Esto lo escribimos hace un poco menos de dos años para alguien que se fue hace dos años justo hoy. Sólo un recuerdo, pero los recuerdos tiene peso, a veces, peso que se mide en toneladas.
¿Qué es perder?
Se preguntó esa noche. ¿Había algo que se pudiera responder?
Tampoco lo sabía. Lo que sí sabía es que había perdido. Que había ese no sé
qué. Que ya no estaba. Que se había ido.
Había perdido mucho se dijo H. Si pudiera poner todo en una
balanza habría que medir en relación a lo que perdieron aquel septiembre
lejano, en el que él había ganado, pero tantos perdieron por tan poco, para
ganar tan nada.
Y ahí estaba, sentado en la compu, diciéndole al teclado lo que no
sabía muy bien qué sentido tenía. Lo que no quería era perder de nuevo. Perder
la oportunidad de expresar, de decir lo que sentía y no había dicho nunca o
hace tiempo. Tal vez alguna vez entre amigos que ya no estaban o que no eran
tan amigos o que nunca lo fueron, pero ocupaban el espacio circunstancial que
ocupan las amistades en esos años en que todo está vacío.
Juan fue derecho a la heladera. Sentía que había que abrir el vino
y darle un solo saque. Un fondo blanco, como decíamos cuando éramos chicos. H
lo miró extrañado.
Quiénes eran ellos después de tantos años. Qué habían hecho con
sus vidas. Valió la pena dejarlo todo atrás. H tenía dudas. Podría haber sido
mejor. La vida, los amigos, las mujeres, salir, emborracharse... dejar de tener
responsabilidad.
Juan lo miraba extrañado. - ¿Qué tiene que ver?-, le preguntó -Si
hicimos eso y mucho más. ¿Qué perdiste?-
-Nada - le dijo H. - Nada y todo eso que te estoy diciendo. Me
siento como si toda la vida pasara por delante mío, me mirara y se cagara de
risa. Como si todo lo que hicimos no valió la pena porque estamos acá, sentados
en el living de una casa vieja, llena de pulgas, tirados entre la mugre,
mirando el techo, que además da mucho asco y pensando que no tenemos nada. -
-¿Había que tener algo? - No sabía, dijo Juan- Si hubiera sabido
te metía una patada en el orto hace tiempo. No tenemos nada y no pasa nada.
Tenemos lo que elegimos tener. Tenemos hambre pero del bueno. Tenemos sed, de
la mejor. Tenemos odio, mucho odio, del más refinado, del que se consigue en
las mejores joyerías de Europa. Del que se busca en los lejanos palacios de la India. Si es que uno
puede viajar. Del que sale del fondo que está al fondo del todo, ese donde sólo
se escuchan gritos peleados y pelados de todo, que gritan.
- ¿Y mamá? - dijo H. O preguntó, porque no era un decir, era
preguntar para saber. No era que no sabía donde estaba. Estaba tirada en Tanti.
Desparramada por el medio del río, de las sierras, de la nada. La olían los
pumas y los lagartos. La sentían los espinillos. Cuando uno que se tiraba al
río estaba nadando en la vieja. Sintiendo su aroma a madre limpia.
Pero la pregunta no era porque no sabía. Era porque decía que no
estaba, que no estuvo, que debería haber estado. O por lo menos H debería haber
estado. Y se la perdió. A lo mejor eso era lo que originaba la pregunta. No era
otra cosa. Lo otro lo eligió. Tenía razón Juan. Las novias no las tuvo. Fueron
pasando. Los amigos quedaron atrás. Tan atrás como esa plaza donde jugabas de
chico, donde tomabas una botella de vino y te subías a un poste de 30 metros de alto sólo
para ver esa ciudad de mierda, un poco menos de mierda de lo que era.
Atrás quedó mamá, la plaza, el vino, la cajita, la escalera, los
amigos, todo. Pero lo que se perdió era mamá.
-Mamá estaría contenta- dijo Juan.
-Seguro - dijo H, ¿vos decís?... No creo. Para mí que mira desde
las gotas del río y se enoja y te dice que tiraste la vida a la mierda. Que
ella quería un ingeniero, no un tipo que nade en la mugre. Pero la mugre se
elije. ¿Vos elegiste?-
Sí- dijo H.-Elegí
E.C
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