicana que hará que no nos abandonemos a las funestas facilidades del
Estado de excepción", identificando a este último con las intenciones del
Frente Nacional. En el mismo sentido, el artículo plantea que unidad
nacional es lo contrario a la política de "Francia para los
franceses" que agita aquel. Todas ideas que concurren en un llamado a cerrar
filas para la unidad del régimen, pidiendo políticas más duras pero que no
caigan en el racismo abierto del Frente Nacional. Todo bajo el manto del
republicanismo, claro.
La movilización en "defensa
de los valores de la República", que avanza por el boulevard
Voltaire, está encabezada por los principales mandatarios de la Europa del
ajuste, incluido el masacrador y sionista Netanyahu, que buscan explotar la
conmoción por el brutal atentado para consolidar una unidad reaccionaria
anti-inmigrante y explotar este estado de ánimo en el marco de la crisis que
azota al continente.
Los medios ya hablan de la mayor
movilización de la historia del país después de la Liberación, una comparación
que opera como metáfora histórica que surca lo más profundo del imaginario de
la unidad nacional francesa.
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