Por Eduardo Castilla
No es preciso ahondar en
lo que se ha dicho en demasía y constituye la imagen del fenómeno: clases
medias medias y altas que se movilizaron más ampliamente
que hace casi dos meses. Reclamos más mesurados y una ubicación ideológica menos
a la derecha. Pero en el fondo de estas imágenes de revuelven los límites del
régimen burgués argentino para canalizar elementos del descontento de masas. En
este
buen post de FR se analizan algunas de las cuestiones estructurales que hacen
la masividad de esta manifestación y las tendencias a la acción directa que son
parte de la vida nacional hace años ya.
La situación profundiza
una serie de contradicciones en el kirchnerismo que tendrá que verse hacia
donde evolucionan. Lo que es seguro es que todos los opositores quieren
cobrarse su parte de la deuda y hacen política, o sea declaraciones, en ese
sentido. Hay que ver que dinámica toma todo.
“Escuchar al pueblo”
Casi es la única consigna
que levantan los opositores. Acá
se pueden leer las declaraciones del Gallego De la Sota, de Macri y muchos más,
exigiendo que el gobierno tome nota de los reclamos. Pero este pedido se choca
contra la pared. ¿Qué significa exactamente que el gobierno tome nota? ¿Qué
levante los cepos al dólar? ¿Qué remueva a Moreno? ¿Dejar la guerra contra
Clarín?
Hacer esta exigencia
implica pedirle al kirchnerismo que se autoliquide como camarilla que controla
el poder del estado. Ignacio Fidanza lo dice
claramente “La histórica movilización
del 8N tomó el Obelisco y pinchó la burbuja del relato en la que se mecían los
kirchneristas. La presidenta necesita de manera urgente salir de su zona de
confort: tiene que designar gente idónea en el gabinete, que ignore la pavada
revolucionaria y trabaje sobre las demandas sin respuesta”. Si bien no hay nada de “revolucionario” (ni siquiera de mínimamente
rebelde) dentro de la Cámpora, esta es una clara exigencia de retorno del viejo
peronismo que, de la mano de Néstor, supo congraciarse con todo el mundo. Los Larroque,
los Recalde y muchos otros serán buenos para alentar sonrisas en las arengas
parlamentarias, pero son una estrecha base para gobernar en una Argentina donde
el 54% es una imagen tan del pasado como un cuadro de Gardel.
Pero como señalan todos los medios, el
gobierno reaccionó minimizando el cacerolazo o “ignorando a donde apuntan” al
decir de Aníbal. Precisamente porque la contradicción de fondo es la que
señalamos más arriba. El carácter de camarilla del kirchnerismo sólo pudo
sostenerse sin grandes crisis y tener continuidad en los años de vacas gordas
(o soja alta para ser precisos). Pero cuando la economía internacional tuvo un
giro copernicano, fue preciso poner coto a tanto “populismo” con todas las
clases y virar en redondo a garantizar (se) divisas. El precio que tuvo que
pagar por su primera intentona fue la terrible lucha de la 125. Ahí empezó a
verse la debilidad estructural del kirchnerismo. Debilidad que pudo ser paliada
en dos ocasiones, pero que ahora tiene algunos problemitas.
Lenta declinación…pero no tan lenta.
Las masivas
movilizaciones son un golpe importante al gobierno. Golpe que, por un lado, le
da cierto aire al desarrollo de la oposición patronal mientras que, por el
otro, le pone límites a una recuperación política del kirchnerismo. El Turco
Asís, con la perspicacia que lo caracteriza, dice
que “es imposible
que Nuestra César, sin ideas y con la calle tomada, pueda encarar, con algún
optimismo, auspiciosamente, la Tercera Recuperación”. Y, desde nuestro punto de vista, algo de razón tiene.
Si el 2008 (crisis del campo) y 2009
(derrota electoral con De Narváez en Buenos Aires) fueron episodios sorteados
gracias a las endeblez de la oposición patronal y a factores económicos internacionales
(como el crecimiento de los precios de los comoditties) en un mundo todavía tironeado
por los BRICS, este último elemento empieza a agotarse como se señala acá, aunque
algunos datos de Brasil indiquen tendencias a la recuperación en estos últimos
meses del 2012 y anuncien crecimiento para el 2013.
En anteriores crisis, dentro del terreno de
la política, el kirchnerismo pudo salir a la ofensiva “por izquierda” con la
Ley de Medios, la nacionalización de los fondos de las AFJP y la AUH, entre
otras medidas. Pero los cartuchos cada vez se agotan más rápido. De aquellas
banderas, la única que se hoy se agita con fuerza es la primera. Pero el 7-D,
fecha emblema de la batalla contra la “Corpo” puede quedar en la nada misma.
Como escribió
un cronista estrella de los K hace algunos días, si Clarín no desinvierte o
desmonopoliza, “El Estado (…) no
confiscará ni expropiará (…) No se suspenderán transmisiones, no habrá apagón
informativo, al menos provocado desde el Gobierno”. Es decir, como dice la
“Corpo” el 7-D no tiene porque pasar nada. En este sentido, las ilusiones
discursivas acerca del cambio en la actitud del gobierno son simétricas a las
ilusiones discursivas acerca de la aceptación por parte de Clarín de la nueva
ley.
A este panorama de estancamiento, le
podemos sumar que la bala de plata de este año (la nacionalización de una
fracción menor de YPF) se quemó muy velozmente, dando lugar al ruego
por inversiones a Chevron y otras compañías yanquis. Los anuncios
acerca del estudio de la re-estatización de los trenes, cumplen el papel de
zanahoria para engañar a la llamada izquierda K durante el tiempo por venir. Con
los argumentos de la “defensa del modelo” seguramente los “obligarán” a aceptar
nuevos sapos en el futuro.
Si el kirchnerismo tuvo capacidad de
seducción en estos años se debió más a lo terribles que fueron los noventa que
a sus logros reales. Estos son los elementos de desgaste profundo que emergen,
preanunciando crisis políticas y realineamientos de todo tipo. Si como dice el
refrán, no hay peor ciego que el que no quiere ver, entre las tropas K, hay un
festival de ceguera política. Por ejemplo, el bloguero P Abel
que escribe “Nada nuevo; en una situación
muy distinta, hace 4 años también una gran cantidad de argentinos se
movilizaron contra el gobierno. Ni entonces ni ahora alcanzó a cambiar por sí
la correlación de fuerzas. Y en esos momentos tenían una conducción,
gremial, aceptada: la Mesa de Enlace, y la situación institucional, la derrota
del gobierno en el Senado, era más delicada”.
No, nada nuevo. Sólo cientos de miles de
personas en las calles. El cómo se desarrolle el movimiento de las cacerolas es
algo que está por verse. Aquí
se analizan algunas opciones, además de introducir elementos de crisis política
en curso. Pero el 2013 será una prueba para ver que sale de todo esto. Si las
cacerolas pueden devenir política organizada es algo que no se puede saber aún.
Por lo pronto, la oposición trabaja
en un armado hacia ese objetivo, pero eso todavía es música del futuro. Como señala
M. Wainfield, está lleno de problemas y “el primero es que ese “colectivo 46”
dudosamente exista en cuanto tal, unido y organizado. El segundo, más
específico, es que una alternativa político-electoral requiere un esbozo de
programa (…) no hay en plaza una oferta de programa económico alternativo al
oficialista”.
El 46% antiK no existe aún como entidad. ¿Se
puede conformar? Es la pregunta del millón. La otra pregunta, que es por dos
millones, es en dónde. Afuera del PJ es un problema enorme como se viene viendo.
Adentro del PJ se libra una batalla. Algunos tienen la espada desenvainada,
como De la Sota. Otros aguardan, pero pueden ser depositarios de las esperanzas
nacidas al calor del 8N, como parece ocurrir con Scioli. De eso habla también
Alfonsín en estas horas, como se puede leer aquí.
Acción directa, clases medias y movimiento obrero
Aquí se intentó mostrar
un abanico social más amplio del que se moviliza, incluyendo al movimiento
obrero industrial. Hace casi dos meses, Susana Viau había cumplido el mismo
papel, sobredimensionando
la amplitud del cacerolazo en ese entonces. Pero es evidente que la acción de
las clases medias, su salida a las calles y sus reclamos, influyen entre la
clase trabajadora, a distintos niveles pero lo hacen. Y no es para menos, dado
que el kirchnerismo tiene ya en su haber inflación, límites a los aumentos
salariales, la continuidad de la precarización laboral y la tercerización, el
trabajo en negro. Y, sobre todo, tiene casi diez años de gestión con altos
índices de crecimiento. Como se ha dicho
ya, la clase obrera argentina actual no tiene motivos profundos para “dar la
vida por Cristina”. De ahí que los reclamos de sectores medios influyan sobre
la clase trabajadora, agudizando el descontento.
La ubicación de Moyano y
Micheli es parte de estas tensiones entre franjas de la clase trabajadora y el
gobierno. Pero aún esas críticas emergen atadas a los reclamos de sectores
patronales. Precisamente el rol de los dirigentes sindicales, tanto aquellos
que se oponen como los impotentes dirigentes aliados al gobierno, ponen una
traba fundamental a acciones propias de los trabajadores que puedan reclamar
por lo suyo. Desde este punto de vista, encontramos otro límite del “proyecto”.
La clase obrera no puede hoy ser movilizada a favor del gobierno (contra las
acciones “destituyentes”) tanto por la limitada gradación de conquistas
obtenidas como por el rol de la conducción burocrática al frente de sus
organizaciones. Si la burocracia sindical del primer peronismo fue incapaz de
enfrentar el golpe del ‘55, la burocracia actual ni siquiera es capaz de cortar
media calzada en “defensa del modelo”. Esa burocracia de los Martínez, de los
Lescano y de los Caló, entre otros, tuvo su continuidad y fortalecimiento
durante la era K.
Desde este punto de
vista, las tendencias que emergen por abajo, se expresan tanto en el plano de
la recuperación de las organizaciones sindicales, como se puede ver acá como en la
existencia de duras luchas contra las patronales y regímenes brutales, como se
ve en el Norte argentino, con la lucha de los Ingenios (ver acá). El desarrollo de
una perspectiva clasista extendida en estas organizaciones y el conjunto del
movimiento obrero puede ser un motor que ayude a la intervención independiente
de la clase trabajadora en esta situación de creciente desgaste del gobierno. A
eso es preciso apostar.
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