Eduardo Castilla
Hace una semana habíamos escrito acerca de
los “tiempos desacordes” de la situación nacional, donde abstrajimos un tiempo
de la política, otro de la maduración de la subjetividad obrera y un tiempo,
más lento, de la economía. Pero las expresiones directas de esta última esfera
son las que acaban de hacer entrada en escena en los últimos días, con los
saqueos que se vieron en todo el país. En última instancia, lo “económico”
emergió en el marco de la dinámica más veloz de lo “político”.
Los saqueos que cruzaron
al país desde el jueves pasado muestran la emergencia de la Argentina profunda
y pauperizada que, a pesar de los malabares del INDEC y los diez años de
crecimiento, nunca desapareció sino que fue “ocultada” con montañas de
subsidios y planes que, a luz de la sintonía fina, empiezan a flaquear. Como se
dice acá “una gran parte de la
población -principalmente de la juventud- sigue viviendo en condiciones de
extrema pobreza, sin trabajo o con empleos "en negro" y precarios. A
diez años del mayor crecimiento económico de toda la historia nacional según
las mismas cifras oficiales existen en la Argentina más un millón y medio de
desocupados y casi cinco millones tienen empleos precarios "en
negro", mientras que un millón de jóvenes no estudia ni trabaja”.
La emergencia de los sectores más pobres de
la población, su entrada en escena, se da en una situación de creciente
debilitamiento del poder político, conjugado con acciones de sectores de masas
que salen a reclamar por lo propio. Si las clases medias tuvieron su 13S y su
8N y el movimiento obrero hizo su gran demostración de fuerza en el parazo del
20N, resulta lógico que las masas pobres que sufren padecimientos agudizados
por la inflación, lleven a cabo sus propias acciones para dar solución a sus
demandas. A su modo, las capas más explotadas de la sociedad argentina entran
en el torbellino del “fin de ciclo”.
Sólo la continuidad de una pobreza
estructural, en el marco de una inicial actividad de sectores de masas, hizo
posible esta situación. Quiénes intentan “naturalizar” los saqueos argumentan
que también los hubo en los años anteriores. Sí y no. La realidad es siempre
concreta. Estos sucesos aparecen en el momento de declinación clara del
kirchnerismo. Lo hacen desafiando a un gobierno golpeado que, además, es su
propio gobierno. De ahí la dinámica más explosiva que esto puede implicar a
futuro.
Lo que salta a la vista entonces es una
crisis de los mecanismos de control sobre un sector central de las masas pobres
que, acorde a las políticas mundiales de las últimas décadas, fue contenido con
asistencia estatal, fluctuando como mano de obra desocupada a mano de obra
precarizada, en negro o tercerizada. La explosividad de estos días muestran los
límites tendenciales del control burgués sobre estas franjas a las que, el
kirchnerismo dominó a través de pactos con intendentes y gobernadores. Esto es
lo que parece estar entrando en crisis.
Mención aparte merece el
cinismo de capitalistas y gobiernos que, mientras bombardean 24 horas diarias
por todos los medios posibles acerca de los “beneficios” del consumo de todo
tipo de mercancías, sanciones y condenan a las masas por apropiarse de los
mismos. Cuando la felicidad es igualada al consumo de plasmas, LCDs y demás
artilugios, “argumentar” que eso no expresa hambre es cargar culpas sobre
quiénes son víctimas de un sistema que todo lo mercantiliza y sobre todo
construye necesidades. Es en casos como éste donde el cinismo capitalista se muestra
con total desparpajo. Aunque lo que más indigna es el recurso a este tipo de
“argumentos” por parte de los llamados progresistas en defensa del gobierno “nacional
y popular”.
¿Otro
pilar del “poder real” en declive?
Se ha escrito que el kirchnerismo combinó la demagogia política con el control del
movimiento de masas a través del poder real que ejercían la burocracia
sindical, los barones del conurbano (y los gobernadores de las provincias) junto
a las fuerzas represivas. Pero a medida que se desarrolla el fin de ciclo
kirchnerista, este armado de control sobre el movimiento de masas va
desgastándose y entrando en crisis.
En dos de esos pilares ya
emergieron profundas limitaciones. La ruptura con Moyano además de quitarle el “control
de las calles” al oficialismo, le granjeó
un poderoso enemigo que hoy apuesta a la recomposición de la oposición
patronal. Significó el pase a la oposición de una franja importante del
movimiento obrero, proceso que ha tendido a profundizarse después del 20N, con
los límites que se señalan aquí. Por su lado, la CGT oficialista se encuentra atada de pies y manos a la
pobre política del gobierno, lo que limita a esta ala de la burocracia para
actuar de manera hegemónica. La CGT oficialista es tan débil como débil resulta
el magnetismo propio del gobierno. De ahí los constantes rumores que la acercan
a Moyano y los permanentes pedidos de “resultados” que estas conducciones
ejercen.
Por su parte, las fuerzas
represivas ya tuvieron su “agosto” en Setiembre. Acá señalamos la crisis de las llamadas “fuerzas democráticas”.
Entre las “viejas” policías provinciales y las “nuevas” fuerzas represivas, el
gobierno parece no contar con base firme en ningún lado. Allí se juegan
internas, negocios y todo tipo de vínculos con las mafias o las redes de trata
como lo demuestran cientos de ejemplos. Todo esto no implica aún la pérdida de
control sobre el aparato del estado, pero potencialmente muestra los límites de
este organismo para actuar contra la protesta social.
En este marco, los
saqueos agregan un ingrediente a esta ensalada de conflictos, golpeando sobre
el tercer pilar del poder real. La extensión de los saqueos por varias
provincias, pero centralmente en el Conurbano, lugar esencial no sólo para ganar elecciones
sino para impedir la acción de las masas, pone de manifiesto un punto de falla
del poder político burgués. Si detrás de esto están las internas políticas
burguesas, es una cuestión de segundo orden. Los saqueos hacen entrar en escena
la ruptura de la legalidad burguesa en dos cuestiones: el ataque a la propiedad
privada y los enfrentamientos con las fuerzas represivas, elementos que ya se
han expresado en anteriores acciones de los sectores más empobrecidos de las
masas. Y precisamente esto ocurre en el lugar donde el peronismo y el
kirchnerismo como su expresión hegemónica actual (en declive) cimentaron su
poder en estos años.
¿Se inicia la pérdida de
control también con este sector? ¿Son las capas más pobres de las masas las que
pueden empezar a asomar en la situación política como lo hicieron a fines del
2010 en la lucha por tierra del Parque Indoamericano? Recordemos, de paso, lucha
salvajemente reprimida en común por macristas y kirchneristas, que dejó en
evidencia que la solución al problema de la vivienda del “modelo” era un
Ministerio para mejorar la represión estatal.
La continuidad del
limitado crecimiento económico así como las necesidades de volver a la “sintonía fina” son elementos que puede hacer que esta tendencia
tienda a desarrollarse en el 2013. Las necesidades electorales del
kirchnerismo, dependiendo de las alianzas que pueda tejer, es una
contratendencia. Pero el agotamiento estructural del “modelo” y su lento
declinar, preanuncian más bien el primer escenario, aunque sea difícil medir
tiempos y ritmos.
No estamos ante el inicio
de la delaruización del kirchnerismo, pero sí ante un acelerado fin de ciclo. Aunque
la situación estructural dista de ser similar a la del 2001 (y en ese sentido,
los apologistas del gobierno tienen razón), existen enormes límites para que un
nuevo “relato” kirchnerista puede hacerse fuerte en el futuro y
recuperar seriamente esa base social.
Culpables
El gobierno nacional y la
burocracia moyanista cruzaron acusaciones de culpabilidad. El gobierno
directamente atacó a las organizaciones sindicales (camioneros, gastronómicos y
ATE), poniendo en el banquillo de los acusados al movimiento obrero, dándoles
continuidad a la política anti-obrera que viene desarrollando. De paso, le sumó
el ataque a la izquierda dura, continuando la ola macartista. Pero este ataque
parece haber “despertado la solidaridad” de otras alas de la burocracia, lo que tal vez evidencie
un error de cálculo del gobierno. Lo que dicta los “exabruptos” del gobierno es
la necesidad de reducir la potencia de su enemigo, el movimiento obrero. Sea por
la vía del intento integracionista con la CGT Balcarce, sea por la vía de una
guerra de desgaste contra el moyanismo, el objetivo del período que se aproxima
es doblegar al movimiento obrero para garantizar una rentabilidad
mayor a la burguesía.
Las mutuas acusaciones
son el resultado de sus propias limitaciones estratégicas. El kirchnerismo, a
casi una década de dirección del estado burgués, no tiene otra opción que
buscar conspiradores. La única “explicación posible” es el sabotaje, salvo que
se quiera demitir el fracaso del modelo de “inclusión social”·
Por su parte la
burocracia está obligada a ensayar un discurso de demonización del gobierno
nacional porque va de la mano con su estrategia de fortalecer a la oposición
político-patronal. Si se admite seriamente que las demandas de millones están
insatisfechas, se tiene que admitir que la convivencia con “el modelo” por casi
una década lo convierte en cómplice del fracaso. Pero al mismo tiempo, la
burocracia, como actor político-social que expresa la oposición de franjas de masas,
debería tomar efectivamente esas demandas en sus manos. Como consecuencia de
sus límites para hacerlo, la burocracia moyanista no puede más que entrar en el
falso debate de los culpables.
Este era el cierre que le
faltaba al 2012, evidenciando la continuidad de la caída del kirchnerismo. Si
durante el año que termina fue difícil sostener la mística (salvando la muy
parcial excepción de la estatización del 17% de la vieja YPF) el 2013 promete
ser un año altamente volátil desde este punto de vista. Las posibilidades de la
emergencia de una izquierda revolucionaria en el movimiento obrero que
aproveche estas tendencias están abiertas.
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