miércoles, 19 de diciembre de 2012

El 2001 y los años kirchneristas (reposteo propio)



Hace un año publicamos este artículo con el amigo Fernando Rosso. A pesar del tiempo transcurrido, lo volvemos a postear hoy para refrescar algunas discusiones. 

El 2001 y los años kirchneristas 

Fernando Rosso/Eduardo Castilla

En anteriores números de LVO reflejamos algunas de las principales discusiones en torno a las jornadas revolucionarias de diciembre del 2001. Intentamos dar cuenta allí de la intervención del movimiento obrero, los movimientos piqueteros y las tendencias políticas que se habían expresado en esta crisis.

Al mismo tiempo discutimos los límites que tuvieron esas jornadas para imponer una salida propia de los explotados, lo que permitió que el proceso terminara siendo encarrilado por la burguesía de la mano del peronismo, primero con Duhalde y después con los Kirchner.

Sin embargo, la clase dominante se vio obligada a recurrir a distintos mecanismos políticos y sociales e ideológicos para poder canalizar la situación, al tiempo que intentaba reconstruir la autoridad estatal, fuertemente cuestionada por la acción de masas.



Crisis de autoridad y restauración



El 2001 expresó un momento de “escisión” (al decir de Antonio Gramsci) entre las masas y sus representantes políticos tradicionales. Tal escisión con el régimen político y sus instituciones - la justicia, el parlamento, los grandes medios de comunicación y la burocracia sindical - se manifestó en el lema de cientos de miles: “que se vayan todos”.

Las jornadas del 19 y 20 dejaron establecida una relación de fuerzas a favor de las grandes masas que no podía ser obviada por quienes tomaron las riendas del poder estatal. Así, se vieron obligados a capear el temporal recurriendo a toda clase de “promesas demagógicas”[1] en la búsqueda de recomponer la autoridad y evitar que la crisis se siguiera llevando puesto al personal político del estado. Esa fue la tarea que el kirchnerismo (bajo el gobierno de Néstor y luego con Cristina Fernández)  vino a realizar.

Hace poco definíamos: “Es evidente el rol restaurador de la coalición gobernante (…). Tuvo su primera fase ("kirchnerista pura") donde la propia burguesía tuvo que aceptar "compromisos y limitaciones" para ocultar el elemento restaurador: paritarias, discurso "setentista", de "no represión" a la protesta social, demagogia en DDHH, ocultamiento de los impresentables del peronismo; y la nueva fase ("cristinista") donde se propone realizar la restauración hasta el final: pérdida de peso y poder de los sindicatos y ataque a la izquierda sindical clasista en particular, discurso contra los piquetes, alianza más fuerte con los empresarios, Boudou como la "gran figura" del "nueva" coalición, apoyo abierto en y al aparato pejotista” [2].

Hoy, con el evidente giro a la derecha, podemos agregar que el acercamiento abierto a los empresarios y la condena a las acciones de lucha de la clase obrera y a sus organizaciones son nuevos elementos que reafirman esa sentencia.

La recuperación económica, que comienza en el año 2003, fue un elemento esencial el asentamiento del proyecto restauracionista. Y esta recuperación tuvo dos motores centrales: la devaluación duhaldista, que significó un saqueo al salario e hizo relativamente “competitiva” a la economía argentina, y el crecimiento internacional que favoreció especialmente a las materias primas que exportaba el país.

Hay un debate sobre el carácter del kirchnerismo, donde los partidarios del gobierno argumentan que éste es la respuesta política  legítima y “progresista” a la crisis del 2001. Hay algo de verdad en esta lectura, no puede entenderse el kirchnerismo sin el 2001. Pero para nosotros más que una respuesta histórica progresiva, fue el emergente de una ausencia: la de la clase obrera ocupada y su representación política, es decir su propio partido revolucionario. Esta ausencia, como describimos en los artículos anteriores, fue producto del rol traidor de la burocracia sindical y de las derrotas que habían minado estructuralmente la fuerza de los trabajadores, durante los años 90 (con la desocupación como máxima expresión). Sobre la base de esta debilidad de “los de abajo” pudo montarse el proyecto restaurador. Los cuestionamientos y las demandas expresadas en las calles en las jornadas del 2001 y durante los meses siguientes no obtuvieron respuestas bajo el ciclo kirchnerista. Se tomaron, sobre todo en el discurso, demandas parciales y se cambiaron las formas, pero la sustancia de la estructura del capitalismo semicolonial argentino quedó, hasta hoy intacta. Las salidas que propone Cristina, ante el nuevo episodio de la crisis internacional, constatan esta realidad.



Las relaciones de fuerza y un nuevo “espíritu de época”, legados del 2001



Si esta fue la salida política “por arriba” a la crisis del 2001, la experiencia de las jornadas revolucionarias y el proceso que abrió, dejaron tendencias profundas “por abajo” y un nuevo “espíritu de época” en la experiencia de las clases.

En primer lugar, las tendencias asamblearias y a la acción directa. Las asambleas populares surgidas al calor de las jornadas de diciembre sentaron una tradición que se continuó en distintos sectores del movimiento de masas. Tradición que se enlazó y combinó con las tendencias a la acción directa como medio de solución a diversos reclamos. El periodista José Natanson señala: “Así como el burbujeo asambleario pos 2001 tenía antecedentes remotos (…), sus secuelas no se limitan a tres o cuatro meses de entusiasmo: desde el movimiento ambientalista de Gualeguaychú a –guste o no– los cortes de ruta decididos en asambleas por los productores rurales durante el conflicto del campo, con su conato de cacerolazo incluido, parece evidente que la dinámica de autoorganización ha dejado una marca y un aprendizaje. Quizás el resultado más significativo de la crisis del 2001 sea el haber consolidado una sociedad en estado de alerta permanente (…)”. (Diez años después, ahora. Le Monde Diplomatique. Diciembre de 2011)

Estas tendencias tuvieron una expresión particular en el movimiento obrero, donde vimos el desarrollo extendido de la ocupación de empresas y luego el fenómeno del  sindicalismo de base, como emergente de un cuestionamiento a la burocracia sindical. La base objetiva de este proceso estuvo en la recuperación económica y en el crecimiento de la ocupación en las filas obreras. Los rasgos de desarrollo subjetivo tuvieron su origen en la continuidad de una burocracia sindical mafiosa y propatronal que contradictoriamente, en estos años, pudo sostener una ubicación negociadora gracias a las enormes ganancias capitalistas, pero que generó el surgimiento de fracciones importantes a su izquierda.

La experiencia de Zanón bajo gestión obrera, que está cumpliendo 10 años y la corriente organizada alrededor del periódico Nuestra Lucha, ayudaron a poner en pie una tendencia clasista en el movimiento obrero a nivel nacional, como parte de ese sindicalismo de base. Una corriente que desarrolle este elemento “democrático” que emergió en el 2001 e incluso de un salto a dar batalla también en el terreno político. Quizá ésta sea la marca más importante, incluso más que la gestión obrera misma, que dejará en la Historia, la enorme epopeya ceramista. El intento de ubicarse como un “nexo” entre lo más avanzado que dieron las jornadas y las experiencias actuales de la clase obrera.  

Asímismo las tendencias a la autoorganización y la acción directa emergieron en grandes luchas estudiantiles. En Córdoba y la UBA se desarrollaron las Asambleas Interfacultades en el 2005. En estas mismas ciudades surgieron asambleas “interestudiantiles” el año pasado, agrupamiento que dirigió la grandes movilizaciones y tomas de establecimientos por las mejoras edilicias y contra la reforma educativa.

Otra expresión de esas tendencias a la acción directa, combinadas con elementos de guerra civil, se vieron en los grandes combates que libraron los hermanos inmigrantes por tierra y vivienda y que culminaron con la salvaje represión del Parque Indoamericano; o la lucha del pueblo de Ledesma en Jujuy, también brutalmente reprimida por el gobernador kirchnerista Barrionuevo y la patronal del “cristinista” Pedro Blaquier.

El segundo aspecto central que emergió en los últimos años y expresa la relación de fuerzas existente desde el 2001, es lo que definimos como “aires igualitarios”, que expresaron el profundo sentimiento de millones de hacer valer en la realidad la presunta “Igualdad ante la ley”. El 2001 fue un golpe fenomenal y una reversión de una parte de las rémoras culturales e ideológicas de la década de los 90. La juventud que creció al calor de aquellas jornadas pudo superar, en parte, el individualismo reinante en los años menemistas, mucho de esos jóvenes entraron a las fábricas y empresas y son parte de una nueva generación obrera y estudiantil que todavía tiene mucho para decir.

Un ejemplo nítido de estas aspiraciones se vio en la conquista de la Ley de Matrimonio Igualitario que se discutió ampliamente en los lugares de trabajo y que contó con un consenso generalizado, derrotando el intento reaccionario de la Iglesia de impedir la sanción de la ley. Otro gran ejemplo de esta tendencia fue la lucha de los tercerizados del ferrocarril Roca, que logró el pase a planta permanente de 3000 trabajadores. (Ver Entre los aires de igualitarismo y los proyectos de restauración, LVO 384).

Sacar lecciones del proceso de conjunto, las grandes maniobras que la burguesía tuvo que llevar adelante, así como retomar las mejores experiencias legadas por el 2001, es una tarea central para dotarse de una programa, una estrategia y un partido que se prepare para vencer.

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