Por Paula Schaller y Eduardo Castilla
La crisis abierta por el motín de Prefectura y Gendarmería, al que se
sumaron sectores de otras fuerzas represivas, lleva ya 6 días. Increíblemente,
aunque parezca (y sea) un contrasentido, sectores de la izquierda salieron a
apoyar el reclamo militar, rechazando el “ajuste” del gobierno. Pero, como dijo el amigo Dal Maso, la forma no
debe opacar el contenido: esto no es un huelga, del mismo modo que un lock-out
no es un paro.
Se trata de un motín dentro del aparato del Estado burgués, de una de
sus instituciones centrales, la que reviste el monopolio de la violencia de una
clase sobre el resto. No es una acción de la clase obrera aunque, formalmente,
el gendarme o el prefecto cobren un salario por su labor. Precisamente, como señala Trotsky “El hecho de que los policías hayan sido elegidos
en una parte importante entre los obreros socialdemócratas no quiere decir
absolutamente nada. Aquí, una vez más, es la existencia la que determina la
conciencia. El obrero, convertido en policía al servicio del Estado
capitalista, es un policía burgués y no un obrero.”
Esto, que debiera ser una cuestión “de manual” para
quién se reivindica marxista, es dejado de lado por gran parte de la izquierda,
que busca desesperadamente alguna aparición política alrededor de los fenómenos
que imponen la agenda, haciendo fetichismo de los mismos sin importar que su
contenido social y político sea reaccionario, como los cacerolazos de hace
semanas y el motín militar por estas horas.
No toda acción de masas tiene carácter progresivo, sino que es preciso
medirla desde el ángulo de su aporte a la independencia política de los
trabajadores y al desarrollo de la lucha de clases en general, es decir, desde
la perspectiva de la estrategia revolucionaria. Recordemos que el general
prusiano Karl von Clausewitz planteaba que “el primer acto del juicio,
el más importante y decisivo que practica un estadista y general en jefe, es el
conocer la guerra que emprende (…) el que no la confunda o la
quiera hacer algo que sea imposible por la naturaleza de las circunstancias” (…) Este es el primero y más general
de todos los problemas estratégicos.”
Este principio es el mismo que debemos aplicar para orientarnos en la lucha
de clases: lo más importante es no confundir, ni por un instante, la naturaleza
de la misma lo que implica, en términos políticos, no confundir nunca nuestras
banderas con las de la burguesía y su Estado.
El fetichismo de la “ruptura de la cadena de mando”: lucha de clases y descomposición del Ejército burgués
Trotsky señala que el Ejército (y las fuerzas represivas en su conjunto,
podríamos agregar) expresa “de manera concentrada” la estructura social de un
país. Si históricamente los sectores bajos del Ejército en nuestro país se reclutaron entre sectores socialmente plebeyos, esta tendencia se ha profundizado en
las últimas décadas, producto de los efectos de la dictadura y los gobiernos de
la democracia burguesa que arrasaron parte importante de las conquistas de la
clase trabajadora, sometiendo a las
masas a las fluctuaciones brutales del ciclo económico (hiperinflación e
hiperdesocupación) empobreciendo a millones estructuralmente. Resulta lógico así
que la extracción social de una parte importante de las fuerzas represivas sea de sectores plebeyos de la población, que encuentran en las FFAA y las
Fuerzas de Seguridad una salida laboral, como bien lo expresa el amigo Demian.
Pero sería un crimen de “leso mecanicismo” desprender, de esta composición
social, el pasaje “automático” de esos sectores al campo de los trabajadores y
el pueblo por el sólo hecho de protagonizar una protesta reivindicativa. Este
proceso, muy al contrario, es sumamente complejo y se desarrolla mediante
saltos cualitativos, dado que las fuerzas represivas están entre las instituciones más
conservadoras de una nación.
En Historia de la Revolución Rusa, Trotsky señala que “el ejército no se pasa nunca al lado de los revolucionarios por
propio impulso, ni por obra de la agitación exclusivamente. El ejército es
un conglomerado, y sus elementos antagónicos están atados por el terror de la
disciplina (…) los soldados, en su gran
mayoría, se sienten tanto más capaces de desenvainar sus bayonetas y de ponerse
con ellas al lado del pueblo, cuanto más persuadidos están de que los
sublevados lo son efectivamente, de que no se trata de un simple simulacro,
después del cual habrán de volver al cuartel y responder de los hechos, de que
es efectivamente la lucha en que se juega el todo por el todo (…) los revolucionarios
sólo pueden provocar el cambio de moral de los soldados en el caso de que estén
realmente dispuestos a conseguir el triunfo a cualquier precio, e incluso al
precio de su sangre”. Trotsky describe aquí un ejército formado en base
a la leva masiva y el reclutamiento obligatorio, de composición social
centralmente campesina; no de fuerzas represivas profesionales como las que están
amotinadas. Sin embargo, el método conserva su validez en tanto permite evaluar
la dinámica y la relación entre la “rebelión” de los represores y los intereses
del conjunto de las masas trabajadoras. La experiencia histórica evidencia que
la lucha de clases aguda es precondición necesaria para que la descomposición
de las fuerzas represivas no dé lugar a salidas reaccionarias.
Analizando la relación orgánica entre la ruptura de la disciplina al
interior del ejército burgués y la marcha del ascenso revolucionario ruso,
Trotsky plantea “El nuevo régimen no fue
implantado en el ejército por medio de medidas reflexivas aplicadas desde
arriba, sino por movimientos impulsivos desde abajo. La autoridad disciplinaria
de los oficiales no fue abolida, sino que se hundió sencillamente por sí misma en
las primeras semanas de marzo. ´Era evidente -dice el jefe del Estado Mayor del
mar Negro- que si un oficial hubiera intentado imponer una sanción
disciplinaria al marinero, no habría tenido fuerzas para llevar a la práctica
el castigo.´ En eso consiste uno de los signos de la revolución verdaderamente
popular.”
En resumen, la estabilidad de las fuerzas armadas se sacude al calor de
la propia desarticulación que corroe al conjunto del tejido social en momentos
revolucionarios. En este caso, como en muchos otros, no se puede pretender
llegar “al
final de la película por el comienzo”, ya que la primera condición para esta ruptura
progresiva es la actividad revolucionaria del proletariado y las masas
pobres, cuya preparación implica hoy, entre otras cuestiones, la mayor delimitación
política de los trabajadores respecto al motín militar.
A raíz de ello, la “ruptura de la cadena de mando” no
es, en sí misma y considerada aisladamente, un fenómeno progresivo, sino que
dependiendo del estado general de la relación entre las clases, el nivel de
actividad del movimiento obrero, etc., puede dar lugar al fortalecimiento de
todo tipo de variantes reaccionarias al interior incluso de las mismas fuerzas
de seguridad. Porque, tratándose de las fuerzas del Estado burgués encargadas
de imponer el orden por la violencia, el primer aspecto de una ruptura
progresiva tendría que ser el cuestionamiento de los sublevados a su propia
función social, cuestión muy distinta a la que presenciamos hoy.
De motivos y argumentos para defender el reclamo de los represores (o
hegemonía obrera vs. sindicalismo puro y duro)
El motín puso en aprietos al gobierno, obligándolo a un primer retroceso y
a una negociación de la cual, como dice el amigo Rosso, saldrá mal
parado. Pero esto le fue impuesto por su propia “debilidad estratégica”: así
como señalamos hace un tiempo que el
gobierno no podía prescindir de la burocracia sindical en tanto aparato de
control sobre el movimiento obrero, tampoco puede hacerlo de las fuerzas
represivas. De ahí la solución “urgente” al reclamo y la negociación abierta. Esa
identificación de la debilidad del kirchnerismo es la que llevó a este intento de “diálogo” entre los
movimientos de base K y la base represora en protesta.
Pero en ocasión de este conflicto, sectores de la izquierda vuelven a
hacer gala de su pérdida de brújula y de una concepción profundamente
sindicalista de la política, opuesta por el vértice a la estrategia
revolucionaria. Izquierda Socialista plantea “los sublevados (…) exigen
un aumento de salarios, que sus ingresos sean en blanco y ser parte de las
negociaciones. Es necesario que tengan
derecho a sindicalizarse para defender sus derechos sin represalias, con el
compromiso de que no repriman las protestas populares.”
Lo mismo sostiene el PCR -más coherente con su
estrategia de abierta colaboración de clases- al plantear que “el reclamo salarial es justo y demostrativo de la política del gobierno
nacional de ajuste con salario en negro. Esta situación tiene que servir de
enseñanzas a los integrantes de estas fuerzas cuando el gobierno las mande a
reprimir organizaciones populares que se movilizan por reclamos similares a los
que están planteados en este conflicto.”
Suenan un tanto ingenuas estas definiciones, que siembran expectativas
en que los represores se vuelvan su contrario por mera “evolución de su conciencia
reivindicativa”,
pasando por alto algo tan elemental como el hecho de que un fortalecimiento de éstos
sectores en el marco de una situación general de pasividad del movimiento
obrero y de una coyuntura más a la derecha no puede redundar a favor de los
trabajadores y el pueblo.
El MST -también más coherente con su derrotero centroizquierdista- sostiene la misma posición que IS y el
PCR, pero tiene quizás el “mérito” involuntario de hacer explícita la contradicción
que encierra: “Ante una rebaja salarial de tamaña magnitud estos
sectores han salido a reclamar como lo haría cualquier trabajador. Más allá
de las posturas reaccionarias que se han manifestado en medio de estos sectores
movilizados y del rol institucional que juegan estas fuerzas, los reclamos
en curso son absolutamente justos, los mismos por los que luchan miles de
trabajadores que enfrentan similares medidas de ajuste salarial y laboral” (negritas
nuestras).
Sólo con escribir “más allá” se pretende estar, en la realidad concreta, “más
allá” del “rol
institucional”
reaccionario que juegan estas fuerzas, volviendo justos los reclamos de los
mismos. El común denominador de estas posiciones, que ven en gendarmes y
prefectos a “trabajadores
como cualquier otro” por recibir un salario, es un fuerte
sindicalismo que desemboca en el claro oportunismo.
En primer lugar, porque borra el antagonismo de intereses que media entre
la clase obrera y los agentes del Estado burgués. El planteo de la
sindicalización de militares y policías es un desarrollo in-extremis de
esta igualación formal, al punto de que se concibe la posibilidad de que,
sindicalización mediante, las fuerzas se puedan “democratizar” por
vías más o menos pacíficas y renegar de su función social coercitiva. ¿Acaso la
sindicalización de la policía en Francia sirvió para que sus demandas “confluyeran
con las de otros trabajadores”? Por el contrario, sirvió para equipar de mejor
armamento e instruir con nuevas técnicas represivas a una policía entrenada en
métodos de brutal represión y apremio a inmigrantes, cuestión que estuvo en la
base de las “revueltas
de las periferias” que sacudieron los barrios pobres de París hace
unos años.
Contrario a esto, el punto de vista de los socialistas revolucionarios es
que por su propio carácter social, las instituciones represivas son
irreformables. De ahí la pelea por el desmantelamiento del aparato represivo,
sin alentar ilusión alguna entre los trabajadores y los sectores populares de
que, en los marcos de éste régimen, las fuerzas de seguridad puedan desempeñar
rol alguno progresivo.
En segundo lugar, estas posiciones parten del sentido común de que la mera
lucha reivindicativa es condición suficiente para el desarrollo político de la
clase obrera, (cuestión que iría acompañada del “voto” a la izquierda). Para que
la situación evolucione a izquierda, sólo haría falta que la clase obrera “sume” sus
reclamos reivindicativos a los del resto de los sectores en lucha, a saber: la
clase media cacerolera que exige seguridad y los milicos represores que quieren
aumento de salario.
Aunque implique un gran ejercicio en el que la clase obrera tensa sus músculos,
el mero desarrollo de la lucha económica-reivindicativa, por sí mismo, no
resuelve el problema de su maduración política, cuestión que tampoco resuelve
el “voto” a la
izquierda. Para avanzar en ese camino, al interior de la clase obrera
necesariamente tienen que desarrollarse tendencias que combatan toda intromisión
de la política y la ideología burguesa entre los trabajadores, que mantengan
ante cada hecho de la realidad un punto de vista de clase y batallen por la
independencia política y un programa propio que dé respuesta al conjunto de las
demandas de la nación oprimida. Ahí entra el rol de la izquierda en el
movimiento obrero. La política de quienes apoyan el reclamo de los represores
es claramente opuesta a esta perspectiva. Al mismo tiempo, todo abstencionismo o
ambigüedad ante este reclamo (como la que sostiene el Partido Obrero en esta nota) constituye un error cabal
desde el punto de vista de la preparación consciente de la clase obrera para la
lucha revolucionaria y la clara identificación de sus enemigos.
La concepción sindicalista (de mera sumatoria de todas las demandas,
independientemente del contenido progresivo o reaccionario de éstas) aparece en
“estado químicamente puro” en la política
de Izquierda Socialista que entiende que el reclamo de los gendarmes y
prefectos “es una razón más para llamar a marchar masivamente el próximo 10 de Octubre
a Plaza de Mayo ante la convocatoria hecha por la CTA-Micheli junto al gremio
de camioneros”. A riesgo de ser reiterativos: la clave de la estrategia revolucionaria pasa, en
primer lugar, por no “confundir las banderas” ni perder el norte de la
independencia política de los trabajadores. Todo lo contrario pasará en el acto de
la movilización del 10/10, que tendrá como orador al patrón sojero Buzzi, entre
otros (ver aquí).
La preparación estratégica de la “lucha por las tropas”
Lenin señalaba que “a menos que la revolución adquiera un carácter
de masas e influya en las tropas, no puede hablarse de una lucha seria. Ni que
decir tiene que tenemos que trabajar entre las tropas. Pero no debemos imaginar
que se pasarán de golpe a nuestro lado como resultado de la persuasión o de sus
propias convicciones (…) la vacilación de las tropas, que es inevitable en todo
movimiento verdaderamente popular, conduce a una auténtica lucha por las
tropas siempre que se agudiza la lucha revolucionaria” (citado en Las Antinomias de Antonio Gramsci,
resaltado propio)
Pero esa lucha “por las tropas” puede preverse y prepararse, superando toda
tentación “espontaneísta”, que deviene en pacifismo frente al
Estado burgués. El “desvivirse” por el reclamo de los
represores niega esta preparación consciente de la clase obrera para luchar por
ganar para su causa a sectores de las fuerzas represivas. Contra esta visión
facilista de la desintegración del Estado burgués, discutía Trotsky en 1932
respecto a Alemania, señalando que era utópico esperar que las fuerzas policiales
impidieran el avance del fascismo simplemente por el origen social de las
mismas y la pertenencia de muchos a la socialdemocracia.
En ¿Adónde va Francia? advertía lo mismo contra la visión pacifista
del PC, indicando que “Una conquista
pacífica, serena del ejército es aún menos posible que la conquista pacífica de
una mayoría parlamentaria”
(marzo de 1935). En 1938, en el Programa de Transición, señalará que “La burguesía advierte claramente que en la época
actual la lucha de clases infaliblemente tiende a transformarse en guerra civil
(…) Los reformistas inculcan sistemáticamente a los obreros la idea de que la
sacrosanta democracia está más segura allí donde la burguesía se halla armada
hasta los dientes y los obreros desarmados”
En momentos de decadencia capitalista y crisis social, las fuerzas
represivas (estatales y paraestatales) tienden a convertirse en la herramienta
central de dominación capitalista. El “consenso” cede paso a la “coerción”. De allí
que el debilitamiento del Estado burgués y la preparación consciente de los
sectores avanzados de trabajadores en esa perspectiva sea una tarea central de
las organizaciones que se reivindican revolucionarias.
A esto apuntaba Trotsky cuando señalaba que “Los piquetes de
huelgas son las células fundamentales del ejército del proletariado (…) Es
preciso inscribir esta consigna en el programa del ala revolucionaria de los
sindicatos (…) es preciso constituir prácticamente milicias de autodefensa,
adiestrándolas en el manejo de las armas” (…) Sólo gracias a un trabajo sistemático,
constante, incansable valiente en la agitación y en la propaganda, siempre en
relación con la experiencia de la masa misma, pueden extirparse de su
conciencia las tradiciones de docilidad y pasividad: educar destacamentos de
heroicos combatientes, capaces de dar el ejemplo a todos los trabajadores,
infligir una serie de derrotas tácticas a las bandas de la contrarrevolución,
aumentar la confianza en sí mismos de los explotados”
La perspectiva de la conquista de las Fuerzas Armadas y de seguridad para
la causa de la clase trabajadora no puede estar desligada de la lucha por
preparar conscientemente a la clase obrera en el camino del enfrentamiento al
Estado burgués y sus fuerzas. Preparación que es política en el sentido amplio,
abarcando la necesaria delimitación de toda variante política burguesa, así
como organizativa, avanzando en la organización de la autodefensa militar
obrera.
Este conjunto de aspectos, nodales a la estrategia revolucionaria y que, lejos de ser una cuestión "libresca" estarán cada vez más planteados como cuestión de política actual conforme se profundice la lucha de clases, está
completamente ausente en los análisis y la política de la izquierda frente al
reclamo de gendarmes y prefectos, mostrando una vez más, como correctamente se
ha señalado aquí, el “grado cero” de la estrategia
trotskista.
Muy buena la nota¡
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