Por Paula Schaller y Eduardo Castilla
Si todo hecho político donde grandes masas
entran en escena conmueve al conjunto de los agrupamientos partidarios, no podía
ocurrir lo menos al interior de la izquierda. De ahí que no implique mayor
sorpresa la continuidad de los debates suscitados por los cacerolazos masivos
que se sacudieron a varias ciudades del país hace pocos días. Aquí
se pueden leer varios de los posts escritos sobre el tema. En este blog,
subimos recientemente esta nota de los amigos Romano y
Crivaro que toma esta cuestión en el marco de una polémica de conjunto con
Izquierda Socialista (IS).
Precisamente porque el debate sigue, en su último
periódico IS vuelve a pronunciarse sobre la cuestión y pone de manifiesto “nuevos
argumentos” para intentar convencernos del error de nuestra “política sectaria”
hacia un gran movimiento de las clases medias como el que se vio en esas
concentraciones de teflón y Chanel.
Los compañeros señalan que “el PTS
quisiera que las marchas de la clase media levanten un programa revolucionario.
Si fuera por deseos, a nosotros también nos gustaría que fuese así. Pero si se
quiere modificar la realidad, hay que actuar sobre ella tal cual es. Moverse
con fantasías y sectarismo lo impide”.
No albergamos ninguna “ilusión” en que la
clase media, como tal, pueda levantar un “programa revolucionario”. En primer
lugar porque, como marxistas, no creemos que exista la clase media como una
unidad. Tal como planteó primero Marx, y luego todos sus continuadores, es un
hecho objetivo que los “sectores medios” sencillamente no pueden ser analizados
como un “todo indiferenciado”. Si en términos generales ninguna clase actúa de
manera homogénea en la realidad social, en particular las capas medias carecen,
a diferencia de las clases fundamentales, de un factor que objetivamente las
unifique como tales, como sucede con el proletariado y la burguesía.
Ha sido parte de la herencia de años de restauración burguesa el avance de distintas
variantes de la sociología burguesa que definen las clases sociales por
diversos "atributos" como su status socio-cultural, su nivel de
ingresos, etc. Florecieron así las categorías de “clase rica, alta, media, baja, pobre”, etc., con lo que no sólo
se diluye la categoría de clase como realidad objetivamente estructurada desde
el lugar ocupado en las relaciones sociales de producción sino que,
consecuentemente, se licúa la ubicación estratégica de cada clase en
relación al sistema social de conjunto y, por ende, el papel concreto que cada
una de ellas puede jugar en relación a la lucha por su superación.
Como cuestión general, convendría
tener esto en cuenta a la hora de pensar los límites que los sectores medios,
por sí mismos, tienen a la hora de articular un “programa revolucionario”, como “desearían” los compañeros de IS, ya que para eso sería
necesaria su alianza estratégica con la clase obrera alrededor de una política
independiente. Pero vamos por partes.
Volviendo a Marx y Trotsky
Hace pocos días citamos a Marx cuando escribía que “el
demócrata, como representa a la pequeña burguesía, es decir, a una clase de
transición, en la que los intereses de dos clases se embotan el uno contra
el otro, cree estar por encima del antagonismo de clases en general (…) ellos
representan es el interés del pueblo. Por eso, cuando se prepara una
lucha, no necesitan examinar los intereses y las oposiciones de las distintas
clases”. Usamos esta cita para ilustrar los vaivenes de las capas medias
argentinas durante el período que va del Golpe contra Perón en el 55’ hasta el
Cordobazo.
De alguna manera, podemos decir que amplias
capas de las clases medias argentinas hicieron un movimiento pendular en un
sentido contrario, pasando de apoyar con sus cacerolas a los piqueteros en el
2001 a batir el parche (o, con más precisión,
la Essen)
contra el cepo al dólar y la “inseguridad”. Son las mismas clases medias que en
estos años han votado por Macri, Lavagna, Carrió entre otros, han participado
en las marchas del (falso) ingeniero Blumberg y apoyado el reclamo de las
patronales agrarias contra la 125 (que IS también apoyó en el 2008), además de
estar fuertemente vinculadas en algunos casos, como ocurre en Córdoba, al
negocio de la soja. Los compañeros de Izquierda Socialista deberían analizar
estos elementos, tomar nota de este giro y deducir del mismo todas sus implicancias políticas.
Un análisis marxista debe empezar por
definir qué contenido social y político concreto tiene cada fenómeno. Retomemos
a León Trotsky que señalaba que “La sociedad contemporánea se compone de
tres clases: la gran burguesía, el proletariado y las ‘clases medias’ o pequeña
burguesía (….) La pequeña burguesía se distingue por su dependencia económica y
su heterogeneidad social. Su capa superior toca inmediatamente a la gran
burguesía. Su capa inferior se mezcla con el proletariado” (¿Adónde va Francia? Pág. 20 y 21). Y
seguidamente planteaba que la pequeño-burguesía “está políticamente
atomizada. Por eso no puede tener una política propia.”
Como conjunto heterogéneo de capas,
definidas más por su no-pertenencia a las clases fundamentales que por una
relación social objetiva que las agrupe o unifique de conjunto, es imposible
pretender una unidad política de estos sectores de manera autónoma. El carácter
“independiente” con el que aparecen hoy (diferencia entre esencia y apariencia)
es más el resultado de la crisis de la oposición política patronal que de su
propia unidad. Pero el camino de su “conversión en fuerza política” (como
lloran todos los políticos e intelectuales de la oposición) tarde o temprano
deberá pasar, para los sectores que se movilizaron, por alguna variante de la oposición
patronal, sea más de derecha (Macri) o con ribetes de centroizquierda (Binner).
Precisamente porque la política no es una
esfera completamente autónoma de los conflictos
de clase y sus determinaciones, es necesario partir de las mismas para
ubicarse y actuar en la realidad. La política del proletariado (y, en primer
lugar, de los partidos que peleamos por aportar a su organización
independiente) tiene, necesariamente, que apuntar a ganar para sí a aquellas
franjas que puedan ser sus potenciales aliadas. Pero esta “alianza”, para ser
progresiva, no tiene que pensarse a la manera de una mera “suma algebraica”,
donde a los trabajadores les corresponda “sumar el ruido de sus cacerolas” a
los de las capas medias derechistas, sino, por el contrario, debe ser una
alianza estratégica, hegemonizada por el proletariado, alrededor de un programa
independiente.
De programas e intereses de clase
Izquierda Socialista se pregunta “¿No
tenemos que estar de acuerdo en enfrentar la política kirchnerista de perpetuar
a Cristina en el poder? Y la inseguridad, ¿no es un flagelo que afecta a los
trabajadores? ¿Le vamos a dejar esas banderas para que las capitalice la
derecha o se la vamos a disputar desde la izquierda?”
Nosotros nos preguntamos, ¿A qué clase
fortalece tomar la “bandera” de la “inseguridad”? Y por si hiciera falta
(lamentablemente, parece que sí), contestamos: ni más ni menos que a la burguesía
en su conjunto, porque le termina haciendo el juego a las tendencias al
fortalecimiento del Estado burgués y su poder represivo, aplicado sistemáticamente
contra la clase obrera, sobretodo sus capas más pobres, como la juventud plebeya
que día a día es asesinada en manos de la maldita policía. Esto ya se ha
debatido por ejemplo acá.
¿Cómo se puede “solucionar” la cuestión de la “inseguridad” bajo el régimen
capitalista? Toda demanda que vaya en ese sentido como exigencia al Estado,
levantada además por sectores de las capas medias altas que defienden el
derecho a la “propiedad” contra las “intromisiones” del Estado (expresado en
los carteles que rezaban que Argentina no sea una nueva Venezuela o Cuba) no
puede más que terminar en la exigencia de mayor poder de fuego al aparato
represivo. En la medida en que la política para los revolucionarios no es
cuestión de “programas quijotescos” sino que apunta a cobrar materialidad para
transformar la realidad, nos permitimos preguntarnos ¿qué sería, en concreto,
el triunfo de la demanda contra la inseguridad que para IS hay que apoyar? Sería,
en concreto, miles de policías más abarrotando las calles. Lo cual, por decir
lo menos, bastante lejos está de un programa progresivo que permita sellar una
alianza entre la clase obrera y sectores pobres de las capas medias que se
oriente en un sentido revolucionario.
La política hacia el movimiento obrero
Izquierda Socialista da su propia versión
de la “alianza obrera y popular” necesaria para enfrentar el poder de los
capitalistas. En su periódico, dice “que la CGT Moyano llame a un paro
nacional para la convocatoria hecha para el 10 de octubre por la CTA Micheli (…)
Para permitir que se unan los reclamos de los trabajadores con la clase media
descontenta”.
Ya dijimos que nada tienen de progresivas
las reivindicaciones de las capas medias derechistas que cacerolearon
recientemente, por lo que el apoyo de la CGT o la CTA a las mismas tendría un
carácter reaccionario. Pero, agreguemos que, aún si estos fuesen progresivos,
resulta que la lógica de “unir” esos reclamos por arriba tampoco soluciona el
problema de la alianza obrera y popular, porque “unirlos” es sólo la punta del
ovillo. Hace falta desenredar la madeja para llegar a la articulación de una
unidad que no tiene, como dijimos, el carácter de mera suma algebraica. Los
mismos límites que le impiden a las capas medias levantar un programa
independiente de conjunto, son los que le imponen ir detrás de alguna de las
clases fundamentales. Es decir, aquellas que pueden dar una expresión más o
menos definida a sus intereses, pasando de la esfera de las reivindicaciones
económicas corporativas a “la fase más estrictamente política, que señala el
neto pasaje de la estructura a la esfera de las superestructuras complejas; es
la fase en la cual las ideologías ya existentes se transforman en
"partido", se confrontan y entran en lucha” (Gramsci)
Volvamos nuevamente a Trotsky, quien señala
que “para atraer a su lado a la pequeña burguesía, el proletariado debe
conquistar su confianza. Y para ello debe comenzar por tener él mismo confianza
en sus propias fuerzas. Necesita tener un programa de acción claro y estar
dispuesto a luchar por el poder por todos los medios posibles”. (¿Adónde va
Francia? Pág. 24)
Esa confianza, que se expresa como
independencia política y organización, no se desarrolla como tendencia natural
espontánea, sino que sólo puede surgir del resultado de una batalla a brazo
partido por superar al conjunto de las direcciones del movimiento obrero que le
imponen a éste una subordinación política e ideológica a las distintas
variantes patronales, como es el caso Micheli y Moyano.
Y, en esta materia, lamentablemente
Izquierda Socialista da pasos en el sentido contrario. Ya lo vimos en el paro
del 27/6 donde marcharon, contra el consejo de Trotsky, “confundiendo los
estandartes” con Moyano, mientras el PTS marchó junto al bloque clasista y
combativo del sindicalismo de base, levantando banderas propias en el marco del
más amplio frente único para la movilización. Lo vimos además en las recientes
elecciones del Sindicato Ceramista de Neuquén, donde IS formó parte de la lista
“Gris”, junto a militantes de la Cámpora, el MPN y el PCR, para enfrentar a la dirección
clasista de la Marrón. Política que, en primer lugar, sufrió una apabullante
derrota, ya que la lista Marrón, encabezada por Marcelo Morales y “Chicho”
Navarrete se impuso con el 71% de los votos, ganando en todas las fábricas, como se señala acá. Digamos de paso que esta elección
terminó de dejar en claro que las modificaciones en los estatutos del SOECN son
parte de la forja de una nueva tradición en el movimiento obrero, permitiendo
que una lista de oposición integre la directiva a pesar de no llegar al 30% de
los votos; lo que por otro lado presenta a IS la “paradoja” de que su propio
ingreso a la directiva se convierte en una demostración incontrastable de la
vigencia de la amplia tradición democrática forjada por años de la conducción
Marrón a la que hoy defenestran.
Ciertamente, y continuando con la discusión,
IS -que proclama la necesidad de “movernos sin sectarismos”-, debería aprender de la tradición de los ceramistas del SOECN, que son un
enorme ejemplo de cómo
pelear por la hegemonía obrera, uniendo sus reclamos a otros sectores
explotados y levantando sus demandas, manteniendo siempre bien altas las
banderas de la más absoluta independencia de clase.
La lógica de IS va a contramano de una
perspectiva que permita desarrollar la independencia política de la clase
obrera y la confianza de ésta en sus propias fuerzas, con lo cual su política “realista”
de alianza con la clase media termina en el mero embellecimiento de sus
reivindicaciones derechistas, contrarias a los intereses de los
explotados.
Esperamos que los argumentos aquí señalados
ayuden a profundizar este debate, arrancándolo de la falsa contraposición entre
“sectarios” vs. “realistas”. Precisamente porque los trabajadores necesitan una
caracterización realista, para orientarse en una perspectiva revolucionaria.