Eduardo Castilla
El 20N fue una gran acción del movimiento obrero que abre tendencias al desarrollo de una nueva situación donde sea creciente la intervención de diversas capas del pueblo trabajador. Las decenas de ejemplos que se pueden leer aquí ponen de manifiesto la enorme fuerza de las demandas no resueltas entre las masas trabajadoras, bajo el gobierno del “Nunca menos” que ahora, como dice el amigo Esteban, es directamente el gobierno del “menos”.
En este sentido, la huelga superó en potencia a la dirección que había convocado de manera timorata. Fue la contracara del 8N en cuanto a composición social y demandas, pero aquella jornada (al igual que el 13S) fue su antesala al adelantar y evidenciar que se podía golpear al gobierno. Si la clase media recurrió a aquello que tiene en su arsenal de medidas de lucha (la movilización masiva) la clase obrera recurrió a la huelga general como muestra de su poder social, paralizando al país. La fuerza social expresada hizo renacer la historia de las huelgas generales y múltiples debates sobre la fuerza de los trabajadores. Si bajo el kirchnerismo parecía que la imagen predominante del movimiento obrero eran los dirigentes sindicales burocráticos en actos con el gobierno, el 20N inaugura una nueva tradición. Las imágenes del momento son las calles vacías, los piquetes con banderas obreras y la cara de estupor de CFK.
El paro evidenció una gran oposición política al kirchnerismo, cuestionando aspectos importantes de su programa social, atacando el discurso mítico del “gobierno que más hizo por los trabajadores”, pero sin ser aún el “neto pasaje de la estructura a la esfera de las superestructuras complejas (...) en la cual las ideologías ya existentes se transforman en "partido" (Gramsci). Esto ni por izquierda ni por derecha. Lo que se abre es un período de transición y, como dice FR está en construcción una nueva coalición “que le permita a los "grupos dirigentes" garantizar la continuidad en el ejercicio de su hegemonía”. Los tiempos y los caminos de esta construcción no son precisamente un rosedal, aunque espinas hay de sobra.
La crisis entre el gobierno y la clase que fue parte esencial de su base social en estos años, abre un terreno de disputa que puede cuajar en un reciclaje de las viejas formaciones políticas burguesas (acordado con el kirchnerismo o en franca oposición al mismo) pero al mismo tiempo abre el camino a la construcción de una corriente de izquierda de peso en franjas extendidas del movimiento obrero, superando los límites de estos años y retomando la tradición que fue rota por la dictadura del 76. Contra todo “esencialismo peronista”, las actuales condiciones la abren la puerta a la izquierda revolucionaria que ya tiene en su haber posiciones conquistadas, como quedó en evidencia en el mismo 20N.
Gobernabilidad, régimen político y giros coyunturales
El 20N fue la segunda gran acción contra el gobierno protagonizada por sectores de masas en menos de dos semanas, abriendo una nueva situación política y contribuyendo a agudizar los problemas de gobernabilidad que ya arrastraba CFK. Si ante el 8N, Cristina reivindicaba el país de los “excluidos”, frente al 20N no puede más que agitar un discurso rabioso como dice FR acá, por sus propios límites para dar respuesta a las demandas de las masas pobres y el pueblo trabajador, como se señala en este artículo. La “extorsión de los piquetes” es el “argumento” multiuso frente a la fuerza de la acción obrera, ante la imposibilidad de dar resolución a las demandas.
Estas acciones ponen un nuevo límite a la gobernabilidad del kirchnerismo, pero por izquierda. No estamos ante la delaruización de CFK (algo que la Corpo bien podría empezar a agitar en las próximas semanas) pero se abre un período donde, a pesar de mantener mayoría en las cámaras parlamentarias, las tendencias centrífugas crecerán al interior de la coalición de gobierno. ¿Cuáles son las variantes que se abren para evitar la perspectiva del “pato rengo”? ¿Se puede ir a un gobierno de mayor unidad con el peronismo de las provincias, a través de un pacto con gobernadores, como se señala acá? ¿Cambio de ministros para lavar la cara de este gobierno “colonizado” por La Cámpora, como pedía Fidanza y reseñamos acá luego del 8N? Precisamente el angostamiento de la base social obliga al gobierno a variantes de coalición política, lejos del cristinismo cerrado de estos meses.
Ambas hipótesis suenan probables, pero de difícil avance sin que en el medio “corra mucha sangre”, porque la camarilla K lanzó dardos, peleó seriamente y armó todo tipo de trampas (solamente recordar la crisis del pago de aguinaldos con Scioli) contra muchos “gobernas”. Además, existen las escalas en política. Una cosa es subordinar a Fellner y otra a De la Sota que, como si fuera poco, quiere ser presidenciable. Las negociaciones con Scioli tienen el mismo límite. Precisamente por eso, el “giro hacia el peronismo” tiene todos los límites que implica hacerlo en un momento de debilidad, luego de sendos golpes de masas. El cristinismo debe intentar alguna negociación en una situación en que, como dice E. Meler, “no hay dirigentes territoriales, no hay masa sindical y popular. No hay plaza, en una palabra que a lo mejor no resume todo lo dicho. Y este gobierno necesita plazas, plazas propias”.
Esa secuencia de pérdida del control de la calle, de crisis al interior del personal político, de respuestas ofensivas con poco terreno bajo los pies, constituye los gérmenes de nuevas crisis futuras, si el gobierno no avanza hacia medidas que amplíen la base política de sustento. Si en todo caso, vamos hacia formas políticas de coalición más claras, donde el kirchnerismo negocie su continuidad, la crisis internacional sigue siendo una espada de Damocles sobre el país que puede amenazar todo compromiso inestable.
Disidencia por abajo y oposición política
Una ventaja para la izquierda revolucionaria en este período es la unidad de objetivos (es decir de programa) entre las alas de la burguesía. La crisis de la oposición patronal (que debe cerrar sus brechas internas) responde en parte a esa unidad de objetivos. A pesar de la demagogia ensayada por De la Sota hace días en relación al impuesto al salario, no hay opción opuesta en las alas de la burguesía. El socialismo en Santa Fe, el mismo De la Sota en Córdoba o Macri en Capital no puede mostrar ninguna gestión cercana a las necesidades de las masas populares. Es por eso que el 8N se corresponde más con ellos que el 20N. Si, como dice el blog K (en crisis) Tinta Limón “El gobierno tiene deudas heredadas y deudas producidas” ninguna fracción de la oposición patronal puede mostrar haber saldado esas deudas en su feudo.
Esto es lo que limita la tarea estratégica de las alas opositores de la burocracia sindical, que intentan subordinar la acción obrera a las variantes políticas de oposición. La “guerra de desgaste” de la burocracia opositora golpea al gobierno, hace entrar en crisis a la burocracia oficialista (que tiene que admitir la justeza de los reclamos) pero aún es insuficiente para generar una nueva fuerza política burguesa que pueda reclamar la adhesión de las masas.
Esto no quiere decir que, en las elecciones del 2013, las fuerzas políticas de oposición burguesa no encuentren un terreno para una cierta relegitimación en el camino al 2015. Pero este “campo de batalla” también puede ser utilizado ampliamente por el Frente de Izquierda, a condición de dejar claramente asentada una perspectiva independiente de clase.
Burocracia sindical e izquierda trotskista
El control que mantiene la burocracia peronista sobre la enorme mayoría de las organizaciones sindicales constituye un hándicap para la dominación capitalista. Esta casta es la garantía de los límites a la acción por las demandas obreras. La “policía” al interior de las filas obreras. Como quedó en evidencia en este paro, las burocracias se dividieron entre un carneraje abierto y una convocatoria tibia, como parte de la “estrategia” que señalamos antes.
Pero la continuidad de esa burocracia es un eslabón débil en el control capitalista de las masas. Su brutal desprestigio ante la base obrera, que cuestiona sus privilegios y su forma de vida burguesa, así como su atadura a los intereses de empresarios y el estado, son condiciones para el desarrollo de corrientes de oposición en el seno de la clase trabajadora, abriendo brechas por las cuáles se puede colar la izquierda revolucionaria. La disidencia por izquierda que se potencia con el 20N, puede dar lugar a la ampliación de las tendencias a la intervención del movimiento obrero, no sólo aquellos sectores agrupados en los sindicatos (una fracción menor del conjunto) sino también de los millones que se encuentran fuera de los mismos. La crisis de la vieja representación del movimiento obrero, sumado a las “deudas heredadas y producidas”, abren el espectro para la emergencia de la izquierda que, cómo quedó señalado en todos los medios, fue un factor actuante central en el paro y en los piquetes que ayudaron a garantizarlo.
Si a fines del periodo menemista (que se continuó bajo la Alianza) el factor de contención-control al movimiento de masas estuvo integrado por el tándem MTA-CTA-CCC, hoy las cosas tienen otro cariz. La forma puede parecer similar, pero el contenido es distinto. Aquel MTA contaba con el poder de fuego de la UTA, entonces dirigida por Palacios. LA CTA era una central unificada bajo las órdenes de De Gennaro y hoy hay dos centrales debilitadas. En aquellos años, la variante de izquierda que se ubicaba dentro de este frente de contención era la CCC, una corriente reformista y frentepopulista con peso en el interior del país y una figura de peso como el Perro Santillán, que fue parte orgánica de llevar los reclamos de las masas detrás de variantes patronales, acorde a su estrategia de conciliación de clases.
En este paro del 20N vimos la actuación de la izquierda que se reivindica clasista y en particular de los trotskistas del PTS que estuvimos en los principales piquetes de los accesos a la Capital, así como interviniendo en distintas provincias, planteando claramente una perspectiva independiente de las variantes burocráticas y sus políticas de apoyo a sectores burgueses de oposición. En el marco del bloque que convocó al paro, la delimitación política es esencial para la izquierda revolucionaria. Como escribe Paula Varela “La presencia de Sobrero en la mesa de la crema de la burocracia sindical, no aclara, oscurece. Porque impide (o para ser más justos, obstaculiza) la diferenciación entre confluir en la acción y confluir en el proyecto político”. Agreguemos la presencia de Buzzi en la misma conferencia y el cóctel está completo.
Precisamente porque se trata de un momento de emergencia de la lucha de clase obrera que puede tener una dinámica ascendente, es central la batalla por una clara delimitación programática y estratégica que no confunda las banderas de las clases sociales en lucha. Sobre eso debatimos aquí con los compañeros de Izquierda socialista, alrededor de su apoyo a cacerolas y gendarmes. Lo que expresó la fuerza de la clase obrera es la perspectiva del desarrollo de la hegemonía proletaria, es decir de su capacidad de dirección sobre el conjunto de las masas pobres del país, tomando la representación de sus intereses y sus demandas.
Pero la hegemonía no es un a priori, sino una construcción política que depende del accionar de la vanguardia obrera combativa y de la izquierda. Si la izquierda clasista en los años 60’ no pudo conquistar fracciones de peso antes del inicio del ascenso revolucionario que se dio con el Cordobazo, la crisis del gobierno, en el marco de la debilidad de la burocracia sindical, abre una oportunidad para dar pasos en esa perspectiva. Las batallas en el interior del movimiento obrero sindicalizado no pueden estar disociadas de las batallas en la juventud trabajadora, entre los sectores precarizados, en negro, inmigrantes y entre las mujeres trabajadoras. La pelea por la conquista de la hegemonía implica una batalla contra las tendencias “naturalmente” sindicalistas que impone la acción dentro de las organizaciones sindicales.