Hace un año publicamos este artículo con el amigo Fernando Rosso. A pesar del tiempo transcurrido, lo volvemos a postear hoy para refrescar algunas discusiones.
El 2001 y los años kirchneristas
Fernando Rosso/Eduardo Castilla
En anteriores números de LVO
reflejamos algunas de las principales discusiones en torno a las jornadas
revolucionarias de diciembre del 2001. Intentamos dar cuenta allí de la
intervención del movimiento obrero, los movimientos piqueteros y las tendencias
políticas que se habían expresado en esta crisis.
Al mismo tiempo discutimos los
límites que tuvieron esas jornadas para imponer una salida propia de los
explotados, lo que permitió que el proceso terminara siendo encarrilado por la
burguesía de la mano del peronismo, primero con Duhalde y después con los
Kirchner.
Sin embargo, la clase dominante
se vio obligada a recurrir a distintos mecanismos políticos y sociales e
ideológicos para poder canalizar la situación, al tiempo que intentaba
reconstruir la autoridad estatal, fuertemente cuestionada por la acción de
masas.
Crisis de autoridad y
restauración
El 2001 expresó un momento de
“escisión” (al decir de Antonio Gramsci) entre las masas y sus representantes
políticos tradicionales. Tal escisión con el régimen político y sus
instituciones - la justicia, el parlamento, los grandes medios de comunicación
y la burocracia sindical - se manifestó en el lema de cientos de miles: “que se
vayan todos”.
Las jornadas del 19 y 20 dejaron
establecida una relación de fuerzas a favor de las grandes masas que no podía
ser obviada por quienes tomaron las riendas del poder estatal. Así, se vieron
obligados a capear el temporal recurriendo a toda clase de “promesas
demagógicas”[1]
en la búsqueda de recomponer la autoridad y evitar que la crisis se siguiera
llevando puesto al personal político del estado. Esa fue la tarea que el
kirchnerismo (bajo el gobierno de Néstor y luego con Cristina Fernández)
vino a realizar.
Hace poco definíamos: “Es
evidente el rol restaurador de la coalición gobernante (…). Tuvo su primera
fase ("kirchnerista pura") donde la propia burguesía tuvo que aceptar
"compromisos y limitaciones" para ocultar el elemento restaurador:
paritarias, discurso "setentista", de "no represión" a la
protesta social, demagogia en DDHH, ocultamiento de los impresentables del peronismo;
y la nueva fase ("cristinista") donde se propone realizar la
restauración hasta el final: pérdida de peso y poder de los sindicatos y ataque
a la izquierda sindical clasista en particular, discurso contra los piquetes,
alianza más fuerte con los empresarios, Boudou como la "gran figura"
del "nueva" coalición, apoyo abierto en y al aparato pejotista”
[2].
Hoy, con el evidente giro a la
derecha, podemos agregar que el acercamiento abierto a los empresarios y la
condena a las acciones de lucha de la clase obrera y a sus organizaciones son
nuevos elementos que reafirman esa sentencia.
La recuperación económica, que
comienza en el año 2003, fue un elemento esencial el asentamiento del proyecto
restauracionista. Y esta recuperación tuvo dos motores centrales: la
devaluación duhaldista, que significó un saqueo al salario e hizo relativamente
“competitiva” a la economía argentina, y el crecimiento internacional que
favoreció especialmente a las materias primas que exportaba el país.
Hay un debate sobre el carácter
del kirchnerismo, donde los partidarios del gobierno argumentan que éste es la
respuesta política legítima y “progresista” a la crisis del 2001. Hay
algo de verdad en esta lectura, no puede entenderse el kirchnerismo sin el
2001. Pero para nosotros más que una respuesta histórica progresiva, fue el
emergente de una ausencia: la de la clase obrera ocupada y su representación
política, es decir su propio partido revolucionario. Esta ausencia, como describimos
en los artículos anteriores, fue producto del rol traidor de la burocracia
sindical y de las derrotas que habían minado estructuralmente la fuerza de los
trabajadores, durante los años 90 (con la desocupación como máxima expresión).
Sobre la base de esta debilidad de “los de abajo” pudo montarse el proyecto
restaurador. Los cuestionamientos y las demandas expresadas en las calles en
las jornadas del 2001 y durante los meses siguientes no obtuvieron respuestas
bajo el ciclo kirchnerista. Se tomaron, sobre todo en el discurso, demandas
parciales y se cambiaron las formas, pero la sustancia de la estructura del
capitalismo semicolonial argentino quedó, hasta hoy intacta. Las salidas que
propone Cristina, ante el nuevo episodio de la crisis internacional, constatan
esta realidad.
Las relaciones de fuerza y un
nuevo “espíritu de época”, legados del 2001
Si esta fue la salida política
“por arriba” a la crisis del 2001, la experiencia de las jornadas
revolucionarias y el proceso que abrió, dejaron tendencias profundas “por
abajo” y un nuevo “espíritu de época” en la experiencia de las clases.
En primer lugar, las tendencias
asamblearias y a la acción directa. Las asambleas populares surgidas al calor de las
jornadas de diciembre sentaron una tradición que se continuó en distintos
sectores del movimiento de masas. Tradición que se enlazó y combinó con las
tendencias a la acción directa como medio de solución a diversos reclamos. El
periodista José Natanson señala: “Así como el burbujeo asambleario pos 2001
tenía antecedentes remotos (…), sus secuelas no se limitan a tres o cuatro
meses de entusiasmo: desde el movimiento ambientalista de Gualeguaychú a –guste
o no– los cortes de ruta decididos en asambleas por los productores rurales
durante el conflicto del campo, con su conato de cacerolazo incluido, parece
evidente que la dinámica de autoorganización ha dejado una marca y un
aprendizaje. Quizás el resultado más significativo de la crisis del 2001 sea el
haber consolidado una sociedad en estado de alerta permanente (…)”. (Diez
años después, ahora. Le Monde Diplomatique. Diciembre de 2011)
Estas tendencias tuvieron una
expresión particular en el movimiento obrero, donde vimos el desarrollo
extendido de la ocupación de empresas y luego el fenómeno del sindicalismo
de base, como emergente de un cuestionamiento a la burocracia sindical. La
base objetiva de este proceso estuvo en la recuperación económica y en el
crecimiento de la ocupación en las filas obreras. Los rasgos de desarrollo
subjetivo tuvieron su origen en la continuidad de una burocracia sindical
mafiosa y propatronal que contradictoriamente, en estos años, pudo sostener una
ubicación negociadora gracias a las enormes ganancias capitalistas, pero que
generó el surgimiento de fracciones importantes a su izquierda.
La experiencia de Zanón bajo
gestión obrera, que está cumpliendo 10 años y la corriente organizada alrededor
del periódico Nuestra Lucha, ayudaron a poner en pie una tendencia clasista en
el movimiento obrero a nivel nacional, como parte de ese sindicalismo de base.
Una corriente que desarrolle este elemento “democrático” que emergió en el 2001
e incluso de un salto a dar batalla también en el terreno político. Quizá ésta
sea la marca más importante, incluso más que la gestión obrera misma, que
dejará en la Historia, la enorme epopeya ceramista. El intento de ubicarse como
un “nexo” entre lo más avanzado que dieron las jornadas y las experiencias
actuales de la clase obrera.
Asímismo las tendencias a la
autoorganización y la acción directa emergieron en grandes luchas
estudiantiles. En Córdoba y la UBA se desarrollaron las Asambleas
Interfacultades en el 2005. En estas mismas ciudades surgieron asambleas
“interestudiantiles” el año pasado, agrupamiento que dirigió la grandes movilizaciones
y tomas de establecimientos por las mejoras edilicias y contra la reforma
educativa.
Otra expresión de esas tendencias
a la acción directa, combinadas con elementos de guerra civil, se vieron en los
grandes combates que libraron los hermanos inmigrantes por tierra y vivienda y
que culminaron con la salvaje represión del Parque Indoamericano; o la lucha
del pueblo de Ledesma en Jujuy, también brutalmente reprimida por el gobernador
kirchnerista Barrionuevo y la patronal del “cristinista” Pedro Blaquier.
El segundo aspecto central que emergió en los últimos años
y expresa la relación de fuerzas existente desde el 2001, es lo que definimos
como “aires igualitarios”, que expresaron el profundo sentimiento de
millones de hacer valer en la realidad la presunta “Igualdad ante la ley”. El
2001 fue un golpe fenomenal y una reversión de una parte de las rémoras
culturales e ideológicas de la década de los 90. La juventud que creció al
calor de aquellas jornadas pudo superar, en parte, el individualismo reinante
en los años menemistas, mucho de esos jóvenes entraron a las fábricas y
empresas y son parte de una nueva generación obrera y estudiantil que todavía
tiene mucho para decir.
Un ejemplo nítido de estas
aspiraciones se vio en la conquista de la Ley de Matrimonio Igualitario que se
discutió ampliamente en los lugares de trabajo y que contó con un consenso
generalizado, derrotando el intento reaccionario de la Iglesia de impedir la
sanción de la ley. Otro gran ejemplo de esta tendencia fue la lucha de los tercerizados
del ferrocarril Roca, que logró el pase a planta permanente de 3000
trabajadores. (Ver Entre los aires de igualitarismo y los proyectos de
restauración, LVO 384).
Sacar lecciones del proceso de
conjunto, las grandes maniobras que la burguesía tuvo que llevar adelante, así
como retomar las mejores experiencias legadas por el 2001, es una tarea central
para dotarse de una programa, una estrategia y un partido que se prepare para
vencer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario