Paula Schaller y Eduardo Castilla
Las masivas movilizaciones que hemos visto en estas semanas en Brasil
plantean una serie de interrogantes en relación a la dinámica de la lucha de
clases en el vecino país. ¿Asistimos al fin del ciclo del PT? ¿Las movilizaciones
políticas pueden abrir un nuevo ciclo de luchas
sociales más extendidas? ¿Podrá el gobierno limitar el “daño” de estas acciones
sobre el conjunto del régimen político burgués? Las enormes movilizaciones demuestran el hartazgo de sectores de las
masas con la casta política que gobierna el Brasil. Aparecieron de la noche a
la mañana, como rayo en cielo calmo, sorprendiendo a todos y todas. En el país
que aspiraba a cumplir (y en parte lo hacía) el rol de potencia regional
integrando la “elite” de los BRICS, bajo un gobierno que se vanagloriaba de
“haber sacado a 40 millones de personas de la pobreza” para “convertirlas en
“clase media”. Allí, en ese país que se preparaba para las Olimpíadas y el
Mundial, estalló la furia.
Ya es evidente que las movilizaciones trascienden largamente las
demandas ligadas al aumento del boleto. Están expresando un “Brasil profundo”
que cuestiona el “Brasil de arriba”, el de los políticos que conforman la casta
que dirige los negocios de ese gigantesco estado burgués. Existe un repudio
extendido, como señala Atilio
Borón, a la “partidocracia
gobernante”. Precisamente ésta es la demanda a la que intenta dar respuesta por estas
horas el gobierno de Dilma Rousseff con el anuncio de un plebiscito que permita
avalar una reforma política. Sabiendo que mientras escribimos se siguen
desarrollando las movilizaciones, trataremos en este post de delinear algunas
de las discusiones abiertas.
¿Fin de una Revolución Pasiva?
Lo primero es definir a qué proceso de ruptura estamos asistiendo en
Brasil. El fin de la revolución pasiva tituló Massimo Modonesi su columna dominical en La
Jornada, dando cuenta de lo que define como “un proceso de modernización
impulsado desde arriba, que recoge sólo parcialmente las demandas de los de
abajo y con ello logra garantizar su pasividad, su silencio, más que su
complicidad”. Este proceso habría bloqueado el desarrollo de la
movilización de masas en la última década en el país y estaría estallando hoy.
Es innegable que existieron elementos de “pasivización” en estos años, el
primero de los cuales fue la propia elección de un presidente “obrero”, que dio
al régimen una enorme confianza de las masas (Lula llegó al poder en una
histórica elección en la que obtuvo unos 52 millones de votos, que
representaban el 61, 4 %), a partir de lo cual el PT promovió una política de
distribución a gran escala de parte de la recaudación estatal para aliviar la
situación de los sectores más pobres. Conceptualizar la experiencia brasilera
de los últimos años como una “revolución pasiva” exagera los resultados de la
“modernización desde arriba”. Gramsci en sus escritos sobre el Risorgimiento describió
el proceso de unificación nacional, llevado a cabo sin tendencias jacobinas por
el transformismo del Partido de la Acción. Se trató de una revolución burguesa
“desde arriba”, un cambio estructural profundo del carácter del Estado y la
nación italiana, una forma de realización desde el Estado de grandes tareas
históricas burguesas.
La perspectiva de Modonesi pareciera ser tributaria de los análisis de
Aricó, quien (ver La cola del diablo) generalizaba el uso de
la categoría de "revolución pasiva" para analizar el proceso de
modernización de las sociedades latinoamericanas como proceso que, en ausencia
de fuertes clases dominantes nacionales, es conducido desde el Estado. El
riesgo que entraña esta generalización es el de exagerar las modificaciones
estructurales que está en condiciones de impulsar la burguesía: en el Brasil de
las últimas décadas el crecimiento económico no alcanzó a alterar las
bases profundas de la estructura económica del país, como se explica aquí. Sus avances
fueron parte del ciclo del que gozaron los países semicoloniales en la última
década y los vaivenes de la economía internacional golpearon (y golpean)
fuertemente sobre el país, limitando su crecimiento y las posibilidades de
sostenimiento del nivel de vida que han conquistado franjas de masas en los
últimos años.
Su emergencia como potencia regional, lejos de “derramar” sobre el
conjunto de las masas, implicó la continuidad de la pobreza estructural para
millones. Según este análisis, la
población carcelaria se duplicó entre 2000 y 2012, pasando de 233mil a
550mil presos. Por otra parte, Luciana Rabinovich afirma que “la
pobreza y la desigualdad estructurales de Brasil no se resuelven ni con un
asombroso superávit comercial ni con todo el petróleo del pre-sal. La
contracara de ese indudable crecimiento es múltiple: el narcotráfico, la violencia,
la corrupción y los problemas en la distribución de la tierra”.
Como se señala aquí, las condiciones económicas de la
década pasada ni siquiera permitieron avances sustanciales en materia de
servicios públicos y calidad de vida de las masas pobres. Más que
"revolución pasiva" el Brasil petista fue un intento de
combinar neoliberalismo con asistencialismo estatal (ver acá), lo cual se asentó en un proceso
de pasivización basado en condiciones excepcionales a nivel internacional que
no cambiaron la estructura básica del país. El fin de esa pasivización, en el
marco de la crisis internacional que pone en cuestión la continuidad de esas
condiciones excepcionales, pone en jaque al PT como administrador
"progresista" del neoliberalismo con "rostro humano".
El transformismo del PT
El concepto de revolución pasiva va ligado estrechamente al de transformismo,
es decir del pasaje de las capas dirigentes de las clases subalternas al campo
de la clase dominante. El revolucionario italiano, en los escritos sobre el
Risorgimiento italiano distinguía dos momentos: el transformismo “molecular” (“las
personalidades políticas individuales elaboradas por los partidos democráticos
de oposición se incorporan individualmente a la “clase política
conservadora-moderada” (…) y el “transformismo de grupos extremistas que
pasan enteros al campo moderado”. El PT pasó por estas dos etapas en la
medida en que fue conquistando espacios dentro del régimen capitalista
brasileño, logrando la gobernación de varios estados, donde incluso los
gobernadores rompían políticamente con el partido en “defensa de sus electores”
que lo trascendían. El ciclo del transformismo del PT se inicia en los
años ‘80 cuando “La
capacidad de acción política del PT y su base social en el ABC metalúrgico, le
permite ganar el municipio de Diadema en 1982 y además conseguir las ciudades
de San Pablo, Porto Alegre y Victoria en 1988”.
A partir del 2002 con la llegada de Lula al poder, el PT se convierte en
el partido de gestión del capitalismo de Brasil y avanza claramente hacia “una
coalición con el empresariado para modernizar el resto del país,
sustentado en la redistribución para mejorar las condiciones sociales de los
brasileños, sintetizado en el programa Fome Zero”. Como afirma Francisco
“Chico” de Oliveira el PT culmina así su “transformación”: “Hace tiempo que
se estaba preparando el terreno para la transformación ideológica del PT, pero
no habría ocurrido plenamente sin la elección de Lula, que fue el
acontecimiento que le dio materialidad. Pero son dos las caras de la moneda: la
transformación del PT permite la victoria electoral y la victoria electoral
permite la culminación de la transformación del PT”.
Las expresiones más brutales de este transformismo fueron la
construcción de un partido cada vez más anclado en los cargos del estado
capitalista y más alejado de las masas, que acumuló denuncias de corrupción,
del cual el “mensalao”
llegó a ser el más famoso. Si a fines de los 70’ e inicios de los 80’, como cita Fernando Rosso,
el PT emergió como el partido orgánico de clase trabajadora brasilera y, en
particular de sus sectores más combativos concentrados en el ABC paulista (lo
que lo llevó en los años 80 a representar a un 70 % de los dirigentes de la
CUT), esta relación, a lo largo de la década que pasó, se fue resquebrajando
porque el PT se integró a la partidocracia que hoy es rechazada en las
calles. El transformismo del PT ha sido directamente proporcional a su rol de
gerenciador del neoliberalismo, lo que lo llevó en todos estos años a
basar su gobernabilidad en todo tipo de pactos y acuerdos con los distintos
partidos del régimen.
Es evidente que si las condiciones materiales no lograron cambios
sustanciales que permitieran un período histórico en el que todo se redujera a
“guerra de posición” (revolución pasiva), el principal factor de la
pasivización fue el gigantesco transformismo del PT, que se había convertido
no sólo en representante de la clase trabajadora, sino en hegemónico, es
decir en representante del conjunto de la luchas de los oprimidos del Brasil.
La cooptación del aparato dirigente de este partido parece haber actuado como
una enorme pérdida para el conjunto de las masas en lucha. Los años de
crecimiento (que están terminando) ayudaron a que esa experiencia entre las
clases subalternas y la nueva ubicación que había adquirido el PT se mantuviera
en estado latente. Pero las condiciones de la crisis internacional y sus
efectos en el país, -que se combinan con la escalada inflacionaria que se
disparó de cara al mundial-, así como la oleada de acciones de la juventud
que recorre el mundo, están permitiendo que estos fenómenos se expresen y
Brasil se ponga a tono con el hecho de que empieza el fin de la época de la
"Restauración Burguesa".
La crisis de la casta política: representantes y representados
Estas movilizaciones deslegitiman a los
políticos que han administrado el Estado al servicio del capital. Pero al mismo
tiempo, siguiendo el espíritu de los indignados españoles y los
movimientos que existen globalmente, atacan toda forma de representación,
tendiendo a igualar a “toda la política”. He ahí su rasgo más contradictorio
que ha valido respuestas de sectores como la burocracia de la CUT, que convocan
a movilizarse de manera diferenciada.
En este escenario, lo que teme la burguesía en
su conjunto es que se profundice el proceso de “separación entre
representantes y representados”. FHC, ex presidente de Brasil por el PSDB, afirma
que es preciso que los partidos “se reinventen” y “restablezcan
vínculos con la población”. Por su parte, Dilma dijo hace poco que “es
un equívoco que
la sociedad prescinda de los partidos políticos”. Como se señala acá, se está
viviendo algo similar al "que se vayan todos" del 2001 argentino:
repudios de las movilizaciones a los políticos y al conjunto de las
instituciones. Se está poniendo activamente en cuestión a una casta que vive en
condiciones completamente ajenas a las del pueblo.
Pero esta crítica política parece estar abriendo
el camino a la intervención de distintas franjas sociales con reivindicaciones
económicas. Este miércoles los habitantes de las favelas de Río se unieron a las
protestas por sus propias demandas incumplidas, dando un carácter más
directamente plebeyo y negro a las movilizaciones que empezaron siendo
policlasistas, con gran peso de la clase media. Mientras las centrales
sindicales anuncian la convocatoria a una jornada de paro para el 11
de julio por “mayores inversiones en sanidad y educación; aumento de
salarios para los trabajadores; reducción de la jornada de trabajo; apoyo a la
reforma agraria y transporte público de calidad”. Estos reclamos económicos
pueden abrir un proceso de cuestionamiento al programa de gobierno de Dilma y
el PT en su conjunto.
¿Un maquillaje del régimen o una transformación revolucionaria?
Como señalamos al inicio, las movilizaciones se mantienen mientras
escribimos este post. La propuesta de Dilma Rousseff de una Asamblea Constituyente
para impulsar una Reforma política recibió respuestas por parte
de diversos sectores del espectro político y judicial que temieron abrir una
verdadera Caja de Pandora en un Brasil convulsionado. Es que lo que
verdaderamente está de fondo es la gigantesca distancia entre quienes
administran el estado y las masas que viven y sufren cotidianamente en el
transporte, los hospitales y las escuelas; la juventud que sufre la brutal
violencia de las fuerzas represivas o los millones que viven hacinados en las
favelas.
El gobierno intenta cerrar esa brecha con el intento de una muy limitada
Reforma política. Pero es evidente que una verdadera modificación de las
condiciones de vida del Brasil obrero y popular no vendrá de esta casta de
políticos conservadores a la que se integró el PT. Por eso los compañeros de la
LER-QI de Brasil levantan un programa que plantea, entre otras medidas, la
necesidad de que “todo político gane lo mismo que un obrero”. Como se ha
afirmado en este post, esas
consigas cumplen un papel “transitorio” o sirven de “puente” hacia el
cuestionamiento revolucionario del régimen democrático-burgués. Frente a las
salidas limitadas que se propone dar el gobierno con el aval del conjunto de la
oposición, este tipo de medidas puede efectivamente darle un norte más
estratégico al conjunto de la movilización. Pero no se trata sólo de demandas
aisladas. Contra la trampa de la Reforma Política limitada de Dilma, y para
poner en discusión un programa verdaderamente obrero y popular que dé
respuestas a los problemas acuciantes de las masas brasileras, es necesario
luchar por imponer mediante la movilización una Asamblea Constituyente
Revolucionaria. Para que las profundas aspiraciones democráticas de las
masas no sean llevadas a un callejón sin salida que sea un maquillaje de lo
mismo, es necesario luchar por imponer revolucionariamente una instancia
verdaderamente democrática (con las propias formas de elección y representación
que decidan las masas) que empiece por discutir la estatización bajo control de
trabajadores y usuarios del conjunto del transporte público, el aumento del
presupuesto educativo y de salud en base al No pago de la deuda externa e
impuestos a las grandes fortunas y la renta financiera, que todos los funcionarios
públicos ganen lo mismo que un trabajador, etc. Esta es una vía para que
las enormes movilizaciones que vienen dando las masas brasileras abran el
camino a la lucha por sus intereses independientes.